martes, 4 de mayo de 2010

Alas de dragón IX

IX
La aparición de aquella extraña flota había ensombrecido el ánimo de todos. Aún antes de que Xhaena se lo confirmara, Thorcrim había sospechado que había algo antinatural en aquellos barcos voladores. Bueno, algo aún más antinatural que las estrafalarias invenciones de gnomos chiflados que solían ser aquellas cosas. Se movían casi como seres vivos. Como si algo que no terminara de ser de este mundo los animara. E incluso desde la distancia, pudo apreciar que la madera con la que estaban construidos tenía un aspecto oscuro y brillante. Aquellos barcos estaban recién construidos. Todos ellos.

La sabia druida les había dicho que tenía noticias de una extraña actividad de tropas de Alexandria al sur, cerca de un pueblecito en medio de ninguna parte llamado Homlet. Ignoraba de qué se trataba exactamente, pero sospechaba que tenía algo que ver con la misteriosa aparición de aquellos barcos, aparentemente surgidos de la nada. Aquella información podía evitar que la bola de grasa que era la reina Zane pusiera sus rechonchos dedos sobre Sanlhoria, así que sin pensárselo dos veces, se dirigieron a aquel lugar del que nunca antes habían oído hablar. El joven enano no quería ver una guerra. Era muy poco probable que aquel conflicto entre humanos tuviera alguna repercusión seria en los profundos salones enanos bajo las montañas, pero aún así, una gran guerra nunca era una buena noticia. Muchas vidas iban a perderse en vano por la ambición de aquella reina chiflada.

El caso era que partieron hacia el sur, abriéndose paso a través de bandidos y todo tipo de seres desagradables, sobre todo unos humanoides reptilianos con un olor realmente nauseabundo, llamados trogloditas, que acechaban los caminos entre las montañas. Por fortuna, estaban bastante mejor equipados que la otra vez para soportar los rigores del camino. La mayor parte de ellos lucían armaduras nuevas y armas de mejor calidad. Él mismo había adquirido una coraza de bandas de acero y había comenzado a usar un hacha pesada, típica de los guerreros de su raza.

Aunque tampoco todo fue tan malo, ya que coincidieron en el camino con una caravana de feriantes. Gente interesante, que agradecieron poder contar con su protección en esos caminos tan peligrosos, y a cambio les dieron una amena fiesta cuando sus caminos se separaron. Hubo de música, baile y bebida en abundancia, aunque algo floja para su gusto. Al final, hasta Denay se animó a sacar a bailar a la elfa, y todo. No estuvo del todo mal.

Al día siguiente, llegaron a uno de esos lugares que servían como descanso en los caminos, con posada, taberna, establos, y hasta un pequeño templete. El primer signo de civilización que habían visto en cuatro días. Como una polilla hacia una vela, el enano se dirigió a la taberna. El antro en cuestión se parecía a muchas otras que había visto, algo sucia y maloliente y bastante ruidosa. Lo que diferenciaba aquel lugar de otros que había visto era que el centro de buena parte del barullo era una mujer humana, joven, delgaducha y pelirroja, vestida con un estrafalario conjunto rosa y una capa azul. Junto a ella, sobre su mesa, había unas cuantas jarras de cerveza vacías, y enfrente un tipo enorme que también se había bebido lo suyo, y probablemente lo de alguien más también. Para sorpresa de Thorcrim, la chica y el hombretón comenzaron a echar un pulso. El ruido se hizo ensordecedor, mientras que la concurrencia animaba a uno u otro y se cruzaban apuestas. De repente se hizo el silencio, cuando la pelirroja ganó.

Aquello era increíble. El brazo de la chica no tendría ni la mitad de grosor que el de su oponente. De acuerdo que el otro tipo parecía estar bastante borracho, mientras que a ella apenas parecían haberle afectado las cervezas, pero aún así era increíble.

La joven se puso a recoger las ganancias de las apuestas con gesto desenfadado, ante las miradas iracundas de los perdedores, que se estarían preguntando dónde estaba el truco. Aquella chica debía de ser muy valiente, muy estúpida, valientemente estúpida o estúpidamente valiente, Thorcrim no supo exactamente qué opinar. Aunque parecía estar un poco loca, en cierto modo le recordaba a Treia, su amiga de toda la vida. No es que se parecieran físicamente, más allá de que las dos eran pelirrojas, ni tampoco se comportaran de forma parecida, aunque las dos tenían una expresión de confianza en sí mismas. En cualquier caso, le cayó bien, así que se presentó y se sentó a la mesa con ella. Ella se presentó como Daphne, pidió un par de cervezas a la camarera, y le desafió a otro pulso.

En esas estaban cuando se oyó un jaleo de mil demonios afuera. Thorcrim apuró su cerveza de un sorbo y salió a ver qué pasaba, seguido de Daphne, que llevaba su cerveza consigo. En el exterior había siete hombres, altos, rubios, fuertes y armados hasta los dientes, en torno a otro hombre, de mayor edad, con un puñal clavado en el pecho, muerto. Bárbaros. Salvajes de los páramos. Kehays, en definitiva. Cuatro de los hombres habían rodeado a Garret, al que amenazaban con sus armas. Le acusaban de haber asesinado al hombre muerto, y decían algo acerca de que uno de ellos había visto a un hombre con una capucha de lobo haber apuñalado a su compañero. A todo esto se adelantó Denay, que intentó razonar con sus congéneres, diciendo que el asesino debía de haber sido otro tipo, aunque los otros no parecían muy dispuestos a creerle. Tampoco es que los tipos con capucha de piel de lobo fueran tan comunes.

Viendo que la conversación no iba a ninguna parte, Denay propinó un brutal puñetazo a su paisano que le derribó al suelo. El silbido del acero saliendo de su funda sonó por doquier. Alta diplomacia kehay en acción. Malditos fueran aquellos salvajes, pero que le ahorcaran si no se unía al combate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario