lunes, 28 de diciembre de 2009

El sueño de Kayrion VII

Dannelle volvió a alzar la cabeza y le miró a los ojos.
-“¿Te crees que no lo sé? Sé que habrías hecho lo que hubiera hecho falta por ella. Que habrías vuelto conmigo, y habrías vivido junto a mí para cuidarla. Pero sabía que no era lo que realmente querías. Tú querías ayudar a todo el mundo, combatir el mal y el sufrimiento…no fundar una familia. Tú me querías con todo tu corazón, lo sé, pero a veces sentía que te culpabas por cada minuto que pasabas conmigo y que no estabas salvando el mundo. Y yo te qui… Yo te quería, y no podía soportar que no te permitieras ni un instante de paz. Creí, que podía ayudarte, ¿sabes? Pensé que podría hacer que te perdonaras a ti mismo, y te permitieras ser feliz, pero me equivocaba. Lo nuestro acabó el día en que me di cuenta de que no podía hacerlo, que sólo tú podías. Lo comprendí cuando acabó la guerra y tú seguiste con esas cruzadas de purificación. Tú ibas a continuar cumpliendo con tu deber, y yo ya no podía seguirte.”
-“¿Y crees que no lo habría entendido si me hubieras dicho que estabas embarazada…? ¿Qué clase de hombre te crees que soy?”- repuso agriamente.
-“No lo hice porque estuviera embarazada, no voy a usar a Janice de excusa. Yo sólo… estaba muy cansada. De tanta muerte, tanta lucha, tanta sangre y sufrimiento. No podía más.”- se detuvo un instante, mientras que unas lágrimas escaparon de sus ojos –“¿Tan egoísta era querer un poco de paz? Tu querías seguir luchando, saldando esa deuda que crees tener con los dioses y con el mundo. Pero lo peor es que sabía que lo habrías dejado todo por Janice, que la habrías cuidado, que la habrías querido como me querías a mí, pero también sé que no te habrías sentido en paz contigo mismo, que no te permitirías ser feliz en esas circunstancias. Te amaba y no habría podido soportar el saber a cada momento que en realidad habrías deseado estar en cualquier otro, salvando a los inocentes, pero quedándote con nosotras por que era tu deber… Eso habría hecho que muriera un poco cada día. Y no estaba dispuesta a que mi hija, nuestra hija, creciera sabiendo eso. No podía permitirlo…” se detuvo otro instante. Su voz se quebraba por momentos, mientras sus ojos se anegaban de lágrimas.
“Tuve la esperanza de que te liberaras de tus fantasmas cuando acabaran las cruzadas, cuando hubieses terminado de instruir a la siguiente generación de paladines que protegieran el mundo. Soñaba que entonces querrías volver conmigo y me buscaras, y con Janice podríamos haber sido una familia. Lo preparé todo por si ocurría, ¿sabes?”- volvió a detenerse, como si necesitara tomar aire –“Pero no fue así. Después de la cruzada vino otra, y después otra, y luego te dedicaste a patrullar los caminos como vigilante, sin dejar de instruir a más y más paladines. Sin sentir en ningún momento que ya habías hecho suficiente y que te podías permitir vivir tu propia vida, ni siquiera un poco... Sí, estaba lejos de ti, pero sabía todo eso. No faltaban noticias de tus hazañas. Cuando las oía siempre me sentía orgullosa de ti, pero triste porque significaban que aún no te habías perdonado a ti mismo. Y además, Val venía de vez en cuando a echarme una mano y me hablaba de ti, y de todos los demás. Intentó mediar para que volviese contigo, como hace tanto tiempo… Ya la conoces. Algunas veces también ha venido Garret, que también me hablaba mucho de ti.”
-“¿Qué? ¿Me estás diciendo que Garret lo sabía y no me dijo nada?- exclamó Kayiron. Le costaba creerlo, aunque sabía que era cierto. Se sintió traicionado por el clérigo, aún asumiendo que hubiera prometido no hacerlo.
Dannelle asintió –“Ellos no tienen la culpa de esto, no tienes nada que reprocharles. Los dos intentaron convencerme de que te lo dijera, pero les hice prometer que no te dirían nada.”- Sonrió con amargura durante un instante-“. ¿Sabías que Val estaba pensando en casarse con Garret entre otras cosas para obligarnos a reencontrarnos durante la ceremonia?”
Kayrion negó con la cabeza. Sabía que después de tantos años de relación parecía que al fin se iban a decidir a dar el paso, pero no se había imaginado que ese fuera uno de los motivos. Se sentía demasiado aturdido para decir nada al respecto en ese momento.
-“Por eso no te dije nada. Sé que tenías derecho a saberlo… Sé que estás furioso, te sobran motivos para estarlo, y sé que no puedo esperar que lo comprendas o que me perdones algún día. Yo pensé, creí, que lo que hacía era lo mejor para los dos, y también para Janice. Supongo que no tiene demasiado sentido, pero creí que era mejor la esperanza de que algún día podría tener un padre que la querría de todo corazón a tener realmente un padre con el corazón y el alma divididas. Seguramente sea una estupidez, y sé que no puedo compensaros por todo este tiempo de ninguna manera. Por negarte a ti la oportunidad de conocer a tu hija y a Janice la oportunidad de conocerte a ti y ni siquiera puedo decir que no hubiera algo de egoísmo en lo que hice.”- Su voz se apagó entonces, como si hubiera soltado todo lo que llevaba dentro. Se apoyó en una pared, con aspecto de estar exhausta.

martes, 22 de diciembre de 2009

El sueño de Kayrion VI

Kayrion y Dannelle seguían frente a frente, mirándose fijamente, sin pronunciar palabra, durante unos instantes que le parecieron eternos. Mil ideas surcaban a toda velocidad por su mente. Era como si todo lo que sabía sobre el mundo hubiera cambiado en un segundo.
-“Kayrion…”- fue lo único que ella acertó a decir hasta que unos tirones de su manga la hicieron mirar hacia abajo, hacia Janice. Miró a Kayrion una vez más, con una mirada llena de vergüenza y tristeza, casi suplicante, antes de arrodillarse junto a su hija y susurrarle algo en el oído. Kayrion no oyó lo q le decía, aunque le pareció que hablaba en élfico. La niña salió corriendo bastante contenta, aparentemente ajena al desconcierto y preocupación que embargaba a sus padres.
“Kayrion…”- repitió, como si necesitara oírse decir su nombre para creer que realmente estaba allí –“Creo que deberíamos hablar en privado.”
Él asintió en silencio. Desde luego había mucho que hablar, y no le parecía adecuado hacerlo en mitad de la plaza, donde cada vez se congregaba más gente que quería ver al paladín recién llegado. Cogió las alforjas y la silla de montar de su montura y le hizo una señal. El magnífico corcel celestial se encabritó y en medio de un cegador destello regresó a su plano nativo a la espera de que su jinete volviese a necesitar sus servicios, ante el asombro de la gente que curioseaba a su alrededor.
Dannelle le indicó entonces una de las casas que había en la plaza, y ambos se dirigieron a ella, mientras que la gente comenzaba a dispersarse ante la presión de la anciana Draira, que insistía en que no había nada que ver allí.
Kayrion no habría necesitado que Dannelle le hubiera indicado que aquella casa era la suya. La casa en cuestión era bastante diferente de las demás que la rodeaban. La estructura era de piedra hasta la altura de las ventanas, mientras que el resto del primer piso y la totalidad del segundo eran de madera bellamente labrada. Las reminiscencias al estilo élfico eran evidentes, sobre todo en el tejado y las ventanas, pero sin dejar de tener las líneas básicas del resto de edificios humanos. La casa no dejaba de ser un reflejo de la propia naturaleza dividida de su dueña.
Sin decir aún una palabra, ambos entraron en la casa. Kayrion se quedó mirando a través de la ventana a la niña que se alejaba hasta que se salió de su vista al entrar en una callejuela. Finalmente rompió el silencio -“Janice es tu hija... ¿Ella es…?”- Se sintió incapaz d continuar.
Dannelle asintió lentamente con la cabeza al tiempo que cerraba los ojos. –“Sí, Kayrion, ella es tu hija.”
A pesar de que tenía la certeza de que aquello era cierto antes de preguntar, oír la confirmación de sus labios fue como un mazazo para el paladín. Sintió como si todo el peso del mundo se le echara encima de repente. –“Pero… no puede ser… ¿Cómo es posible? ¿Por qué?”- se detuvo y tomó aire antes de preguntar –“¿Por qué no me lo dijiste?”
-“Sé que tendría que habría tenido que decírtelo hace mucho tiempo. Sé que no tenía derecho a ocultártelo, pero no podía decírtelo… Yo… tenía miedo…”- Su voz se entrecortó, al tiempo que apartó su mirada, mientras trataba de encontrar las palabras para continuar. La ira fue creciendo dentro del paladín a medida que pensaba en todo lo que le había sido negado durante esos años. Replicó agriamente, elevando un poco el tono de voz.
-“¿Miedo? ¿De qué? ¿Creías que me negaría a hacerme cargo? ¿Que intentaría quitártela? ¿Te crees que no habría asumido mis responsabilidades? ¡Por todos los dioses, ella es de mi sangre! ¡Yo me habría ocupado de ella!”

martes, 8 de diciembre de 2009

El sueño de Kayrion V

En efecto, ya se veía el poblado, a uno o dos kilómetros de distancia. Era un pueblo de tamaño mediano, rodeado por una empalizada de madera, reforzada con piedra en su parte baja. Los campos a su alrededor estaban bien organizados, con claras delimitaciones entre ellos en formas regulares, y parecían muy bien cuidados. Los campesinos que trabajaban saludaron al jinete. Kayrion observó que muchos tenían arcos o algún tipo de arma junto a sus campos. Los campesinos parecían diligentes y confiados. La mayoría de ellos eran mujeres o adolescentes. Había pocos hombres adultos. Veía por qué aquel Barón deseaba controlar aquel valle, y aunque estaba seguro de que sus motivos estaban lejos de ser desinteresados, lo cierto es que no imaginaba como un poblado como aquel podría sobrevivir por sí solo a una incursión seria, a pesar de que sus defensas parecían mucho mejores que en otras aldeas parecidas.
Mientras tanto, Jani había empezado a arreglar un poco su desastroso aspecto, peinándose un poco con las manos y quitándose hojas y trozos de ramitas del pelo. Después cogió un faldón de la sobrevesta de Kayrion y se limpió la cara con él, antes de que su propietario pudiese protestar. La prenda en cuestión era de seda de Suryamar y poseía encantamientos protectores. Era un regalo de la oyabun del Clan Grulla, Oyumi. “Qué demonios”, pensó el paladín, y usó la prenda que de todas formas ya estaba muy sucia para limpiarse él también la cara de los restos de fruta que le había arrojado Jani.
Finalmente llegaron cerca de las puertas, que estaban abiertas, pero con un par de chicas bastante jóvenes armadas con arcos haciendo guardia sobre ellas, a las que la niña saludó a gritos. Las guardias devolvieron el saludo. Al igual que los campesinos, no parecieron extrañarse de ver al caballero.
-“Parece que sabían que veníamos”- dijo Kayrion-“¿Cómo es posible?”
-“Seguro que te vería alguno de los cazadores y darían la señal. Todos llevamos esto, por si acaso.” Dijo orgullosa mostrando una pequeña chapita de acero pulido que llevaba en el bolsillo.- “Me están enseñando a usarla, pero no me aclaro de que si la señal de peligro eran tres señales o... ¿Qué venía después del tres…?”- entonces señalo a la puerta y dijo –“¡Mira! Ahí están Jaron y Pip.”
Señalaba a un par de perros. El primero era un chucho sin raza, pero inmenso. Kayrion no entendía demasiado de perros, pero parecía una mezcla entre un San Bernardo y un Gran Danés. Estaba sentado sobre sus patas traseras y se inmutó al verles, aunque parecía vigilar a Jani de rerojo. El otro era un perrito diminuto, aún un cachorro, que correteaba en círculos alrededor de su congénere sin dejar de soltar ladridos, y que parecía muy contento de ver a la pequeña. El perro pequeño no abultaría en total más que la cabeza del grande.
Kayrion descabalgó y se dispuso a bajar a Jani del caballo. El perro pequeño se abalanzó sobre el paladín muy nervioso y se puso a dos patas sobre su pierna, sin dejar de ladrar y aullar. Cuando estaba ayudando a la pequeña a bajar del caballo, notó algo cálido y húmedo en su bota. El cachorrito no había podido resistir la emoción de ver a la niña y había aflojado la vejiga sobre la pierna de paladín. Mientras se preguntaba que más podía ir mal ese día, Jani cogió al perrito, y le regañó sin demasiada convicción. –“Pip, perrito malo, te he dicho cien veces que eso no se hace.”
Una de las guardias de la puerta se reía a carcajadas, mientras que la otra trataba de disimular sin demasiado éxito. Se acercó entonces el otro perro, lenta y pesadamente, que miró a Kayrion de pies a cabeza.
-“Dale la mano y no tengas miedo”- le aconsejo Jani.-“Es su manera de presentarse.”
Hizo caso y extendió la mano. Desde luego que a aquellas alturas de la vida y habiéndose enfrentado a todo tipo de aterradores monstruos en el pasado no sentía el mínimo temor de aquel perro, que excluyendo su tamaño parecía totalmente inofensivo. Este avanzó y le cogió la mano entre los dientes mientras le miraba fijamente a los ojos. A través del guantelete de malla pudo percibir que el perro no estaba ejerciendo la más mínima presión. El mensaje estaba claro, si te metes con la pequeña te metes conmigo. Después le soltó y comenzó a andar lentamente tras Janice, que había salido corriendo saludando a todo el mundo que había ido a recibir al forastero, con Pip pisándole los talones.
Una mujer mayor se adelantó he hizo una leve pero respetuosa reverencia. Se presentó como Draira, miembro del consejo de la aldea, y se disculpó por los problemas que le hubiera podido causar Janice, y excusó su comportamiento. A pesar de su deplorable aspecto, con la ropa y el pelo con trozos de pulpa de manzana, la bota meada por un perro y la mano babeada por otro, el paladín se forzó a sonreír y a quitarle importancia al asunto. Al menos volvía a estar entre adultos y haberse librado de la pequeña y adorable Jani. La señora Draira se ofreció a reunir al consejo y a presentarle a la líder del mismo, a lo cual Kayrion aceptó, aunque habría preferido tener ocasión de arreglarse un poco antes.
Avanzaron hasta una pequeña plaza donde una mujer se dedicaba a emplumar flechas mientras tarareaba una canción élfica. La reconoció en el acto. Podría haberla reconocido en cualquier parte, a pesar de los años que habían pasado desde la última vez que la había visto. Era Dannelle. No había cambiado nada en todo ese tiempo, salvo los ropajes que llevaba, parecidos a los del resto de aldeanas. Se paró en seco, incapaz de moverse por unos instantes, mientras ella seguía con su tarea, ajena a la presencia de Kayrion.
La escena fue interrumpida por una niña que corriendo a toda velocidad se dirigió hacia Dannelle. Era Janice, que gritó- “¡Mamá, mamá, mamá! ¿A que no sabes lo que me ha pasado?...”
Ella levantó entonces la vista y le vio. Su cara se convirtió en la viva representación de la sorpresa, pero no era nada comparado con la que sentía el propio Kayrion. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta del parecido entre madre e hija? ¿Cómo podía haber reconocido en aquella niña las facciones de la mujer a la que nunca podría olvidar? Pero aquello no era todo, lo peor es que se había dado cuenta de a quién le recordaba también la niña. En ciertos rasgos era la viva imagen de Sonya, su hermana, cuando era pequeña. Lo que significaba que Janice era…
Kayrion despertó. No podía moverse, ni siquiera los párpados. Sentía frío. Seguía congelado en el hielo mágico. No tardaría en volverse a dormir. Sintió una leve palpitación del parásito que llevaba en el pecho. Todo había sido un sueño, o más bien una pesadilla, y fue tomando conciencia de la realidad. La amenaza para el mundo aún no había acabado, y estaba lejos de hacerlo, aunque no tenía forma de saber cuánto tiempo había pasado desde que le hibernaran. Ni siquiera había logrado librarse aún de aquel parásito que amenazaba con devorarle desde dentro. Sintió una sombra desesperación que se abatía sobre él. Al menos, pensó mientras volvía a sumirse en la inconsciencia, no tendría que preocuparse de la pequeña Janice…

domingo, 6 de diciembre de 2009

Gwen

La mítica maga de la espada, mitad elfa, mitad dragón. Gwen formó parte del grupo de héroes que derrotó los ejércitos oscuros en la primera edad. Su carácter autoritario y carismático la convirtieron en el nexo de unión del grupo, siendo querida y respetada por todos. Su tremendo poder e inagotable energía hicieron temblar hasta los más poderosos enemigos, y junto a sus compañeros derrotó ejércitos enteros. Pero sobre todo es recordada por la labor de reconstrucción de la civilización que siguió a la gran guerra, fundando uno de los dos primeros reinos humanos y convirtiéndose en la primera emperatriz de Alexandria.

Gwen

sábado, 5 de diciembre de 2009

Alas de Dragón II

II
Era cerca del mediodía en la gran ciudad de Alexandria, y numerosas personas de todas las razas civilizadas, procedentes de los cuatro confines de Areos, se acercaban a las puertas de la ciudad. Entre ellos había un enano, recién llegado de la ciudad de Kazak-Monk. A pesar de ser más bajo que la mayor parte de la gente que le rodeaba, era un gigante entre los de su raza, con una estatura de cuatro pies y medio, musculoso y ancho de espaldas. Su pelo y su barba eran negros como el carbón, al igual que sus ojos. La escasa longitud de su barba era indicio claro de si juventud. Su aspecto era cuando menos intimidador, realzado por la coraza de escamas que vestía. Se llamaba Thorcrim Ironchain y su expresión en ese momento era hosca, como era típico entre los suyos cuando estaban rodeados de extraños. En realidad se sentía molesto y algo intimidado. Era la primera vez que salía de las montañas que le habían visto nacer y no estaba acostumbrado a que la gente le mirara desde arriba. Todo le resultaba desconocido, y pocas cosas le inspiraban confianza. Los edificios humanos, como el palacio que se alzaba al otro lado de la muralla, le parecían demasiado altos, con muros demasiado finos. Se preguntó qué clase de insensato se arriesgaría a dormir bajo un techo que se le antojó que podía venirse abajo en cualquier momento. Sólo la imponente muralla de la ciudad, que mantenía intacto el sello de los canteros enanos que la habían erigido siglos atrás, le parecía suficientemente sólida, y su presencia familiar en aquella ciudad extraña le resultó reconfortante. Oyó un murmullo y unos gritos apagados en una calle lateral. Aquello también le resultó familiar. Los problemas sonaban igual en cualquier ciudad del mundo. Su curiosidad se impuso a su sentido común y se acercó a ver qué ocurría.
Lo que vio le revolvió las tripas. Cinco hombres con aspecto de matones, grandes, sucios y armados con porras y espadas cortas, acosaban a una mujer humana que estaba rodeada de niños, todos ellos aterrorizados, a los que reclamaban el pago de su “protección”. Sólo una niña, que Thorcrim calculó que no tendría más de 6 años, permanecía de cara a los bandidos. Al otro lado de la calle, una mujer, una elfa de pelo rubio, y vestida con ropas ligeras de cuero observaba también la escena con rostro impasible, pero que dejaba traslucir lo poco que le agradaba la escena que se desarrollaba frente a ella. El viajero, acostumbrado al respeto por la ley que se tenía en su tierra, se sorprendió de que no hubiera ningún miembro de la guardia que vigilara aquellas calles e impidiera aquella clase de tropelías. Cuando uno de los hombres apuntó a la niña con una espada roñosa y mellada, aquello fue demasiado para el recto enano, que desenfundó su martillo, aprestó su escudo, y avanzó para intervenir. Simplemente pensó que alguien debía hacerlo, y parecía el único dispuesto a hacerlo.
Hasta ese momento no se dio cuenta el enano que a la que había tomado por una niña pequeña era en realidad una joven halfling, de escasa estatura, delgada y morena, pero con la tez algo pálida. Vestía con ropas de lo más común, pero de tonos oscuros, en vez de los colores vivos que solían preferir los de su raza. Su rostro expresaba resolución, dejando claro que no se iba a dejar asustar ante aquellos brutos extorsionadores, y no dejaba entrever nada de la jovialidad que se les presuponía a los suyos. A regañadientes, el enano se vio obligado a reconocerse a sí mismo una cierta admiración por el coraje que aquella canija que lo le llegaba ni a los hombros estaba mostrando por enfrentarse sola a esos tipos. Quizás era más insensatez más que valor, pero por Móradin que le estaba echando redaños.
Con su grave vozarrón, sugirió enérgicamente a aquellos tipos que dejaran tranquila a la familia, captando de inmediato la atención de dos de los bandidos, que se volvieron. Sin demasiados buenos modos, le instaron a ocuparse de sus problemas, pero en el proceso mencionaron de manera no demasiado respetuosa, y de hecho bastante despectiva, la raza, estatura y hábitos higiénicos de Thorcrim, y a varios de sus ancestros y parientes cercanos. Aquello fue un grave error. Hasta ese momento el enano solo había estado indignado, pero que aquellos zarrapastrosos patanes osaran faltarle al respeto a sus antepasados en la cara le había puesto verdaderamente furioso. Sin embargo el rostro del enano permaneció impasible, en silencio, sin ninguna reacción visible durante unos segundos. En realidad el antiguo aprendiz de herrero les estaba dando tiempo de retractarse, pero no fue esto lo que pensaron los bandidos, que rieron ruidosamente, creyendo haber intimidado a aquel espectador inoportuno. Por ello, la primera pista que aquellos matones de segunda tuvieron de la ira que embargaba a su verticalmente escaso oponente fue el hecho de que golpeara salvajemente con su martillo en la barbilla del bandido que tan pocas dotes diplomáticas había mostrado. El hombre cayó al suelo sin sentido, con la boca que tantas ofensas había proferido en tan poco tiempo aplastada y casi sin dientes, inútil durante una buena temporada para cualquier cosa que no fuera sorber por una pajita.
Aquello atrajo la atención de los otros tres que seguían encarados con la halfling, que se aprestaron a rodear al enano. Ni siquiera se les ocurrió que alguien que no llegaba a tres pies de estatura pudiera ser una amenaza para ellos. Aquello fue un nuevo error, que uno de los asaltantes pagó muy caro cuando, en un parpadeo, y sin que Thorcrim estuviera muy seguro de dónde la había sacado, una pequeña daga apareció en la mano de la valiente halfling como por ensalmo, y la hundió profundamente en la espalda de un bandido que había cometido la grave equivocación de no considerarla una amenaza. La corta pero afilada hoja penetró profundamente entre dos costillas, y se hundió en uno de los pulmones del forajido, que cayó al suelo gritando, mientras le salía espuma sanguinolienta por la boca e intentaba desesperadamente taponar con sus manos la herida.
Simultáneamente, otros dos bandidos se habían situado a ambos lados del enano, aparentemente ajenos a la suerte que había corrido su compañero. El guerrero no tuvo grandes problemas en detener los torpes ataques del que estaba a su izquierda, bloqueándolos con su escudo, pero el otro atacó por la derecha con su espada corta aprovechando que sus defensas estaban bajas, abriendo un largo, aunque afortunadament no demasiado profundo corte en el brazo derecho. Un tercero le atacó desde la espalda con una cachiporra, y aunque su armadura absorbió lo peor del ataque, dejó al enano algo aturdido y magullado. El segundo bandido volvió a alzar su arma para descargar otro ataque contra el enano herido cuando una flecha se clavó en su antebrazo, traspasándolo de parte a parte y obligándole a soltar su herrumbrosa espada. Thorcrim miró a su derecha y se dio cuenta de que la elfa que había visto antes se había decidido unir a la refriega empuñando un arco que se disponía a recargar. El enano supuso que disparar sin previo aviso debía de ser la forma típica de los elfos de expresar su desprecio por aquellos que extorsionaban a campesinos desarmados y luego combatían en proporción de dos contra uno.
Viendo que las tornas habían cambiado y que ahora eran ellos los superados en número, los tres bandidos que aún estaban en condiciones de correr pusieron pies en polvorosa, abandonando sin dudar a su compañero inconsciente y al otro, que seguía agonizando en el suelo, con cada vez más dificultades para seguir respirando. Mientras iniciaban su deserción, Thorcrim acertó a golpear con su martillo a uno de los bandidos en el torso, que provocó el crujido de algunas costillas, aunque no logró impedir su huida. La elfa, por su parte apuntó a la espalda del último matón que seguía indemne mientras huía, pero en el último momento, cambió de opinión, y bajó mínimamente su arco antes de disparar. La flecha impactó en el trasero del fugitivo, una herida que quizás no fuera grave, pero sin duda dolorosa, sobre todo para el orgullo.
Una vez finalizada la contienda, la halfling se presentó como Gilian, y les explicó que en realidad los humanos no eran una familia, sino más bien una especie de horfanato regentado por la mujer, con la que ella colaboraba. Agradeció a elfa y enano la ayuda prestada a ella y a sus amigos humanos, y les ofreció la hospitalidad de la modesta vivienda de la familia. Aunque correcta y amable, no fue demasiado efusiva.
La elfa, que se presentó como Cora, restó importancia a su intervención, aunque su tono dejaba claro que pensaba que sin ella habrían sido sin duda derrotados. La típica soberbia élfica, pensó el enano, tal y como su viejo maestro le había advertido sobre las gentes de los bosques. A pesar de ello, tuvo que reconocer ante sí mismo que sin su oportuno disparo, podría haber tenido serios problemas, y lo le gustó la idea de estar en deuda con una orejas puntiagudas.
Hasta un buen rato después no llegó una patrulla de la guardia, proverbialmente tardía, que se hizo cargo de los dos bandidos que no habían logrado huir, uno de los cuales había muerto mientras tanto. Thorcrim meneó la cabeza con desagrado, reprimiéndose mascullar algo sobre la ineptitud de los humanos en el mantenimiento del orden en su propia ciudad. Sintió lleno de nostalgia que realmente se encontraba en un lugar totalmente extraño, muy lejos de su hogar.
Por último se dirigió en silencio a las puertas de la ciudad, no sin antes seguir el consejo de su viejo maestro. “Si te topas con un halfling, muchacho, no olvides revisar tus pertenencias a continuación”. Parecía que no faltaba nada.

jueves, 3 de diciembre de 2009

El sueño de Kayrion IV

A Kayrion le empezaba a doler la cabeza. Janice hablaba a tal velocidad que era difícil seguir el hilo de su conversación-monólogo. Sólo acertó a decir –“Bueno, a veces a los adultos…”
-“Pues eso, que no es justo”- le interrumpió Jani.-“¡Pero di algo, hombre, que estás muy callado! Seguro que tienes algo que decir, que parece que se te haya comido la lengua el gato. Igual es por eso que el hermano mayor de Johan dice que los paladines de Shiva sois todos unos reprimidos, y eso que adoráis a una tía medio en pelotas.”
“Pues vamos bien.”, pensó Kayrion.
“Y ya que estamos, ¿sabes lo que es un reprimido? Es que cada vez que lo pregunto me dicen que no me meta. Por qué cada vez que no quieren explicarte una cosa dicen que eso no es para niños. Es como cuando juntan a los caballos con las yeguas, o a las ovejas con los carneros, que nunca nos dejan quedarnos. Qué raros que sois los mayores. Pero respóndeme a algo, jolines.”
Aquello empezaba a ser demasiado para el infortunado paladín. Su jaqueca aumentaba por momentos, así que sólo acertó a responder.
-“Eso mejor se lo preguntas a tu padre, ¿vale, bonita?”
-“Pero es que no tengo.”- Protestó.
-“No lo sabía, lo siento”- Kayrion se reprendió mentalmente, sintiéndose culpable de haber hablado sin pensar. Tendría que haberse dado cuenta que no era lógico que la niña sólo mencionara a su madre. Tenía que tener más paciencia, eso era lo que dictaban las enseñanzas, y Jani sólo era una niña pequeña indefensa en medio de una tierra peligrosa que no entendía la mitad de las cosas que decía y encima se había tenido que criar sin un padre.
-“Bueno, se supone que sí que lo tengo, como todos los demás, pero nunca le he visto. Se fue hace mucho. La hermana de Ciren dice que dejó a mi mamá hace un montón, antes de que yo naciera. Y la señora Draira dice que mi papá era un caballero que se fue para luchar en la guerra. También dice que algún día volverá con mi mamá y conmigo, pero creo que eso lo dice sólo para animarme cuando estoy triste. Pero yo no necesito que me animen, en serio. Estoy muy bien con mi mamá. Ella es la mejor del mundo mundial y lo pasamos muy bien las dos juntas. Y seguro que mi padre era imbécil. Porque hay que ser imbécil para no querer estar con mi mamá, porque mi mamá es la mejor y hace unos pasteles de fruta que te cagas. Están muy ricos. Si te portas bien a lo mejor te doy unos pocos. Y no le digas que he dicho que te cagas, ¿vale? Esa es otra de las cosas que no le gusta que diga. Y tampoco le digas que he dicho que he dicho que mi papá es imbécil. No le gusta que hablen mal de él. Bueno, tampoco le gusta que hablen bien o regular de él, ¿sabes? Mi mamá se pone un poco triste cuando alguien le pregunta por mi papá, y se cabrea cuando alguien habla mal de él. Así que no hables de él si la ves, ¿vale? Y no te chives de nada de lo que he dicho.”- la niña se volvió y miró un instante al rostro del paladín. De repente y sin previo aviso le soltó.-“Oye, ¿no serás tú mi papá?”
Cogido totalmente por sorpresa, al infortunado paladín le dio un ataque de tos y se le pusieron los ojos como platos, horrorizado ante la mera idea de que aquello pudiera ser posible. No se calmó hasta que recordó que, gracias a los dioses, aquello era imposible. Finalmente acertó a responder.
-“Me temo que no. ¿Por qué lo preguntas?”
-“Pues porque dicen que mi papá era un caballero y era imbécil, y tu eres un enlatado y tienes cara de imbécil. O de idiota. ¿Qué era lo menos malo?”
Aquello empezaba a pasar de castaño a oscuro, y la paciencia del devoto paladín empezaba a agotarse. Intentar callar a esa niña era como intentar detener las mareas.-“Escucha, ¿no habíamos quedado en que dejarías de insultarme? Creía que teníamos un trato-“
-“¡Pero si es verdad!”- protestó la pequeña-“No te mosquees, pero es lo menos malo. No es mi culpa si no pareces muy listo. Y además, antes te cogí por sorpresa. Si hubiera sido un goblin te podría haber matado y luego te habría asado y luego te habría comido. Es lo que dicen que hacen los goblins con la gente que cogen. ¿O eran los orcos? ¿No serían los gnolls?”
Kayrion no pudo reprimir un suspiro, casi deseando haberse topado con cualquiera de esas criaturas antes que con esa pequeña con incontinencia verbal. Aquello habría sido rápido, y habría podido desembarazarse de cualquier criatura con muchos menos problemas. Al menos ahora no estaría soportando que le dijeran cosas que casi nadie osaría decirle ni estaría cubierto de trozos de manzanas, que empezaban a atraer a las moscas. Deseó fervientemente que Valadia hubiera estado con él. Ella seguro que habría sabido tratar con ese pequeño monstruo, pero sentía que a él la cosa le superaba.
Mientras tanto Jani proseguía incansable enumerando la mitad del bestiario más común-“¿O eran los ogros? No, espera, los trolls, seguro, seguro. No, espera. ¿No serían los gnomos? Ah, no, creo que los gnomos no eran. ¿Y cómo se llamaban esos bichos que son como lagartijas grandes puestas de pié? ¿Y los que son como lagartijas de pie pero más grandes? ¿Tú has visto cosas de esas? Seguro que sí. Tiene que ser divertido ir por ahí y ver todas esas cosas, pero todos me dicen que todavía soy demasiado pequeña.”- Comenzó a contarse los dedos de la mano derecha y añadió -“Ya tengo todos estos años”- dijo mostrando al mano extendida. Luego añadió un dedo más de la izquierda, y después otro que más tarde retiró, con cara de concentración. Finalmente mostró los seis dedos muy orgullosa. –“Todos estos”- recalcó –“Bueno, casi, pero queda muy poco para mi cumple. Pero no soy demasiado pequeña, seguro. Y soy muy rápida, y le gano a casi todos los demás niños, hasta a algunos que son mayores. Y no le tengo miedo a nada. Ni a los goblins, ni a los orcos ni, a lo gnomos, ni a nada.”
-“Ni siquiera a los caballeros armados, entrenados y mucho más grandes y fuertes que tú, ¿verdad?”- repuso Kayrion.
-“Pues claro que no. Y tú menos que ninguno. Está claro que no le harías daño ni a una mosca. Seguro que eres más inofensivo que un borreguito.”
Increíble, pensó. Años luchando contra todo tipo de monstruos innombrables para que una mocosa acabara dudando de su valía. Nunca se había considerado orgulloso, pero decidió que convenía empezar a marcar los puntos sobre las íes.
-“Pues debes saber que he combatido contra monstruos bastante peligrosos más de una vez. Incluso he luchado contra dragones y los he vencido.”
-“Pues me parece muy mal. Los dragones molan. No habrás matado a ninguno, ¿verdad? Y si lo has hecho seguro que no ibas tú solo. A mí me gustan los dragones. En casa tengo muchos dibujos de muchos dragones, y me gustan. Sobre todo los que son como de color plata. No habrás matado a uno de esos, ¿no? Porque me gustan mucho, y dice mi mamá que son muy listos y muy buenos. Si le has hecho daño a uno eres un ruin. Oye, Karian, ¿que es un ruin?
-“Alguien malo y cobarde. Y me llamo Kayrion, no Karian. Y nunca he peleado contra un dragón plateado, ya sé que esos son defensores del bien. Todos a los que me enfrenté eran malvados. Anda, no te enfades.”
La situación era surrealista. Ahí estaba uno de los héroes más reconocidos de Areos dándole explicaciones a una mocosa que ni siquiera tenía idea de lo cerca que había estado el mundo del desastre total.
-“Pues menos mal. Bueno, te perdono. Pero no lo vuelvas a hacer.” – De repente señaló al frente y dijo.-“Hey, mira, ahí esta mi pueblo.”

Alas de Dragón I

I
El día se acercaba a su fin en las afueras de la gran ciudad de Alexandria, tiñendo el cielo de tonos rojizos. La inminente llegada de la noche hacía acelerar el paso a numerosas personas, que se apresuraban para llegar a sus hogares antes de que la oscuridad cayera sobre los caminos. Mientras la mayoría se dirigía hacia la ciudad o hacia los barrios bajos situados extramuros, dos hombres apretaban el paso en sentido contrario.
Uno era muy alto, de piel clara y pelo blanco, vestido con ropas gruesas, destacando una magnífica capa de piel blanca de lobo, con la cabeza del animal haciendo las veces capucha. También llevaba una pesada coraza de escamas, con un escudo, como si esperara problemas. Su nombre era Garret, clérigo de la diosa Shiva, el único de su religión que había en la ciudad.
El segundo era poco más que un muchacho, de estatura media, lo que le hacía parecer bajo en comparación con el primero, pero con una complexión más recia y atlética. Su piel era bronceada y su pelo castaño, con rasgos algo angulosos, pero que más de una mujer consideraría atractivos. Vestía de manera sencilla, con unos pantalones de lino sin teñir y un sencillo chaleco rojo. Se llamaba Daemigoth, y era el ayudante del clérigo.
Los dos compañeros se dirigieron a un pequeño cementerio, algo alejado de la ciudad, situado al noroeste, cera de unas colinas bajas. Las autoridades de la ciudad habían decidido ceder aquel cementerio, abandonado tiempo atrás, para la pequeña minoría practicante de la religión de la diosa de la Luna Helada, de la que Garret era el predicador. Era un lugar descuidado, lleno de malas hierbas, cuyas únicas tumbas recientes eran de personas fuera de la ley, que habían muerto y sido enterradas con el mismo secretismo con el que habían vivido. Pero más preocupante que lo que vio fue lo que no percibió. Garret notó que la tierra del camposanto no retenía el conjuro de consagración que debía protegerlo de cualquier fuerza oscura. No había sido renovado en años, probablemente en décadas. Tampoco era algo imprescindible, ya que a fin de cuentas, las oscuras energías necróticas, que permitían la existencia de los no-muertos, estaban recluidas a muy pocos lugares del mundo, por lo que el peligro de los nigromantes era casi inexistente. Sin embargo, esto disgustó al clérigo. Se suponía que un cementerio debía de ser un lugar adecuadamente consagrado, y, desgraciadamente, él carecía del poder necesario para conjurar una plegaria de ese nivel de complejidad. Con todo, comenzó a adecentar un poco el lugar, y preparó un pequeño altarcillo portátil con unas velas para conjurar una plegaria de bendición sobre el lugar en el momento en el que anocheciera, cuando la influencia de su diosa era más poderosa y sus dones divinos eran mayores. No sería una verdadera consagración, pero sería mejor que nada.
Mientras el clérigo hacía sus preparativos, su ayudante se dedicó a barrer las viejas lápidas, con una total falta de entusiasmo que no se molestaba en tratar de disimular, para disgusto de su mentor, que esperaba que algún día el joven se decidiera a madurar, y se deshiciera de aquella cinta con el emblema de Wee-Jas que llevaba en la cabeza. Garret se limitó a negar con la cabeza.
En ese momento, ambos vieron un intenso destello rojo hacia el norte, en algún lugar entre las colinas. El clérigo notó como se le erizaba el pelo de la nuca, delatando la sensación de mal augurio que le invadió en ese momento.
Maestro y discípulo se quedaron en silencio durante unos largos minutos en los que nada más ocurrió. Sólo el antinatural silencio que se apoderó del lugar seguía indicando que algo ocurría. Algo peligroso.
Y de repente, un ruido de pies arrastrándose les alertó de la presencia de un tercer hombre. Parecía un guerrero bárbaro de los páramos, de estatura media, delgado, rubio y de piel morena, que vestía una vieja y sucia cota de escamas, con una especie de bozal metálico que le tapaba la mitad del rostro, y empuñaba a duras penas una espada a dos manos. Parecía estar en las últimas, extremadamente débil, aunque no mostraba ninguna herida evidente, y apenas llegó cerca de Garret y Daemigoth se derrumbó en el suelo, exhausto y jadeando por el esfuerzo. Garret se arrodilló de inmediato ante el desconocido, intentando averiguar qué le había sucedido. Su frente estaba perlada de sudor, pero muy fría al tacto.
No tuvo más tiempo para continuar su exploración, ya que de repente el clérigo escuchó otro sonido, procedente de dos de las tumbas más recientes. El sonido de tierra siendo removida. Desde dentro. Dos figuras putrefactas, que en otro tiempo habían sido humanos, salieron de sus tumbas. Sus ojos que no veían se dirigieron hacia los tres hombres, con paso lento y torpe, pero constante.
Garret miró a las criaturas con horror e incredulidad a partes iguales, sintiéndose paralizado por las nauseas. Todo lo que sabía, o creía saber, sobre esos seres, los zombis, le decía que era imposible que pudieran existir en un lugar como aquel. Y sin embargo, ahí estaban. Finalmente, su férrea voluntad logró imponerse a su estupor y desenfundó su maza y su símbolo sagrado. Por Shiva que iba a enviar a esos seres de vuelta a la tierra de donde habían salido, y que iba a averiguar que infernal prodigio los había creado.
Daemigoth dio un paso al frente para proteger a su maestro, y con unos gestos arcanos y una única palabra, creó un chorro de llamas que envolvieron a uno de los muertos vivientes, que pese a todo siguió avanzando, aparentemente insensible al fuego. El segundo zombi fue recibido por el bárbaro, que con un rugido de dolor y de ira se levantó del suelo y lanzó contra su rival una salvaje estocada que le arrancó limpiamente un brazo y dejó el arma clavada en el tórax del no muerto, que pese a todo siguió en pie, tratando de arañar y morder al guerrero. El brazo seccionado, por su parte, siguió moviéndose y retorciéndose en el suelo, como un rabo de lagartija. Con una breve plegaria en los labios, canalizó a través de su símbolo sagrado y de su propio cuerpo la radiante energía divina en estado puro, confiando en que, tal y como le habían instruido, fueran anatema para aquellas criaturas. Un destello azulado brilló por un segundo en el cementerio, sin crear ningún efecto visible sobre sus adversarios, hasta que de repente estos comenzaron a retroceder, huyendo del gigantesco clérigo tan lentamente como habían avanzado.
Viendo su oportunidad, Daemigoth y el guerrero bárbaro redoblaron sus ataques, mutilando inmisericordemente a los dos cadáveres hasta que dejaron de moverse. Daemigoth trató de recomponer su gesto, tratando de ocultar el miedo que había pasado, mientras que el salvaje de los páramos, consumidas las pocas energías que le quedaban en aquel breve pero truculento combate, cayó al suelo inconsciente.