viernes, 7 de agosto de 2015

Reflexiones de Elodrin I

Algún lugar en las cercanías de Karaya, 4 de noviembre del año 815

Tras varias semanas de auténtica locura, por fin cuento con unas horas para descansar, reflexionar y hacer balance de los acontecimientos que han convulsionado mi vida.
Tras mi expulsión Elhoria vagué sin rumbo, intentando contactar con mis amigos primero, y recabando pistas sobre los esclavistas tras mi encuentro con los saqueadores de las cercanías de Bellisport más tarde. Acostumbrado a las comodidades de la civilizada sociedad élfica y la privilegiada posición de mi familia, de repente me veía despojado y todo y recluido a las calles. Obligado a luchar por tener algo que llevarme a la boca, un sitio caliente en el que dormir o evitar una daga en la oscuridad.

Y pese a todo lo anterior, por primera vez en mi vida me sentía libre. Angustiado por mi futuro y el de mis amigos, pero libre de la carga de hacer siempre lo correcto, cumplir las exigentes expectativas familiares, libre para no medir siempre mis actos, libre de cometer mis propios errores.

Como decía, durante estas últimas semanas sólo me preocupaban dos cosas, sobrevivir y conseguir pistas sobre el paradero de Alaijah, Sarah y Jonas. Y para ello tuve que adentrarme en los más bajos estratos de la sociedad, convivir con los marginados, negociar con criminales, y en ocasiones convertirme en uno de ellos. Y para mi sorpresa, y la de los que me vieron aparecer en Bellisport con mis delicadas ropas de seda, no se me dio nada mal. Resulta curioso lo fácil que me resultó aplicar las décadas de continua formación en la historia, matemáticas, literatura, magia y esgrima a mi nueva situación. Sin saberlo, tantos años en la universidad, las continuas escapadas, el encuentro con mis amigos… me habían convertido en lo que hoy soy, un superviviente.

Ahora que he encontrado a Jonas, y que sé que Sarah está más o menos a salvo, me pregunto si su búsqueda no ha sido más que otro mecanismo de supervivencia. Tras toda una vida regida por metas a corto, medio y largo plazo, no creo que hubiese soportado establecerme en un pueblo y limitarme a no hacer nada. Pero, hay algo más. No consigo describirlo con palabras, pero en lo más profundo de mi ser sé que lo que me ha llevado a esta situación es una terrible injusticia. Y no una injusticia puntual, cometida por una persona aislada, una jugada del destino. Me refiero a una injusticia más profunda, arraigada en nuestro mundo como una penosa enfermedad. Apenas la apreciamos porque siempre ha estado ahí mismo, delante de nuestros ojos.

Entre las leyes, gobernantes, funcionarios e instituciones se esconde una maraña cuyo único objetivo es beneficiarse a sí misma, perdurar más allá de las personas, como un organismo con conciencia propia. Al ver morir a Mikah lo ví todo claro. La inquisición, las restricciones a la magia, el desprecio de la nobleza por la vida, el miedo al cambio, la decadencia de mi orgullosa raza, que pese a sus privilegios está tan sometida como los enanos. Todo eso pasó por mi cabeza como un rayo, y desde entonces no dejo darle vueltas.

Y ahora, no sé si por accidente o por los designios del destino (joder, empiezo a hablar como el chico) estoy en medio de un campamenos de Mandragoras. Un incipiente grupo de idealistas que quiere cambiar las cosas. Aún son pocos, y el camino que siguen seguramente sólo les lleve a la muerte. Pero después de todo, ¿no merece la pena morir por un fin que sabes justo? Sería una enorme hipocresía por mi parte, un engaño a mi propio ser, partir y dejarles en la estacada, cuando siento que están luchando mi propia guerra, la que no me he atrevido a afrontar, al menos hasta ahora.

Nota al pie
Estas últimas semanas he conocido a gente realmente sorprendente. He luchado con ellos en combates desesperados, he visto cosas que escapan a la razón, y todos parecen dejar atrás un pasado tan turbio como peligroso. A algunos los considero amigos, a otros compañeros, pero sin duda hay algo que nos une para bien o para mal, un vínculo forjado con sangre y lágrimas.

Hadrian
Lo encontré por primera vez en ese foso de lucha, recibiendo una brutal paliza hasta que consideró que el espectáculo había llegado a su punto álgido y podía empezar a pelear. Tiene un carácter directo, un humor tan afilado como de mal gusto, y es brutalmente coherente con su realidad. Sigue el camino recto entre dos puntos haya lo que haya en medio. Me cae bien, y creo yo también a él. De hecho creo que soy de las pocas personas que ha dejado que se le acerquen de verdad. Apostaría mi arco a que no ha hablado sobre él con ninguna de las innumerables relaciones carnales que ha tenido desde que le conozco.

Thrain
Nada más verlo encadenado en el barco percibí algo en él. Su porte, su mirada, no se correspondían con las de un maltratado esclavo. Destacaba entre el resto de esclavos como un lobo escondido entre corderos. Tiene la cabeza casi tan dura como sus brazos, incluso para ser enano, y pese a escudarse en su visión del resurgir de los enanos, tiene un buen corazón, y no duda en ayudar a otros, incluso aunque sean más altos que él. Pero es demasiado orgulloso, a pesar de los golpes y maltratos que le haya podido propinar la vida es demasiado idealista, y poco pragmático. Conseguirá una bonita muerte de no cambiar pronto, o de no estar yo para evitarlo, pues a pesar de todo le considero un amigo y simpatizo con su causa.

Aaron
El misterioso chico, elegido de Ayailla. Es sólo un chaval que apenas ha visto mundo, inocente y bondadoso. Pese a su aspecto simple e inofensivo, oculta una sorprendente habilidad para sobrevivir, lo que se ve reforzado con los poderes ofrecidos por su diosa. La verdad es que aún no le tengo calado, y no sé si está con nosotros por agradecimiento por su liberación, miedo a quedarse solo, conveniencia puntual, o nos está manipulando de una forma que escapa a mi entendimiento para que le llevemos en volandas a su mística misión. Recientemente se ha agenciado de una escalofriante máscara que ha empezado a llevar a todas partes, supongo que para romper con esa percepción inicial de chiquillo desvalido que todos tuvimos al verle por primera vez.

Morrigan
¿Qué decir de la bella Morrigan? Desde nuestro primer encuentro se ha presentado, sin ningún tipo de tapujos, como una manipuladora nata. Apenas conocemos nada sobre ella, más allá de que quiere detener la corrupción que asola el mundo, y que es muy, pero que muy guapa. Nos aborda con insinuaciones sin ningún disimulo, y aunque sé perfectamente que es su juego, incluso su fachada para que no consigamos ver a través de sus actos, he de confesar que disfruto tanto como me estremezco con sus contorneos, insinuaciones y acercamientos extremos.
Nota, si quiero tener una relación menos desbalanceada con ella tengo que aprender a no desmoronarme cada vez que se acerca a menos de 10 centímetros de distancia (distancia normal para ella para entablar una conversación) o cada vez que me roza con su mano o senos.

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