miércoles, 28 de abril de 2010

Nueva viñeta!

Despúes del parón navideño llega una nueva viñeta, que describe el conversación privada que tuvieron Medrash y Tarja antes de entrar en el foso de los demonios.

Espero que os guste!

martes, 27 de abril de 2010

Des Ann, Kane, Kurt, Lys, Medrash y Tarja

Después de unos cuantos meses de silencio, retomo los aportes gráficos con este dibujo del grupo de "malos".
Como siempre intento plasmar mi visión de cada personaje, aunque a estas alturas creo que más o menos ya todos nos imaginamos de forma similar. Espero que os guste ;)

martes, 20 de abril de 2010

Alas de dragón VIII

VIII
El cielo mostraba una miríada de colores. El negro se tornaba en violeta, que se volvía un rojo intenso, y naranja después, mientras que el sol salía de su descanso nocturno. Quizás no era el momento más sagrado de su diosa, pero incluso un clérigo de Shiva podía apreciar la belleza del amanecer. En parte porque era junto con el atardecer uno de los momentos en los que su fría dama se encontraba con su marido, Pelor, pero sobre todo porque hacía apenas un mes que había estado muerto. Desde que habían logrado resucitarlo, todo parecía más luminoso y agradable, y se sentía más optimista. No sabía cuánto tiempo le duraría, pero esperaba que fuera mucho.
Al día siguiente de su resurrección, su discípulo se había marchado, dejando sólo una nota sin demasiados detalles, pero no había estado sólo. Desde su aventura, había trabado una cierta relación con Gilian y con el orfanato al que ayudaba, así como con Thorcrim, que seguía buscando algún maestro herrero enano que completara su formación. Los dos le habían visitado de vez en cuando. Cora y Denay también se habían marchado, como guardianes de una caravana comercial, y no había vuelto a saber de ellos desde que partieron.

En esas estaba cuando escuchó el rítmico sonido de las corazas de mallas y placas, y se vio rodeado de cuatro miembros de la temida Guardia Carmesí, de bajo rango, a juzgar por sus armaduras poco ornamentadas. La Guardia Carmesí no sería el cuerpo más apreciado ni disciplinado del ejército de Alexandria, pero sí uno de los más temidos. Se les consideraba los puños de hierro de la reina, que cada vez con más frecuencia, utilizaba sin miramientos. Que estuvieran allí sólo podía significar una cosa. Problemas, graves problemas.

El que parecía el líder, un tipo con un peto de placas y la cara surcada de cicatrices, le ordenó que depusiera las armas y se rindiera, pues la reina había dado orden de arrestarlo, acusado de espionaje. Los cargos eran sencillamente ridículos, pero algo en su interior le dijo que si acompañaba a aquellos hombres jamás volvería a ser visto, así que se dispuso a vender cara su vida.

Aquello habría sido su fin si no fuera porque, providencialmente, Thorcrim y Gilian habían decidido visitarlo aquella misma mañana. El enano iba enfundado en una flamante coraza de bandas de acero, y portaba un hacha de combate, también nueva. Se lanzó de cabeza contra la retaguardia de los guardias, embistiendo a un tipo cetrino con cota de mallas que llevaba un arco, antes de emprenderla a hachazos, que el individuo repelía a duras penas con una espada corta. No sería la técnica más sutil ni elegante del mundo, pero parecía efectiva. La primera noticia que tuvieron de la halfling fue un pequeño virote de ballesta clavándose en el costado del líder de los guardias, en la juntura entre dos placas. Aprovechando el impulso inicial, presionaron a los guardias hasta que abatieron a tres de ellos, y el cuarto optó por la retirada, sin duda en dirección al acuartelamiento más cercano, así que los tres compañeros corrieron como alma que lleva el diablo hacia las afueras de la ciudad. Aunque lograran probar su inocencia, habían matado a tres guardias. No podrían regresar jamás.

Acababan de dejar atrás las últimas casas de los suburbios cuando se encontraron de cara con Daemigoth, Cora y Denay, que, cosas del destino, regresaban en esos momentos. En pocas palabras, y sin dejar de caminar a paso ligero, les informaron de lo sucedido, y decidieron refugiarse en el bosque del sureste, donde Xhaena les podría dar consejo sobre qué hacer.

Cuando se encontraban en las afueras del bosque de repente el cielo se oscureció. Los compañeros alzaron la vista hacia el cielo y contemplaron anonadados un espectáculo que se resistían a creer. Decenas, centenares de barcos voladores, surcaban majestuosamente el aire, batiendo sus alas propulsoras con movimientos rítmicos y acompasados, en vez del traqueteo con el que se solían mover esas creaciones mecánicas, mientras el sol destelleaba en los rutilantes refuerzos metálicos de las naves. Se dirigían hacia el este, hacia Sanlhoria. La patria de Garret.

Aquello era imposible. Alexandria jamás había poseído una flota semejante. Sólo unos cuantos ingenieros gnomos conocían los secretos de la construcción de los motores de aquellos barcos, y muy pocos de ellos trabajaban para un reino que no fuera Sanlhoria. Se suponía que el aquel reino no podía movilizar más de un centenar, pero estaban contemplando al menos cinco veces aquella cantidad.

Era imposible. Era una locura. Era… el principio de una guerra.

Demasiado asombrados para pronunciar una sola palabra, corrieron hacia el bosque en busca del sabio consejo de Xhaena. Garret maldijo en voz baja. Se le había terminado el optimismo.

miércoles, 14 de abril de 2010

La justicia de Hextor II

Procedió a leer los cargos:

-“Se te acusa de haber fracasado en tu deber ante Hextor y ante tu señor.”-Se tomó unos instantes para que calara la acusación-“Se te acusa de no haber pagado tu tributo a esta capilla.”-Otra pausa. Aquellos eran los dos cargos que se les había atribuido a los demás. Era el momento del golpe teatral, así que continuó diciendo. –“Se te acusa de haber ROBADO el tributo de Hextor para tus propios fines.”

La multitud, que hasta entonces había guardado completo silencio, no pudo reprimir un gemido de sorpresa y temor. El robo a un templo se consideraba uno de los peores delitos, y la crueldad de su castigo sólo estaba limitada por la imaginación y el sadismo del álastor encargado de juzgarlo.

-“Sin embargo, existe la posibilidad de que tu evidente fracaso se deba a que Hextor te haya concedido tantos hijos sanos.”-Nuevamente cogió por sorpresa a los presentes. No era nada común que un álastor admitiera ningún tipo de atenuante. –“Deberías sentirte honrado por ello, pero es igualmente evidente que tus compromisos exceden tu pobre capacidad. Por ello, y en nombre de Hextor, reclamo para él lo que es suyo. Uno de tus hijos mayores se convertirá en propiedad de esta capilla. A ti se te aplicarán cien latigazos como castigo por tu fracaso.”

El hombre abrió los ojos desmesuradamente y se puso pálido como el pergamino. Jacob no deseaba quedarse con el hijo mayor, la opción más obvia para la mayoría dada su excelente condición física. Parecía demasiado estúpido para ser cualquier cosa que no fuera campesino o carne de cañón para la batalla, pero no en un verdadero guerrero, y ya era casi un hombre, lo cual le hacía menos moldeable. Quería quedarse con la niña, obviamente más avispada, y lo suficientemente joven para convertirla en lo que fuera con un poco de paciencia. Aún así, decidió arriesgarse a darle a elegir al padre entre su hijo y su hija mayor. Lo cierto es que tampoco era un gran riesgo, el muchacho ya era casi un hombre, que haría el trabajo de un adulto, quizás más que el de uno, y en un año o poco más abandonaría la familia para fundar la suya propia, mientras que la chiquilla estaba en esa época complicada en la que comía como un adulto pero no podía trabajar como tal.

Tal y como era de esperar, el hombre eligió a la joven, en voz tan baja que apenas se escuchó. Sin alterar ni un instante su tono de voz, Jacob le hizo repetir su decisión de modo que todos los presentes pudieran oírla. El ya de por sí opresivo silencio que reinaba en el templo pareció hacerse más intenso, como si todos tuvieran algo que decir pero nadie osara hacerlo. El padre sabía que estaba condenando a su hija a la muerte, pocos sobrevivían más de un par de años como esclavos de Hextor. La made también lo sabía, pero aunque tenía los ojos llenos de lágrimas, sabía que era la mejor opción para el resto de la familia. La niña también lo sabía, y por ello jamás les perdonaría. Jacob Kane también sabía eso, por eso había dado elección al padre. Por lo que respectaba a la muchacha ella ya no tenía una familia. Lo que ella no sabía era que la iba a tener, una más grande, más fuerte y más unida de lo que la había tenido nunca.
Al finalizar el día tenía cinco esclavos, y había un hombre había sido ejecutado. Se trataba del quinto de la lista, un hombre de treinta y pocos años, casado con una jovencita. Aunque sus tierras no eran buenas, Jacob sospechaba que la importante cantidad que adeudaba sólo podía deberse a un descarado escamoteo, seguramente intentando ahorrar una suma suficiente para huir a otro lugar. Probablemente había cometido el grave error de subestimar al nuevo álastor. Su final sería un ejemplo para que otros no cometiesen el mismo error. Jacob sólo lamentaba no haber dispuesto de un verdugo habilidoso para administrar el castigo, ser ahorcado con sus propias tripas. Aunque Luca se había empleado con notable entusiasmo, lo cierto era que aquel criminal se había escapado con apenas quince minutos de tormento. Un verdadero verdugo podría haberlo prolongado durante horas. En cierta ocasión había visto un hombre desollado en vida que había sobrevivido durante todo un día antes de desangrarse. De todos modos, el cadáver de aquel desgraciado colgaría durante un par de semanas siendo pasto de los cuervos, como recordatorio para el resto. De los cinco esclavos que había cosechado, dos hombres jóvenes y en un estado de salud aceptable serían enviados al templo madre como parte del tributo, que de esa manera quedaría sobradamente cubierto, y uno, la esposa del hombre ejecutado, permanecería el resto de su vida como esclava de la capilla. No se trataba de una mujer especialmente hermosa, pero tampoco era fea, por lo que los soldados de la guardia se alegrarían de contar con sus amables servicios. Era una lástima que aquel lamentable grupo de soldados que conformaban su guardia estuviera tan dominado por sus instintos más básicos, pero a fin de cuentas, el que quiera tener perros tiene que arrojarles un hueso de vez en cuando.

Para muchos clérigos, donar esclavos como parte del tributo era una medida desesperada, ya que al reducir la población bajo su control, se reducía su poder. Sin embargo, Jacob se había dado cuenta de que aquella malicienta tierra estaba alimentando demasiadas bocas, así que hasta que los campesinos no se recuperaran un poco y las cosechas mejorasen con su renovado trabajo, no podría soportar a más gente. Además, las tierras del hombre ejecutado se repartirían entre siervos más honrados y trabajadores, por lo que tampoco se le echaría de menos.

De todos modos, estaba más interesado en los otros dos esclavos, la chiquilla y un muchacho que también parecía prometedor. Ambos permanecerían un mes entre los esclavos, y si lograban sobrevivir y conservar la cordura, los convertiría en siervos del templo bajo su control personal, al igual que tres jóvenes que ya había comenzado a adiestrar. Con el tiempo aprenderían a respetarle de un modo que jamás habían respetado a sus padres, a luchar, a ser valientes, a sentirse superiores a la masa e campesinos y cual era su lugar en la Iglesia de Hextor. No era un ejército, pero era un comienzo. Y Jacob era un hombre paciente…

viernes, 9 de abril de 2010

Alas de Dragón VII

VII
Salir de la cueva donde habían permanecido una interminable semana fue un camino penoso, lejos de la liberación que habían pensado que sería. Estaban todos destrozados, tanto física como emocionalmente. Con la ayuda del bárbaro, Daemigoth cargaba con el cadáver del que había sido su mentor y amigo, mientras que el enano y Cora llevaban el del discípulo de Xhaena. Sólo les quedaba la esperanza de que la recompensa por el cien veces maldito rubí fuera suficiente para pagar su resurrección. Y si podía ser, la del explorador, claro.

Tras casi un día de marcha, llegaron a Alexandria, donde se dirigieron al templo de St Cuthbert, para ver si su exigua recompensa bastaba para pagar la resurrección. No le hacía ninguna gracia ese lugar. Los clérigos no veían la competencia con muy buenos ojos, así que Garret nunca había sido muy popular por allí. Además, los devotos del también llamado dios verdugo veneraban la ley, no la justicia, así que la compasión no era uno de sus puntos fuertes, precisamente. No era uno de los cultos más apreciados en los barrios bajos donde se había criado.

Les reclamaron dos mil piezas de oro por resucitarles, y eso que les hacían precio especial por haber caído al servicio del palacio, según dijo el clérigo. Aquello era más dinero del que cualquiera de ellos había visto en su vida, y salvo milagro, estaba claro que la recompensa no iba ser ni de lejos tan generosa. Cuando se disponían a marcharse, el clérigo se fijó en la capa con unas alas bordadas que habían encontrado en la caverna, e inmediatamente se ofreció a resucitar a los dos a cambio de la misma. No había que ser un genio para darse cuenta de que aquel cabrón codicioso e insensible sabía que la capa valía mucho más. Daemigoth se puso enfermo, después de todo lo que habían hecho por esa panda de desagradecidos, ahora además intentaban timarles. Muy a regañadientes, se calló. Si tenían que dejar que les jodieran por recuperar a Garret, que así fuera. Desgraciadamente, el bárbaro no tuvo el sentido común de resignarse e insultó al clérigo. “Comadreja codiciosa” fue lo más suave que le soltó, y después, evidentemente, les echaron a patadas. Aunque Daemigoth podría haber firmado todas y cada una de las palabras que el salvaje dijo, estuvo a punto de intentar estrangular a ese tipo por negarle a oportunidad de revivir a su mentor.

Después fueron al palacio, donde casi inmediatamente fueron recibidos. Por suerte, el kehay prefirió quedarse fuera, lo que estuvo bien para evitar más conflictos por su falta de tacto. No era que Daemigoth esperara un desfile de bienvenida, pero el trato que allí recibieron fue menos que correcto. Les recibió un secretario de aspecto cetrino, que les reclamó el rubí y les entregó una bolsa con quinientas piezas de oro. Cuando le intentaron explicar que con aquello apenas pagarían la mitad de una de las dos resurrecciones que necesitaban, con unos gélidos modales, les invitó a que se marcharan, lo cual era el modo fino de mandarles a la mierda. Estaba claro que la muerte de Garret no le iba a quitar el sueño a nadie en ese palacio.
O eso pensaban , porque cuando estaban a punto de salir se encontraron con una muchacha, vestida ricamente. Cuando se quitó la capucha de su capa roja, el enano y Gilian la reconocieron como la princesa Neivah, la sucesora al trono de Alexandria. A Daemigoth le pareció una chica muy guapa, con cara agradable y pelo moreno, que además, al contrario que todos los demás en ese maldito edificio, no les trató como si fueran un montón de basura. En pocas palabras, les dijo que era injusto que después de todo lo que habían hecho no pudieran ni recuperar a sus compañeros caídos, así que les dio un colgante con el que deberían poder pagar las resurrecciones y se fue sin más. Parecía que no quería que nadie la viera ayudando a los aventureros.

Daemigoht pensó que igual temía que si se corría la voz de que no era una cabrona sin sentimientos igual la desheredaban, viendo como era el plan general en ese lugar.
Regresaron al templo de St Cuthbert, donde las estimaciones de la princesa fueron correctas, y aquel atajo de codiciosos despiadados accedieron a revivir a Garret y al otro. Las tres horas que duró el complejo ritual fueron de una agónica espera. Daemigoht no sabía casi nada sobre el proceso, ya que estaba mucho más allá de las capacidades de su mentor, pero había oído que no siempre funcionaba, así que después de haber entregado algo que valía diez veces más que todas sus posesiones juntas, incluida su casa, resultaba que no había garantías.

Tras una espera que se le hicieron interminables, Garret y el aprendiz de Xhaena aparecieron caminado tranquilamente por la puerta, un poco pálidos, pero con un aspecto aceptable. Y bueno, estaban vivos, que no era poco. Después de esto, todos estuvieron más aliviados de lo que nadie pudo expresar. Repartieron el resto de la recompensa y se dispersaron por toda la ciudad para hacer compras. Aquella noche había fiesta, y tenían mucho que celebrar.

La fiesta duró toda la noche, y fue muy divertida. Fue agradable ver a los que habían sido sus compañeros en un contexto distinto de luchar por sus propias vidas, y Garret acabó totalmente borracho, tras haber intentado seguir el ritmo de bebida del enano, que dos horas más tarde también acabó por los suelos. Él mismo acabó algo achispado, y encontrando agradable compañía a lo largo de la noche.

Sin embargo, se mantuvo lo bastante sobrio para no cambiar de opinión sobre una decisión que llevaba algún tiempo madurando. A la mañana siguiente, dejando solamente una nota para Garret, Daemigoth abandonó Alexandria. Había decidido dirigirse a un monasterio que había en las montañas al este. Sentía que debía aprender autodisciplina si quería tener una oportunidad de dominar realmente su poco corriente don, y esperaba que allí pudieran enseñársela. Por segunda vez en una semana, cogió sus escasas posesiones y abandonó su hogar.

martes, 6 de abril de 2010

La justicia de Hextor I

La capilla era pequeña y oscura, apenas decorada con unos cuantos candelabros, elaborados sin mucho arte. El territorio que dominaba no era mucho mejor, una serie de campos mustios, con un ganado raquítico y unos campesinos cuyo aspecto era igualmente miserable, que habitaban una aldea con casas de tejados desvencijados. Todo cuanto abarcaba a la vista era pobre, sucio y maloliente en aquel pequeño dominio subsidiario. Y sin embargo, aquello era suyo. Él era el álastor de esas tierras, amo y señor de las mismas, con derecho sobre la vida y la muerte de todos los que moraban en ella. Para mayor gloria de Hextor, naturalmente. No era mucho, pero era un principio.

Y Jacob siempre había pensado que era preferible gobernar en el averno que no servir en el cielo. Apenas hacía unos meses que le habían concedido el dominio, pero las cosas comenzaban a cambiar lentamente. Su predecesor en el cargo había hecho un buen trabajo inculcando a los siervos un saludable temor por la autoridad, pero por lo demás era obvio que se había tratado de un completo idiota por dejar que el lugar se echara a perder de aquella manera. Cuando llegó, los campesinos estaban tan débiles que apenas podían sostener sus herramientas de trabajo, así que se había visto obligado a aumentar la ración de alimentos. Aquello había mejorado algo el paupérrimo aspecto de sus siervos, pero aún no había dado tiempo para que la cosecha aumentara. La del año siguiente probablemente sería mejor, pero primero tenía que enviar su tributo a La Capilla del Lamento del Sur, y lo cierto era que no había mucho que enviar, lo que podría ser un problema. Había llegado de exprimir un poco a los siervos, pero sin sacarles todo el jugo, y había sido tristemente obvio que no todos iban a poder cumplir con las expectativas. “El objetivo del siervo y del esclavo es servir con su vida o con su muerte a su señor”, era la palabra de Hextor, y con su muerte no resultaban de momento demasiado útiles.

Ante él se encontraban una fila de no menos de veinte siervos, aquellos que no habían podido cumplir con el tributo. Mirándolo por el lado bueno, aquella colección de desgraciados le daría la oportunidad de reafirmar su autoridad, para evitar que pudieran pensar que se trataba de un señor demasiado benévolo. Además, le permitiría enviar otro tipo de tributo. Le disgustó ver entre la fila al molinero, Dein o Deir, o como se llamara aquel personajillo, el único de toda la aldea que poseía una oronda barriga. Estaba claro que sisaba del grano más de lo que correspondía, como casi todos los de su oficio. El hecho de que fuera uno de sus más hábiles delatores implicaba que era demasiado útil para castigarlo con demasiada dureza, por lo que estaba algo más tranquilo que los demás, aunque no mucho. Treinta latigazos y una multa en especie de sus reservas de grano serían suficientes, y probablemente más de lo que se esperaba ese hombrecillo. Seguramente gimotearía como una niña, pero lo aceptaría y seguiría proporcionando su valiosa información si le amenazaba con quitarle su privilegiado oficio. Más le dolerían los latigazos del hambre.

Observó cuidadosamente todos los hombres de la fila e identificó a sus familias, anotando mentalmente el número de hijos, estado físico y edad de los mismos. Como un ganadero examina el ganado que está punto de adquirir. Cotejó los nombres de los infortunados aldeanos con la lista que tenía entre sus manos, fijándose en los seis que tenían deudas más elevadas. La lista estaba escrita en caracteres abisales, en una rebuscada caligrafía. La mayoría de los campesinos no sabía leer ni escribir, pero nunca estaba de más que no entendieran el documento que tenía entre las manos. Nunca estaba de más remarcar las distancias, y el imaginar las acusaciones de qué crímenes y castigos estarían apuntados en ella era un tormento en sí mismo para muchos.

Se tomó su tiempo antes de empezar, dejando que el silencio alimentara la incertidumbre. Quizás fuera algo teatral, pero parecía tener efecto. Después condenó rápidamente a los cuatro primeros hombres con penas de latigazos y entre 2 y 4 semanas de trabajos forzados en la tierra de la capilla, junto con los esclavos. Una pena dura, que habría sido considerado desproporcionado al otro lado del océano para castigar a unos hombres que apenas habían dejado de entregar cosechas por valor de unas pocas monedas de plata, pero era el mejor trato que podían esperar de un servidor del Señor de la Tiranía. Más de uno de los sacerdotes más inflexibles habrían ordenado azotarlos hasta la muerte, pero los quería vivos y trabajando, no muertos e inútiles. Además, ya había sido prevista la merma en los impuestos, de manera que no suponía un grave contratiempo. Y ya habían sido previstos castigos más severos para los que estuvieron más lejos de cumplir sus obligaciones hacia Hextor y hacia su señor, que serían suficiente para dar ejemplo. El quinto hombre era uno de ellos. Debía el equivalente a 57 monedas de plata. Tenía mujer y seis hijos. El mayor tendría unos 15 o 16 años, más alto que la mayoría de los hombres de la aldea, con la constitución de un buey, aunque no mucho más inteligente, a juzgar por su aspecto. El menor sólo era un bebé, no tendría más de dos años. Era toda una proeza que ese hombre hubiera logrado mantener una familia tan extensa en una tierra como aquella, pero era evidente que el exceso de bocas que alimentar era el motivo por el que había quedado tan lejos de poder pagar el tributo exigido. Se fijó entonces en una niña, la segunda hija del hombre, probablemente, de trece o catorce años, y parecía inteligente y en buena forma. Su expresión denotaba que sospechaba que su padre no se iba a librar tan fácilmente como los demás, lo cual era cierto. Pero Hextor no debía guardar rencor a un hombre que sin duda había trabajado duramente. Si su carga familiar era demasiado pesada, habría que aligerarla.

Los 10 mandamientos del arte de la guerra.

Los 10 mandamientos del arte de la guerra.
Por Jacob Kane.
1. Tendrás en cuenta tu función en el equipo, y te situarás allí donde puedas desempeñarla con mayor eficacia. Recordarás tus poderes y beneficios pasivos, así como marcar a tus enemigos, declararlos presa, o lo que sea, en el momento oportuno.
2. Tendrás en cuenta la función de tus compañeros, y evitarás situarte en la medida de lo posible en lugares donde les obstaculices, no impidiendo el avance de los luchadores de melé ni cortando la retirada de un aliado trabado que deba evitar el combate cuerpo a cuerpo. También flanquearás con tus aliados a la primera ocasión.
3. Si el enemigo tiene poderosos ataques de área, te alejarás de tus compañeros e intentarás entremezclarte entre los enemigos. En caso contrario, permanecerás cerca de tus aliados y les darás apoyo.
4. Centrarás el fuego con tus compañeros sobre los adversarios más dañinos siempre que sea posible, especialmente contra aquellos que parezcan más frágiles.
5. No entrarás en medio de una gran concentración de enemigos, ya que no solo evitarás que te flanqueen, sino que evitarás recibir fuego amigo de área.
6. Protegerás a los sanadores, al menos mientras no hayan gastado todas sus sanaciones, y reclamarás su ayuda cuando lo necesites.
7. Usarás el terreno en tu beneficio, y evitarás que el enemigo haga lo mismo. De este modo, buscarás situarte en las esquinas si tus adversarios intentan flanquearte, pero las evitarás si no deseas verte trabado cuerpo a cuerpo, evitarás los cuellos de botella, etcétera.
8. Si vas a hacer varias acciones en un turno, harás primero las que no puedan pifiar, como mantenimientos de poderes y sanaciones, o las más importantes, salvo que hayas planeado algo que requiera un orden determinado.
9. Usarás tus poderes mayores en cuanto la situación permita un buen aprovechamiento de los mismos, en lugar de esperar a que sea demasiado tarde. Un enemigo que muera en los primeros compases del combate ya no será una amenaza.
10. No usarás tus poderes supremos cuando el combate ya esté ganado, pero tampoco esperarás a usarlos para cuando ya esté perdido.
Basado en las enseñanzas del “Codex de hierro” la guía táctica y uno de los libros sagrados de la iglesia de Hextor.