sábado, 16 de mayo de 2015

Crónicas de Ocaso III: Asalto en alta mar

El local tenía un aspecto deplorable,  todo un antro.  Desde fuera parecía un posada cualquiera,  una de esas en las que no suelen parar los viajeros que cuenten con algo de plata, y mucho menos los lugareños decentes. Pero por dentro la cosa se hacía más interesante. En la planta baja destacaba la gran barra llena de suciedad, gente semi inconsciente y signos de lucha, presidida por un posadero de aspecto hosco que limpiaba una jarra a base de escupitajos y delantal, aún más sucio que la barra. Olía a sudor, vómitos y sexo, y del piso de arriba de vez en cuando llegaban los gritos mal fingidos de las prostitutas.  Cuando la puerta se abrió, una desagradable ráfaga de viento entro en la sala, agitando las llamas del hogar e incomodando a los presentes. Fuera hacía una noche fría y ventosa, lo normal en esta época del año en el pueblo de Lastwind, y el viajero se alegró de entrar en un lugar cálido y seco. Era alto y delgado, estaba cubierto con una cochambrosa capa con túnica, y de su afilada cara apenas se distinguía una media barba de color castaño.  Su nombre era Elodrin, y su disfraz pretendía que aquí no le apodaran “El Elfo”. Se dirigió a la barra, y sin mediar palabra hizo la señal convenida.  El posadero le miró con desconfianza, pero condujo al extraño visitante tras la barra, hacia la despensa. Según se acercaban, el sonido del antro cambiaba, y los jadeos de las putas eran sustituidos por los gritos amortiguados de decenas de personas. Cuando se abrió la trampilla del suelo el ruido se volvió ensordecedor. El sótano de la posada estaba lleno de gente rodeando un foso de lucha. El público jaleaba a los combatientes, mientras que los corredores de apuestas recogían monedas desgastadas y apuntaban las apuestas en la pared de pizarra.

Elodrin se abrió paso entre la multitud, ansioso por ver lo que había venido a buscar. Este era el tercer pueblo costero que visitaba. Se había pateado todas las tabernas de tipos duros, había hablado con decenas de mercenarios, pero ninguno aceptó el negocio propuesto. Incluso tuvo que huir del último pueblo, tras ser acusado de tramposo. La verdad es que necesitaba dinero, y no le importaba timar a aquella escoria. Cuando por fin llegó al foso, la desilusión fue mayúscula. Dentro, un tipo enorme le estaba dando una paliza a un hombre mucho más pequeño que él aunque fibroso y con pinta de duro, imagen acentuada por las cicatrices que surcaban su cara y cerraban su ojo derecho. El más pequeño de los dos no paraba de encajar golpes, alguno de los cuales le debería haber tumbado, y sus movimientos eran lentos y torpes. El desgraciado se había metido en una lucha de foso completamente borracho.  El gigante le hizo una presa y al apretar el desagradable sonido de los ligamentos y huesos al llegar al límite llegó a los sensibles oídos de Elodrin. Y en ese momento de desesperación, el tuerto sonrió. Le propinó un cabezado al gigante, que soltó la presa y retrocedió dando trompicones, con la nariz rota y sangrando como un cerdo. Se abalanzó sobre él, propinándole una tormenta de golpes a ambos costados, que desbarataron la torpe guardia de su rival, aún aturdido. Todo terminó en unos segundos con un descomunal rodillazo a la mandíbula, que dejó al tipo más grande inconsciente y malherido.  Elodrin se apartó, y esperó a que el luchador victorioso recibiera la tajada de las apuestas. Cuando el tumulto se fue dispersando por fin se acercó a él, y le abordó con una fórmula comprobada, invitándole a un trago.  El tuerto, que se presentó como Hadrian, aceptó de buen grado. Elodrin había iniciado esta conversación de muchas formas distintas, con tacto, rodeos, sondeando a su interlocutor, pero sabía que con aquel tipo nada de esto iba a funcionar, así que la conversación empezó con las palabras “Tengo un negocio que proponerte, uno absurdamente arriesgado y no excesivamente bien remunerado. Tengo que asaltar una galera orca, y te ofrezco doscientas piezas de oro”.

A las dos noches era luna nueva, y aprovechando la oscuridad Elodrin y Hadrian abandonaban el barco de un contrabandista Halfling para tomar el bote que les debería permitir acercarse al barco orco. El pequeño barco, más rápido y maniobrable que la pesada galera, se la había adelantado y dejó el bote con los dos hombres en el punto en el que unos minutos más tarde debería pasar el otro barco. Hadrian le pidió las consignas de tal disparatada misión al ahora no disfrazado Elfo, le dijo que hiciese lo que pudiese, pues él se encargaría del resto. Elodrin pensó que si aquel tipo era lo mitad de bueno de lo que aseguraba ser tendrían una mínima posibilidad de éxito. Sin duda el vigía del barco, de no estar inconsciente o muerto los vería a pesar de la oscuridad, así que Elodrin se concentró, murmuró unas palabras y la silueta del bote  empezó a desdibujarse y a parecerse a unos restos  de madera a la deriva. Pero no era suficiente, su poder sólo afectaba a parte del bote. Entonces Hadrian, con una sonrisa hizo lo propio y su parte del bote se sumergió en sombras, completando el disfraz. A los pocos minutos el barco pasó rozando el bote camuflado, y los dos hombres lo abordaron, agarrándose a una escotilla del nivel más bajo. Dentro la estancia estaba iluminada por un par de antorchas. Se trataba de la “sala de máquinas”, llena de filas de bancos rodeados de cadenas en la que los esclavos podrían aportar sus escasas fuerzas para mover los enormes remos. Al fondo de la sala, una gran jaula retenía a al menos veinte esclavos. Pero no era lo único que había ahí abajo. En la otra punta, los chillidos de un jabalí ahogaban los murmullos de los esclavos, y en el centro, una pareja de orcos montaba guardia, con sus letales hachas listas para partir por la mitad a quien montase jaleo. En ese momento, la escotilla  que conducía al nivel superior se abrió,  de ella asomó un enorme semi ogro, armado con un látigo y un gran hacha de combate, aún mayor que la blandida por los orcos.

A la señal del elfo, los dos se pusieron en acción. El ojo muerto de Hadrian resplandeció un instante, y el tatuaje de zorro que lucía en  su costado izquierdo comenzó a tomar vida. Los motivos tribales empezaron a retorcerse entre sí, y acabaron por salir de su cuerpo en cientos de diminutas hebras. Entonces se hizo el silencio más absoluto, el que sólo puede producir la magia. Al mismo tiempo, Elodrin murmuró unas palabras y proyectó la imagen que tenía en su cabeza sobre la jaula de los esclavos. Una vaporosa dama, con pinta espectral y la cara de su madre (era la primera que le vino a la memoria) se elevaba en la jaula sobre los esclavo, y extendía  la mano hacia los orcos, con gesto amenazador. Los orcos se apresuraron a abrir la jaula, gritando maldiciones contra la misteriosa intrusa, y el semigigante tomó el centro de la estancia. A los pocos segundos comenzó la destrucción. Elodrin salió de las sombras y se abalanzó sobre uno de los orcos, tras dos rápidos movimientos su sable seccionó piel, tendones y arterias de su cuello, acabando con él en un abrir y cerrar de ojos. Casi al mismo tiempo, Hadrian sacaba la hoja de su Kama de la espalda del otro orco, que tenía además la rodilla torcida en un ángulo escalofriante. Los compañeros se giraron para enfrentarse al semi gigante, que apenas se había percatado de lo que estaba sucediendo. Antes de que pudiera reaccionar ya estaba sufriendo el azote de los dos asaltantes. Enfurecido, descargó amplios arcos con su hacha, pero sólo encontraron aire, y cuando ésta acabó por incrustarse en el suelo de madera, cayó víctima del ataque combinado. En apenas veinte segundos se habían librado de los primeros tripulantes en el más absoluto silencio, pero seguro habría muchos más, y esta vez no estarían desprevenidos.

Rápidamente liberaron a los esclavos, menos uno descomunalmente grande llamado Urtang que estaba encadenado y apartado de sus compañeros. Entre ellos se encontraba un enano, que pese a las penurias del viaje conservaba una mirada dura y digna,  los latigazos no habían sido suficientes para arrancarle el espíritu. Se presentó como Thrain, paladín de Moradin y se erigió como el representante del grupo de esclavos, pues muchos de ellos apenas eran cuerpos retorcidos y balbuceantes. Elodrin les interrogó sobre el objetivo que le había conducido a asaltar aquel barco, dos muchachas y un chico regordete, pero no le supieron responder.  Thrain, y Urtang, parecían los únicos capaces de sostener un arma con garantías, pero no se atrevieron a liberar a este último, pues Thrain aseguraba que su mente era inestable y podría complicar las cosas, por lo que acordaron liberarle sólo en caso de necesidad. Finalmente, Elodrin y Thrain, armado con una de las hachas orcas, subieron a la estancia de arriba, mientras Hadrian escaló por fuera de barco para entrar por una de las ventanas del nivel superior. De forma sincronizada comenzó el segundo asalto. Tres  orcos discutían en el pasillo, rodeado de camarotes, y un cuarto, cubierto con un delantal lleno de sangre, salía de las cocinas con un cuchillo de carnicero enorme.  Antes de que pudieran reaccionar dos orcos caían a manos de los silenciosos asaltantes, y el momento de confusión se vio incrementado por la carga del enano, que se trabó en un brutal duelo de hachas con el tercero.  Mientras tanto, de una jaula situada al fondo de la sala, se oían los gritos de terror de otros esclavos, entre los que se encontraban niños, mujeres y viejos,  los que eran demasiado débiles para remar y ejercían de sirvientes. Entre ellos se encontraba un chico flacucho, del que destacaba su pelo blanco como la nieve. Thrain les había advertido que podría resultar útil, y era el único de los prisioneros que mantenía la calma. El cocinero cargó contra Elodrin, que esta vez no pudo esquivar el golpe y quedó malherido por un feo tajo en el brazo derecho.  Pensó, presa del aturdimiento del golpe,  que se les acababa la suerte, que todo estaba perdido.  Pero un gran estruendo le libró de tan amargos pensamientos. Una de las puertas de los camarotes salió despedida, y de su interior salió un impresionante orco negro, cubierto de pies a cabeza de una pesada armadura de hierro. Thrain, que ya se había librado de su contrincante, fue el primero en plantarle cara, pero sus ataques apenas superaban la defensa del orco, y cuando desató su ira sobre el enano, protegido sólo por harapos, a punto estuvo de decapitarle de dos mandobles. Mientras, Hadrian luchaba contra el cocinero, que se había parapetado en la cocina,  y Elodrin comenzaba a recuperarse del ataque. Entonces, recordó las palabras de Thrain, el joven del pelo blanco resultaría útil. Recogió las llaves del cadáver de uno de los orcos, pero al mirar hacia la celda, el camino estaba cortado por el enorme orco negro. Sin pensárselo dos veces retrocedió, parapetándose tras unos barriles para recuperar el aliento, y arrojó las llaves hacia la celda, pasando delante de las narices del orco. Entonces el aire vibró y una mano mágica apareció ante la cerradura, recogió las llaves al vuelo y abrió la cerradura. El joven del pelo blanco, por fin libre, levantó las manos, y recitando una plegaria a la reina cuervo canalizó el poder divino, al alcance únicamente de los Elegidos, hasta sus maltrechos cuerpos. Al instante los tres se sintieron mucho mejor, imbuidos con nuevas energías y con las heridas más graves cerrándose por momentos. Hadrian acabó con el cocinero, y ayudó a Thrain contra el orco negro, que apenas había recibido daños y se disponía a terminar el trabajo con el enano. Elodrin aprovechó la distracción del orco para atacarle por la espalda, causándole serias heridas, pero a pesar de encontrar resquicios vulnerables en la armadura, bajo ella se escondía una segunda coraza de dura piel y enormes músculos. Con el acoso de los tres el orco empezaba a flaquear, pero sus ataques dejaron a Hadrian y Thrain medio muertos, y se mantenían en pie sólo por el poder que fluía del chico de pelo blanco hacia sus cuerpos. La cara de esfuerzo le delataba, su energía sanadora se estaba acabando, y cada ataque del enfurecido monstruo se convertía en una carnicería que apenas podía contener con su magia. La situación se tornaba desesperada, y Elodrin decidió jugársela a una carta. Nunca lo había probado en combate, y mucho menos contra semejante bestia, pero el orco parecía debilitado, podría funcionar. De su zurrón extrajo polvo de cristal, lo lanzó al aire dibujando un signo arcano, y tras recitar las palabras, el orco comenzó a tambalearse y cayó inconsciente, dormido, al menos hasta que Hadrian le rompió el cuello y Thrain le clavó el hacha en la espalda.

Pero apenas tuvieron tiempo para recuperarse, lo justo para recuperar el aliento,  liberar a los prisioneros y hacer uso de alguna poción de curación. Al final del combate se les había unido Urtang, el enorme humano, armado con otra hacha orca. Finalmente subieron a cubierta, y esta vez los orcos estaban esperándoles. Seis orcos, y lo que parecía su jefe les amenazaban con su hachas y arcos. El coloso se abalanzó sobre ellos, y de un solo tajo acabó con uno de ellos. El combate se sucedía rápidamente, las flechas volaban, las hachas de los orcos causaban estragos, pero por el momento los cinco aguantaban. Hadrian y Elodrin luchaban en pareja, acabando rápidamente con uno de los orcos menores, hasta que centraron su atención en el líder. No era tan grande como el orco negro, pero demostró ser igual de peligroso. Manejaba un sable con destreza, y además parecía poseer dones mágicos. Invocó una terrorífica hoja mágica, que acosaba a Elodrin, y su mera presencia parecía redoblar las energías de sus tropas. Mientras tanto, el chico, que se había presentado como Aaron, se parapetaba de los flechazos del vigía y comenzó un duelo a distancia. De su mano brotaban haces de energía radiante, que volaban hacia su adversario en forma de cuervos de fuego. Cuando Thrain y Urtang acabaron con el resto de orcos, se volvieron contra los refuerzos que iban llegando. El combate parecía controlado, hasta que una jaula, cubierta por una gran tela estalló en pedazos y de ella salió un descomunal jabalí,  tan grande como un caballo de guerra, que envistió Aaron rompiéndole varias costillas. Finalmente entre todos consiguieron abatirlo, y el último orco, parapetado en lo alto del mástil caía ardiendo consumido por los rayos de Aaron.

Contra todo pronóstico lo habían conseguido, habían acabado con todos los orcos, y el barco era suyo. Se sentían héroes, exhaustos pero poderosos, casi imparables.  Entonces no lo sabían, pero su aventura apenas había comenzado. Tras el combate, reunieron a todos los prisioneros, y tras un registro minucioso de todos los camarotes, encontraron a Jonas, una de las personas que Elodrin había venido a buscar. Eran amigos, y si Jonas había acabado como esclavo en una galera orca, era el parte por su culpa. Pero no había ni rastro de Sarah y Alaijah, las otras dos jóvenes que buscaba. Tras la desilusión inicial, Elodrin se quedó toda la noche hablando con Jonas, recordando los buenos tiempos.  Esa noche todos descansaron.  Todos menos Hadrian, que se dedicó a conocer mejor a la dos jóvenes bellezas que habían liberado junto al resto de prisioneros, que le propinaron un caluroso agradecimiento.

El día siguiente se empleó para organizarlo todo. Se arrojaron por la borda los cadáveres de los orcos, se establecieron turnos para remar, y se clasificó a los liberados en función de sus habilidades. Desgraciadamente ninguno sabía navegar un barco de semejantes dimensiones, y lo más que se acercaba a un marinero era un aprendiz de pescador que apenas había llevado solo un pequeño velero. Decidieron intentar llevar el barco a lo que consideraron que debía ser el sur, ayudándose de los vientos, pero la travesía sería larga. Con el paso de los días el ímpetu inicial se iba tornando en desesperación.  Comenzaron las primeras tensiones, las amenazas y las peleas, y aquella noche, el primer asesinato. El joven pescador, la mejor baza para llegar a tierra firme, había desaparecido. Se organizaron turnos de guardia, y se prohibió quedar en solitario en ningún momento. Y a pesar de ello, el asesino volvió a actuar. Pero en esta ocasión le sorprendieron en pleno ataque. Le cogieron cuando acababa de arrojar el segundo cadáver por la ventana. Se reía como sólo hacen los locos, y no hacía más que repetir que el ritual se había completado, y nada menos que en luna de sangre. Ante la repugnancia de aquello, y para evitar las complicaciones de un juicio y posterior ejecución, Elodrin empujó al asesino por la misma abertura por la que segundo antes había arrojado a su víctima. Estaban jodidos, pero al menos se habían librado de la oveja negra. Al día siguiente todos estaban más tranquilos, hasta que el vigía se percató de que el agua alrededor del barco se tornaba del color de la sangre. Aquello no contribuyó a calmar a la tripulación, y la tensión se mascaba en el ambiente.

Recibieron la visita de unos  merfolk, los elfos del mar, parecidos a sirenas. Les advirtieron  de la amenaza de los malvados sahuagin, y a cambio recibieron “tesoros de la superficie”, elementos cotidianos del barco, como tenedores, clavos, vasos y otros objetos de metal. Y finalmente las advertencias de los merfolk se vieron cumplidas. A los pocos días todos fueron alertados por una serie de ruidos. Algo estaba golpeando el barco. Cuando salieron a superficie vieron como unos enormes arpones estaban clavados en el costado del barco, y lo peor, nuevos arpones comenzaban a volar sobre los mástiles.  Los disparos provenían de unos artilugios situados a lomos de unos enormes tiburones, guiados por unas extrañas criaturas humanoides anfibias, los sahuagin. Comenzaron a abordar el barco en gran número, algunos en cubierta, y otros en los pisos superiores. Los tripulantes intentaban romper las cadenas unidas a los arpones, que se tensaban ante las acometidas de los tiburones.  Se proponían volcar el barco o romper los mástiles. Los que estaban en condiciones de luchar repelían la amenaza invasora. Algunos morían, otros se escondían, y a los pocos segundos sólo plantaban cara los cuatro jóvenes héroes. Estaban agotados, sangrando por decenas de heridas, y los sahuagin parecían entrar en frenesí en cuanto olían la sangre. Se volvían más letales y rápidos, y tras las numerosas bajas iniciales, empezaban a ganar terreno. Aaron empezaba a tener demasiado trabajo, canalizando su poder divino sobre sus compañeros. Thrain, ahora equipado con un martillo de guerra y escudo, y una improvisada armadura,  se convertía en el bastión de la defensa, y Elodrin y Hadrian aprovechaban su velocidad para acabar con los enemigos en un dueto de muerte. Cuando parecía que habían acabado con todos los enemigos, uno de los mástiles cedió. Los tiburones seguían tirando de las cadenas, a pesar de los esfuerzos de Elodrin por acabar con sus jinetes con su letal arco élfico. Y mientras seguían ocupados en soltar arpones y romper cadenas, una explosión de agua les alertó. Del mar había surgido una enorme criatura, provista de cuatro brazos anchos como troncos de árbol, que voló de un salto hasta el centro de la cubierta. Los supervivientes se dirigieron a la nueva amenaza, atacándola con todo, pero apenas parecía notar los golpes, flechas o cortes. Cada vez que dirigía su atención sobre un defensor, acababa con él en unos segundos a base de cortes, garrazos o mordiscos. Las pociones volaban, Aaron estaba ya agotado, Hadrian y Thrain se levantaban por segunda y tercera vez, y Elodrin parecía ser la siguiente víctima. Pero finalmente, un ataque combinado de Hadrian y Thrain, que aprovechó Elodrin para colarse bajo las defensas del monstruo, sirvieron para acabar con él. Entonces oyeron el característico sonido de los cuernos de guerra de los melfolk, que acudían en su ayuda y produjeron la retirada al resto de sahuagin, sus enemigos naturales.

Y fue así como el maltrecho grupo, y su aún más lastimado barco, pasaron una semana a la deriva, inmersos en la desesperación. Hasta que al séptimo día divisaron tierra. Se aproximaron en un bote, para determinar si el poblado que habían divisado sería seguro, y en tal caso negociar  las condiciones para acoger a los casi veinte supervivientes.  Los habitantes del pueblo, llamado Karaya, fueron muy hospitalarios, y acogieron a los refugiados a cambio del destartalado barco. El alcalde, un hombre de mediana edad llamado Peeta, nombró a Ka’os, un agradable y extrovertido halfling “enlace” con el pueblo, y ayudó al variopinto grupo a establecerse. Esa misma tarde, un joven y atractivo mercader llegó al pueblo, respondía al nombre de Flinn, y también se mostró dispuesto a ayudar, a cambio de un precio justo. Las riquezas de los orcos sirvieron para pagar las armas y armaduras que demandaban Thrain y Aaron (al que tuvieron que convencer para que fuera más protegido), e incluso se hicieron con unas pocas pociones de curación. Pero no todo eran buenas noticias. En los últimos días, una extraña enfermedad comenzaba a hacer estragos. Misteriosas manchas negras aparecían en la piel de los enfermos, además de otros síntomas como debilidad y náuseas. Y lo que era peor, los enfermos no reaccionaban a la magia divina de Aaron y Thrain.  El pueblo estaba asustado, pronto comenzaron los rumores sobre el origen mágico de la enfermedad. Elodrin estaba preparando su equipo para marcharse de aquel pueblucho cuando le llegó la noticia. Jonas también había enfermado, y moriría de no hacer algo. Después de todo lo que había arriesgado no podía dejarle así. Finalmente los tres se juntaron en la plaza del pueblo junto Peeta, Ka’os  y una multitud de vecinos asustados. Respondían las preguntas con evasivas, hasta que finalmente Ka’os se armó de valor y puso voz a los cuchicheos. Hablaban de Morrigan, la bruja de bosque luminoso, pero no llegaban a ponerse de acuerdo sobre si sería parte del problema o de la solución. En cualquier caso, era su única pista, y comenzaron los preparativos para el viaje. Todos menos Hadrian, que ya había concluido su contrato, y se dedicó a abusar de la barra libre en la taberna y a probar placeres más carnales. Elodrin fue a informarle del viaje, pero al abrir la habitación, en lugar de encontrarse una o dos muchachas como esperaba, encontró a Hadrian retozando en la cama con Flinn, el joven mercader. Tras la sorpresa inicial, hablaron sobre el viaje, y dado que Hadrian no les acompañaría, se desearon suerte mutuamente.

A la mañana siguiente partieron los tres viajeros hasta bosque luminoso.  Cada uno movido por sus propios motivos, pero todos dispuestos a dejarse la piel. Pero su primer encuentro no fue el esperado. A la salida de Karaya no les esperaban orcos ni bestias, sino Hadrian, que finalmente decidió acompañarles. Y fue así como los cuatro partieron en busca de una nueva y peligrosa aventura.

martes, 12 de mayo de 2015

Dereck y Ellaria, una conversación camino a Malfer

Dereck y Ellaria paseaban por un bosquecillo al margen del camino. El cazador le había pedido consejo sobre cómo ayudar a su sobrino, y la vestal le había insistido en que no bastaba con que le diera buenos consejos mientras seguía siendo un mal ejemplo. Ya habían tenido varias veces esa misma conversación, que la bienintencionada sacerdotisa siempre había aprovechado para intentar rebuscar un poquito de bondad en el cínico cazador.
-“No vale con que le digas que no sea como tú. Lo que Achiles necesita es un ejemplo positivo. Alguna historia con un poco de bondad, alegría, o buenas intenciones. La fe también puede ser un gran consuelo. Piensa un poco. ¿Qué te hacía sentirte bien a su edad?”- Paró de golpe al comprender demasiado tarde que había metido la pata. Hasta el fondo. Derek había puesto un gesto torvo, y su postura denotaba una enorme tensión.
-“Bueno, cuando tenía su edad me hacía sentirme genial el ver que no me habían dado cuando nos arrojaban una salva de flechas o nos bombardeaban con fuego alquímico. Claro que a menudo te dabas cuenta luego de que algún otro pobre desgraciado al que conocías no había tenido tanta suerte, lo que era una putada. Pero bueno, fe había para dar y regalar, todos rezábamos todas las mañanas a todos los dioses habidos y por haber pidiéndoles llegar vivos a la hora de la cena.”- Dereck interrumpió su sarcástica diatriba, negó con la cabeza y continuó algo más calmado –“Mierda, me he puesto como si eso hubiera sido culpa tuya. En serio creo que mejor dejemos esa parte. Quiero que Achiles encuentre un poco de paz, no que se meta en una guerra.”
-“Va a ser lo mejor, y perdona por no haberme dado cuenta de que era algo doloroso para ti. Lo siento mucho…”
Dereck frunció el ceño. Ellaria llevaba dos días disculpándose por todo, como si no confiara en su capacidad de hacer nada bien. Era preocupante. Tenía que intentar parar eso, pero tampoco quería echarle demasiado hierro.
-“La próxima vez que te disculpes por algo voy a soltar una blasfemia. Y de las gordas. Además, soy yo quien te debe una disculpa. Tú tenías buenas intenciones y yo me he puesto como un energúmeno.”
Ellaria sonrió aliviada –“No necesitas disculparte.”
Dereck intentó aliviar la tensión con un poco de humor. –“Y no lo he hecho, sólo he dicho que te debo una disculpa, así que ya te la daré en otro momento.”
La joven meneó la cabeza, quizás algo divertida, pero decidió volver al asunto.
-“Vamos, seguro que tienes una historia propia que sea edificante. Aunque fuera de cuando eras un niño. ¿Nunca se te ocurrió hacer algún bien porque sí?
-“Bueno, si me voy muy atrás…” negó con la cabeza-“Esto es absurdo…”
-“Estabas pensando en algo. Vamos, seguro que valdrá.”
-“Lo dudo, pero tú mandas. Cuando tenía trece años pensé en aprender algo de carpintería. Viene bien en una familia de leñadores, así que decidí arreglar la mesa que teníamos en la cocina, que estaba muy vieja.  Y mi madre le tenía bastante cariño, porque había sido de su madre y era bastante buena. Le había pedido mil veces a Argo que la arreglara. Lo único que había que hacer era lijarla y darle una mano de barniz, y estaría como nueva.”
-“¿Ves? Eso está bien, es constructivo, generoso, y seguro que le hizo mucha ilusión.”
-“Eehhh, bueno, la cosa no salió tan bien. Con la lija fina se iba muy despacio, así que me harté y cogí una lima más gruesa, que empezó a dejar rayajos con todas partes. El caso es que acabé cogiendo una escofina para intentar arreglarlos…”
Ellaria puso una expresión entre curiosa, divertida y horrorizada, como la de quien ve algo que no puede acabar más que en desastre pero es incapaz de apartar la mirada.
-“Al final se me ocurrió que echando suficiente barniz se disimularían los desperfectos, así que la mesa acabó como algo que hubiera salido arrastrándose del pantano.”
La vestal se puso una máscara de seriedad forzada mientras intentaba no reírse.
-“Pero tu intención era buena, así que seguro que tu madre lo comprendió.”
-“Bueno, con suerte lo tendría en cuenta, así que seguramente que no habría sido tan difícil asumir el desastre.”
-“¿Habría?”- preguntó arqueando una ceja con suspicacia.
-“Es que fue mucho más fácil dejar que Argo cargara con el mochuelo. Se suponía que era él el que habría tenido que arreglar la maldita mesa. Y el muy idiota no dijo nada para acusarme.”- Dereck no pudo reprimir una sonrisa nostálgica, que rápidamente tornó en maliciosa. –“Claro que como lo hubiera hecho y se me hubiera ocurrido negarlo le habría caído el triple de castigo por intentar echarle las culpas a su pobre e inocente hermanito menor.”
-“Pero no lo habrías hecho, ¿verdad?”- en sus ojos había una súplica por una respuesta negativa. Negarlo habría sido una mentira demasiado descarada, así que sustituyó su respuesta por un encogimiento de hombros. Ellaria puso una breve mueca de reprobación pero echó mano de sus aparentemente ilimitadas reservas de optimismo.
-“Al menos harías algo para compensárselo a tu hermano, ¿no?”
-“Más o menos. Amenazó con retorcerme el pescuezo como a una gallina o algo así, así que le prometí que le ayudaría a conseguir algo de dinero para comprar una mesa nueva. Trabajé durante un par de semanas cortando leña, ayudando a las mujeres a llevar agua y esas cosas, y me gané unas cuantas monedas de cobre.”
Algo en el tono del cazador le indicó a Ellaria que no le iba a gustar demasiado lo que viniera a continuación-“¿Porqué sospecho que tu hermano no llegó a verlas?”
-“Te juro que quería dárselas, pero el día que iba a hacerlo llegó un buhonero que vendía caramelos, y sabía que las hijas de nuestros vecinos se morían por probarlos.”
-¿Y te gastaste el dinero en los caramelos y se los regalaste?- Su optimismo era encomiable, aunque a esas alturas Ellaria ya era incapaz de ocultar su escepticismo.
“Más o menos. Resulta que la mediana me gustaba.”
Ellaria esbozó una sonrisa de romántica ternura, como imaginándose un primer e inocente romance entre jóvenes.
 –“Es que era de mi edad y aunque la pobre tenía la cara llena de granos le estaban saliendo… ya sabes, todo lo que os sale a las mujeres por esa edad.” – dijo mientras enfatizaba sus palabras ahuecando sus manos sobre el pecho. La sonrisa de la vestal se había congelado en su rostro y se mordía nerviosamente el labio. “Y mi amigo Ajax decía que se había acostado con una medio novia que tenía por entonces y yo no quería ser menos.”
A medida que hablaba Ellaria iba creciendo en indignación, hasta que estalló encolerizada-“¿Se los intentaste cambiar por que se acostase contigo?¿Cómo demonios…?¿No tenías vergüenza…?¿Pero es que tú has hecho voto de quedar siempre como un cerdo o algo así?”
Por algún motivo a Dereck le hizo bastante gracia el exabrupto. Parecía que fuera imposible agotar la paciencia de aquella mujer, al menos sin asesinar a nadie, pero se estaba acercando bastante.
-“Vaya, qué genio. Deberías lavarte la boca con jabón antes de volver a hablar con Ishtar.”
La sacerdotisa dudó un instante, durante el que se sonrojó visiblemente, para el perverso regocijo del cazador, pero recuperó la compostura enseguida. Le miró como una profesora descorazonada a un alumno díscolo–“Eres imposible. Por favor, dime que la chica rechazó tu descarada incitación a la prostitución. Y si no lo hizo más te vale que me mientas.”
“La verdad es que hizo lo que cualquier chica sensata habría hecho. Me dio un beso a traición en los labios y aprovechando el momento en que me debí quedar con cara de gilipollas agarró la bolsa de los caramelos y se alejó corriendo dándome las gracias por mi generosidad. Así que me quedé con cara de tonto, con mi hermano queriendo asesinarme, sin el dinero y sin caramelos. Y con el calentón en todo lo alto y mi virtud intacta.”
Ellaria puso una mueca de incredulidad y comenzó a reírse. A carcajadas. La verdad era que no recordaba haberla visto hacerlo antes, y era una lástima. Era la clase de risa que te hacía olvidar lodos los males del mundo. No había escuchado nada parecido desde hacía años. Cuando la mujer paró de reír el cazador se hizo teatralmente el ofendido.
-“Oye,¿estás segura de que está bien que una vestal se ría de esa manera de las desgracias ajenas?”
Esta vez Ellaria no se amilanó, adoptó una pose de rectitud igualmente sobreactuada y contestó –“Bueno, podemos expresar alegría cuando triunfa la justicia. Y tendrás que reconocer que te lo habías buscado. De hecho la historia no está tan mal para contársela a Achiles.  Al final se impone el bien, el traidor recibe su justo castigo y queda claro que las chicas somos mucho más listas que vosotros. Con que omitas la parte más inconfesable de tus motivaciones estará bastante bien.”
-“Claro, porque seguro que al chico no se le ocurre que un chaval de esa edad pueda estar pensando en sexo.”- contestó sarcásticamente.
-“Con que termines diciendo de que te arrepentiste de lo que habías hecho bastará.”- repuso ignorando la puya.
Dereck se quedó pensativo durante unos instantes. Quedándose muy callado. Al final sonrió melancólicamente. –“¿Y si no me arrepiento?”
-“Pero si tú has dicho que terminaste…”- paró un momento al comprender que podía haber algo más e intuyendo que podía ser un tema delicado. “La historia no termina ahí, ¿verdad?”
-“Pues más bien no. Como te imaginas, la cosa no me hizo demasiada gracia. Pero al poco nos enteramos de que lady Alessa Talos había dejado plantado a Adrael Argelan poco antes de la boda,  lo que me pareció genial, porque comparado con eso lo mío no parecía nada. Hasta que dos meses después empezó la guerra. Y me pareció muy emocionante. Tras dos o tres meses más todas las demás casas nos fueron dejando colgados, así que movilizaron a mi padre y a Argo y dejó de parecerme tan divertido. Al año siguiente me convertí en escudero de Sir Crabber.”
-“¿El hijo del lord de Fallcliff?”
-“Sobrino, en realidad. En esa época el lord de Fallcliff era Dweilin Crabber, el hermano mayor del actual. No era un mal tipo. A menos para ser noble, ya sabes. Tanto el padre como el hijo murieron en la guerra. De no ser así, esa bola de grasa con patas jamás habría pasado de caballero. Pero volviendo a la historia, te imaginarás que pasé los siguientes años bastante ocupado. La verdad es que no volví a pensar en el incidente. Ni en la maldita mesa, ni en los condenados caramelos. Ni en la chica. Joder, ahora que lo pienso, por esa época ni siquiera estaba seguro su nombre. Me hacía un lio con los de las hermanas.
El caso es que tres años después regresé bastante hecho polvo y sin recordar nada de aquello. Pero resultó que ella sí que se acordaba, y según me contó, tomarme el pelo era el último buen recuerdo que tenía antes de que el mundo se convirtiera en un manicomio. Ella también había perdido a su padre. Y ya no tenía granos.”- Dereck paró de repente, tragando saliva, mientras parecía estar contemplando otro tiempo y lugar, muy lejano. Para entonces Ellaria ya se había percatado de que la chica de la historia del cazador no podía ser otra que su difunta esposa. El hombre negó con la cabeza, como a una pregunta que nadie hubiera hecho.

-“¿Arrepentirme? Si lo piensas bien, comprar aquellos caramelos fue la mejor decisión que he tomado en toda mi vida…”

Crónicas del Ocaso II: La luna de sangre

A la mañana siguiente, y escasamente descansados se dirigieron hacia Fallcliff. Se aproximaron a un desfiladero, el tipo de lugar donde uno acaba decepcionado si no sufre una buena emboscada, pero era más bien el único camino salvo dar otro rodeo de dos días, así que apretaron los dientes y siguieron adelante. Por supuesto, era una trampa, lo malo era que era peor de lo que se habían esperado. Bastante peor. Había arqueros goblins, jinetes de huargo y hobgoblins a decenas. Al frente había un obeso goblin que se presentó como Tomien que se daba mucha importancia mientras sus subordinados se lanzaron al asalto.
No quedaba salvo vender cara su vida.
En eso estaban cuando el inconfundible sonido de un cuerno de guerra y un grupo de caballeros irrumpió en la refriega. Dereck no había estado tan contento de ver un noble en su vida. La mitad se dispersaron para acosar a los tiradores, pero tres se dirigieron directamente a la melé. El primero era un caballero gigantesco, que blandía un mandoble igualmente enorme. Su blasón era una inconfundible cabeza de Gorgona. Era, Sir Phaumann, más conocido como el Toro Negro, un héroe de la guerra.
La segunda jinete era una arquera con una vistosa melena castaña, con una camisa ligera de mallas, con el emblema de las Garras de Plata, la guardia pretoriana de la casa Argelan. Bastante guapa, aunque no fuera el mejor momento para pensar en ello.
El tercero era un joven con media armadura de impecable factura, con el tigre plateado de la casa Argelan en un escudo. No era el tigre sin más, era el escudo heráldico completo. Y sólo los miembros de la antigua familia real tenían derecho a lucirlo.
Los tres estaban magníficamente equipados  sabían luchar, y junto con los cuatro emboscados pudieron deshacerse de los goblinoides con relativa facilidad, hasta tal punto que Eric se pudo abstener de utilizar su magia para evitar preguntas embarazosas. El único pero fue que el gordo de Tomien logró escapar, usando a sus últimos subordinados como escudos ante los dardos de los dos arqueros presentes.
Llegó el momento de las presentaciones. La arquera se llamaba Alethra y el joven caballero resultó ser nada menos que Lord Galen, el príncipe heredero de la casa y único varón vivo de la misma. Resultó ser también bastante afable, y cuando le contaron lo que estaba sucediendo en Fallcliff les entregó una carta que les podría resultar de gran ayuda a la hora de tratar con Lord Crabber. También aceptaron llevarse con ellos a Huna, hacia una posada al este, llamada el Molino de Piedra, donde podría estar a salvo pasara lo que pasara en Fallcliff, pero no pudieron acompañarles. Algo grave estaba ocurriendo más al sur, según dijeron.
Así que de nuevo solos se dirigieron hacia Fallciff. Llegaron cuando estaba oscureciendo, con la única seguridad de que no podían fiarse ni de su sombra. La carta de lord Galen podría parecer una baza segura, pero eso sólo sería en el caso de que Crabber no estuviera mezclado en el asunto, que podía ser demasiado suponer. La  luna de sangre comenzaba a asomar por el horizonte.
Decidieron tirar de discreción y dividirse para cubrir más terreno. Eric utilizó un conjuro para adoptar la apariencia de Huna, y pasó con Ellaria por la puerta principal, desde donde se dirigieron directos hacia el templo. Amae Karen y Dereck saltaron la cerca sin ser vistos. La guerrera gengi siguió de cerca a Ellaria y Eric, mientras que el cazarrecompensas se dirigió hacia la parte baja, buscando información sin atraer la atención de la guardia. Intentó colarse discretamente en el bar del puerto, que estaba atestado, pero fue inmediatamente reconocido y señalado por un parroquiano particularmente indiscreto, así que toda la  concurrencia se enteró de su presencia. Resultó que todo el mundo estaba bastante nervioso, porque las estatuas de Isthar que había por todas partes habían comenzado a llorar sangre. No le cabía duda de que en aquel lugar habría al menos media docena de confidentes de la guardia, y si a alguno le daba por irse de la lengua quien quiera que fuera quien estuviera detrás de todo aquello se iba a enterar. Su única esperanza era que ninguno de los soplones le diera importancia a su visita. Dereck apuró una cerveza y se marchó todo lo rápidamente que pudo tratando que no fuera evidente que tenía prisa.
Se coló en el templo con algo más de éxito, donde estaban todos los demás. Estaban discutiendo el mejor modo de proceder cuando lord Crabber entró en escena. Afortunadamente, y gracias al aviso del clérigo, Amae y Dereck tuvieron tiempo para esconderse antes de que entrara en la habitación. El noble interrogó a Ellaria, que le fue dando largas como pudo. Estaba claro que mentir no era el punto fuerte de la elegida de Ishtar, pero si el obeso gobernador notó algo, no osó decirlo. Quizás pensaba que bastante tenía con el desagradable tema de las estatuas como para arriesgarse a atraer aún peores augurios.
Después de que se hubiera marchado, decidieron hacer una visita en posición de fuerza a Jasón. Es decir, que no tenían la menor intención de aceptar un “vuelva mañana” como respuesta. La casa del jefe de la guardia estaba construida sobre la pared de roca que protegía el lado oriental del pueblo. En la puerta, tal y como habían mencionado en la posada, estaban dos de los guardias de confianza de Jasón. Ellaria y Eric, aún disfrazado de Huna, atrajeron su atención acercándose tranquilamente de frente. Como dos sombras, Amae Karen y Dereck escalaron al tejado de la vivienda y cayeron literalmente sobre los centinelas, noqueándolos antes de que tuvieran ocasión de dar la alarma.
Ataron y amordazaron a sus prisioneros como a dos fardos y entraron sin más ceremonia. Registraron la vivienda de arriba abajo y salvo algunos papeles algo extraños, que podrían tener alguna explicación inocente, no había nada raro aparte de que Jasón no estaba por ninguna parte, pese a que se suponía que estaría dentro. Finalmente registraron el dormitorio, que tampoco parecía tener nada interesante hasta que Ellaria activó un resorte detrás de una estantería, que se apartó revelando una habitación secreta. Y no había forma humana de interpretar de forma inocente lo que allí encontraron. Instrucciones para realizar  sacrificios humanos, correspondencias con los goblins del Cráneo Rojo y listas de personas que habían muerto de forma violenta en la región, durante los últimos diez años, al parecer con la esperanza de atraer el favor de algún demonio que le concediera la inmortalidad. Eran algo más de un centenar.
Dereck se quedó petrificado. Entre los primeros nombres estaba el de Naria, su difunta esposa, y el de su cuñada Cynthia, la esposa de Argo. Se suponía que ambas habían sido asesinadas por unos mercenarios de los Garrosh ocho años atrás. El propio Dereck había acabado con todos ellos en venganza. Uno por uno…
Y ahora resultaba que podían haber sido inocentes. Pero que el que creía que había sido uno de sus pocos amigos era culpable hasta el tuétano. Y según aquellos papeles, ya casi había completado el ritual. Sólo faltaba un sacrificio. El de un alma particularmente inocente.
Entre tanto, Amae Karén encontró otro pasadizo oculto. Había que ser paranoico para poner una puerta secreta dentro una habitación secreta…
Entraron en lo que parecía una red de cuevas naturales ampliadas a pico y pala. Tras pasar por una sala con unos hongos infernales que organizaron un escándalo que debió poner en guardia a todo el complejo, se abrieron paso a sangre y fuego entre un mar de goblins, un par de enanos de las profundidades y cultistas, reclutados en su mayoría de entre la más baja estofa de Fallcliff. Ladrones, contrabandistas, adictos a la medialuna y gentuza de similar calaña. Aunque había alguna excepción, como el sobrino de Jasón, Maximilien, que también era su segundo en la guardia. Cuando sus compinches empezaron a flaquear, huyó de la carnicería para dar la alarma.
Siguieron avanzando y entraron en una especie de perrera, donde había un par perros normales, unos molosos de aspecto fiero y mal alimentados, y otras dos cosas que quizás hubieran sido perros en el pasado, pero que ahora eran imposiblemente grandes, y musculados, por no decir que tenían dos cabezas. Todos estaban metidos en jaulas. Al fondo de la sala estaba Achiles, atado y apaleado, pero aún vivo. Cuando iban a rescatarlo apareció otro cultista en una pasarela que comenzó a activar las palancas que abrían las jaulas mientras se reía como un poseso. Los monstruosos y mutados fueron a por ellos, los perros no quisieron complicarse y fueron a por el chico. Ellaria atrajo la atención de los grandes, mientras que Amae Karén se escabulló entre ellos y acabó con uno de los normales que iban a por el chico. Dereck acabó con el segundo. El encargado de la perrera fue a por el chico con un cuchillo mellado. No dejaba de ser curioso que estuviera tan enajenado como para intentar acabar con el muchacho en lugar de escapar de la carnicería en la que se estaba convirtiendo el lugar. Apenas dio tres pasos hacia el chico cuando la flecha de un cazador cabreado le entró por la nuca y le salió por la garganta. Estaba muerto antes de caer al suelo.
Después de despejar la estancia soltaron a Achiles, al que condujeron a la puerta con instrucciones para que se dirigiera derecho al templo en busca de refugio.
Todos tenían la sensación de que el tiempo se les escapaba entre los dedos y cada instante podía ser decisivo, así que corrieron de vuelta a las profundidades de la cueva. Entraron en una zona claramente mejor trabajada, con paredes y suelos enlosados en lugar de simplemente excavados en la roca. Allí estaba esperándoles un hombre, enjuto como un cadáver y con la cabeza rapada y cubierta de cheurones tatuados. Casi escondido tras el anterior se encontraba Maximilien, con una absurda sonrisa de superioridad. Se presentó como Brayseagh, elegido de Asmodeus, y con toda naturalidad se disculpó por tener que marcharse a dirigir el sacrificio de Arya para completar la transformación de Jasón en demonio. Estaba claro que los consideraba la menor amenaza y eso los cabreaba, pero lo cierto es que todos los combates que habían luchado hasta el momento les habían pasado factura. Tanto sus fuerzas como sus conjuros empezaban a flaquear. Pero ninguno se iba a rendir en ese momento.
Se adelantaron tres figuras con túnicas, que dejaron caer para mostrar su verdadera naturaleza. Eran necrófagos, uno de ellos bastante más alto y musculado que los otros. Mientras el clérigo salía por un enorme portón, Maximilien comprobó horrorizado que le dejaban fuera. Sin esperar a ver si los necrófagos podían con ellos, salió corriendo portando la llave de la puerta. El cazarrecompensas salió en pos del prófugo. Dos flechas entre los omoplatos bastaron para poner fin a sus conspiraciones de mierda.
Por fortuna Ellaria repitió el conjuro contra no-muertos que tan bien había funcionado contra los esqueletos y el fantasma, con idénticos resultados, y lo que prometía ser un agotador combate a cara de perro se convirtió en un paseo, pudiendo exterminar a sus enemigos uno por uno como una manada de lobos despedazando ovejas.
La siguiente estancia parecía una extraña zona donde la cueva parecía tener su aspecto original, salvo por un par de grandes afloramientos de cristales de Loto Rojo, que tuvieron un preocupante efecto sobre Amae Karen. Al parecer la bruja del templo no andaba tan desencaminada en que había algo dentro del pecho de la guerrera gengi.
Finalmente, llegaron a una habitación alargada, nuevamente trabajada. Parecía ser muy antigua. Había afloramientos de Loto Rojo por todas partes, pero lo más preocupante era un altar al fondo, sobre el que Arya estaba atada. Con ella estaba Braiseagh, con una sonrisa sardónica, y en el centro, en mitad de un círculo de invocación, Jasón, desnudo de cintura para arriba, con símbolos arcanos grabados en el pecho. Le flanqueaba una tiefling, que parecía sádicamente divertida por toda la situación. La mujer entonó un conjuro, y en lo alto de dos columnas se materializaron sendos demonios alados cubiertos de espinas que comenzaron a asaetearles. Dereck les ignoró y apuntó a Braieagh al pecho, con la intención de interrumpir el ritual cuanto antes. Sin embargo, algo le impidió disparar. Podría haber sido miedo de darle a Arya si fallaba, pero era algo más. Apuntó entonces al pecho desnudo de Jasón, pero volvió a sentir que su mano se paralizaba. En el último momento cambió de blanco y le dio de lleno a uno de los demonios. Ninguno de los otros atacó a ninguno de los tres implicados en el ritual, y se centraron en los demonios. Estaba claro que había algún tipo de conjuro que les impedía siquiera pensar en atacarles.
Arya comenzó a gritar de dolor, mientras unos haces de luz salían de su boca, nariz y ojos. Mientras tanto habían acabado con los demonios, aunque estaban ya tan heridos que apenas se tenían en pie.
Jasón decidió terminar con todo eso en ese momento sin esperar a que terminara un ritual que ellos eran incapaces de interrumpir. De algún modo, al salir del círculo se rompió el conjuro que le protegía y pudieron atacarle, aunque no pareció servir de mucho. Era rápido como una mangosta, y no había forma de acertarle, mientras que él golpeaba con la contundencia de un ariete con su cimitarra. Eric, Amae Karén, Ellaria… todos cayeron ante él, recibiendo apenas un par de cortes a cambio. Sólo quedaba en pie Dereck. Los zarcillos de energía que salían de Arya cada vez eran más brillantes. Estaba claro que el ritual estaba a punto de finalizar el ritual, tenía unos segundos. Y una flecha, que no parecía suficiente teniendo en cuenta que Jasón estaba encima de él. Le propinó un taconazo en el pie, nada serio, pero le dio una fracción de segundo de respiro para dar un paso atrás, apuntar y disparar.
El jefe de la guardia debía de pensar que quedaba muy macho con el pecho al descubierto, pero seguro que se arrepintió de no haber llevado algún tipo de armadura cuando la flecha del cazarrecompensas se le hundió en el corazón.
Durante un segundo Dereck suspiró aliviado, y cayó de rodillas, absolutamente exhausto, creyendo que lo habían detenido. Pero entonces el ritual se completó, Arya expiró y un portal a alguna dimensión infernal se abrió sobre el círculo de invocación, como un desgarrón en el tejido de la realidad. Unos relámpagos violetas salieron del mismo hacia el cuerpo muerto de Jasón, que comenzó a convulsionarse y a cambiar. Su piel se volvió parda rojiza, le brotaron dos cuernos en su frente. El traidor se levantó, siendo un palmo más alto que antes. Se arrancó la flecha del pecho con infinito desdén y se acercó al hombre al que durante una década había llamado amigo. El cazador alzó su arco, pero el monstruo lo agarró con facilidad, y al instante estalló en llamas.
Sabiendo que había fracasado completamente, Dereck se preparó para reunirse con su esposa, pero Jasón tenía otros planes, y le anunció que iba a dejarles vivir. Al menos el tiempo que tardara en estallar el portal que le había cambiado, que arrasaría todo en unas cuantas millas a la redonda, incluido Fallcliff. El sacerdote de Asmodeus masculló un hechizo y el siniestro trío se desvaneció en el aire.
El cazador miró a su alrededor desesperado, sin saber qué hacer hasta que vio que Amae Karen aún tenía una de sus pociones de sanación, que le hizo beber a Ellaria. La elegida de Ishtar empleó sus últimas reservas de magia para que los otros recuperaran la consciencia, pero seguían en un estado lamentable. Dereck pensó en salir corriendo sin más. Sin importar en lo que hubiera dicho Jasón, había más de trescientos pies de roca sólida entre aquel lugar y Fallcliff, así que quizás tuvieran una oportunidad de sobrevivir si lograban salir de la cueva antes de que aquella cosa estallara. Pero Eric y Ellaria no tenían nada claro que aquello fuera a servir de algo. Amae Karen, bueno, ella siguió tan inexpresiva como siempre, como si le fueran a quitar rango ketán o algo así por reconocer que estaba tan aterrada como el resto.
Entonces escucharon un inconfundible sonido de cascabeles y al volverse se encontraron de frente con el misterioso gnomo arlequín que ya habían visto la noche que murió Argo. Algo comenzó a brillar débilmente dentro de Amae Karén, como un ligero resplandor palpitando al mismo ritmo que el portal. Debía de tratarse de la piedra que había mencionado aquella bruja. Para entonces el misterioso arlequín había vuelto a desvanecerse, como si se lo hubieran imaginado.
Eric pensó que lo que brillaba dentro de Amae que podría tratarse de una piedra de ámbar, uno de los materiales arcanos más raros y preciados, capaces de almacenar una cantidad increíble de energía mágica. Con mucha suerte podría canalizar su poder para cerrar el portal, así que se puso en pie frente a la guerrera y comenzó a mascullar en la jerigonza mágica mientras que el portal crecía y pulsaba más deprisa a cada instante que pasaba. De una forma u otra, aquello iba a acabar muy pronto. Una luz anaranjada bastante más intensa comenzó a brillar en el pecho de Amae. El portal reaccionó inmediatamente, como si fuera un ser vivo bajo ataque. La luz de la piedra de la gengi incrementó su intensidad, y por unos momentos el portal hizo lo mismo, hasta que para alivio de todos los presentes, el portal comenzó a encogerse sobre sí mismo hasta colapsarse del todo como si nunca hubiera existido. Algo más sucedió entonces, y los cristales de loto rojo que había por la habitación empezaron a encogerse y a oscurecerse. Algunos desaparecían sin más, sin dejar más rastro que unas grietas en la pared de piedra.  Una extraña sensación de alivio les invadió, como si se encontraran en un lugar con un ambiente muy cargado y de repente alguien hubiera abierto una ventana que lo ventilara.
Sin embargo, Arya había muerto. Su cuerpo se había secado y estaba irreconocible, de modo similar al pobre chico del poblado goblin. Dereck cubrió el cadáver de su sobrina con su capa, la cogió en brazos y salieron de aquel maldito lugar. A la puerta estaba el sacerdote del templo junto con Achiles y lord Crabber, además de la parte de la guardia que no había seguido a su líder en toda aquella locura. Ninguno tenía ni idea de lo cerca que habían estado de la muerte, pero el barón comenzó a congestionarse visiblemente según Ellaria comenzó a explicarle lo sucedido. El cazador se negó en todo momento a que Eric se aproximara siquiera a los restos de la hija de Argo, como si fuera un sacrilegio. Entregó el cuerpo al sacerdote para que le oficiara un funeral digno y se dirigió a la taberna intentando buscar el consuelo del olvido en la bebida.
Un día después de beber como un enano en una apuesta, no había funcionado. Eric fue a buscarle. Iba a marcharse al día siguiente hacia el norte, y pensaba pasar por la Biblioteca Hundida, probablemente el mayor compendio de conocimiento humano del mundo, con la esperanza de encontrar algo que arrojara luz sobe lo que había sucedido. Ellaria y Amae iban a acompañarle, al menos durante algún tiempo. La vestal también quería consultar la biblioteca, y además le pillaba de paso para su misteriosa peregrinación. Nada de eso importó gran cosa al cazador, embotado por el licor como estaba. Echaría de menos a Ellaria. Quizás… No le importaría no volver a ver a Eric jamás, eso desde luego. Hasta que el mago le dijo que Achiles iba a acompañarles. Ese malnacido no le había confesado al chico que no era su padre, así que iba a ir con ellos. Dereck sintió una ira que ni la fenomenal borrachera que llevaba encima logró apaciguar. Se levantó con dificultad y se dirigió haciendo eses hacia la herrería. Habría sido improbable que hubiera logrado llegar sin caerse si Eric no le hubiera ido sosteniendo por el camino, pese a que su “hermano” intentaba de vez en cuando golpearle, con tal torpeza que hasta un ciego habría podido esquivarlo. Adquirió un arco nuevo y  entregó al herrero la cimitarra de Jasón, que no se había dignado a llevar con él al marcharse, y le ordenó fundirla y reforjarla después, dándole la misma forma pero eliminando toda la ornamentación. Las protestas del herrero de que aquello era una completa estupidez fueron acalladas con una generosa bolsa de oro procedente de su parte del botín. Dedicó el resto del día a serenarse, y tenía su nueva arma lista al anochecer. La hoja tenía un aspecto mate, lo que no desagradó al cazador, pero conservaba su flexibilidad y su filo.
Partieron al día siguiente en dirección a la taberna donde el príncipe Galen se había comprometido a dejar a Huna. Llegaron a la hora de comer. Ellaria estaba encantada de reencontrarse con su mentora. Aparte del personal había un chico, de unos veinte años, que miraba suspicaz a todas partes como un conejo asustado. Eric lo reconoció como un hechicero, o un apóstata, como le llamaría la Inquisición que no se había dignado en aparecer en Fallcliff mientras que se abría una comunicación directa con el infierno pese a encontrarse a tiro de piedra, según les habían dicho. Ninguno tenía demasiada prisa por denunciar al pobre chico, y eso que no hacerlo podía ser considerado un delito de traición contra la corona castigado con la muerte. Claro que la Inquisición no es que fuera demasiado popular en ninguna parte, por eso de quemar a la gente primero y preguntar después, y teniendo en cuenta de que en buena medida estaba controlada por la casa Garrosh, en territorio Argelan era particularmente poco querida.
Apenas se habían acomodado y pedido algo de comer cuando llegó corriendo un mozo de cuadras diciendo que una yegua de guerra había llegado corriendo y sin jinete. Dereck pensó que el mundo podría seguir adelante con un caballero menos, pero todos los demás se levantaron y fueron en su ayuda, incluido Achiles. La verdad era que estaba muy preocupado por el chico, que parecía empeñado en convertirse en un guerrero para vengar a su hermana. Sabía por experiencia que la mayor parte de esas historias acababan con el aspirante a vengador  siendo pasto de los buitres en alguna hondonada olvidada. Tampoco podía a dejar que los demás se la jugaran sin él, así que fue con todos los demás.
Además, el posadero les dijo que la yegua pertenecía al príncipe Galen Argelian, que había ido a comprobar que Huna estaba bien y que había partido unos minutos antes de su llegada a buscar a otro mozo de cuadras que no había regresado. Le debían una, así que ya no hubo nada que hablar, y sólo Huna se quedó en la posada.
Cinco minutos a marchas forzadas más tarde encontraron al mismísimo lord Galen en persona. Resultaba muy extraño que ninguno de sus Garras de Plata le acompañaran. Le acosaban una pareja de mantícoras, que sin ser algo inaudito, tampoco es que fueran tan comunes por esos pagos. La batalla fue bastante bien. Casi sencilla, lo que no dejaba de ser sorprendente frente a adversarios tan peligrosos. Estaba claro que se habían vuelto bastante más fuertes en aquella semana de locura constante. Parecía que había pasado bastante más tiempo desde que se habían conocido. El caso es que Dereck se pudo permitir el lujo de mantenerse alejado de la refriega asaeteando impunemente a las bestias mientras dirigía el tiro de su sobrino, que incluso llegó a alcanzar de lleno a una de las mantícoras. No estaba mal para un novato. Nada mal.
Después de abatir a una de las bestias y ahuyentar a la segunda, se quedaron charlando tranquilamente, durante un buen rato. Lord Galen les comentó que había recibido un extraño mensaje anónimo, en el que le advertían que debía buscar al “llegado con la tormenta”. Tras un silencio incómodo, Eric le reveló su identidad. A fin de cuentas eran familia. Su tatara-tatara-tatara tío o algo así. Las chicas, también parecían bastante interesadas en lo que el soltero más codiciado de aquel lado del mundo tuviera que decir. No era que le molestara. Mucho…
Entonces una humareda se divisó, al norte. Donde estaba la posada. Todos intuyeron de inmediato que algo malo había pasado. Algo muy malo.
Corrieron tan rápido como pudieron hacia la posada, para encontrarla en ruinas y envuelta en llamas. Entre ellas se erigía un emblema de Athos, una cruz griega con punta en el brazo superior y semicírculos en el resto, y crucificado en el mismo lo que parecían los restos del hechicero que habían conocido unos minutos antes. Todos los ocupantes de la taberna habían sido asesinados. Incluida Huna. O juzgados, declarados culpables y “sufrido la justicia de Athos”, como a los inquisidores les gustaba decir. Todo ello en los veinte minutos que habían estado fuera.
Los inquisidores estaban admirando su obra, aparentemente encantados de haberse conocido. Entre ellos se encontraba la que parecía ser la gran  inquisidora lady Alexia Wynser en persona, la mujer más temida de los reinos del ocaso junto a la líder de la casa Tao. La rodeaban un séquito de ballesteros, con sus temidos virotes alquímicos. Estaba claro que nada bueno podía salir de aquel encuentro, pero todo empeoró cuando Ellaria lanzó un proyectil de luz contra aquella panda de monstruos con armadura pesada. Ni qué decir tiene que no fue una gran idea. En segundos les abatieron a todos excepto a Ellaria y Amae Karen, pese a que nadie más había osado atacarles. La guerrera gengi noqueó a la vestal en un desesperado intento de que no la ejecutaran allí mismo. Se quedaron mirando a Galen, como valorando si matarlo como a los demás o no. Por muy caída en desgracia que estuviera la casa Argelan, no dejaba de ser inconcebible que no pareciera preocuparles en exceso asesinar sin más al heredero. Aquello demostraba un descaro increíble. No parecía probable que la mayoría de las casas pasaran por alto algo que resultaría un precedente muy alarmante para ellas mismas. Por aquello de ver pelar las barbas del vecino…
La inquisidora pareció pensárselo mejor y con un gesto desganado detuvo las ejecuciones, tras lo que se marchó con sus hombres como si nada extraordinario hubiera pasado.
Los indultados se levantaron a duras penas, sin sentirse nada agradecidos por la “gracia” recibida. Ellaria, muy avergonzada por haberles puesto a todos en grave peligro, les sanó a todos. Lo cierto era que nadie la culpaba, salvo ella misma. Enterraron a los muertos con sus propias manos y oficiaron un funeral lo más dignamente que pudieron. Después siguieron camino hacia el norte, hacia la Biblioteca Hundida. Estaban ocurriendo demasiadas cosas demasiado extrañas, y necesitaban respuestas.


jueves, 7 de mayo de 2015

Crónicas del Ocaso I: El misterio de Fallcliff

Dereck odiaba ir de caza con su hermano. No era que le pareciera demasiado ruidoso y que espantara a los animales. Que también, pero eso era lo de menos. Lo peor era que Argo siempre estaba intentando arreglarle la vida, y eso que él tampoco es que fuera un gran ejemplo de cómo superar la muerte de su esposa. Al igual que él, no había vuelto a casarse, ni se había metido en ninguna relación, pero de todos modos parecía ser todo un experto en lo que su hermano menor debía hacer. Dereck, aféitate, Dereck, no bebas tanto, Dereck, búscate una buena mujer, Dereck, por el amor de Ishtar date un baño, Dereck, sienta la cabeza y búscate un trabajo de verdad, Dereck, no le habrás vuelto a dejar tu espada a Arya…
Sabía que todo era con buena intención, pero preferiría que no lo hiciera. En una ocasión hasta había intentado organizarle una cita, pero fue de pena.
Unos gritos de socorro interrumpieron sus pensamientos, y ambos corrieron a socorrer a quien fuera. Resultaron ser dos mujeres. Una  era mayor, y llevaba un paño tapándole los ojos, como si fuera ciega. Resultaba tan vulnerable como un cervatillo cojo entre lobos, e iba a resultar tan útil en combate como una segunda nariz. La otra era más joven, en buena forma física, estaba bien armada y parecía saber defenderse. Como cuestión secundaria, era rubia y llevaba la librea de Ishtar. Más bien atractiva. Les asediaban media docena de goblins, más bien poco atractivos y con un emblema de un cráneo pintado de rojo. Entre ellos uno que podría ser un chamán, al que eligió como su primer blanco. Cargó una flecha, tensó el arco y disparó. Y falló. Argo cargó cuerpo a cuerpo.
El combate se torció rápidamente. Les superaban en dos a uno, él parecía incapaz de acertarle a la puerta de un granero a diez pasos y Argo no lo estaba haciendo mucho mejor. Los goblins les dieron fuerte, hiriéndoles varias veces, se trabaron en combate cuerpo a cuerpo y les estaban rodeando. Habrían caído de no ser porque la chica rubia resultó ser sanadora que fue remendando a sus poco hábiles aspirantes a salvadores. Quizás una clérigo tocada por el don divino. De todos modos, la cosa no iba nada bien.
Por suerte apareció una quinta persona. Mujer joven, excelente forma física, ligeramente armada, pero con evidente pericia en combate. Era muy morena, seguramente de los desiertos del norte. Una belleza exótica. Despachó a dos goblins que habían tomado una posición elevada y fue bajando. Finalmente el cazador logró alcanzar y herir al chamán, que optó por huir, mientras que los demás derribaban al resto de goblins uno por uno.
Corrió hacia una colina, tratando de cortar las vías de escape. Su objetivo salió por un instante al descubierto. Preparó otra flecha, apuntó, disparó y volvió a fallar. Ya fuera por las malditas charlas de Argo o por alguna otra cosa, no lograba concentrarse. Fue a disparar una segunda flecha cuando la extranjera apareció y se lo impidió, diciendo no algo de “No quetán”, fuera lo que fuera eso. Su presa  se escabulló tras unas rocas y escapó. No estaba en condiciones de seguirlo, y sin duda iría a reunirse con más congéneres. La caza había terminado y Dereck estaba frustrado.
Llegó el momento de las presentaciones.  La mujer rubia se presentó como Ellaria, vestal de Ishtar. Efectivamente, tenía cierto atractivo. Su acompañante se llamaba Huna y parecía algún tipo de sacerdotisa que le ejercía de carabina. Y al parecer de protectora, al menos hasta que había perdido la vista, seguramente de forma muy reciente. La otra mujer se presentó como Amae Karen de los Gengi. A regañadientes Dereck tuvo que conceder que también estaba de buen ver. Les había salvado la vida, pero le había cabreado que le hiciera perder el goblin. Lo que en verdad le molestaba era que después de protagonizar el peor rescate de la historia, Argo y él habían quedado como un par de patanes, y aunque las mujeres tuvieron la delicadeza de no señalarlo, se sentía humillado.
Se preparaba tormenta, y de las importantes. Había que ponerse a cubierto, así que se dirigieron a Fallcliff. Para cuando llegaron había anochecido y la tormenta había empezado, e iba a peor por momentos.
Los hijos de Argo, Achiles y Arya, salieron a su encuentro. Dereck disfrutaba con ellos, sobre todo con Arya, que aún era lo suficientemente joven para no darse cuenta de que su tío era un completo desastre. Esperaba que pudiera conservar esa inocencia por mucho tiempo.
Pero apenas hubo un momento para el respiro. Algo estaba pasando en los muelles. Habían desaparecido dos marineros que intentaban asegurar los barcos y alguien tenía que echar un vistazo. Jasón, el jefe de la guardia les dijo que ellos podían ser esos alguien. Argo y Ellaria estuvieron encantados por la idea de poder ayudar. A Dereck no le hizo demasiada gracia, ya que aún no se habían recuperado del encontronazo con los goblins, pero Jasón era un amigo, y tampoco tenía tantos. Respecto a Amae Karen, fuera lo que fuese lo que pensaba, se lo guardó para ella misma.
Para entonces la tormenta se había desatado en toda su furia, y cada resbaladizo escalón que bajaban era una lucha para no caer al vacío. Entonces el suelo bajo los pies de Argo cedió, y cayó unos treinta pies, hacia una pequeña playa. Aunque hubiera caído sobre arena relativamente blanda podía estar herido de gravedad, y no podían verle. La situación ya habría sido suficientemente peligrosa sin que aparecieran unos horrendos peces humanoides que comenzaron a acosarles. Escurridizos como anguilas, hasta a la hábil Amae Karen le costaba acertarles, y habían atrapado a Ellaria en una red de la que intentaba librarse. Como toda situación era susceptible de empeorar, se oyó un potente rugido de oso en la playa.
De repente un cegador relámpago golpeó la playa. Todos quedaron aturdidos por unos instantes, y cuando pudieron volver a ver Argo flotaba hacia ellos como una pompa de Jabón. Sus ropas estaban carbonizadas, pero él estaba indemne, pero no sin cambios. Toda su piel estaba surcada de marcas, como tatuajes, pero que brillaban con una tenue luz azulada. Se acercó a uno de los hombres-pez y de su mano surgió un brillante chispazo, como un relámpago en miniatura. El engendro se convulsionó al ser alcanzado. Ellaria aprovechó la confusión para soltarse de la red y conectar un potente mazazo que derribó a un segundo, y Amae Karen se encargó  del último con su peculiar pero efectivo estilo. Estando en las últimas la mayor parte de ellos, volvieron a subir trabajosamente las escaleras.
En cuanto se hubieron puesto a salvo tuvo lugar la conversación más surrealista que se pudiera imaginar. Argo explicó que ahora era Eric, un mago de la casa Argelan. De hacía ochocientos años. Mencionó haber lanzado un hechizo para trasladarse a otro cuerpo para poder avisar a los enanos del levantamiento humano, pero que algo había salido épicamente mal. Aseguró que Argo estaba básicamente muerto, y que él había ocupado su cadáver y le había insuflado nueva vida. A Dereck le costó creer una palabra de lo que decía Eric, o Argo, o quien demonios fuera. Sobre todo cuando Eric aseguró no tener nada que ver con lo que le había sucedido a su hermano. Le ponía enfermo la naturalidad con la que hablaba, como si aquello fuera lo más normal del mundo, como si Argo fuera un medio perfectamente asumible para llegar a un fin, como si no importara una mierda. Quizás sí que fuera cierto que el tal Eric era noble, después de todo. Si no hubiera estado física y mentalmente destrozado, le habría estrangulado allí mismo con sus propias manos.
No había necesitado tanto matar a alguien o emborracharse hasta perder el sentido desde hacía años. Pero los dioses, o la fortuna, o el destino o lo que fuera tenían otros planes. Escucharon un extraño sonido como de cascabeles, extraño sobre todo porque a pesar de ser muy suave lograba imponerse de algún modo que no podía ser normal sobre el estruendo de la tormenta. Se volvieron y se encontraron frente a una figura menuda, como un niño, pero con una cabeza desproporcionadamente grande, que le delataba como un gnomo. Vestía los ropajes y el maquillaje propio de los arlequines, y estaba en el más absoluto silencio, pero de alguna manera traslucía una sensación casi palpable de tristeza. Una tristeza infinita, como acumulada a lo largo de las eras.  Llegó corriendo uno de los guardias, y cuando se volvieron el misterioso arlequín había desaparecido. El guardia les contó que Achiles y Arya habían desaparecido junto a Huna, que se había quedado con ellos. Además, habían matado a una mujer en otra casa, y su hijo había desaparecido también.
La guardia puso todo Fallcliff patas arriba, pero no había ni rastro. Fueron todos a descansar. Estaban destrozados y estaba claro que hasta que no amainara la tormenta no había nada que pudieran hacer. Descansaron y recuperaron fuerzas, pero apenas durmieron. A la mañana siguiente, ya bajo la luz del sol, Dereck comenzó a buscar y encontrar rastros, aunque eran confusos. Pisadas de distintos tamaños, grupos que se unían y se volvían a separar. Unas eran pequeñas, goblins probablemente. Pero otras eran mayores, y parecía que los que las habían dejado sabían bastante bien lo que estaban haciendo. ¿Bandidos? ¿Hobgoblins? ¿Trabajaban juntos o era casualidad que hubieran elegido la misma noche para escabullirse dentro de Fallclift? ¿Podía ocurrir algo más que aumentara aquella racha de desgracias?
Sólo se aclaró la última pregunta. Sí que podía. Apareció lord Crabber, el gobernador. Conocía y despreciaba al Dereck desde hacía años, y el sentimiento era mutuo. Dijo que la Inquisición estaba husmeando cerca. Dirigida por la mismísima Gran Inquisidora en persona, famosa en todos los reinos por su carácter gélido y despiadado. Por lo visto alguien había abierto la boca más de la cuenta sobre los tatuajes que habían aparecido sobre el cuerpo de Argo. Dereck, Eric y Ellaria trataron de quitarle importancia, achacando la alarma a supersticiones pueblerinas sin fundamento. Aunque su hermano podía estar muerto, que le ahorcaran si dejaba que esa bola de sebo andante le entregara a aquella panda de fanáticos malnacidos para apuntarse un tanto político. Al final el noble gobernador se dejó guiar por otro de sus muchos bajos instintos, el de la vieja y sencilla codicia, y le dejó marchar para que fuera a cazar a los asaltantes y buscar a los niños desaparecidos,  conformándose con quitarle a Eric todo su dinero. En concepto de fianza, aunque nadie esperaba que bajo ninguna circunstancia fuera a ser devuelto a su propietario. Estaba claro de que tampoco esperaba que fueran a regresar, ya fuera de una forma u otra.
Después de haber perdido un tiempo precioso, lograron salir en busca de los niños. El rastro tenía al menos diez horas de antigüedad, y había llovido encima, pero las colinas eran el verdadero hogar de Dereck, y los goblins una de sus presas más habituales. Siguieron la sucesión de pequeñas huellas y briznas de hierba dobladas durante horas, hasta que encontraron con un grupo de jinetes de huargos. Las tribus goblin los usaban como exploradores, como avanzadillas y, como en este caso, como retaguardia.
Combatieron a cara de perro. Hirieron y fueron heridos. Amae Karen bailó entre los huargos como una diosa de la guerra. Ellaria les mantuvo en pie con su magia hasta que vencieron. Aún no hacía ni un día que se habían conocido y se estaba convirtiendo en rutina.
Descansaron lo mínimo y continuaron siguiendo el rastro, que les condujo hasta el pantano donde unos bandidos fugados trataron de emboscarles. Dereck quedó separado del grueso del combate y fue derrotado. Al ver que el resto del grupo masacraba a sus compañeros, el bandido se conformó con robarle la bolsa y salir corriendo. Ni qué decir tiene que el cazador tenía un humor de perros cuando Ellaria le hizo recuperar la consciencia, pero se le pasó en menos en parte al reconocer al jefe de los bandidos, un tal William, más conocido como Bill el Botas. No es que fuera el mayor peligro público de la comarca, pero se ofrecían unas cincuenta piezas de oro por su cabeza, que era unas diez veces más de lo que le habían robado. Cortó la cabeza, la metió en una bolsa y se la colgó a la espalda ante las miradas incomodadas de sus compañeros. Por su parte, Eric decidió “tomar prestada” una de las ballestas de los bandidos. Podía ser de utilidad, y su anterior dueño ya no la iba a necesitar.
Avanzaron un poco más por si el bandido fugado regresaba con refuerzos y se dispusieron a pasar la noche, que fue movida. Los tres turnos de centinelas aseguraron que había algo acechándoles y observándoles.
Al despertar, se dieron cuenta de que la espada de Amae Karen había desaparecido. Realmente no valía gran cosa, estaba algo mellada, y la guerrera gengi no era mucho mejor con ella que con las manos desnudas, pero tenía un gran significado emocional para ella. Cosas de honor o algo así. No tardaron mucho en averiguar que el ladrón había sido un pequeño ser alado que parecía compuesto de restos del pantano. Sostenía orgulloso su botín y les provocaba para que le siguieran a aguas más profundas. Era demasiado evidente que ese pequeño engendro trataba de conducirles a una trampa, así que Ellaria y Eric negociaron un intercambio con la extraña criatura. La  espada por el colgante de Ellaria, su amuleto sagrado. La criatura del pantano se decantó por el objeto más brillante, como si fuera la urraca más fea del mundo. Devolvió el emblema sagrado y se marchó con su destellante botín hacia las aguas profundas hacia donde les había intentado conducir. Algo enorme se revolvió entonces en el pantano durante un instante, como para ver qué había traído su diminuto compinche.
Aliviados de haber evitado enfrentarse a aquella cosa, fuera lo que fuese, siguieron camino y llegaron sin más contratiempos al poblado goblin. Era una triste colección de cabañas construidas sobre postes y alrededor de troncos de árboles malicientos, con pasarelas colgantes de cuerda y madera uniéndolas unas a otras. El emblema del cráneo rojo estaba por todas partes, en mohosos estandartes o pintado en las paredes. Un monótono sonido de tambor inundaba el aire, en un lento crescendo. Establecieron una rutina de avance, con Amae Karen y Dereck en vanguardia eliminando centinelas aislados  sigilosamente y los menos discretos Eric y Ellaria a continuación para atacar las bolsas de resistencia más fuerte. Funcionó bastante bien y progresaron con rapidez  eliminando grupos aislados de goblins antes de que pudieran pedir refuerzos y Eric logró hacer un eficaz uso de la ballesta que había recogido. Finalmente se enfrentaron al grueso de las fuerzas enemigas, que incluían a dos hobgoblins, seguramente los mejores guerreros de la tribu. Se encontraban en lo que parecía una choza de entrenamiento, a la entrada a un cercado construido en una colina que sobresalía del pantano, y del que parecía proceder el sonido de tambores, que a esas alturas era de un volumen y una cadencia enloquecedores. Lucharon con valía, pero fueron superados.
Finalmente entraron en la zona cercada, donde se encontraron con algún tipo de ritual en marcha. Lo presidía un chamán goblin, el mismo que se les había escapado tres días atrás. Le acompañaba un gigantesco bugbear que tocaba el tambor. Quizás el jefe de la tribu, quizás un mero guardaespaldas del chamán, nunca lo supieron. Sobre un altar había un muchacho, el que había sido raptado, y atada a un poste se encontraba Huna. La clérigo, el mago y la monje gengi se enfrentaron contra el bugbear, mientras que el cazador disparó a al chamán. El goblin fue herido en el hombro, pero no bastó para derribarlo. Con una sonrisa sádica, finalizó el ritual. Apuñaló al chico en el pecho, pero en lugar de sangre, de la herida surgió un antinaturalmente denso humo negro, que parecía tener vida propia. El humo fluyó hacia un espantoso monigote de hierro y paja que estaba detrás del chamán. Sus cuencas vacías empezaron a brillar con una luz rojiza y la estatua cobró vida. El chamán lanzo una cruel carcajada de triunfo. Hasta que una segunda flecha le acertó en el pecho, finalizando de una vez su malvada vida. Mientras tanto los demás herían una y otra vez al bugbear, que parecía inmune al dolor y combatía con la fuerza de un demente. Amae Karen martilleaba a su enemigo con sus puños y patadas, pero era como golpear una estatua de granito. Ellaria y Eric habían agotado todos sus conjuros, y estaba por ver quién sería el último en quedar en pie.
El monstruoso espantapájaros viviente lanzó algún tipo de conjuro a Eric, que no pareció tener un gran efecto. Una idea cruzó la mente de Dereck, que se fijó en las antorchas que flanqueaban la plataforma elevada. Dio un paso lateral para situarse detrás de una de ellas y disparó una flecha impregnada en resina a través de la llama hacia el monstruo, que se prendió en el acto y acertó al constructo en el centro del pecho. Como había supuesto, un monstruo hecho de paja no encajó el fuego nada bien. Las llamas envolvieron buena parte del torso y la cabeza, pero siguió en pie.
El bugbear comenzó a titubear. Era probable que confiara en que aquella cosa fuera poco menos que invencible. Ellaria aprovechó sus dudas para golpearle con su maza en plena sien. El enorme goblinoide quedó paralizado durante un instante, como si fuera demasiado estúpido para comprender que su cerebro había quedado reventado, adoptó una expresión sorprendida y cayó muerto. Se volvieron entonces hacia el espantapájaros, que solo y medio carbonizado fue despedazado en segundos.
Tras el combate Dereck se quedó mirando el cadáver del chico, que había quedado negruzco y arrugado como una pasa. Apenas lo conocía de vista, pero lo había visto crecer desde que era un bebé. Se encaró con Amae Karen, culpándola de no haberle dejado rematar al goblin tres días antes, cuando tuvo su oportunidad. En realidad se culpaba a sí mismo, por haber desperdiciado tantas oportunidades de haber acabado con aquella miserable criatura, pero eso no lo admitiría jamás. Rescataron a Huna, que parecía encontrarse en buen estado dadas las circunstancias. Les dijo que los hijos de Argo seguían en Fallcliff, y que le había parecido oír la voz de Jasón entre los asaltantes.
Dereck se negó a creerlo. Jasón era uno de los pocos que aún contaba entre sus amigos, por no decir el único. Suponía que la anciana ciega se había equivocado. Además, apenas había oído decir unas pocas palabras al alguacil cuando habían estado en Fallcliff.
Fuera como fuese, se aproximaba una luna de sangre, mal augurio donde los hubiera, y el momento perfecto para que un suplicante de los dioses prohibidos realizara sacrificios humanos.
Partieron del poblado en cuanto hubieron registrado sus cabañas, llevándose un pequeño botín y algunas pociones sanadoras que podían acabar siendo cruciales. Se llevaron un par de barcas que les permitirían hacer el camino de vuelta más rápido que el de ida. Cuando se hubieron alejado una distancia prudencial del poblado pasaron la noche. Al despertar Dereck se sintió distinto, como más conectado a la tierra. Se decía que los espíritus naturales bendecían a veces a algunos cazadores con algún tipo de magia, pero se pusieron en marcha de nuevo sin que tuviera ocasión de pensar demasiado en ello. Unas pocas horas después y tras un desagradable encuentro con un par de cocodrilos hambrientos llegaron a tierra firme, donde descansaron.
Sin embargo los goblins no se habían tomado demasiado bien que arrasaran su poblado, y las colinas camino a Fallcliff hervían de actividad. Decenas de jinetes de huargo rebuscaban por cuanto alcanzaba la vista, acompañados de algunos hombres a caballo. Quizás no fueran más que mercenarios que habían accedido a trabajar para los Craneo Rojo, pero también podía ser al revés, y que de alguna manera alguien hubiera logrado hacer que los indisciplinados goblins trabajaran para ellos.
Eran demasiados para poder enfrentarse a ellos, y estaban demasiado cerca unos de otros como para que fuera planteable abrirse paso sigilosamente o eliminando algún centinela sin que el resto se dieran cuenta.
Aun sabiendo que tenían el tiempo en contra si querían encontrar a los niños con vida, no quedó otra opción que dar un gran rodeo. Se adentraron en un pequeño bosquecillo donde se enfrentaron a un par de jinetes de huargo, a los que vencieron con sorprendente facilidad. Dereck se dio cuenta de que podía concentrarse en una presa para golpear puntos más vulnerables tanto con el arco como con la espada, y parecía que los poderes de sus compañeros también habían crecido. Continuaron a marchas forzadas hasta que se les hizo de noche y tuvieron que buscar un lugar donde resguardarse. Casualidad o no, se encontraban cerca de las ruinas de un antiguo templo donde Dereck había cazado a unos forajidos un par de meses atrás. Un buen sitio si como parecía iba a llover. Apenas había oscurecido y aún estaban instalándose cuando oyeron unos ruidos fuera. Se trataba de dos esqueletos, lo que ya era algo extremadamente raro, y aún más en un lugar consagrado como aún debían ser esas ruinas. Pero más extraño era que a pesar de estar totalmente descompuestos, el cazador los reconoció las ropas que llevaban. Eran dos forajidos que él mismo había matado en ese mismo lugar. Y eso se suponía imposible, ya que los había decapitado y había llevado las cabezas a Fallcliff. Así que o las cabezas se habían desclavado ellas solitas de las picas donde habían sido expuestas y se habían ido rodando para reencontrase con sus cuerpos o un nigromante los había creado intencionadamente. Un destello a su espalda sacó a Dereck de sus pensamientos. Ante él había la forma vaporosa de un espectro, con garras en vez de manos y el inconfundible rostro de Fellon Catermin, el líder de la banda, un violador y asesino tan despreciable que Dereck había decidido que no merecía una muerte rápida y limpia como sus compinches, así que lo había llevado vivo a Fallcliff para que allí se enfrentara a una lenta y dolorosa ejecución. Al parecer el espectro recordaba aquello, y no parecía habérselo tomado demasiado bien. Pero pese al terrorífico aspecto de sus sobrenaturales oponentes, el combate quedó rápidamente encarrilado gracias a Ellaria, de la que brotó una suave luz azulada que parecía ser tremendamente dolorosa para aquellas criaturas no muertas. Se dispersaron tratando de escapar de la clérigo y fueron cazados y eliminados uno a uno.
Sin embargo la noche aún depararía más sorpresas. Se acomodaron en el templo y Dereck decidió revisar los alrededores antes de acostarse, y al poco se encontró con una mujer envuelta en harapos que avanzaba a trompicones mientras acunaba un bebé en brazos. Aquello no cuadraba, pero tampoco podía dejarles tirados a la intemperie, así que se acercó a ayudarles.  El bebé cayó y resultó no ser más que un madero envuelto en un trapo, y al ver la cara de la mujer supo que tampoco era tal. Tuvo una breve visión de unas garras bestiales en lugar de manos, y escuchó lo que podría ser un conjuro antes de que un profundo sueño se apoderase de él. Lo siguiente que supo es que estaba atado y colgado boca abajo como un vulgar salchichón. A su lado estaba Ellaria, de semejante guisa y atado de pies y manos sobre una mesa se encontraba Eric. En el centro de la estancia, que parecía algún tipo de cueva, se alzaba una figura enjuta con garras y un horrible rostro  vagamente femenino. Hablaba sin cesar, la mayor parte del tiempo consigo misma. Sin embargo también se dirigió a Dereck. Al parecer había estado acechando a los tres bandidos que había matado, y no le había gustado nada que le hubiera birlado las presas. También mencionó a un aliado que tenía en Fallcliff, que le había ayudado a levantar a aquellos no muertos a los que se habían enfrentado. Aquello se ponía peor por momentos. Entonces algo llamó la atención de la “Vieja Nani”, como ella misma se autodenominaba, y se centró en Eric. Al principio con curiosidad, intuyendo que venía de lejos en el tiempo. Después a gritos, enojada, quizás incluso asustada. Le acusó de haber traído algo horrible con él, un mal de su tiempo que jamás debería haber regresado. Dereck aprovechó la distracción para soltarse las muñecas, aunque seguía colgado boca abajo y desarmado, y parecía que aquella bruja chiflada o lo que fuera se disponía a abrir a Eric como a un conejo.
Entonces irrumpió Amae Karén, como caída del cielo, sacudiendo estocadas con las que les ayudó a soltarse. La bruja clavó entonces la mirada en el pecho de la gengi, y exclamó algo sobre algún tipo de piedra encerrada dentro, y que la quería. Trató de arrancar el corazón de la guerrera con sus garras, pero Amae esquivó hábilmente su embate, y mientras tanto el resto había logrado soltarse y armarse. Entre los cuatro comenzaron a acosar a la bestia, que viéndose superada murmulló un conjuro, y se desvaneció en el aire. Se oyó una puerta abrirse y cerrarse y supieron que se habían quedado solos.
Recuperaron su equipo y subieron por una trampilla que resultó dar al interior del templo, donde quedaba hábilmente disimulada. Por extraño que pareciera, no parecía creíble que aquella criatura hubiera construido aquella puerta por sí mismo, más bien que hubiera aprovechado una estancia secreta de los tiempos en que aquellas ruinas aún funcionaban como templo. A saber qué cosas se traían entre manos en aquel lugar para necesitar una sala de torturas oculta como aquella. Atascaron la trampilla y pasaron la noche con guardias dobles y durmiendo con un ojo abierto.

martes, 5 de mayo de 2015

Sigrún

Muchas fueron las riquezas del antiguo reino. Todos recordaban los metales preciosos y las gemas, y la inigualable maestría  de los orfebres y los herreros. Sólo algunos eruditos humanos recordaban el comercio y el resto de la artesanía, y sólo los elfos y los gnomos, tan apegados a la tierra, rememoraban los cultivos cuidadosamente alineados e irrigados.
Pero lo que casi todos los no enanos olvidaron, si es que en algún momento habían sido conscientes de ello, es que la base del imperio siempre fue la piedra. Aquella que constituía el suelo sobre el que se asentaba y el cielo sobre sus cabezas, tanto como la seguridad de sus muros. Aquella que albergaba a sus habitantes en vida, y en la que eran sepultados en la muerte. Aún más, aquella en la que los antiguos dioses habían esculpido a sus primeros ancestros, antes de que decidieran recurrir al blando y cambiante barro para moldear a la raza de los hombres, tan volubles ellos.
Ninguna otra raza aprendió a conocer y apreciar los distintos tipos de roca, ni siquiera los habitantes de la Infraoscuridad, que nunca veían la luz del Sol. Y de todas las rocas de cantería, no hubo ninguna tan apreciada como el Mountainbone, un tipo extremadamente raro de obsidiana, y la reina de las piedras para la construcción. No sólo era increíblemente resistente y duradera, sino que además era invulnerable a la magia de transmutación, que podía transformar en barro murallas enteras de rocas inferiores. Aunque era muy escasa y difícil de extraer y trabajar. En las antiguas fortalezas enanas se reservaba para el suelo del nivel inferior, para evitar ataques desde la Infraoscuridad, y para los puntos más críticos de las murallas, como las poternas.
Sin ser nunca tan valiosa como los metales, un cargamento completo de bloques tan perfectamente tallados que encajaban a hueso sin dejar el menor resquicio entre ellos se consideraba un regalo digno de un príncipe. El principal problema era que dada la dureza de la roca, los métodos de cantería habituales eran inútiles, y requería más tiempo, paciencia y herramientas especiales, como picos de adamantita y pulidores con polvo de gemas. Además, los yacimientos se encontraban invariablemente en lo más alto de ciertas cordilleras, lugares aislados y muy lejanos de cualquier asentamiento civilizado por lo que sólo el trasporte de los bloques de al menos doscientas libras de peso era un desafío no apto para pusilánimes. La vida era bastante difícil en las colonias donde se extraía esta roca, pese a estar constantemente comunicados con el núcleo del reino por carretas y barcos, que llevaban todas las provisiones y herramientas necesarias, e incluso algunos pequeños lujos, como cerveza y tabaco, y se llevaban las losas ya talladas.
Sin embargo, con la caída del Imperio Enano, algunas de las colonias mineras  más remotas, situadas en torno al volcán conocido en la antigua lengua como Zarn an Karak, se convirtieron en los últimos dominios libres de los enanos. El precio de conservar su independencia fue terrible, ya que supuso convertirse en completamente autosuficientes en un mundo helado sin apenas recursos.
El mountainbone cayó en desuso. Los humanos jamás habían aprendido a trabajarlo, por lo que apenas hicieron uso del mismo después de su asalto al poder, y sólo reutilizando bloques ya cortados saqueados de las antiguas fortalezas. Con el brutal descenso del número de magos que supuso el pacto de las casas sublevadas y la absurda costumbre humana de tomar las fortalezas con sangrientos asaltos en vez de derrumbando los muros con máquinas de asedio, las virtudes de tan excepcional material quedaron en un segundo plano.
Los clanes de Zarn an Karak aprendieron a usarlo de otras maneras, como para fabricar herramientas y armas para reservar el metal, muy escaso en la región, y que además tendía a oxidarse rápidamente si no era aleado con procedimientos secretos por los mejores herreros enanos. Y realmente necesitaron usar las armas con frecuencia.
Los primeros años tras la gran traición, la casa de Talos trató de asaltar las colonias varias veces. Las montañas fueron la tumba de casi todos. Miles de ellos. Perdieron casi tantos hombres por la dureza del terreno, enfermedades y ataques de bestias que en batalla. Lo cierto era que a alturas superiores a los siete u ocho mil pies sobre el nivel del mar a buena parte de los humanos comenzaba a costarles respirar, y entonces eran presa fácil para los indómitos y vengativos enanos.
Al cabo de un par de décadas se retiraron, y nunca más volvieron, pero eso no supuso una gran mejora. Al quedar desmilitarizada, la zona, en la que ya abundaban seres peligrosos, se infestó de orcos, gigantes y trolls. Había quien decía que los esclavistas Talos estaban encantados de soltar en aquel territorio a esclavos no humanos demasiado indisciplinados o estúpidos para trabajar, para dar ejemplo a los demás. Aquellos que sobrevivían hacían del territorio un lugar aún más peligroso, y creaban un eficaz cinturón defensivo que a lo largo de los siglos siguientes demostró ser infranqueable.
Mientras tanto, los últimos enanos libres del mundo lograron sobrevivir en tan inhóspito hogar, enrocados en las zonas de nieves perpetuas de las montañas y en continua lucha contra un mar de criaturas que les odiaban. Cambiaron. Mucho del conocimiento de sus ancestros se había perdido, ya que al ser una colonia minera apenas había sacerdotes, ni eruditos, ni qué decir expertos en leyes. Tampoco es que sobraran muchos tipos de artesanos, por no hablar de muchas materias primas, como metales y madera. Así que aprendieron a hacer las cosas a su manera, con los materiales disponibles, y a prescindir de aquello que no pudieron recrear.
Se vistieron con pieles, luchaban tanto con armas de acero como de piedra, y apenas usaban las armaduras de metal que habían caracterizado a los ejércitos de sus antepasados. Para intimidar a sus salvajes enemigos, adoptaron algunas de sus costumbres, como pintarse la cara con pinturas de guerra y tatuarse. También adoptaron tácticas que no solían relacionarse con la raza enana, como la emboscada o la retirada a terreno favorable.
También conservaron sus antiguos dioses, aunque lo fusionaron con costumbres animistas, como el culto a los espíritus naturales. Tras la caída de Móradin, se mantuvo su culto, en un intento de mantener a su dios vivo y ayudarle a recuperar su vieja gloria. Pero era evidente que no estaba en condiciones de ayudar a nadie, así que cobró importancia el culto a deidades secundarias del panteón enano, sobre todo a Skuld, la hija de Móradin, conocedora del destino y patrona de los valientes. Se decía que en los antiguos tiempos era la encargada de recoger las almas de los que morían en combate y escoltarlas hasta la presencia de su padre, al que ayudaban a alimentar su fragua, donde se daba forma al mundo. Pero que tras la caída de Móradin, comenzó a reunir a los espíritus de los guerreros caídos para formar un ejército que luchara contra los demonios y las hordas de Grushm y protegiera a lo que quedaba de su pueblo de los peligros ultramundanos.
Skuld era adorada más  en la caza y en el campo de batalla que en los templos, y sus representantes más comunes  no eran los pocos sacerdotes que interpretaban sus designios, sino las doncellas cantoras, que acompañaban a los guerreros y atendían a los moribundos en sus últimos instantes. Después de la batalla cantaban las hazañas y las vidas de los que habían muerto, sin omitir luces ni sombras.
En la anterior era, las doncellas cantoras habían sido refinadas hijas de familias nobles que acompañaban a los ejércitos protegidas por armaduras encantadas y legiones de enanos dispuestos a morir en su defensa. Ahora eran avatares vivientes de su indómita diosa, las guerreras más agresivas de una raza de salvajes, dirigiéndose allí donde el combate era más enconado. A los enanos no les solía gustar que sus mujeres combatieran, aunque a menudo no les quedaba otro remedio, y de hecho tanto ellos como ellas recibían el mismo adiestramiento con las armas, pero siempre se alegraban de contar con las doncellas de Skuld. Todos creían que dejarse llevar por el pánico y fracasar en su deber ante una de ellas era una condena a una eternidad de ignominia y olvido, así que nadie osaba flaquear cuando una doncella andaba cerca. Su presencia había cambiado las tornas de innumerables batallas a favor de los clanes de Zarn an Karak, pero también había conducido a la muerte a incontables enanos que buscaban probar su valía.
Sigrún era una de ellas. Podía no ser la más experta, ni la más dulce ni femenina, ni la más hermosa, pero los guerreros junto a los que combatía la adoraban. La llamaban con el sobrenombre de “la que canta poco”, porque los que luchaban a su lado tenían la grata costumbre de sobrevivir. Pese a su gran juventud tenía una gran habilidad con las armas, y se decía de ella que debía tener un espíritu tótem poderoso, lo que podía significar casi cualquier tipo de habilidad intangible, desde un destino grandioso a simplemente dar buena suerte, como una pata de conejo pelirroja de ciento cincuenta libras. Podía ser cuestión de suerte, pero lo cierto era que Sigrún siempre corría grandes riesgos para intentar que sus compañeros sobrevivieran.  Por mucho que sus maestras siempre le aseguraban que no era su labor mantenerlos vivos, sino darles ejemplo y esperanza en la vida y consuelo en la muerte, cada vez que tenía que cantar lo sentía como un fracaso. Pese a su adiestramiento, no lograba abstraerse a que los caídos siempre eran enanos a los que había conocido desde niña. Por ello sus canciones fúnebres siempre tenían un poso de tristeza de la que no se sentía nada orgullosa, ya que odiaba mostrarse vulnerable. Aunque algunos pensaban que esto restaba algo de majestuosidad al paso a la otra vida y esperaban que se le fuera pasando con la práctica, otros apreciaban su particular estilo. Decían que había algo más de verdad en sus canciones que en las de otras cantoras más encallecidas.
Pero Sigrún se preguntaba si de verdad estaba hecha para aquella vida. Sentía que estaba en su elemento en el campo de batalla, luchando por los suyos, pero se le partía el alma cada vez que tenía que ofrecer los ritos a un enano muerto. Cada ocho años las doncellas debían decidir si seguían siéndolo o no, lo que se conocía como la reafirmación. Tras sesenta y cuatro años de servicio se convertían en damas de Skuld, y recibían permiso para abandonar la castidad y casarse. Sigrún se aproximaba a su primera reafirmación y no estaba segura de qué opción tomar. Además había hecho una de las pocas cosas que tenía prohibidas, enamorarse.  Se decía que cortejar a una doncella cantora era cortejar a la muerte, y que los que osaban hacerlo invariablemente acababan atrayendo la mala fortuna  y muriendo en batalla protegiendo a su amada. Pero la hermosa Thurd, del clan Forjaroca, desafió este tabú, pese a ser ella misma otra cantora. Lo cierto es que Sigrún nunca terminó de entender qué había visto en ella para arriesgarse de esa manera. No era la más guapa, ni la más sensible, ni desde luego la más jovial de las enanas. Pero ella sí que supo lo que vio en Thrud. Una desbordante alegría de vivir pese a todos los pesares, y la extraña combinación de una increíble ternura en la paz y fuego y acero en la batalla. Y poseía la voz más hermosa y conmovedora que jamás había escuchado. Llevaron su relación con discreción, y sólo sus hermanas cantoras lo supieron.
Pero la maldición de las cantoras demostró tener sólidas bases. Apenas llevaban juntas dos años cuando un nuevo enemigo llegó a las montañas. Era algún tipo de hechicero, humano, al parecer, pero de alguna manera logró poner a su servicio a toda una tribu de orcos y a varios ogros y gigantes. Nadie supo qué buscaba por aquellas tierras perdidas, pero arrasó con todo lo que encontró a su paso, hasta que los enanos de Zarn an Karak presentaron batalla al pie de un glacial. Los orcos cayeron a decenas, y los primeros gigantes también fueron barridos bajo una avalancha de armas arrojadizas seguida de la carga de los salvajes enanos. Muchos comenzaron a huir de la carnicería, demasiado conmocionados para darse cuenta de que superaban a sus enemigos en tres a uno. Y entonces apareció el hechicero, rodeado de toda una guardia pretoriana de humanos con corazas completas, escudos y ballestas. Se desató un infierno de llamas y relámpagos entre los enanos, que comenzaron a dispersarse.
Las doncellas dieron un paso al frente y los enanos volvieron a la lucha. Sigrún fue una de las que encabezaron la segunda carga, y de las pocas que lograron acercarse al hechicero y sus extraños guardias. Decapitó a uno de ellos a costa de ser herida en el costado y se percató de que sólo Thrud y ella seguían en pie, espalda contra espalda. Seguramente consciente del efecto que las doncellas estaban ejerciendo en la moral de los enanos, decidió hacer un escarmiento en ellas, y arrojó un extraño conjuro, como un relámpago de color violeta, que parecía tragarse toda la luz que había alrededor. Sigrún se preparó para el impacto cerrando los ojos, pero cuando volvió a abrirlos vio que Thud se había interpuesto en la trayectoria, y caía al suelo.  El hechicero lanzó una carcajada sádica que resonó por todo el valle, y conjuró una brillante cúpula de energía sobre sí mismo. Los pocos guerreros acorazados que quedaban se acercaron a la última enana que quedaba en pie. Supo que no tenía ninguna oportunidad de vencer a aquellos diestros guerreros, y que aunque lo lograra, no lograría perforar la cúpula que protegía al hechicero. Así que ni lo intentó. Con las pocas fuerzas que le quedaban, cargó contra el guerrero situado más cerca de la pared del glacial y saltó sobre él. El soldado interpuso expertamente su escudo para protegerse, pero en vez de golpearle, Sigrún utilizó a su adversario como trampolín para saltar a un saliente de la pared glacial, a la que comenzó a golpear con su martillo de guerra. Sus enemigos comprendieron demasiado tarde lo que intentaba. Con lágrimas en los ojos, asestó un último golpe tan brutal que la cabeza de mountainbone del martillo estalló en pedazos y su mango se partió al tiempo que lanzaba un poderoso grito de guerra lleno de ira y dolor. Un virote de ballesta le impactó en la espalda, y calló de rodillas, desarmada y derrotada. Pero entonces la pared se desmoronó sobre el ejército enemigo en una avalancha de pedazos de hielo que empequeñecieron a los ogros.
Nadie supo a ciencia cierta cómo Sígrun logró sobrevivir a la hecatombe, pero la encontraron inconsciente al lado de donde había caído Thud. Cuando recuperó la consciencia supo que había sido una gran victoria. Milagrosamente, habían muerto muy pocos enanos. Los conjuros del hechicero habían herido a muchos, pero al no haber sido rematados la mayoría habían logrado sobrevivir. Thrud también había sobrevivido, pero había quedado en estado comatoso, y los sanadores no lograban hacer nada por ella. Un anciano clérigo dijo que el conjuro que le había lanzado el hechicero le había arrancado su espíritu, y que salvo que ocurriera un milagro, jamás despertaría. Sigrún  se sintió morir.
Ignorando el debate que se había desatado entre las damas cantoras y los sacerdotes sobre si debería recibir los ritos funerarios o no, Sigrún cantó la elegía de Brúor sin tratar de ocultar su llanto. Los testigos contaron que fue la canción más hermosa y desgarradora que habían oído aquellas montañas,  y juraron haber oído la voz de Thud junto a la de su amada y que hasta los pájaros se habían conmovido. Pese a la clara ruptura de las normas que supuso no esperar a las conclusiones de los mayores, nadie osó poner ninguna objeción sobre aquello.
Pasaron dos meses en los que como se había predicho, Thrud no despertó, pese a que todas sus heridas físicas sanaban a buen ritmo. Sigrún quedó destrozada, y fue relevada de sus obligaciones, permitiéndosele quedarse al lado de su amada.
Todo cambió el día que los silenciosos hablaron. Los silenciosos eran los clérigos de Móradin, llamados así porque no solían tener gran cosa que decir. Su comatoso dios no solía enviar muchos designios que interpretar, y preferían estar callados para tener mejor conexión con cualquier susurro divino. Pero un buen día todos los silenciosos despertaron asegurando haber tenido el mismo sueño. Que Móradin había despertado, aunque seguía débil, que había vuelto a otorgar sus dones a unos pocos elegidos y que era la señal de que se aproximaban tiempos que iban a marcar el destino de la raza enana, para bien o para mal. Se habló de que los descendientes vivos de Alduin saldrían a la luz, y que la raza enana podría recuperar su libertad si recuperaba la fe en su viejo dios y en sí misma. Ni qué decir tiene que estas advertencias no cayeron en saco roto. Las montañas conocieron una agitación como no se había visto en siglos. Los jefes de los clanes se reunieron, los ancianos y los augures fueron escuchados, y por primera vez se decidieron a contactar con los clanes del resto del continente. Para ello se enviarían unas pocas expediciones al exterior. No faltaron voluntarios, aun sabiendo que la mayoría no iban a regresar. Las doncellas de Skuld tampoco se echaron atrás, aunque no fueron pocos los que pusieron inconvenientes a que más que un puñado de ellas se marcharan.
La noche antes de que las partidas marcharan, Sigrún hizo un solemne voto ante Skuld y ante Móradin. Marcharía a lo desconocido y daría hasta la última gota de su sangre para que se cumplieran sus designios a cambio de que Thrud despertara. Sin nada más que una leve esperanza de que sus dioses la hubieran escuchado, tomó para sí el hacha grabada con runas que había pertenecido a Thrud, pidió permiso para acompañar a uno de los grupos de exploradores. Sus superioras, comprensivas, se lo concedieron.
Marchó junto con una diminuta partida de exploradores de otro clan a los que apenas conocía. La mayoría no sobrevivió al trayecto en el desierto que rodeaba las montañas, pero lo que ocurrió después es otra historia…