jueves, 26 de mayo de 2016

Elodrin, reflexiones de un cazador de demonios

El mundo es un niño, y nuestro deber es protegerlo cueste lo que cueste. Palabras tan bonitas como ciertas que solía repetir mi maestro. Sólo que se le olvidó comentar que es un niño cabrón, al que muchas veces te dan ganas de dejarlo morir por sus pecados.
Hace casi tres años que puse mi granito de arena para evitar la destrucción del mundo conocido por parte del devorador. La amenaza más inmediata ha cesado, lo que rápidamente ha permitido a los grandes poderes abandonar ese destello colaboracionista que supuso el pacto que llevó a la Ofrenda de Gracia. Y desde entonces todos han bajado la guardia, centrándose en sus históricos tiras y aflojas de poder. Todos menos unos pocos, como mi maestro y yo.
Durante todo este tiempo ha estado instruyéndome con un único objetivo, detectar y destruir a los potenciales enemigos de este mundo. Demonios, diablos o cultistas conspiran a diario en busca de poder y mayor gloria de sus señores, nigromantes tratan de pervertir el orden las cosas, avatares tratan de retorcer las cosas para favorecer a sus dioses. Y hay que reconocer que me ha enseñado bien. Gerard es un maestro inflexible, y por lo que sé no acostumbra a tomar discípulos. El por qué me aceptó a mí, sólo él lo sabe, pero sin duda está relacionado con la relación que mantuvo con mi madre. ¿Culpa?¿responsabilidad?, en todo el tiempo que he pasado con él no ha vuelto a hablar del tema, se guarda sus recuerdos para sí mismo,  y está claro que la evocación de los mismos le causa dolor.
En cualquier caso, como decía, durante estos años me ha retorcido, forjado, quebrado y vuelto a forjar cada día, en un proceso interminable que me ha cambiado. Tras la batalla de la aguja del sol estaba roto, lo había perdido todo, y no me quedaba nada por lo que seguir adelante, o más bien no tenía fuerzas para luchar por nada, solo ira. Gerard ha sabido reconducir esa ira a algo más productivo. Lo bueno del entrenamiento era que no tenía que pensar en lo perdido, sólo luchar para ganarme el derecho a vivir un día más. Ahora soy más fuerte, el dolor casi ha desaparecido, quedando como un ruido lejano, y sobre todo, tengo algo por lo que luchar.
Hace ya unos cuantos meses que dejó de considerarme su aprendiz y me convertí en su compañero, al menos oficialmente, pues aprovechaba cada misión para continuar con mi formación. Y si el entrenamiento fue duro, su puesta en práctica resultó mucho peor.
Cuando piensas en lo que supondría luchar contra estos seres, te imaginas una lucha encarnizada contra poderosas y repugnantes criaturas. El poder del mal contra el del bien, que tu duro entrenamiento te permitirá solventar las situaciones que se te planteen y ese tipo de chorradas. Pero la realidad es que vivimos en un mundo de sombras, y el blanco y el negro no existen, sólo una infinita variedad de grises. Muchos de nuestros enemigos sienten una sádica predilección por adueñarse de aquellos que representan todo lo contrario a sus oscuros propósitos, y en esta guerra, como en cualquier otra, la mayoría de las victimas nada tienen que ver con la lucha. He visto demonios apoderarse de niños inocentes, sacerdotisas corrompidas más lascivas que la más perversa de las putas de la Fosa de los Diamantes, padres sedientos de poder asesinar a sus hijos como ofrenda...

Y en esta lucha de máscaras que estamos librando, en ocasiones nos toca ser jurado, juez y verdugo. Decidir quién merece morir, quién se puede salvar o está condenado. Pero, en este mundo grises, estas decisiones nunca son absolutas, y ni siquiera después de tomarlas quedan certezas sobre su atino. Nadie te asegura que lo mejor era acabar con ese padre, o dejar vivo a aquella anciana. El peso de las misiones se va acumulando como una losa sobre nuestras espaldas, y la única forma de seguir adelante es creer firmemente en nuestras convicciones y excelencia moral, y como lo anterior ni nosotros mismos nos lo tragamos, la única salida es volverte un cabrón insensible, que sabe que lo que hace es necesario pero no por ello es menos cabrón. Y eso es exactamente Gerard, el mejor caza demonios que existe, sin el cual el mundo sería sin duda un lugar mucho peor, y uno de los mayores hijos de puta que conozco.
Hace un par de meses que abandoné el nido. La última misión nos llevó a un poblado de pescadores perteneciente a la casa Martyen (lo cual me trajo no pocos recuerdos). Su calculada lógica le llevó a determinar que Kira, una antaño joven y risueña campesina, debía morir, pues estaba completamente corrompida por un demonio de la ira, que había vertido todo su poder sobre la chica y Gerard había conseguido atar a su jaula de carne. La lucha había dejado a Kira muy débil, y las posibilidades de sobrevivir a un exorcismo eran muy escasas, eso sin contar con que de esa forma liberaría al demonio para que pudiera atacar en otro momento y lugar. Las posibilidades eran escasas, pero existían. Hicimos lo que debimos, o eso me decía, pero no dejo de pensar en qué habría hecho si en lugar de Kira, hubiese sido Hadrian, Shara, Morrigan, Thrain, Aaron, Ellaria…

Después de todo, si perseguimos nuestro objetivo renunciando a nuestra humanidad, ¿A caso somos muy distintos de la inquisición? No, no podía seguir así. Ahora haré las cosas a mi modo, acertaré o me equivocaré, pero trataré de ser fiel a mí mismo.
Elodrin

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