jueves, 7 de mayo de 2015

Crónicas del Ocaso I: El misterio de Fallcliff

Dereck odiaba ir de caza con su hermano. No era que le pareciera demasiado ruidoso y que espantara a los animales. Que también, pero eso era lo de menos. Lo peor era que Argo siempre estaba intentando arreglarle la vida, y eso que él tampoco es que fuera un gran ejemplo de cómo superar la muerte de su esposa. Al igual que él, no había vuelto a casarse, ni se había metido en ninguna relación, pero de todos modos parecía ser todo un experto en lo que su hermano menor debía hacer. Dereck, aféitate, Dereck, no bebas tanto, Dereck, búscate una buena mujer, Dereck, por el amor de Ishtar date un baño, Dereck, sienta la cabeza y búscate un trabajo de verdad, Dereck, no le habrás vuelto a dejar tu espada a Arya…
Sabía que todo era con buena intención, pero preferiría que no lo hiciera. En una ocasión hasta había intentado organizarle una cita, pero fue de pena.
Unos gritos de socorro interrumpieron sus pensamientos, y ambos corrieron a socorrer a quien fuera. Resultaron ser dos mujeres. Una  era mayor, y llevaba un paño tapándole los ojos, como si fuera ciega. Resultaba tan vulnerable como un cervatillo cojo entre lobos, e iba a resultar tan útil en combate como una segunda nariz. La otra era más joven, en buena forma física, estaba bien armada y parecía saber defenderse. Como cuestión secundaria, era rubia y llevaba la librea de Ishtar. Más bien atractiva. Les asediaban media docena de goblins, más bien poco atractivos y con un emblema de un cráneo pintado de rojo. Entre ellos uno que podría ser un chamán, al que eligió como su primer blanco. Cargó una flecha, tensó el arco y disparó. Y falló. Argo cargó cuerpo a cuerpo.
El combate se torció rápidamente. Les superaban en dos a uno, él parecía incapaz de acertarle a la puerta de un granero a diez pasos y Argo no lo estaba haciendo mucho mejor. Los goblins les dieron fuerte, hiriéndoles varias veces, se trabaron en combate cuerpo a cuerpo y les estaban rodeando. Habrían caído de no ser porque la chica rubia resultó ser sanadora que fue remendando a sus poco hábiles aspirantes a salvadores. Quizás una clérigo tocada por el don divino. De todos modos, la cosa no iba nada bien.
Por suerte apareció una quinta persona. Mujer joven, excelente forma física, ligeramente armada, pero con evidente pericia en combate. Era muy morena, seguramente de los desiertos del norte. Una belleza exótica. Despachó a dos goblins que habían tomado una posición elevada y fue bajando. Finalmente el cazador logró alcanzar y herir al chamán, que optó por huir, mientras que los demás derribaban al resto de goblins uno por uno.
Corrió hacia una colina, tratando de cortar las vías de escape. Su objetivo salió por un instante al descubierto. Preparó otra flecha, apuntó, disparó y volvió a fallar. Ya fuera por las malditas charlas de Argo o por alguna otra cosa, no lograba concentrarse. Fue a disparar una segunda flecha cuando la extranjera apareció y se lo impidió, diciendo no algo de “No quetán”, fuera lo que fuera eso. Su presa  se escabulló tras unas rocas y escapó. No estaba en condiciones de seguirlo, y sin duda iría a reunirse con más congéneres. La caza había terminado y Dereck estaba frustrado.
Llegó el momento de las presentaciones.  La mujer rubia se presentó como Ellaria, vestal de Ishtar. Efectivamente, tenía cierto atractivo. Su acompañante se llamaba Huna y parecía algún tipo de sacerdotisa que le ejercía de carabina. Y al parecer de protectora, al menos hasta que había perdido la vista, seguramente de forma muy reciente. La otra mujer se presentó como Amae Karen de los Gengi. A regañadientes Dereck tuvo que conceder que también estaba de buen ver. Les había salvado la vida, pero le había cabreado que le hiciera perder el goblin. Lo que en verdad le molestaba era que después de protagonizar el peor rescate de la historia, Argo y él habían quedado como un par de patanes, y aunque las mujeres tuvieron la delicadeza de no señalarlo, se sentía humillado.
Se preparaba tormenta, y de las importantes. Había que ponerse a cubierto, así que se dirigieron a Fallcliff. Para cuando llegaron había anochecido y la tormenta había empezado, e iba a peor por momentos.
Los hijos de Argo, Achiles y Arya, salieron a su encuentro. Dereck disfrutaba con ellos, sobre todo con Arya, que aún era lo suficientemente joven para no darse cuenta de que su tío era un completo desastre. Esperaba que pudiera conservar esa inocencia por mucho tiempo.
Pero apenas hubo un momento para el respiro. Algo estaba pasando en los muelles. Habían desaparecido dos marineros que intentaban asegurar los barcos y alguien tenía que echar un vistazo. Jasón, el jefe de la guardia les dijo que ellos podían ser esos alguien. Argo y Ellaria estuvieron encantados por la idea de poder ayudar. A Dereck no le hizo demasiada gracia, ya que aún no se habían recuperado del encontronazo con los goblins, pero Jasón era un amigo, y tampoco tenía tantos. Respecto a Amae Karen, fuera lo que fuese lo que pensaba, se lo guardó para ella misma.
Para entonces la tormenta se había desatado en toda su furia, y cada resbaladizo escalón que bajaban era una lucha para no caer al vacío. Entonces el suelo bajo los pies de Argo cedió, y cayó unos treinta pies, hacia una pequeña playa. Aunque hubiera caído sobre arena relativamente blanda podía estar herido de gravedad, y no podían verle. La situación ya habría sido suficientemente peligrosa sin que aparecieran unos horrendos peces humanoides que comenzaron a acosarles. Escurridizos como anguilas, hasta a la hábil Amae Karen le costaba acertarles, y habían atrapado a Ellaria en una red de la que intentaba librarse. Como toda situación era susceptible de empeorar, se oyó un potente rugido de oso en la playa.
De repente un cegador relámpago golpeó la playa. Todos quedaron aturdidos por unos instantes, y cuando pudieron volver a ver Argo flotaba hacia ellos como una pompa de Jabón. Sus ropas estaban carbonizadas, pero él estaba indemne, pero no sin cambios. Toda su piel estaba surcada de marcas, como tatuajes, pero que brillaban con una tenue luz azulada. Se acercó a uno de los hombres-pez y de su mano surgió un brillante chispazo, como un relámpago en miniatura. El engendro se convulsionó al ser alcanzado. Ellaria aprovechó la confusión para soltarse de la red y conectar un potente mazazo que derribó a un segundo, y Amae Karen se encargó  del último con su peculiar pero efectivo estilo. Estando en las últimas la mayor parte de ellos, volvieron a subir trabajosamente las escaleras.
En cuanto se hubieron puesto a salvo tuvo lugar la conversación más surrealista que se pudiera imaginar. Argo explicó que ahora era Eric, un mago de la casa Argelan. De hacía ochocientos años. Mencionó haber lanzado un hechizo para trasladarse a otro cuerpo para poder avisar a los enanos del levantamiento humano, pero que algo había salido épicamente mal. Aseguró que Argo estaba básicamente muerto, y que él había ocupado su cadáver y le había insuflado nueva vida. A Dereck le costó creer una palabra de lo que decía Eric, o Argo, o quien demonios fuera. Sobre todo cuando Eric aseguró no tener nada que ver con lo que le había sucedido a su hermano. Le ponía enfermo la naturalidad con la que hablaba, como si aquello fuera lo más normal del mundo, como si Argo fuera un medio perfectamente asumible para llegar a un fin, como si no importara una mierda. Quizás sí que fuera cierto que el tal Eric era noble, después de todo. Si no hubiera estado física y mentalmente destrozado, le habría estrangulado allí mismo con sus propias manos.
No había necesitado tanto matar a alguien o emborracharse hasta perder el sentido desde hacía años. Pero los dioses, o la fortuna, o el destino o lo que fuera tenían otros planes. Escucharon un extraño sonido como de cascabeles, extraño sobre todo porque a pesar de ser muy suave lograba imponerse de algún modo que no podía ser normal sobre el estruendo de la tormenta. Se volvieron y se encontraron frente a una figura menuda, como un niño, pero con una cabeza desproporcionadamente grande, que le delataba como un gnomo. Vestía los ropajes y el maquillaje propio de los arlequines, y estaba en el más absoluto silencio, pero de alguna manera traslucía una sensación casi palpable de tristeza. Una tristeza infinita, como acumulada a lo largo de las eras.  Llegó corriendo uno de los guardias, y cuando se volvieron el misterioso arlequín había desaparecido. El guardia les contó que Achiles y Arya habían desaparecido junto a Huna, que se había quedado con ellos. Además, habían matado a una mujer en otra casa, y su hijo había desaparecido también.
La guardia puso todo Fallcliff patas arriba, pero no había ni rastro. Fueron todos a descansar. Estaban destrozados y estaba claro que hasta que no amainara la tormenta no había nada que pudieran hacer. Descansaron y recuperaron fuerzas, pero apenas durmieron. A la mañana siguiente, ya bajo la luz del sol, Dereck comenzó a buscar y encontrar rastros, aunque eran confusos. Pisadas de distintos tamaños, grupos que se unían y se volvían a separar. Unas eran pequeñas, goblins probablemente. Pero otras eran mayores, y parecía que los que las habían dejado sabían bastante bien lo que estaban haciendo. ¿Bandidos? ¿Hobgoblins? ¿Trabajaban juntos o era casualidad que hubieran elegido la misma noche para escabullirse dentro de Fallclift? ¿Podía ocurrir algo más que aumentara aquella racha de desgracias?
Sólo se aclaró la última pregunta. Sí que podía. Apareció lord Crabber, el gobernador. Conocía y despreciaba al Dereck desde hacía años, y el sentimiento era mutuo. Dijo que la Inquisición estaba husmeando cerca. Dirigida por la mismísima Gran Inquisidora en persona, famosa en todos los reinos por su carácter gélido y despiadado. Por lo visto alguien había abierto la boca más de la cuenta sobre los tatuajes que habían aparecido sobre el cuerpo de Argo. Dereck, Eric y Ellaria trataron de quitarle importancia, achacando la alarma a supersticiones pueblerinas sin fundamento. Aunque su hermano podía estar muerto, que le ahorcaran si dejaba que esa bola de sebo andante le entregara a aquella panda de fanáticos malnacidos para apuntarse un tanto político. Al final el noble gobernador se dejó guiar por otro de sus muchos bajos instintos, el de la vieja y sencilla codicia, y le dejó marchar para que fuera a cazar a los asaltantes y buscar a los niños desaparecidos,  conformándose con quitarle a Eric todo su dinero. En concepto de fianza, aunque nadie esperaba que bajo ninguna circunstancia fuera a ser devuelto a su propietario. Estaba claro de que tampoco esperaba que fueran a regresar, ya fuera de una forma u otra.
Después de haber perdido un tiempo precioso, lograron salir en busca de los niños. El rastro tenía al menos diez horas de antigüedad, y había llovido encima, pero las colinas eran el verdadero hogar de Dereck, y los goblins una de sus presas más habituales. Siguieron la sucesión de pequeñas huellas y briznas de hierba dobladas durante horas, hasta que encontraron con un grupo de jinetes de huargos. Las tribus goblin los usaban como exploradores, como avanzadillas y, como en este caso, como retaguardia.
Combatieron a cara de perro. Hirieron y fueron heridos. Amae Karen bailó entre los huargos como una diosa de la guerra. Ellaria les mantuvo en pie con su magia hasta que vencieron. Aún no hacía ni un día que se habían conocido y se estaba convirtiendo en rutina.
Descansaron lo mínimo y continuaron siguiendo el rastro, que les condujo hasta el pantano donde unos bandidos fugados trataron de emboscarles. Dereck quedó separado del grueso del combate y fue derrotado. Al ver que el resto del grupo masacraba a sus compañeros, el bandido se conformó con robarle la bolsa y salir corriendo. Ni qué decir tiene que el cazador tenía un humor de perros cuando Ellaria le hizo recuperar la consciencia, pero se le pasó en menos en parte al reconocer al jefe de los bandidos, un tal William, más conocido como Bill el Botas. No es que fuera el mayor peligro público de la comarca, pero se ofrecían unas cincuenta piezas de oro por su cabeza, que era unas diez veces más de lo que le habían robado. Cortó la cabeza, la metió en una bolsa y se la colgó a la espalda ante las miradas incomodadas de sus compañeros. Por su parte, Eric decidió “tomar prestada” una de las ballestas de los bandidos. Podía ser de utilidad, y su anterior dueño ya no la iba a necesitar.
Avanzaron un poco más por si el bandido fugado regresaba con refuerzos y se dispusieron a pasar la noche, que fue movida. Los tres turnos de centinelas aseguraron que había algo acechándoles y observándoles.
Al despertar, se dieron cuenta de que la espada de Amae Karen había desaparecido. Realmente no valía gran cosa, estaba algo mellada, y la guerrera gengi no era mucho mejor con ella que con las manos desnudas, pero tenía un gran significado emocional para ella. Cosas de honor o algo así. No tardaron mucho en averiguar que el ladrón había sido un pequeño ser alado que parecía compuesto de restos del pantano. Sostenía orgulloso su botín y les provocaba para que le siguieran a aguas más profundas. Era demasiado evidente que ese pequeño engendro trataba de conducirles a una trampa, así que Ellaria y Eric negociaron un intercambio con la extraña criatura. La  espada por el colgante de Ellaria, su amuleto sagrado. La criatura del pantano se decantó por el objeto más brillante, como si fuera la urraca más fea del mundo. Devolvió el emblema sagrado y se marchó con su destellante botín hacia las aguas profundas hacia donde les había intentado conducir. Algo enorme se revolvió entonces en el pantano durante un instante, como para ver qué había traído su diminuto compinche.
Aliviados de haber evitado enfrentarse a aquella cosa, fuera lo que fuese, siguieron camino y llegaron sin más contratiempos al poblado goblin. Era una triste colección de cabañas construidas sobre postes y alrededor de troncos de árboles malicientos, con pasarelas colgantes de cuerda y madera uniéndolas unas a otras. El emblema del cráneo rojo estaba por todas partes, en mohosos estandartes o pintado en las paredes. Un monótono sonido de tambor inundaba el aire, en un lento crescendo. Establecieron una rutina de avance, con Amae Karen y Dereck en vanguardia eliminando centinelas aislados  sigilosamente y los menos discretos Eric y Ellaria a continuación para atacar las bolsas de resistencia más fuerte. Funcionó bastante bien y progresaron con rapidez  eliminando grupos aislados de goblins antes de que pudieran pedir refuerzos y Eric logró hacer un eficaz uso de la ballesta que había recogido. Finalmente se enfrentaron al grueso de las fuerzas enemigas, que incluían a dos hobgoblins, seguramente los mejores guerreros de la tribu. Se encontraban en lo que parecía una choza de entrenamiento, a la entrada a un cercado construido en una colina que sobresalía del pantano, y del que parecía proceder el sonido de tambores, que a esas alturas era de un volumen y una cadencia enloquecedores. Lucharon con valía, pero fueron superados.
Finalmente entraron en la zona cercada, donde se encontraron con algún tipo de ritual en marcha. Lo presidía un chamán goblin, el mismo que se les había escapado tres días atrás. Le acompañaba un gigantesco bugbear que tocaba el tambor. Quizás el jefe de la tribu, quizás un mero guardaespaldas del chamán, nunca lo supieron. Sobre un altar había un muchacho, el que había sido raptado, y atada a un poste se encontraba Huna. La clérigo, el mago y la monje gengi se enfrentaron contra el bugbear, mientras que el cazador disparó a al chamán. El goblin fue herido en el hombro, pero no bastó para derribarlo. Con una sonrisa sádica, finalizó el ritual. Apuñaló al chico en el pecho, pero en lugar de sangre, de la herida surgió un antinaturalmente denso humo negro, que parecía tener vida propia. El humo fluyó hacia un espantoso monigote de hierro y paja que estaba detrás del chamán. Sus cuencas vacías empezaron a brillar con una luz rojiza y la estatua cobró vida. El chamán lanzo una cruel carcajada de triunfo. Hasta que una segunda flecha le acertó en el pecho, finalizando de una vez su malvada vida. Mientras tanto los demás herían una y otra vez al bugbear, que parecía inmune al dolor y combatía con la fuerza de un demente. Amae Karen martilleaba a su enemigo con sus puños y patadas, pero era como golpear una estatua de granito. Ellaria y Eric habían agotado todos sus conjuros, y estaba por ver quién sería el último en quedar en pie.
El monstruoso espantapájaros viviente lanzó algún tipo de conjuro a Eric, que no pareció tener un gran efecto. Una idea cruzó la mente de Dereck, que se fijó en las antorchas que flanqueaban la plataforma elevada. Dio un paso lateral para situarse detrás de una de ellas y disparó una flecha impregnada en resina a través de la llama hacia el monstruo, que se prendió en el acto y acertó al constructo en el centro del pecho. Como había supuesto, un monstruo hecho de paja no encajó el fuego nada bien. Las llamas envolvieron buena parte del torso y la cabeza, pero siguió en pie.
El bugbear comenzó a titubear. Era probable que confiara en que aquella cosa fuera poco menos que invencible. Ellaria aprovechó sus dudas para golpearle con su maza en plena sien. El enorme goblinoide quedó paralizado durante un instante, como si fuera demasiado estúpido para comprender que su cerebro había quedado reventado, adoptó una expresión sorprendida y cayó muerto. Se volvieron entonces hacia el espantapájaros, que solo y medio carbonizado fue despedazado en segundos.
Tras el combate Dereck se quedó mirando el cadáver del chico, que había quedado negruzco y arrugado como una pasa. Apenas lo conocía de vista, pero lo había visto crecer desde que era un bebé. Se encaró con Amae Karen, culpándola de no haberle dejado rematar al goblin tres días antes, cuando tuvo su oportunidad. En realidad se culpaba a sí mismo, por haber desperdiciado tantas oportunidades de haber acabado con aquella miserable criatura, pero eso no lo admitiría jamás. Rescataron a Huna, que parecía encontrarse en buen estado dadas las circunstancias. Les dijo que los hijos de Argo seguían en Fallcliff, y que le había parecido oír la voz de Jasón entre los asaltantes.
Dereck se negó a creerlo. Jasón era uno de los pocos que aún contaba entre sus amigos, por no decir el único. Suponía que la anciana ciega se había equivocado. Además, apenas había oído decir unas pocas palabras al alguacil cuando habían estado en Fallcliff.
Fuera como fuese, se aproximaba una luna de sangre, mal augurio donde los hubiera, y el momento perfecto para que un suplicante de los dioses prohibidos realizara sacrificios humanos.
Partieron del poblado en cuanto hubieron registrado sus cabañas, llevándose un pequeño botín y algunas pociones sanadoras que podían acabar siendo cruciales. Se llevaron un par de barcas que les permitirían hacer el camino de vuelta más rápido que el de ida. Cuando se hubieron alejado una distancia prudencial del poblado pasaron la noche. Al despertar Dereck se sintió distinto, como más conectado a la tierra. Se decía que los espíritus naturales bendecían a veces a algunos cazadores con algún tipo de magia, pero se pusieron en marcha de nuevo sin que tuviera ocasión de pensar demasiado en ello. Unas pocas horas después y tras un desagradable encuentro con un par de cocodrilos hambrientos llegaron a tierra firme, donde descansaron.
Sin embargo los goblins no se habían tomado demasiado bien que arrasaran su poblado, y las colinas camino a Fallcliff hervían de actividad. Decenas de jinetes de huargo rebuscaban por cuanto alcanzaba la vista, acompañados de algunos hombres a caballo. Quizás no fueran más que mercenarios que habían accedido a trabajar para los Craneo Rojo, pero también podía ser al revés, y que de alguna manera alguien hubiera logrado hacer que los indisciplinados goblins trabajaran para ellos.
Eran demasiados para poder enfrentarse a ellos, y estaban demasiado cerca unos de otros como para que fuera planteable abrirse paso sigilosamente o eliminando algún centinela sin que el resto se dieran cuenta.
Aun sabiendo que tenían el tiempo en contra si querían encontrar a los niños con vida, no quedó otra opción que dar un gran rodeo. Se adentraron en un pequeño bosquecillo donde se enfrentaron a un par de jinetes de huargo, a los que vencieron con sorprendente facilidad. Dereck se dio cuenta de que podía concentrarse en una presa para golpear puntos más vulnerables tanto con el arco como con la espada, y parecía que los poderes de sus compañeros también habían crecido. Continuaron a marchas forzadas hasta que se les hizo de noche y tuvieron que buscar un lugar donde resguardarse. Casualidad o no, se encontraban cerca de las ruinas de un antiguo templo donde Dereck había cazado a unos forajidos un par de meses atrás. Un buen sitio si como parecía iba a llover. Apenas había oscurecido y aún estaban instalándose cuando oyeron unos ruidos fuera. Se trataba de dos esqueletos, lo que ya era algo extremadamente raro, y aún más en un lugar consagrado como aún debían ser esas ruinas. Pero más extraño era que a pesar de estar totalmente descompuestos, el cazador los reconoció las ropas que llevaban. Eran dos forajidos que él mismo había matado en ese mismo lugar. Y eso se suponía imposible, ya que los había decapitado y había llevado las cabezas a Fallcliff. Así que o las cabezas se habían desclavado ellas solitas de las picas donde habían sido expuestas y se habían ido rodando para reencontrase con sus cuerpos o un nigromante los había creado intencionadamente. Un destello a su espalda sacó a Dereck de sus pensamientos. Ante él había la forma vaporosa de un espectro, con garras en vez de manos y el inconfundible rostro de Fellon Catermin, el líder de la banda, un violador y asesino tan despreciable que Dereck había decidido que no merecía una muerte rápida y limpia como sus compinches, así que lo había llevado vivo a Fallcliff para que allí se enfrentara a una lenta y dolorosa ejecución. Al parecer el espectro recordaba aquello, y no parecía habérselo tomado demasiado bien. Pero pese al terrorífico aspecto de sus sobrenaturales oponentes, el combate quedó rápidamente encarrilado gracias a Ellaria, de la que brotó una suave luz azulada que parecía ser tremendamente dolorosa para aquellas criaturas no muertas. Se dispersaron tratando de escapar de la clérigo y fueron cazados y eliminados uno a uno.
Sin embargo la noche aún depararía más sorpresas. Se acomodaron en el templo y Dereck decidió revisar los alrededores antes de acostarse, y al poco se encontró con una mujer envuelta en harapos que avanzaba a trompicones mientras acunaba un bebé en brazos. Aquello no cuadraba, pero tampoco podía dejarles tirados a la intemperie, así que se acercó a ayudarles.  El bebé cayó y resultó no ser más que un madero envuelto en un trapo, y al ver la cara de la mujer supo que tampoco era tal. Tuvo una breve visión de unas garras bestiales en lugar de manos, y escuchó lo que podría ser un conjuro antes de que un profundo sueño se apoderase de él. Lo siguiente que supo es que estaba atado y colgado boca abajo como un vulgar salchichón. A su lado estaba Ellaria, de semejante guisa y atado de pies y manos sobre una mesa se encontraba Eric. En el centro de la estancia, que parecía algún tipo de cueva, se alzaba una figura enjuta con garras y un horrible rostro  vagamente femenino. Hablaba sin cesar, la mayor parte del tiempo consigo misma. Sin embargo también se dirigió a Dereck. Al parecer había estado acechando a los tres bandidos que había matado, y no le había gustado nada que le hubiera birlado las presas. También mencionó a un aliado que tenía en Fallcliff, que le había ayudado a levantar a aquellos no muertos a los que se habían enfrentado. Aquello se ponía peor por momentos. Entonces algo llamó la atención de la “Vieja Nani”, como ella misma se autodenominaba, y se centró en Eric. Al principio con curiosidad, intuyendo que venía de lejos en el tiempo. Después a gritos, enojada, quizás incluso asustada. Le acusó de haber traído algo horrible con él, un mal de su tiempo que jamás debería haber regresado. Dereck aprovechó la distracción para soltarse las muñecas, aunque seguía colgado boca abajo y desarmado, y parecía que aquella bruja chiflada o lo que fuera se disponía a abrir a Eric como a un conejo.
Entonces irrumpió Amae Karén, como caída del cielo, sacudiendo estocadas con las que les ayudó a soltarse. La bruja clavó entonces la mirada en el pecho de la gengi, y exclamó algo sobre algún tipo de piedra encerrada dentro, y que la quería. Trató de arrancar el corazón de la guerrera con sus garras, pero Amae esquivó hábilmente su embate, y mientras tanto el resto había logrado soltarse y armarse. Entre los cuatro comenzaron a acosar a la bestia, que viéndose superada murmulló un conjuro, y se desvaneció en el aire. Se oyó una puerta abrirse y cerrarse y supieron que se habían quedado solos.
Recuperaron su equipo y subieron por una trampilla que resultó dar al interior del templo, donde quedaba hábilmente disimulada. Por extraño que pareciera, no parecía creíble que aquella criatura hubiera construido aquella puerta por sí mismo, más bien que hubiera aprovechado una estancia secreta de los tiempos en que aquellas ruinas aún funcionaban como templo. A saber qué cosas se traían entre manos en aquel lugar para necesitar una sala de torturas oculta como aquella. Atascaron la trampilla y pasaron la noche con guardias dobles y durmiendo con un ojo abierto.

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