Cercanías del bosque de Airysh 16 de noviembre del año 815
Hace ya unos días que abandonamos la ciudad minera de
Hogrh’Dural, donde acontecieron hechos dignos de recordar, incluso gestas
merecedoras de una canción. Tras nuestra reciente, digamos...
"colaboración", con los Mandragoras, se nos asignó la misión de encontrar
a un anciano dragón verde conocido como el Profeta Esmeralda. Para ello, según
nos dijeron, sería esencial recuperar un antiguo artefacto de gran poder, la
brújula de Penda'Gasht, que suponemos nos permitirá superar las distintas
barreras mágicas con la que haya ocultado su cubículo el dragón. Esta brújula
se encontraba en poder de Parche, un cabecilla local Hogrh’Dural, o mejor
dicho, el cacique central de una subsociedad de ladrones, traficantes y demás
criminales que, alojada en la antigua mina, conocida como la Fosa de los
Diamantes, parasita la ciudad, gobierna en la sombra y absorbe las riquezas
proporcionadas por las minas de cobre y plata de la ciudad.
Y con estas escuetas directrices entramos en Hogrh’Dural.
Nada más entrar, en la misma taberna en la que nos hospedamos, nos enteramos
del ataque sufrido el día anterior por una despiadada banda de mercenarios, los
Aulladores de Fenris. Al parecer habían realizado un ataque relámpago en el que
habían robado, matado y quemado todo lo que se cruzó en su camino, e incluso se
atrevieron a expoliar los interiores de las mismísimas minas. También nos
enteramos de una extraña enfermedad que estaba causando estragos entre los más débiles.
Inmediatamente pensamos en la plaga de Bosque Brillo, pero en este caso los
afectados se sumían en un intranquilo sueño del que no eran capaces de
despertar. Tras descansar unas horas hicimos la debida visita a la autoridad
local, el alcalde Gifin. Tras unos minutos de audiencia, en lo que nos
presentamos como simples mercaderes, no nos quedó duda de su carácter:
mezquino, conspirador, avaro y lo peor de todo para nuestra misión, una
marioneta de parche para "legitimar" su control sobre la ciudad.
Apenas habíamos tomado contacto con la ciudad y no conseguíamos ni esbozar cómo
diantres podríamos conseguir la dichosa brújula. Parecía ser más fácil ir a
Penacles y robarle la túnica al Sumo Inquisidor Sasarai.
Y mientras reflexionamos sobre nuestros próximos
movimientos, nos abordó un enano embozado en una desgastada capa. Se presentó
como Malner, un minero que había sido herido en el combate (o más bien masacre)
producida por los mercenarios. Al contrario de lo que pensábamos, nos dijo que algunos mercenarios seguían en
las minas, y al parecer perseguían a una enana llamada Marbani, una autoridad
entre sus compañeros enanos, de buen corazón y única opositora real al dominio
del binomio Gifin-Parche. Aquello olía realmente mal, y pronto empezamos a
pensar en un ataque urdido por el propio alcalde. En cualquier caso nos pusimos
de camino. No sabíamos por dónde empezar nuestra búsqueda, no podíamos ignorar
la petición de ayuda de Malner, y aunque Thrain y Aaron me odiasen por ello, si
Parche la quería muerta sería interesante que nosotros llegásemos antes.
Y de esta forma tan heroica, todos menos Morrigan, que
prefirió investigar la pista de la misteriosa enfermedad (que de nuevo demostró
tener un origen sobrenatural, al no verse afectado por los poderes de nuestros
divinos camaradas), nos adentramos en las peligrosas minas Hogrh’Dural en busca de la damisela en apuros.
En el camino conseguimos salvar algún minero, y nos enfrentamos a terribles
criaturas del submundo, más propias de los territorios Drow que de una mina.
Allá donde mirábamos veíamos los estragos causados por los Aulladores. En cada
corredor y sala encontrábamos decenas de cadáveres, todos ellos de mineros
enanos. Habían sido masacrados con saña por sus atacantes, y los pocos que
habían sobrevivido habían sido pasto de las criaturas del submundo que nos
acechaban en cada esquina. ¿Guardaría alguna
relación con la enfermedad, al igual que en Bosque Brillo la corrupción mutó y
afectó a las mentes de las criaturas del bosque? Era muy probable, pero no
estábamos allí para investigar. Tras acabar con algunas de estas criaturas aberrantes,
la mayoría de las cuales no habríamos visto ni en pesadillas, por fin dimos con
Marbani, acompañada por dos mineros. Lejos de ser la damisela que me imaginaba
resultó ser una enana bien entrada en años, de mirada dura pero inspiradora. Sin duda una
líder. Pero nada más encontrarla
aparecieron dos mercenarios. Al parecer nos habían seguido y esperaban que
diésemos con Marbani. Tras agradecernos gentilmente que hiciésemos salir a la
enana, comenzó su transformación. Sus cuerpos se empezaron a hinchar y
recubrirse de un oscuro pelaje, mientras sus cabezas desarrollaban hocicos y
fauces con enormes y afilados dientes, sus manos se convertían y garras, sus
espaldas se arqueaban y su tamaño se
doblaba. Por fin el nombre de su compañía cobraba sentido, eran licántropos.
Con razón los pobres mineros no habían tenido ninguna posibilidad.
El combate fue duro. Nuestros golpes parecían no tener
efecto, pues el ímpetu de sus ataques no disminuía pese a las serias heridas
que les infringíamos. Thrain y Aaron, acompañado del poder de sus dioses
parecían mantener su rival a raya, y el segundo acabó por caer en la danza de
destrucción que solemos provocar cuando peleo
junto a Hadrian. Al final la premisa parece cierta, todo lo que sangra puede
morir, y aquel maldito licántropo sangró como para llenar una bañera.
Ante las sospechas de conspiración, decidimos sacar a
Marbani y sus acompañantes en la clandestinidad, para no llamar la atención de
Gifin. Nos juntamos con ella y Morrigan en lugar seguro, fuera de miradas
indiscretas, en la seguridad de un sótano encubierto. Informamos a Marbani
sobre nuestro objetivo, pero apenas nos proporcionó información que no
supiéramos. Sólo había tres formas de conseguir algo de Parche, con un ejército
superior al suyo (cosa fuera de nuestro alcance), cambiándolo por algo de más
valor (también improbable, salvo que el Rey Enano cague oro) o apostando algo
lo suficientemente valioso, pero en este caso sólo accedería en caso de estar
seguro de ganar. De nuevo el asunto tenía una pinta lamentable.
Aquella noche bajamos a los dominios de Parche, la vieja
mina, ahora llena de casuchas y tugurios de arcilla y chapa, conectadas por
callejones y pasarelas entre los distintos
niveles. Sólo sobresalían sobre el resto las casonas de los caciques, entre la
que destacaba el palacete de Parche, y algún local de más entidad. Recorrí
distintos antros, haciendo preguntas discretas, jugando a los dados (jugaban a una
curiosa variante del Gysh) y condonando deudas por favores o información. Pero
poco saqué aquella noche, salvo contemplar otro de los numeritos de Hadrian en
el foso. Al menos algo parecía claro, sólo cinco cosas movían aquella ciudad, el
sexo, el dinero (de estas dos Parche tenía cuanto quería, o al menos más de lo
que pudiéramos o quisiéramos ofrecerle), las peleas de foso, el Gysh y las
carreras de cuadrigas. Por eliminación rápidamente me decanté por las peleas de
foso, donde Hadrian podría marcar la diferencia. Pero para apostar
necesitábamos algo que Parche quisiera, y aquella noche no dimos con nada relevante.
Fue al día siguiente cuando nuestro plan acabó por concretarse. Recorrimos
tabernas y burdeles, hablamos con
comerciantes, prestamistas y amantes de lo ajeno. Incluso hicimos “favores” de
los que no nos sentimos demasiado orgullosos, pero finalmente conseguimos un
combate en un local importante, la Espada en la Sombra. Allí Hadrian se
enfrentó con el “Titán de Azabeche”, al que no hace falta que describa, y tras
deleitarnos con su particular visión del espectáculo en un combate, acabó por
dejar a su adversario para guardar cama unos cuantos días. Poco antes del
combate, me tocó interpretar el papel de adinerado y aburrido mercader de lo
exótico y tuve unas cuantas negociaciones con el propietario del local. Acordamos
las condiciones clásicas, el ganador se llevaría su parte de las apuestas, pero
no pudo resistirse a un doble o nada, y se jugó una valiosa estatuilla, a la
que Parche había puesto el ojo, contra cuatro gemas que habíamos reunido en
nuestras andanzas anteriores.
Nada más abandonar el local, nos esperaba una figura, que
nos pidió le acompañásemos al palacete de Parche. Tal y como habíamos previsto,
la victoria de Hadrian no había pasado desapercibida. Ahora sólo quedaba lo más
difícil, ganar a Parche en su propio juego. Nos adentramos en su ostentosa
morada, llena de obras de arte, ricas telas y guardias en todas las puertas.
Estaba seguro de que aquella ruta estaba estudiada para sobrecoger e intimidar
a sus visitas. Y finalmente llegamos a su “sala de audiencias”, un enorme salón
con salida al enorme palco exclusivo del circo central de la Fosa de los
Diamantes. Y allí, en un intrincado trono se encontraba Parche, cual rey de
aquellas infectas tierras, custodiado por su dos matones de confianza, un
imponente enano llamado Yadgrog y una peligrosa drow conocida como Sátrapa.
Evidentemente conocía de nuestra llegada días atrás, así que
no intentamos insultar su inteligencia (o lo que es peor, su red de
informadores) siguiendo con el cuento de los comerciantes, así que fuimos
directos al grano. Éramos aventureros y queríamos la brújula de Penda'Gasht, y
sólo teníamos la bonita estatuilla para intercambiar. Ofrecimos jugárnoslo a
todo o nada en una emocionante competición multidisciplinar de Gysh, combate de
foso y carrera de cuádrigas, y de repente sus ojos centellearon ante una mezcla
de codicia, emoción y sadismo. Descartó las cuadrigas, y nos propuso un duelo
mixto de Gysh y lucha. Pero con sus reglas. En primer lugar, dado lo
desbalanceado de los objetos apostados, deberíamos ganar ambas competiciones
para llevarnos la apuesta. Además, sería yo quién luchase en foso, y el chico
quien jugase a Gysh. Hubo un momento de duda, disfrutaba al ver como nuestra
falsa seguridad se hacía añicos. Y tras unos segundos deleitándose con nuestras
turbadas caras, añadió la guinda final. Si perdíamos, el chico, nuestro jodido
Aaron, se quedaría como “invitado de honor” durante todo un año. Aquello era el
colmo, estaba a punto de quejarme y romper el trato (que le jodan a los
Mandragoras, no estaba dispuesto a sacrificar tanto), hasta que Aaron aceptó el
trato. Maldito chalado, no duraría ni una semana como vasallo de aquel
megalómano, y además haría que me partiese la cabeza un bruto tatuado, pues sin
mis hojas apenas me podría escabullir y herir a mi contrincante a pullas.
Hadrian, tan sorprendido como todos, al menos pudo reaccionar, y le pidió una
semana a Parche para prepararnos, lo que quedó finalmente en cuatro días.
Cuatro días para convertir a un inocente muchacho en un as del engaño y la
estrategia, y a un escuálido elfo en una máquina de partir huesos en una lucha
cuerpo a cuerpo.
A la mañana siguiente, temprano, comenzó nuestra carrera a
lo imposible. La gente de Marbani puso
en contacto a Aaron con un viejo jugador de Gysh, el mejor de la zona, llamado
Craster, que inculcó al chico los principios del juego, a base de paciencia y
coscorrones. Tras sólo una jornada juraba que nunca había visto a nadie tan
malo y con tanta suerte con los dados. Aquello era alentador, al menos teníamos
la mitad del trabajo hecho, y con las enseñanzas de Craster no era una locura
que llegase a hacer de Aaron incluso un buen jugador.
Mi camino, como era de esperar, fue más cruento. Maratonianas jornadas de lucha con Hadrian, que me golpeaba sin
compasión, corregía mis errores con más golpes y mis efímeras victorias con más
golpes aún. Sólo llevaba una jornada y ya pensaba en el abandono. El dolor
físico se veía incrementado por la frustración. Pero Hadrian no daba pie ni a
las dudas. Poco a poco, y aguantando gracias a los ánimos, y más valiosas
sanaciones mágicas proporcionadas por Aaron y Thrain, fui interiorizando los
preceptos inculcados. Aprovechar la fuerza del rival en su contra, golpear con
precisión los puntos débiles del enemigo (aquello no me era del todo ajeno), y
encajar los golpes (lección más practicada).
La tercera noche, como para celebrar la víspera de nuestra
estrepitosa caída a los infiernos, hubo un incidente digno de mención. Un
resplandor en el cielo me sacó de mi
meditación y Aaron me alertó de un ataque a Thrain. Rápidamente fuimos
en su ayuda, pero la escena que contemplamos era realmente extraña. Un imponente
Ángel, acompañado por sus esbirros alados amenazaba a Thrain, que parecía agotado
y tenía la cara cubierta de sangre. Y se disponía a acabar el trabajo, al
invocar cinco relucientes soldados de metal movidos por su voluntad, cuando la
irrupción de una figura acaparó su atención. Se presentó como Gerard de Rivia,
un cazador de demonios, y pareció intimidar al mismísimo ángel, del que parecía
un viejo conocido, porque tras hacer una clásica declaración de intenciones,
optó por retirarse junto a su séquito.
Pero lo que más recuerdo de aquella noche es la forma en la
que me miraba Gerad, como si me conociese de toda la vida. Y más desconcertante
aún fue cuando me ofreció algo, un fragmento de colgante que encajaba a la
perfección con el mío, que había recibido de mi madre. Le pregunté si nos
conocía, pero no obtuve respuesta, y tal y como había venido se fue.
A la mañana siguiente retomé el ritmo infernal de
entrenamiento. Apuramos hasta pocas horas antes del combate, y tras recibir la
necesaria recuperación mágica, bajamos a la Fosa.
La expectación popular era inmensa, nos habíamos convertido
en la atracción de temporada de aquel nido de sabandijas. Nos presentaron a
nuestros rivales. Sátrapa, la drow, competiría en Gysh con Aaron (estábamos
jodidos) y un imponente humano, campeón de cien batallas de foso lucharía
conmigo.
No quise ni mirar el duelo a los dados, concentrado en mi
combate. De vez en cuando oía exclamaciones de sorpresa, risas y gritos de
júbilo y maldiciones, y el resto del tiempo silencio. El duelo parecía estar
igualado, lo que me metía más presión. Y tras unos minutos, una explosión de
gritos y risas. El chico había humillado a la drow que maldecía profusamente.
Ahora llegaba mi turno, y Parche parecía recuperarse de la pequeña derrota ante
la visión de mi más absoluto fracaso. Nos llevaron a la arena de combate, se
hicieron las presentaciones y esperé. Me aislé del mundo, cerré los ojos,
concentrándome en mis músculos y ligamentos, visualizando a mi rival. Sonó la
campana y me lancé como una exhalación. Mi rápida reacción le cogió por
sorpresa, acostumbrado a los tanteos iniciales, y le propiné varios golpes en
el costado y cuello que le noquearon por momentos. Pero hizo imponer su físico
superior y rápidamente balanceó el combate. Sorprendentemente las enseñanzas de
Hadrian habían tenido un gran efecto, lo que apenas se apreciaba cuando luchaba
contra él. Pero ante este rival casi me extrañaba la lentitud de sus
movimientos y suavidad de sus golpes. El
gong sonó cuando estaba cobrando una ventaja decisiva. Le estaba haciendo
morder el polvo, y por primera vez pensé seriamente en la victoria. Incluso
desestimé emplear un par de trucos sucios que tenía en la recámara (drogar el
agua que bebería en el descanso y aprovechar una distracción de Hadrian) ante
el temor a que me pillasen, pero había algo más. Orgullo, había sufrido mucho
para llegar hasta aquí y quería demostrarme a mí mismo que podía con ese
mastuerzo, limpiamente, al menos todo lo limpia que puede ser una lucha de
foso.
El descanso tuvo un efecto muy favorable para mi otrora
maltrecho rival. Se había recuperado bien de mis golpes, y salió al ring con
energías renovadas. Me golpeó salvajemente con una energía inédita, y me
pregunté con terror si no habría estado actuando como Hadrian en sus combates.
Pero no me rendí, seguía golpeando rápido como el viento y encajando sus
contras lo mejor posible, y al cabo de unos segundos los dos estábamos
exhaustos, tambaleantes. Acababa de salir de una presa ganadora de mi rival a
costa de dislocarme el brazo. El bruto se lanzó contra mí, seguro de que no me
podría defender con un solo brazo, pero en lugar de intentar bloquear su
embestida, e impulsándome con una de las esquinas del cuadrilátero, salté por encima de su cabeza y le propine una patada seca en la nuca. Pareció no tener efecto, pues
siguió en su embestida, hasta que chocó, ciego e inconsciente contra el pilar
de la esquina que un segundo antes ocupaba. Había vencido, y de repente, todo
el dolor y sufrimiento del combate y los días pasados se volvieron
insignificantes. Hadrian saltó a la arena para abrazarme y levantar mi brazo
(el sano) y me regocijé al ver el enfado monumental de Parche desde el palco. También me extrañó ver de nuevo a
Gerard, que me miraba con gesto complacido, casi diría que orgulloso. Rápidamente
nos retiramos al vestuario, donde tras vomitar al llegarme el bajón de
adrenalina, recibí los cuidados de Aaron y me equipé con mi conjunto de combate, mientras agradecía
el suave tacto de las empuñaduras de metal de mis espadas. Salimos de nuevo al
coliseo preparados para cualquier cosa, y alerta ante la ausencia de ruido.
Habían desalojado al público, lo que podía significar desde que Parche no
quería testigos en su derrota, hasta que
hubiese decidido matarnos para borrar su fracaso. Afortunadamente resultó ser
lo primero, y tras unas protocolarias y escuetas palabras recibimos nuestra
recompensa y salimos cagando leches de ese lugar.
Tras esta heroica gesta pasamos brevemente por la
ciudad, donde nos despedimos de nuestros nuevos amigos y partimos rumbo al
bosque de Airysh. Ahora que han pasado unos días, y con la perspectiva que da
la distancia, me doy cuenta de lo que realmente hemos conseguido. Estoy rodeado
de compañeros increíbles, y ni ellos mismos se dan cuenta de su verdadero
potencial. Por separado quizá sólo seamos aventureros más o menos capaces, pero
juntos, juntos somos capaces de hacer cosas extraordinarias.