martes, 25 de mayo de 2010

Origen de Thorcrim II

Pero no podía negarlo, aunque en parte se había callado por el qué dirán, el verdadero motivo era que, bueno, le daba muchísimo corte. Ella era una chica guapísima, extrovertida e inteligente, con toda una legión de tipos que darían un brazo por salir con ella y él era un gigantón desgarbado bastante tímido,despistado y algo solitario. Además, había que reconocer que tampoco es que fuera un genio de la ingeniería, precisamente. Aún así, eran buenos amigos. Era su mejor amiga, la única persona a la que se atrevía a confiarle casi todos sus secretos, pero era precisamente la posibilidad de fastidiar eso lo que más le asustaba.

Estaba nervioso sólo de pensarlo. Iba a necesitar unas cuantas copas para calmarse un poco y reunir el valor necesario. Igual debería invitarle a un par de copas también a ella para tranquilizarla un poco. A veces tenía un carácter de mil demonios. Bueno, más bien casi siempre, al menos durante un rato. Durante un tiempo había intentado tratarla según el protocolo nobiliario, pero cada vez que lo hacía se ponía hecha una furia, quedándose fría y distante. Por el contrario, cuando la tuteaba, a veces le echaba la bronca por ser tan descarado, pero se le pasaba el mal humor en seguida y pasaban el resto de la tarde charlando tan tranquilos.

Ser amigo, quizás el mejor amigo, de la chica que le gustaba distaba de ser todo ventajas. Podía ser bueno espantando moscones, pero a veces tenía la sensación de que Treia no le percibía como un hombre, como alguien que podría desearla. A veces se sentía como una mascota, dulce y adorable, pero que ni loca se llevaría a la cama. Todo se parecía demasiado a aquel monólogo satírico que un comediante había contado en cierta ocasión. La que terminaba con “Así que si hay una extinción masiva y quedas como el último hombre sobre la faz de la Tierra, quizás, sólo quizás, puedas mojar…”. No era lo que se decía una gran perspectiva, y menos porque distaba mucho de ser el único hombre, no sólo sobre la faz de la Tierra, sino de la vida de Treia.

El peor era ese tipejo, Grougan. Para Thorcrim no era más que un pretencioso embustero enamorado de sí mismo, pero para la mayor parte de la gente era un joven noble, valiente, guapo y encantador, y tan rico que podría perder una bolsa de oro cada día de su vida y poder morir anciano estando aún forrado. Era un guerrero experimentado, que había salido un par de veces de aventuras y había ido a la guerra, y para muchas era el soltero más codiciado de Kazak Monk. A Thorcrim le hervía la sangre cada vez que le veía cortejando a Treia, sobre todo porque ella aceptaba de buen grado sus atenciones.

Aunque nunca le había caído bien, no había estado seguro de que no era más que un farsante hasta hacía unos meses atrás, cuando le había tocado reparar su coraza después de unas incursiones. Sus compañeros y él le habían contado a todo aquel que estuviera dispuesto a oírles toda una serie de fantásticas aventuras que habían culminado enfrentándose a toda una banda de trolls. Mientras media ciudad escuchaba sus historias, Grumry le había encargado que recompusiera armadura del joven noble, una excepcional coraza completa, forjada por el propio Grumry tiempo atrás, que estaba bastante dañada. Thorcrim jamás había trabajado en una pieza de esa calidad y complejidad. Recordó haberse preguntado cómo demonios se las iba a apañar para dejarla como nueva. Como si pudiera leerle el pensamiento, Grumry le había dichocon esa voz pausada y grave: “Observa la pieza y concéntrate en ella y te dirá todo lo que necesitas saber, y algunas cosas más.”

miércoles, 19 de mayo de 2010

Origen de Thorcim

Era el final del verano en las montañas de Kazak-Monk, lo cual implicaba fiesta. La fiesta de la cosecha y la vendimia era un gran momento para todos los enanos, especialmente para los jóvenes, y muy especialmente para los que aún no tenían pareja estable. La potente cerveza enana corría en abundancia en ese tipo de fiestas, y las habituales inhibiciones se tendían a relajar un poco.

Thorcrim no tenía pareja estable. Bueno, en realidad tampoco tenía pareja inestable. Ni un mal ligue pasajero, ni nada de nada. Aquella podía ser una buena ocasión de cambiar un poco las cosas.

Podía ser una buena ocasión para confesarle a Treia que le gustaba. Conocía a aquella pelirroja desde que eran niños, cuando llevaba unas ridículas coletitas, tenía la cara llena de pecas y los paletos algo separados. Claro que desde entonces se había convertido en toda una mujer. Una muy hermosa, por cierto. Mientras que él se había convertido en un aprendiz de armero.

No era que no estuviera contento con su puesto. De hecho, convertirse en el aprendiz del maestro Grumry había sido un gran avance para él. Si no se habría convertido en cavador, como lo había sido su padre, y el padre de su padre, y el padre del padre de su padre, etcétera. En definitiva, estaría en lo más bajo de la sociedad enana, por no hablar de que seguiría teniendo que compartir cuarto con sus seis hermanos, y el aseo con sus cuatro hermanas además. Lo malo de ser uno de los medianos en una familia tan numerosa era que nadie solía hacerle demasiado caso. El maestro Grumry no es que fuera un manantial exuberante de cariño y afecto, la verdad es que casi ninguno de su raza lo era, pero se preocupaba por él, y Thorcrim le apreciaba de veras aunque fuera un maestro bastante exigente. Consideraba que era lo más parecido a un padre que había tenido en su vida. Bastante más parecido que su verdadero padre, ya puestos.

El problema era que un aprendiz de armero no era tampoco lo que se dice suficiente para codearse con la nobleza, y Treia era de buena familia. Realmente no sabía de cual, siempre había sido muy reservada sobre ese tema, pero tampoco había que ser un experto en moda para saber que las botas que llevaba un día cualquiera costaban más que todo el vestuario de Throcrim, probablemente incluyendo el valor del baúl donde lo guardaba. Y eso que no era en absoluto ostentosa, al menos al compararla con algunos de sus amigos.

Ahí estaba el problema. Entre los enanos, pretender salir con alguien de una posición más elevada era cuando menos mal visto. Y si se trataba de alguien con una posición mucho más elevada… bueno, era algo que muchos encontraban directamente inaceptable. Pero era lo que había. Llevaba callándose mucho tiempo.

martes, 4 de mayo de 2010

Alas de dragón IX

IX
La aparición de aquella extraña flota había ensombrecido el ánimo de todos. Aún antes de que Xhaena se lo confirmara, Thorcrim había sospechado que había algo antinatural en aquellos barcos voladores. Bueno, algo aún más antinatural que las estrafalarias invenciones de gnomos chiflados que solían ser aquellas cosas. Se movían casi como seres vivos. Como si algo que no terminara de ser de este mundo los animara. E incluso desde la distancia, pudo apreciar que la madera con la que estaban construidos tenía un aspecto oscuro y brillante. Aquellos barcos estaban recién construidos. Todos ellos.

La sabia druida les había dicho que tenía noticias de una extraña actividad de tropas de Alexandria al sur, cerca de un pueblecito en medio de ninguna parte llamado Homlet. Ignoraba de qué se trataba exactamente, pero sospechaba que tenía algo que ver con la misteriosa aparición de aquellos barcos, aparentemente surgidos de la nada. Aquella información podía evitar que la bola de grasa que era la reina Zane pusiera sus rechonchos dedos sobre Sanlhoria, así que sin pensárselo dos veces, se dirigieron a aquel lugar del que nunca antes habían oído hablar. El joven enano no quería ver una guerra. Era muy poco probable que aquel conflicto entre humanos tuviera alguna repercusión seria en los profundos salones enanos bajo las montañas, pero aún así, una gran guerra nunca era una buena noticia. Muchas vidas iban a perderse en vano por la ambición de aquella reina chiflada.

El caso era que partieron hacia el sur, abriéndose paso a través de bandidos y todo tipo de seres desagradables, sobre todo unos humanoides reptilianos con un olor realmente nauseabundo, llamados trogloditas, que acechaban los caminos entre las montañas. Por fortuna, estaban bastante mejor equipados que la otra vez para soportar los rigores del camino. La mayor parte de ellos lucían armaduras nuevas y armas de mejor calidad. Él mismo había adquirido una coraza de bandas de acero y había comenzado a usar un hacha pesada, típica de los guerreros de su raza.

Aunque tampoco todo fue tan malo, ya que coincidieron en el camino con una caravana de feriantes. Gente interesante, que agradecieron poder contar con su protección en esos caminos tan peligrosos, y a cambio les dieron una amena fiesta cuando sus caminos se separaron. Hubo de música, baile y bebida en abundancia, aunque algo floja para su gusto. Al final, hasta Denay se animó a sacar a bailar a la elfa, y todo. No estuvo del todo mal.

Al día siguiente, llegaron a uno de esos lugares que servían como descanso en los caminos, con posada, taberna, establos, y hasta un pequeño templete. El primer signo de civilización que habían visto en cuatro días. Como una polilla hacia una vela, el enano se dirigió a la taberna. El antro en cuestión se parecía a muchas otras que había visto, algo sucia y maloliente y bastante ruidosa. Lo que diferenciaba aquel lugar de otros que había visto era que el centro de buena parte del barullo era una mujer humana, joven, delgaducha y pelirroja, vestida con un estrafalario conjunto rosa y una capa azul. Junto a ella, sobre su mesa, había unas cuantas jarras de cerveza vacías, y enfrente un tipo enorme que también se había bebido lo suyo, y probablemente lo de alguien más también. Para sorpresa de Thorcrim, la chica y el hombretón comenzaron a echar un pulso. El ruido se hizo ensordecedor, mientras que la concurrencia animaba a uno u otro y se cruzaban apuestas. De repente se hizo el silencio, cuando la pelirroja ganó.

Aquello era increíble. El brazo de la chica no tendría ni la mitad de grosor que el de su oponente. De acuerdo que el otro tipo parecía estar bastante borracho, mientras que a ella apenas parecían haberle afectado las cervezas, pero aún así era increíble.

La joven se puso a recoger las ganancias de las apuestas con gesto desenfadado, ante las miradas iracundas de los perdedores, que se estarían preguntando dónde estaba el truco. Aquella chica debía de ser muy valiente, muy estúpida, valientemente estúpida o estúpidamente valiente, Thorcrim no supo exactamente qué opinar. Aunque parecía estar un poco loca, en cierto modo le recordaba a Treia, su amiga de toda la vida. No es que se parecieran físicamente, más allá de que las dos eran pelirrojas, ni tampoco se comportaran de forma parecida, aunque las dos tenían una expresión de confianza en sí mismas. En cualquier caso, le cayó bien, así que se presentó y se sentó a la mesa con ella. Ella se presentó como Daphne, pidió un par de cervezas a la camarera, y le desafió a otro pulso.

En esas estaban cuando se oyó un jaleo de mil demonios afuera. Thorcrim apuró su cerveza de un sorbo y salió a ver qué pasaba, seguido de Daphne, que llevaba su cerveza consigo. En el exterior había siete hombres, altos, rubios, fuertes y armados hasta los dientes, en torno a otro hombre, de mayor edad, con un puñal clavado en el pecho, muerto. Bárbaros. Salvajes de los páramos. Kehays, en definitiva. Cuatro de los hombres habían rodeado a Garret, al que amenazaban con sus armas. Le acusaban de haber asesinado al hombre muerto, y decían algo acerca de que uno de ellos había visto a un hombre con una capucha de lobo haber apuñalado a su compañero. A todo esto se adelantó Denay, que intentó razonar con sus congéneres, diciendo que el asesino debía de haber sido otro tipo, aunque los otros no parecían muy dispuestos a creerle. Tampoco es que los tipos con capucha de piel de lobo fueran tan comunes.

Viendo que la conversación no iba a ninguna parte, Denay propinó un brutal puñetazo a su paisano que le derribó al suelo. El silbido del acero saliendo de su funda sonó por doquier. Alta diplomacia kehay en acción. Malditos fueran aquellos salvajes, pero que le ahorcaran si no se unía al combate.