sábado, 5 de diciembre de 2009

Alas de Dragón II

II
Era cerca del mediodía en la gran ciudad de Alexandria, y numerosas personas de todas las razas civilizadas, procedentes de los cuatro confines de Areos, se acercaban a las puertas de la ciudad. Entre ellos había un enano, recién llegado de la ciudad de Kazak-Monk. A pesar de ser más bajo que la mayor parte de la gente que le rodeaba, era un gigante entre los de su raza, con una estatura de cuatro pies y medio, musculoso y ancho de espaldas. Su pelo y su barba eran negros como el carbón, al igual que sus ojos. La escasa longitud de su barba era indicio claro de si juventud. Su aspecto era cuando menos intimidador, realzado por la coraza de escamas que vestía. Se llamaba Thorcrim Ironchain y su expresión en ese momento era hosca, como era típico entre los suyos cuando estaban rodeados de extraños. En realidad se sentía molesto y algo intimidado. Era la primera vez que salía de las montañas que le habían visto nacer y no estaba acostumbrado a que la gente le mirara desde arriba. Todo le resultaba desconocido, y pocas cosas le inspiraban confianza. Los edificios humanos, como el palacio que se alzaba al otro lado de la muralla, le parecían demasiado altos, con muros demasiado finos. Se preguntó qué clase de insensato se arriesgaría a dormir bajo un techo que se le antojó que podía venirse abajo en cualquier momento. Sólo la imponente muralla de la ciudad, que mantenía intacto el sello de los canteros enanos que la habían erigido siglos atrás, le parecía suficientemente sólida, y su presencia familiar en aquella ciudad extraña le resultó reconfortante. Oyó un murmullo y unos gritos apagados en una calle lateral. Aquello también le resultó familiar. Los problemas sonaban igual en cualquier ciudad del mundo. Su curiosidad se impuso a su sentido común y se acercó a ver qué ocurría.
Lo que vio le revolvió las tripas. Cinco hombres con aspecto de matones, grandes, sucios y armados con porras y espadas cortas, acosaban a una mujer humana que estaba rodeada de niños, todos ellos aterrorizados, a los que reclamaban el pago de su “protección”. Sólo una niña, que Thorcrim calculó que no tendría más de 6 años, permanecía de cara a los bandidos. Al otro lado de la calle, una mujer, una elfa de pelo rubio, y vestida con ropas ligeras de cuero observaba también la escena con rostro impasible, pero que dejaba traslucir lo poco que le agradaba la escena que se desarrollaba frente a ella. El viajero, acostumbrado al respeto por la ley que se tenía en su tierra, se sorprendió de que no hubiera ningún miembro de la guardia que vigilara aquellas calles e impidiera aquella clase de tropelías. Cuando uno de los hombres apuntó a la niña con una espada roñosa y mellada, aquello fue demasiado para el recto enano, que desenfundó su martillo, aprestó su escudo, y avanzó para intervenir. Simplemente pensó que alguien debía hacerlo, y parecía el único dispuesto a hacerlo.
Hasta ese momento no se dio cuenta el enano que a la que había tomado por una niña pequeña era en realidad una joven halfling, de escasa estatura, delgada y morena, pero con la tez algo pálida. Vestía con ropas de lo más común, pero de tonos oscuros, en vez de los colores vivos que solían preferir los de su raza. Su rostro expresaba resolución, dejando claro que no se iba a dejar asustar ante aquellos brutos extorsionadores, y no dejaba entrever nada de la jovialidad que se les presuponía a los suyos. A regañadientes, el enano se vio obligado a reconocerse a sí mismo una cierta admiración por el coraje que aquella canija que lo le llegaba ni a los hombros estaba mostrando por enfrentarse sola a esos tipos. Quizás era más insensatez más que valor, pero por Móradin que le estaba echando redaños.
Con su grave vozarrón, sugirió enérgicamente a aquellos tipos que dejaran tranquila a la familia, captando de inmediato la atención de dos de los bandidos, que se volvieron. Sin demasiados buenos modos, le instaron a ocuparse de sus problemas, pero en el proceso mencionaron de manera no demasiado respetuosa, y de hecho bastante despectiva, la raza, estatura y hábitos higiénicos de Thorcrim, y a varios de sus ancestros y parientes cercanos. Aquello fue un grave error. Hasta ese momento el enano solo había estado indignado, pero que aquellos zarrapastrosos patanes osaran faltarle al respeto a sus antepasados en la cara le había puesto verdaderamente furioso. Sin embargo el rostro del enano permaneció impasible, en silencio, sin ninguna reacción visible durante unos segundos. En realidad el antiguo aprendiz de herrero les estaba dando tiempo de retractarse, pero no fue esto lo que pensaron los bandidos, que rieron ruidosamente, creyendo haber intimidado a aquel espectador inoportuno. Por ello, la primera pista que aquellos matones de segunda tuvieron de la ira que embargaba a su verticalmente escaso oponente fue el hecho de que golpeara salvajemente con su martillo en la barbilla del bandido que tan pocas dotes diplomáticas había mostrado. El hombre cayó al suelo sin sentido, con la boca que tantas ofensas había proferido en tan poco tiempo aplastada y casi sin dientes, inútil durante una buena temporada para cualquier cosa que no fuera sorber por una pajita.
Aquello atrajo la atención de los otros tres que seguían encarados con la halfling, que se aprestaron a rodear al enano. Ni siquiera se les ocurrió que alguien que no llegaba a tres pies de estatura pudiera ser una amenaza para ellos. Aquello fue un nuevo error, que uno de los asaltantes pagó muy caro cuando, en un parpadeo, y sin que Thorcrim estuviera muy seguro de dónde la había sacado, una pequeña daga apareció en la mano de la valiente halfling como por ensalmo, y la hundió profundamente en la espalda de un bandido que había cometido la grave equivocación de no considerarla una amenaza. La corta pero afilada hoja penetró profundamente entre dos costillas, y se hundió en uno de los pulmones del forajido, que cayó al suelo gritando, mientras le salía espuma sanguinolienta por la boca e intentaba desesperadamente taponar con sus manos la herida.
Simultáneamente, otros dos bandidos se habían situado a ambos lados del enano, aparentemente ajenos a la suerte que había corrido su compañero. El guerrero no tuvo grandes problemas en detener los torpes ataques del que estaba a su izquierda, bloqueándolos con su escudo, pero el otro atacó por la derecha con su espada corta aprovechando que sus defensas estaban bajas, abriendo un largo, aunque afortunadament no demasiado profundo corte en el brazo derecho. Un tercero le atacó desde la espalda con una cachiporra, y aunque su armadura absorbió lo peor del ataque, dejó al enano algo aturdido y magullado. El segundo bandido volvió a alzar su arma para descargar otro ataque contra el enano herido cuando una flecha se clavó en su antebrazo, traspasándolo de parte a parte y obligándole a soltar su herrumbrosa espada. Thorcrim miró a su derecha y se dio cuenta de que la elfa que había visto antes se había decidido unir a la refriega empuñando un arco que se disponía a recargar. El enano supuso que disparar sin previo aviso debía de ser la forma típica de los elfos de expresar su desprecio por aquellos que extorsionaban a campesinos desarmados y luego combatían en proporción de dos contra uno.
Viendo que las tornas habían cambiado y que ahora eran ellos los superados en número, los tres bandidos que aún estaban en condiciones de correr pusieron pies en polvorosa, abandonando sin dudar a su compañero inconsciente y al otro, que seguía agonizando en el suelo, con cada vez más dificultades para seguir respirando. Mientras iniciaban su deserción, Thorcrim acertó a golpear con su martillo a uno de los bandidos en el torso, que provocó el crujido de algunas costillas, aunque no logró impedir su huida. La elfa, por su parte apuntó a la espalda del último matón que seguía indemne mientras huía, pero en el último momento, cambió de opinión, y bajó mínimamente su arco antes de disparar. La flecha impactó en el trasero del fugitivo, una herida que quizás no fuera grave, pero sin duda dolorosa, sobre todo para el orgullo.
Una vez finalizada la contienda, la halfling se presentó como Gilian, y les explicó que en realidad los humanos no eran una familia, sino más bien una especie de horfanato regentado por la mujer, con la que ella colaboraba. Agradeció a elfa y enano la ayuda prestada a ella y a sus amigos humanos, y les ofreció la hospitalidad de la modesta vivienda de la familia. Aunque correcta y amable, no fue demasiado efusiva.
La elfa, que se presentó como Cora, restó importancia a su intervención, aunque su tono dejaba claro que pensaba que sin ella habrían sido sin duda derrotados. La típica soberbia élfica, pensó el enano, tal y como su viejo maestro le había advertido sobre las gentes de los bosques. A pesar de ello, tuvo que reconocer ante sí mismo que sin su oportuno disparo, podría haber tenido serios problemas, y lo le gustó la idea de estar en deuda con una orejas puntiagudas.
Hasta un buen rato después no llegó una patrulla de la guardia, proverbialmente tardía, que se hizo cargo de los dos bandidos que no habían logrado huir, uno de los cuales había muerto mientras tanto. Thorcrim meneó la cabeza con desagrado, reprimiéndose mascullar algo sobre la ineptitud de los humanos en el mantenimiento del orden en su propia ciudad. Sintió lleno de nostalgia que realmente se encontraba en un lugar totalmente extraño, muy lejos de su hogar.
Por último se dirigió en silencio a las puertas de la ciudad, no sin antes seguir el consejo de su viejo maestro. “Si te topas con un halfling, muchacho, no olvides revisar tus pertenencias a continuación”. Parecía que no faltaba nada.

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