martes, 6 de abril de 2010

La justicia de Hextor I

La capilla era pequeña y oscura, apenas decorada con unos cuantos candelabros, elaborados sin mucho arte. El territorio que dominaba no era mucho mejor, una serie de campos mustios, con un ganado raquítico y unos campesinos cuyo aspecto era igualmente miserable, que habitaban una aldea con casas de tejados desvencijados. Todo cuanto abarcaba a la vista era pobre, sucio y maloliente en aquel pequeño dominio subsidiario. Y sin embargo, aquello era suyo. Él era el álastor de esas tierras, amo y señor de las mismas, con derecho sobre la vida y la muerte de todos los que moraban en ella. Para mayor gloria de Hextor, naturalmente. No era mucho, pero era un principio.

Y Jacob siempre había pensado que era preferible gobernar en el averno que no servir en el cielo. Apenas hacía unos meses que le habían concedido el dominio, pero las cosas comenzaban a cambiar lentamente. Su predecesor en el cargo había hecho un buen trabajo inculcando a los siervos un saludable temor por la autoridad, pero por lo demás era obvio que se había tratado de un completo idiota por dejar que el lugar se echara a perder de aquella manera. Cuando llegó, los campesinos estaban tan débiles que apenas podían sostener sus herramientas de trabajo, así que se había visto obligado a aumentar la ración de alimentos. Aquello había mejorado algo el paupérrimo aspecto de sus siervos, pero aún no había dado tiempo para que la cosecha aumentara. La del año siguiente probablemente sería mejor, pero primero tenía que enviar su tributo a La Capilla del Lamento del Sur, y lo cierto era que no había mucho que enviar, lo que podría ser un problema. Había llegado de exprimir un poco a los siervos, pero sin sacarles todo el jugo, y había sido tristemente obvio que no todos iban a poder cumplir con las expectativas. “El objetivo del siervo y del esclavo es servir con su vida o con su muerte a su señor”, era la palabra de Hextor, y con su muerte no resultaban de momento demasiado útiles.

Ante él se encontraban una fila de no menos de veinte siervos, aquellos que no habían podido cumplir con el tributo. Mirándolo por el lado bueno, aquella colección de desgraciados le daría la oportunidad de reafirmar su autoridad, para evitar que pudieran pensar que se trataba de un señor demasiado benévolo. Además, le permitiría enviar otro tipo de tributo. Le disgustó ver entre la fila al molinero, Dein o Deir, o como se llamara aquel personajillo, el único de toda la aldea que poseía una oronda barriga. Estaba claro que sisaba del grano más de lo que correspondía, como casi todos los de su oficio. El hecho de que fuera uno de sus más hábiles delatores implicaba que era demasiado útil para castigarlo con demasiada dureza, por lo que estaba algo más tranquilo que los demás, aunque no mucho. Treinta latigazos y una multa en especie de sus reservas de grano serían suficientes, y probablemente más de lo que se esperaba ese hombrecillo. Seguramente gimotearía como una niña, pero lo aceptaría y seguiría proporcionando su valiosa información si le amenazaba con quitarle su privilegiado oficio. Más le dolerían los latigazos del hambre.

Observó cuidadosamente todos los hombres de la fila e identificó a sus familias, anotando mentalmente el número de hijos, estado físico y edad de los mismos. Como un ganadero examina el ganado que está punto de adquirir. Cotejó los nombres de los infortunados aldeanos con la lista que tenía entre sus manos, fijándose en los seis que tenían deudas más elevadas. La lista estaba escrita en caracteres abisales, en una rebuscada caligrafía. La mayoría de los campesinos no sabía leer ni escribir, pero nunca estaba de más que no entendieran el documento que tenía entre las manos. Nunca estaba de más remarcar las distancias, y el imaginar las acusaciones de qué crímenes y castigos estarían apuntados en ella era un tormento en sí mismo para muchos.

Se tomó su tiempo antes de empezar, dejando que el silencio alimentara la incertidumbre. Quizás fuera algo teatral, pero parecía tener efecto. Después condenó rápidamente a los cuatro primeros hombres con penas de latigazos y entre 2 y 4 semanas de trabajos forzados en la tierra de la capilla, junto con los esclavos. Una pena dura, que habría sido considerado desproporcionado al otro lado del océano para castigar a unos hombres que apenas habían dejado de entregar cosechas por valor de unas pocas monedas de plata, pero era el mejor trato que podían esperar de un servidor del Señor de la Tiranía. Más de uno de los sacerdotes más inflexibles habrían ordenado azotarlos hasta la muerte, pero los quería vivos y trabajando, no muertos e inútiles. Además, ya había sido prevista la merma en los impuestos, de manera que no suponía un grave contratiempo. Y ya habían sido previstos castigos más severos para los que estuvieron más lejos de cumplir sus obligaciones hacia Hextor y hacia su señor, que serían suficiente para dar ejemplo. El quinto hombre era uno de ellos. Debía el equivalente a 57 monedas de plata. Tenía mujer y seis hijos. El mayor tendría unos 15 o 16 años, más alto que la mayoría de los hombres de la aldea, con la constitución de un buey, aunque no mucho más inteligente, a juzgar por su aspecto. El menor sólo era un bebé, no tendría más de dos años. Era toda una proeza que ese hombre hubiera logrado mantener una familia tan extensa en una tierra como aquella, pero era evidente que el exceso de bocas que alimentar era el motivo por el que había quedado tan lejos de poder pagar el tributo exigido. Se fijó entonces en una niña, la segunda hija del hombre, probablemente, de trece o catorce años, y parecía inteligente y en buena forma. Su expresión denotaba que sospechaba que su padre no se iba a librar tan fácilmente como los demás, lo cual era cierto. Pero Hextor no debía guardar rencor a un hombre que sin duda había trabajado duramente. Si su carga familiar era demasiado pesada, habría que aligerarla.

3 comentarios:

  1. Es lo que tiene alguien que sirve al dios de la tiranía, pero como tirano y como calvo ilustre, Kane se ha ganado un puesto de honor entre sus enemigos... que puede tener más cerca de lo cree.

    Medrash sin duda nunca fustigaría ni exprimiría a unos lamentables aldeanos... por sólo unas míseras monedas de plata :P

    Un abrazo!

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  2. Nop, Medrash sólo está embarcado en una vendetta personal con una rata por una única moneda ;)

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  3. Eso es orgullo dracónido, y sólo se trata de reclamar como suyo lo que ha decidido que es suyo, aunque sea una simple moneda de oro...

    Kane está intentando fabricar hielo en el desierto :P

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