martes, 8 de septiembre de 2015

La Leyenda de la Corona Ámbar

Hubo un tiempo, antes de los tiempos de los reinos de los hombres, que fue conocida como la Era de los Compañeros. Una era en la que una elfa, un enano y un gnomo primero, y sus allegados humanos después, se convirtieron en los más íntimos e inseparables amigos.
En un inicio, el trío viajo recorriendo toda Gaia, llegando a lugares y encontrando maravillas que ningún ser vivo había imaginado hasta entonces, de las cuales sin duda no la menos de ellas fue la Cueva de Ámbar, situada bajo una montaña cuyo nombre y localización se han perdido con el paso de los siglos. El poder de ese Ámbar no tenía reflejo ninguno en nada que hubiera existido en el reino material, de tal forma que la elfa, sabia y cauta, aconsejó al enano que ocultaran la localización de dicha cueva y no lo revelaran jamás, encargando a una estirpe de guardianes su protección. Finalmente con la ayuda del gnomo consiguió frenar la ambición del enano y pudieron continuar su viaje a través de desiertos, pantanos, llanuras, ríos, valles y montañas.
Al cabo de los años, tras incalculables hazañas y enfrentamientos con las mismas huestes del Caído Asmodeus, el enano se convirtió en el nuevo Rey de Thorindor, gobernando sobre las tierras que alcanzaban de un mar a otro y que constituían el Imperio de los Enanos, Thorin Az-Kadahr. El gnomo permaneció a su lado, convirtiéndose en el arlequín de la corte como siempre fue su deseo, y en el fiel consejero y amigo del rey. La hechicera elfa por su parte continuó su viaje de conocimiento con la promesa de volver cada año a reunirse con sus queridos amigos. Los años y las décadas pasaron y la promesa nunca se rompió, durante un largo periodo durante el que el Imperio de Thorindor, así como las tierras que abarcaba, prosperaron en armonía de enanos, elfos, gnomos, halflings y los jóvenes humanos.
Y fue en compañía de un trío de estos últimos que apareció un día la hechicera en la corte de Thorindor, su aprendiz y sus nuevos amigos, el guerrero Halcón y la sacerdotisa de la Madre. Lo que encontraron sin embargo fue al rey enano yaciendo sobre su lecho de muerte, con el arlequín llorando a su lado.
- Su esposa ha fallecido, y ahora la pena y los siglos vienen también a reclamarle a él. Tienes que quedarte con nosotros y ayudarle a volver a ser el que era – lloró el arlequín.
- No puedo quedarme aquí, pues he entregado mi corazón a un hombre, al Halcón, y debo partir con él a desentrañar extraños presagios – respondió la elfa.  – Sin embargo, ayudaré a nuestro amigo con todos los medios a mi alcance antes de continuar mi viaje.
La hechicera recurrió entonces al mismo poder que habían escondido siglos atrás: forjó una gema del místico y temible Ámbar, y usó poderosos sortilegios para crear una corona del más puro mithril en la que engarzarla. La Corona Ámbar restauró las energías y el vigor de la juventud en el cuerpo del Rey y le infundió con una magia más antigua que el tiempo, convirtiéndole en el Rey Eterno. La Corona le había otorgado el don de la inmortalidad.
Así fue como, decidido a proteger su reino junto a sus nuevos amigos, el Rey Eterno se unió de nuevo a los Compañeros junto con el fiel arlequín. La amen…
-- El siguiente fragmento parece haber sido borrado del pergamino, y resulta ilegible --
Gaia era segura una vez más, pero el terrible destino de la sacerdotisa y el arlequín pesaba con fuerza en los corazones de los Compañeros. Se separaron de nuevo, cada uno retornando a las obligaciones que tenían para con su tierra, familia o imperio. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo hasta que se volvieran a encontrar, si bien por unos motivos mucho más primarios.
Los celos, la envidia y el ansia de poder se adueñaron de los pensamientos de los hombres, como era su naturaleza. El Halcón, cegado por su amor por la elfa y por los dones que ésta había otorgado al Rey enano, conspiró en su contra. La Corona Ámbar sería suya, o de nadie más. En secreto, se reunió con los líderes de las otras siete principales casas de los hombres que se encontraban integradas en el Imperio de Thorindor, y conjuraron su traición. El Halcón, el Lobo, el Escorpión, el Pez, la Rosa, el Grifo, la Serpiente y el Tigre habían dado inicio a la Guerra por la Eternidad.
Los hombres se enfrentaron a enanos y gnomos en batalla mientras que la guerra civil élfica estaba en su punto más álgido, lo que les impidió a estos tomar partido tal y como habían planeado los sublevados. Miles, decenas de miles, murieron por todo el continente, tiñendo la superficie de Gaia de rojo carmesí mezclado con el brillo de las lágrimas de las familias rotas. Finalmente, el Imperio Enano de Thorindor, que se pensaba imbatible, fue tomado por sorpresa y atacado en todos los frentes posibles cuando los poderes oscuros que el Halcón había invocado en su ayuda remataron lo que los humanos habían iniciado. En la última batalla, el Halcón mismo asesinó con sus propias manos al Rey Eterno y arrebató la Corona Ámbar de su cuerpo aún caliente. La guerra había terminado, y los enanos habían seguido el camino de gigantes y dragones hacia la pérdida y la destrucción de sus tierras.
La traición de los humanos sin embargo no quedó sin castigo. La hechicera, completados finalmente sus viajes y cumplidas sus responsabilidades con su gente, retornó para encontrar el cuerpo de su mejor amigo yaciendo sobre la roca, en las profundidades de la montaña, su vida arrebatada por el hombre al que había confiado su amor.
Su furia no tuvo parangón alguno. Invocó toda la magia de los antiguos tiempos que había descubierto en sus búsquedas y se reveló como una Elfa Bruja, la más poderosa que jamás hubiera existido.
Con un movimiento de su mano, paralizó ejércitos. Con una mirada, lanzó su venganza sobre el Halcón, exiliándole a él y a su casa para no volver a ser vistos jamás. Con una palabra apenas susurrada, impuso su maldición sobre los siete señores que habían seguido al Halcón en su traicionera senda.
- Vosotros y vuestros herederos portareis por siempre una maldición, una por cada línea de sangre, para recordaros a vosotros, a vuestros hijos, y a los hijos de vuestros hijos los pecados que llevaron a este día. El Lobo se convertirá en la encarnación de la ira más salvaje que habéis desencadenado en mi misma. El Escorpión se regirá por la avaricia que ha motivado vuestros actos. El Pez se dejará arrastrar por la pereza de cuerpo y de mente. El hambre más siniestro será la maldición que haga marchitar la Rosa, mientras que la soberbia gobernará los días del Grifo, siempre altivo. La lujuria corromperá el mismo ser de la Serpiente y lo convertirá en cenizas. Finalmente, el Tigre sentirá en él mismo la envidia que provocó la caída de todo lo que amaba el rey. Jamás conoceréis de nuevo la paz ni la alegría a las que habéis fallado en este día.

Y así fue como, el Imperio Enano de Thorindor desapareció, la humanidad se expandió sobre sus ruinas, y la Elfa Bruja, la Bruja de Darkholme, desapareció con la Corona Ámbar para no volver jamás.

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