viernes, 14 de agosto de 2015

Crónicas del ocaso VI (A): La brújula de Penda'Gasht

Cercanías del bosque de Airysh 16 de noviembre del año 815
Hace ya unos días que abandonamos la ciudad minera de Hogrh’Dural, donde acontecieron hechos dignos de recordar, incluso gestas merecedoras de una canción. Tras nuestra reciente, digamos... "colaboración", con los Mandragoras, se nos asignó la misión de encontrar a un anciano dragón verde conocido como el Profeta Esmeralda. Para ello, según nos dijeron, sería esencial recuperar un antiguo artefacto de gran poder, la brújula de Penda'Gasht, que suponemos nos permitirá superar las distintas barreras mágicas con la que haya ocultado su cubículo el dragón. Esta brújula se encontraba en poder de Parche, un cabecilla local Hogrh’Dural, o mejor dicho, el cacique central de una subsociedad de ladrones, traficantes y demás criminales que, alojada en la antigua mina, conocida como la Fosa de los Diamantes, parasita la ciudad, gobierna en la sombra y absorbe las riquezas proporcionadas por las minas de cobre y plata de la ciudad.
Y con estas escuetas directrices entramos en Hogrh’Dural. Nada más entrar, en la misma taberna en la que nos hospedamos, nos enteramos del ataque sufrido el día anterior por una despiadada banda de mercenarios, los Aulladores de Fenris. Al parecer habían realizado un ataque relámpago en el que habían robado, matado y quemado todo lo que se cruzó en su camino, e incluso se atrevieron a expoliar los interiores de las mismísimas minas. También nos enteramos de una extraña enfermedad que estaba causando estragos entre los más débiles. Inmediatamente pensamos en la plaga de Bosque Brillo, pero en este caso los afectados se sumían en un intranquilo sueño del que no eran capaces de despertar. Tras descansar unas horas hicimos la debida visita a la autoridad local, el alcalde Gifin. Tras unos minutos de audiencia, en lo que nos presentamos como simples mercaderes, no nos quedó duda de su carácter: mezquino, conspirador, avaro y lo peor de todo para nuestra misión, una marioneta de parche para "legitimar" su control sobre la ciudad. Apenas habíamos tomado contacto con la ciudad y no conseguíamos ni esbozar cómo diantres podríamos conseguir la dichosa brújula. Parecía ser más fácil ir a Penacles y robarle la túnica al Sumo Inquisidor Sasarai.
Y mientras reflexionamos sobre nuestros próximos movimientos, nos abordó un enano embozado en una desgastada capa. Se presentó como Malner, un minero que había sido herido en el combate (o más bien masacre) producida por los mercenarios. Al contrario de lo que pensábamos,  nos dijo que algunos mercenarios seguían en las minas, y al parecer perseguían a una enana llamada Marbani, una autoridad entre sus compañeros enanos, de buen corazón y única opositora real al dominio del binomio Gifin-Parche. Aquello olía realmente mal, y pronto empezamos a pensar en un ataque urdido por el propio alcalde. En cualquier caso nos pusimos de camino. No sabíamos por dónde empezar nuestra búsqueda, no podíamos ignorar la petición de ayuda de Malner, y aunque Thrain y Aaron me odiasen por ello, si Parche la quería muerta sería interesante que nosotros llegásemos antes.
Y de esta forma tan heroica, todos menos Morrigan, que prefirió investigar la pista de la misteriosa enfermedad (que de nuevo demostró tener un origen sobrenatural, al no verse afectado por los poderes de nuestros divinos camaradas), nos adentramos en las peligrosas minas  Hogrh’Dural en busca de la damisela en apuros. En el camino conseguimos salvar algún minero, y nos enfrentamos a terribles criaturas del submundo, más propias de los territorios Drow que de una mina. Allá donde mirábamos veíamos los estragos causados por los Aulladores. En cada corredor y sala encontrábamos decenas de cadáveres, todos ellos de mineros enanos. Habían sido masacrados con saña por sus atacantes, y los pocos que habían sobrevivido habían sido pasto de las criaturas del submundo que nos acechaban en cada esquina. ¿Guardaría  alguna relación con la enfermedad, al igual que en Bosque Brillo la corrupción mutó y afectó a las mentes de las criaturas del bosque? Era muy probable, pero no estábamos allí para investigar. Tras acabar con algunas de estas criaturas aberrantes, la mayoría de las cuales no habríamos visto ni en pesadillas, por fin dimos con Marbani, acompañada por dos mineros. Lejos de ser la damisela que me imaginaba resultó ser una enana bien entrada en años,  de mirada dura pero inspiradora. Sin duda una líder.  Pero nada más encontrarla aparecieron dos mercenarios. Al parecer nos habían seguido y esperaban que diésemos con Marbani. Tras agradecernos gentilmente que hiciésemos salir a la enana, comenzó su transformación. Sus cuerpos se empezaron a hinchar y recubrirse de un oscuro pelaje, mientras sus cabezas desarrollaban hocicos y fauces con enormes y afilados dientes, sus manos se convertían y garras, sus espaldas se arqueaban  y su tamaño se doblaba. Por fin el nombre de su compañía cobraba sentido, eran licántropos. Con razón los pobres mineros no habían tenido ninguna posibilidad.
El combate fue duro. Nuestros golpes parecían no tener efecto, pues el ímpetu de sus ataques no disminuía pese a las serias heridas que les infringíamos. Thrain y Aaron, acompañado del poder de sus dioses parecían mantener su rival a raya, y el segundo acabó por caer en la danza de destrucción  que solemos provocar cuando peleo junto a Hadrian. Al final la premisa parece cierta, todo lo que sangra puede morir, y aquel maldito licántropo sangró como para llenar una bañera.
Ante las sospechas de conspiración, decidimos sacar a Marbani y sus acompañantes en la clandestinidad, para no llamar la atención de Gifin. Nos juntamos con ella y Morrigan en lugar seguro, fuera de miradas indiscretas, en la seguridad de un sótano encubierto. Informamos a Marbani sobre nuestro objetivo, pero apenas nos proporcionó información que no supiéramos. Sólo había tres formas de conseguir algo de Parche, con un ejército superior al suyo (cosa fuera de nuestro alcance), cambiándolo por algo de más valor (también improbable, salvo que el Rey Enano cague oro) o apostando algo lo suficientemente valioso, pero en este caso sólo accedería en caso de estar seguro de ganar. De nuevo el asunto tenía una pinta lamentable.
Aquella noche bajamos a los dominios de Parche, la vieja mina, ahora llena de casuchas y tugurios de arcilla y chapa, conectadas por callejones y  pasarelas entre los distintos niveles. Sólo sobresalían sobre el resto las casonas de los caciques, entre la que destacaba el palacete de Parche, y algún local de más entidad. Recorrí distintos antros, haciendo preguntas discretas, jugando a los dados (jugaban a una curiosa variante del Gysh) y condonando deudas por favores o información. Pero poco saqué aquella noche, salvo contemplar otro de los numeritos de Hadrian en el foso. Al menos algo parecía claro, sólo cinco cosas movían aquella ciudad, el sexo, el dinero (de estas dos Parche tenía cuanto quería, o al menos más de lo que pudiéramos o quisiéramos ofrecerle), las peleas de foso, el Gysh y las carreras de cuadrigas. Por eliminación rápidamente me decanté por las peleas de foso, donde Hadrian podría marcar la diferencia. Pero para apostar necesitábamos algo que Parche quisiera, y aquella noche no dimos con nada relevante. Fue al día siguiente cuando nuestro plan acabó por concretarse. Recorrimos tabernas y burdeles,  hablamos con comerciantes, prestamistas y amantes de lo ajeno. Incluso hicimos “favores” de los que no nos sentimos demasiado orgullosos, pero finalmente conseguimos un combate en un local importante, la Espada en la Sombra. Allí Hadrian se enfrentó con el “Titán de Azabeche”, al que no hace falta que describa, y tras deleitarnos con su particular visión del espectáculo en un combate, acabó por dejar a su adversario para guardar cama unos cuantos días. Poco antes del combate, me tocó interpretar el papel de adinerado y aburrido mercader de lo exótico y tuve unas cuantas negociaciones con el propietario del local. Acordamos las condiciones clásicas, el ganador se llevaría su parte de las apuestas, pero no pudo resistirse a un doble o nada, y se jugó una valiosa estatuilla, a la que Parche había puesto el ojo, contra cuatro gemas que habíamos reunido en nuestras andanzas anteriores.
Nada más abandonar el local, nos esperaba una figura, que nos pidió le acompañásemos al palacete de Parche. Tal y como habíamos previsto, la victoria de Hadrian no había pasado desapercibida. Ahora sólo quedaba lo más difícil, ganar a Parche en su propio juego. Nos adentramos en su ostentosa morada, llena de obras de arte, ricas telas y guardias en todas las puertas. Estaba seguro de que aquella ruta estaba estudiada para sobrecoger e intimidar a sus visitas. Y finalmente llegamos a su “sala de audiencias”, un enorme salón con salida al enorme palco exclusivo del circo central de la Fosa de los Diamantes. Y allí, en un intrincado trono se encontraba Parche, cual rey de aquellas infectas tierras, custodiado por su dos matones de confianza, un imponente enano llamado Yadgrog y una peligrosa drow conocida como Sátrapa.
Evidentemente conocía de nuestra llegada días atrás, así que no intentamos insultar su inteligencia (o lo que es peor, su red de informadores) siguiendo con el cuento de los comerciantes, así que fuimos directos al grano. Éramos aventureros y queríamos la brújula de Penda'Gasht, y sólo teníamos la bonita estatuilla para intercambiar. Ofrecimos jugárnoslo a todo o nada en una emocionante competición multidisciplinar de Gysh, combate de foso y carrera de cuádrigas, y de repente sus ojos centellearon ante una mezcla de codicia, emoción y sadismo. Descartó las cuadrigas, y nos propuso un duelo mixto de Gysh y lucha. Pero con sus reglas. En primer lugar, dado lo desbalanceado de los objetos apostados, deberíamos ganar ambas competiciones para llevarnos la apuesta. Además, sería yo quién luchase en foso, y el chico quien jugase a Gysh. Hubo un momento de duda, disfrutaba al ver como nuestra falsa seguridad se hacía añicos. Y tras unos segundos deleitándose con nuestras turbadas caras, añadió la guinda final. Si perdíamos, el chico, nuestro jodido Aaron, se quedaría como “invitado de honor” durante todo un año. Aquello era el colmo, estaba a punto de quejarme y romper el trato (que le jodan a los Mandragoras, no estaba dispuesto a sacrificar tanto), hasta que Aaron aceptó el trato. Maldito chalado, no duraría ni una semana como vasallo de aquel megalómano, y además haría que me partiese la cabeza un bruto tatuado, pues sin mis hojas apenas me podría escabullir y herir a mi contrincante a pullas. Hadrian, tan sorprendido como todos, al menos pudo reaccionar, y le pidió una semana a Parche para prepararnos, lo que quedó finalmente en cuatro días. Cuatro días para convertir a un inocente muchacho en un as del engaño y la estrategia, y a un escuálido elfo en una máquina de partir huesos en una lucha cuerpo a cuerpo.
A la mañana siguiente, temprano, comenzó nuestra carrera a lo imposible.  La gente de Marbani puso en contacto a Aaron con un viejo jugador de Gysh, el mejor de la zona, llamado Craster, que inculcó al chico los principios del juego, a base de paciencia y coscorrones. Tras sólo una jornada juraba que nunca había visto a nadie tan malo y con tanta suerte con los dados. Aquello era alentador, al menos teníamos la mitad del trabajo hecho, y con las enseñanzas de Craster no era una locura que llegase a hacer de Aaron incluso un buen jugador.
Mi camino, como era de esperar,  fue más cruento. Maratonianas jornadas  de lucha con Hadrian, que me golpeaba sin compasión, corregía mis errores con más golpes y mis efímeras victorias con más golpes aún. Sólo llevaba una jornada y ya pensaba en el abandono. El dolor físico se veía incrementado por la frustración. Pero Hadrian no daba pie ni a las dudas. Poco a poco, y aguantando gracias a los ánimos, y más valiosas sanaciones mágicas proporcionadas por Aaron y Thrain, fui interiorizando los preceptos inculcados. Aprovechar la fuerza del rival en su contra, golpear con precisión los puntos débiles del enemigo (aquello no me era del todo ajeno), y encajar los golpes (lección más practicada).
La tercera noche, como para celebrar la víspera de nuestra estrepitosa caída a los infiernos, hubo un incidente digno de mención. Un resplandor en el cielo me sacó de mi  meditación y Aaron me alertó de un ataque a Thrain. Rápidamente fuimos en su ayuda, pero la escena que contemplamos era realmente extraña. Un imponente Ángel, acompañado por sus esbirros alados amenazaba a Thrain, que parecía agotado y tenía la cara cubierta de sangre. Y se disponía a acabar el trabajo, al invocar cinco relucientes soldados de metal movidos por su voluntad, cuando la irrupción de una figura acaparó su atención. Se presentó como Gerard de Rivia, un cazador de demonios, y pareció intimidar al mismísimo ángel, del que parecía un viejo conocido, porque tras hacer una clásica declaración de intenciones, optó por retirarse junto a su séquito.
Pero lo que más recuerdo de aquella noche es la forma en la que me miraba Gerad, como si me conociese de toda la vida. Y más desconcertante aún fue cuando me ofreció algo, un fragmento de colgante que encajaba a la perfección con el mío, que había recibido de mi madre. Le pregunté si nos conocía, pero no obtuve respuesta, y tal y como había venido se fue.
A la mañana siguiente retomé el ritmo infernal de entrenamiento. Apuramos hasta pocas horas antes del combate, y tras recibir la necesaria recuperación mágica, bajamos a la Fosa.
La expectación popular era inmensa, nos habíamos convertido en la atracción de temporada de aquel nido de sabandijas. Nos presentaron a nuestros rivales. Sátrapa, la drow, competiría en Gysh con Aaron (estábamos jodidos) y un imponente humano, campeón de cien batallas de foso lucharía conmigo.
No quise ni mirar el duelo a los dados, concentrado en mi combate. De vez en cuando oía exclamaciones de sorpresa, risas y gritos de júbilo y maldiciones, y el resto del tiempo silencio. El duelo parecía estar igualado, lo que me metía más presión. Y tras unos minutos, una explosión de gritos y risas. El chico había humillado a la drow que maldecía profusamente. Ahora llegaba mi turno, y Parche parecía recuperarse de la pequeña derrota ante la visión de mi más absoluto fracaso. Nos llevaron a la arena de combate, se hicieron las presentaciones y esperé. Me aislé del mundo, cerré los ojos, concentrándome en mis músculos y ligamentos, visualizando a mi rival. Sonó la campana y me lancé como una exhalación. Mi rápida reacción le cogió por sorpresa, acostumbrado a los tanteos iniciales, y le propiné varios golpes en el costado y cuello que le noquearon por momentos. Pero hizo imponer su físico superior y rápidamente balanceó el combate. Sorprendentemente las enseñanzas de Hadrian habían tenido un gran efecto, lo que apenas se apreciaba cuando luchaba contra él. Pero ante este rival casi me extrañaba la lentitud de sus movimientos y suavidad de sus golpes.  El gong sonó cuando estaba cobrando una ventaja decisiva. Le estaba haciendo morder el polvo, y por primera vez pensé seriamente en la victoria. Incluso desestimé emplear un par de trucos sucios que tenía en la recámara (drogar el agua que bebería en el descanso y aprovechar una distracción de Hadrian) ante el temor a que me pillasen, pero había algo más. Orgullo, había sufrido mucho para llegar hasta aquí y quería demostrarme a mí mismo que podía con ese mastuerzo, limpiamente, al menos todo lo limpia que puede ser una lucha de foso.
El descanso tuvo un efecto muy favorable para mi otrora maltrecho rival. Se había recuperado bien de mis golpes, y salió al ring con energías renovadas. Me golpeó salvajemente con una energía inédita, y me pregunté con terror si no habría estado actuando como Hadrian en sus combates. Pero no me rendí, seguía golpeando rápido como el viento y encajando sus contras lo mejor posible, y al cabo de unos segundos los dos estábamos exhaustos, tambaleantes. Acababa de salir de una presa ganadora de mi rival a costa de dislocarme el brazo. El bruto se lanzó contra mí, seguro de que no me podría defender con un solo brazo, pero en lugar de intentar bloquear su embestida, e impulsándome con una de las esquinas del cuadrilátero, salté por encima de su cabeza y le propine una patada seca en la nuca. Pareció no tener efecto, pues siguió en su embestida, hasta que chocó, ciego e inconsciente contra el pilar de la esquina que un segundo antes ocupaba. Había vencido, y de repente, todo el dolor y sufrimiento del combate y los días pasados se volvieron insignificantes. Hadrian saltó a la arena para abrazarme y levantar mi brazo (el sano) y me regocijé al ver el enfado monumental de Parche desde el  palco. También me extrañó ver de nuevo a Gerard, que me miraba con gesto complacido, casi diría que orgulloso. Rápidamente nos retiramos al vestuario, donde tras vomitar al llegarme el bajón de adrenalina, recibí los cuidados de Aaron y me equipé  con mi conjunto de combate, mientras agradecía el suave tacto de las empuñaduras de metal de mis espadas. Salimos de nuevo al coliseo preparados para cualquier cosa, y alerta ante la ausencia de ruido. Habían desalojado al público, lo que podía significar desde que Parche no quería testigos en su derrota,  hasta que hubiese decidido matarnos para borrar su fracaso. Afortunadamente resultó ser lo primero, y tras unas protocolarias y escuetas palabras recibimos nuestra recompensa y salimos cagando leches de ese lugar.
Tras esta heroica gesta pasamos brevemente por la ciudad, donde nos despedimos de nuestros nuevos amigos y partimos rumbo al bosque de Airysh. Ahora que han pasado unos días, y con la perspectiva que da la distancia, me doy cuenta de lo que realmente hemos conseguido. Estoy rodeado de compañeros increíbles, y ni ellos mismos se dan cuenta de su verdadero potencial. Por separado quizá sólo seamos aventureros más o menos capaces, pero juntos, juntos somos capaces de hacer cosas extraordinarias. 

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