A la mañana siguiente, y escasamente descansados se
dirigieron hacia Fallcliff. Se aproximaron a un desfiladero, el tipo de lugar
donde uno acaba decepcionado si no sufre una buena emboscada, pero era más bien
el único camino salvo dar otro rodeo de dos días, así que apretaron los dientes
y siguieron adelante. Por supuesto, era una trampa, lo malo era que era peor de
lo que se habían esperado. Bastante peor. Había arqueros goblins, jinetes de
huargo y hobgoblins a decenas. Al frente había un obeso goblin que se presentó
como Tomien que se daba mucha importancia mientras sus subordinados se lanzaron
al asalto.
No quedaba salvo vender cara su vida.
En eso estaban cuando el inconfundible sonido de un cuerno
de guerra y un grupo de caballeros irrumpió en la refriega. Dereck no había
estado tan contento de ver un noble en su vida. La mitad se dispersaron para
acosar a los tiradores, pero tres se dirigieron directamente a la melé. El
primero era un caballero gigantesco, que blandía un mandoble igualmente enorme.
Su blasón era una inconfundible cabeza de Gorgona. Era, Sir Phaumann, más
conocido como el Toro Negro, un héroe de la guerra.
La segunda jinete era una arquera con una vistosa melena
castaña, con una camisa ligera de mallas, con el emblema de las Garras de
Plata, la guardia pretoriana de la casa Argelan. Bastante guapa, aunque no
fuera el mejor momento para pensar en ello.
El tercero era un joven con media armadura de impecable
factura, con el tigre plateado de la casa Argelan en un escudo. No era el tigre
sin más, era el escudo heráldico completo. Y sólo los miembros de la antigua
familia real tenían derecho a lucirlo.
Los tres estaban magníficamente equipados sabían luchar, y junto con los cuatro
emboscados pudieron deshacerse de los goblinoides con relativa facilidad, hasta
tal punto que Eric se pudo abstener de utilizar su magia para evitar preguntas
embarazosas. El único pero fue que el gordo de Tomien logró escapar, usando a
sus últimos subordinados como escudos ante los dardos de los dos arqueros
presentes.
Llegó el momento de las presentaciones. La arquera se
llamaba Alethra y el joven caballero resultó ser nada menos que Lord Galen, el
príncipe heredero de la casa y único varón vivo de la misma. Resultó ser
también bastante afable, y cuando le contaron lo que estaba sucediendo en
Fallcliff les entregó una carta que les podría resultar de gran ayuda a la hora
de tratar con Lord Crabber. También aceptaron llevarse con ellos a Huna, hacia
una posada al este, llamada el Molino de Piedra, donde podría estar a salvo
pasara lo que pasara en Fallcliff, pero no pudieron acompañarles. Algo grave
estaba ocurriendo más al sur, según dijeron.
Así que de nuevo solos se dirigieron hacia Fallciff.
Llegaron cuando estaba oscureciendo, con la única seguridad de que no podían
fiarse ni de su sombra. La carta de lord Galen podría parecer una baza segura,
pero eso sólo sería en el caso de que Crabber no estuviera mezclado en el
asunto, que podía ser demasiado suponer. La
luna de sangre comenzaba a asomar por el horizonte.
Decidieron tirar de discreción y dividirse para cubrir más
terreno. Eric utilizó un conjuro para adoptar la apariencia de Huna, y pasó con
Ellaria por la puerta principal, desde donde se dirigieron directos hacia el
templo. Amae Karen y Dereck saltaron la cerca sin ser vistos. La guerrera gengi
siguió de cerca a Ellaria y Eric, mientras que el cazarrecompensas se dirigió
hacia la parte baja, buscando información sin atraer la atención de la guardia.
Intentó colarse discretamente en el bar del puerto, que estaba atestado, pero
fue inmediatamente reconocido y señalado por un parroquiano particularmente
indiscreto, así que toda la concurrencia
se enteró de su presencia. Resultó que todo el mundo estaba bastante nervioso,
porque las estatuas de Isthar que había por todas partes habían comenzado a
llorar sangre. No le cabía duda de que en aquel lugar habría al menos media
docena de confidentes de la guardia, y si a alguno le daba por irse de la
lengua quien quiera que fuera quien estuviera detrás de todo aquello se iba a
enterar. Su única esperanza era que ninguno de los soplones le diera
importancia a su visita. Dereck apuró una cerveza y se marchó todo lo
rápidamente que pudo tratando que no fuera evidente que tenía prisa.
Se coló en el templo con algo más de éxito, donde estaban
todos los demás. Estaban discutiendo el mejor modo de proceder cuando lord
Crabber entró en escena. Afortunadamente, y gracias al aviso del clérigo, Amae
y Dereck tuvieron tiempo para esconderse antes de que entrara en la habitación.
El noble interrogó a Ellaria, que le fue dando largas como pudo. Estaba claro
que mentir no era el punto fuerte de la elegida de Ishtar, pero si el obeso
gobernador notó algo, no osó decirlo. Quizás pensaba que bastante tenía con el
desagradable tema de las estatuas como para arriesgarse a atraer aún peores
augurios.
Después de que se hubiera marchado, decidieron hacer una
visita en posición de fuerza a Jasón. Es decir, que no tenían la menor
intención de aceptar un “vuelva mañana” como respuesta. La casa del jefe de la
guardia estaba construida sobre la pared de roca que protegía el lado oriental
del pueblo. En la puerta, tal y como habían mencionado en la posada, estaban
dos de los guardias de confianza de Jasón. Ellaria y Eric, aún disfrazado de
Huna, atrajeron su atención acercándose tranquilamente de frente. Como dos
sombras, Amae Karen y Dereck escalaron al tejado de la vivienda y cayeron
literalmente sobre los centinelas, noqueándolos antes de que tuvieran ocasión
de dar la alarma.
Ataron y amordazaron a sus prisioneros como a dos fardos y
entraron sin más ceremonia. Registraron la vivienda de arriba abajo y salvo
algunos papeles algo extraños, que podrían tener alguna explicación inocente,
no había nada raro aparte de que Jasón no estaba por ninguna parte, pese a que
se suponía que estaría dentro. Finalmente registraron el dormitorio, que
tampoco parecía tener nada interesante hasta que Ellaria activó un resorte
detrás de una estantería, que se apartó revelando una habitación secreta. Y no
había forma humana de interpretar de forma inocente lo que allí encontraron.
Instrucciones para realizar sacrificios
humanos, correspondencias con los goblins del Cráneo Rojo y listas de personas
que habían muerto de forma violenta en la región, durante los últimos diez
años, al parecer con la esperanza de atraer el favor de algún demonio que le
concediera la inmortalidad. Eran algo más de un centenar.
Dereck se quedó petrificado. Entre los primeros nombres
estaba el de Naria, su difunta esposa, y el de su cuñada Cynthia, la esposa de
Argo. Se suponía que ambas habían sido asesinadas por unos mercenarios de los
Garrosh ocho años atrás. El propio Dereck había acabado con todos ellos en
venganza. Uno por uno…
Y ahora resultaba que podían haber sido inocentes. Pero que
el que creía que había sido uno de sus pocos amigos era culpable hasta el
tuétano. Y según aquellos papeles, ya casi había completado el ritual. Sólo
faltaba un sacrificio. El de un alma particularmente inocente.
Entre tanto, Amae Karén encontró otro pasadizo oculto. Había
que ser paranoico para poner una puerta secreta dentro una habitación secreta…
Entraron en lo que parecía una red de cuevas naturales
ampliadas a pico y pala. Tras pasar por una sala con unos hongos infernales que
organizaron un escándalo que debió poner en guardia a todo el complejo, se
abrieron paso a sangre y fuego entre un mar de goblins, un par de enanos de las
profundidades y cultistas, reclutados en su mayoría de entre la más baja estofa
de Fallcliff. Ladrones, contrabandistas, adictos a la medialuna y gentuza de
similar calaña. Aunque había alguna excepción, como el sobrino de Jasón,
Maximilien, que también era su segundo en la guardia. Cuando sus compinches
empezaron a flaquear, huyó de la carnicería para dar la alarma.
Siguieron avanzando y entraron en una especie de perrera,
donde había un par perros normales, unos molosos de aspecto fiero y mal
alimentados, y otras dos cosas que quizás hubieran sido perros en el pasado,
pero que ahora eran imposiblemente grandes, y musculados, por no decir que
tenían dos cabezas. Todos estaban metidos en jaulas. Al fondo de la sala estaba
Achiles, atado y apaleado, pero aún vivo. Cuando iban a rescatarlo apareció
otro cultista en una pasarela que comenzó a activar las palancas que abrían las
jaulas mientras se reía como un poseso. Los monstruosos y mutados fueron a por
ellos, los perros no quisieron complicarse y fueron a por el chico. Ellaria
atrajo la atención de los grandes, mientras que Amae Karén se escabulló entre
ellos y acabó con uno de los normales que iban a por el chico. Dereck acabó con
el segundo. El encargado de la perrera fue a por el chico con un cuchillo
mellado. No dejaba de ser curioso que estuviera tan enajenado como para
intentar acabar con el muchacho en lugar de escapar de la carnicería en la que
se estaba convirtiendo el lugar. Apenas dio tres pasos hacia el chico cuando la
flecha de un cazador cabreado le entró por la nuca y le salió por la garganta.
Estaba muerto antes de caer al suelo.
Después de despejar la estancia soltaron a Achiles, al que
condujeron a la puerta con instrucciones para que se dirigiera derecho al
templo en busca de refugio.
Todos tenían la sensación de que el tiempo se les escapaba
entre los dedos y cada instante podía ser decisivo, así que corrieron de vuelta
a las profundidades de la cueva. Entraron en una zona claramente mejor
trabajada, con paredes y suelos enlosados en lugar de simplemente excavados en
la roca. Allí estaba esperándoles un hombre, enjuto como un cadáver y con la
cabeza rapada y cubierta de cheurones tatuados. Casi escondido tras el anterior
se encontraba Maximilien, con una absurda sonrisa de superioridad. Se presentó
como Brayseagh, elegido de Asmodeus, y con toda naturalidad se disculpó por
tener que marcharse a dirigir el sacrificio de Arya para completar la
transformación de Jasón en demonio. Estaba claro que los consideraba la menor
amenaza y eso los cabreaba, pero lo cierto es que todos los combates que habían
luchado hasta el momento les habían pasado factura. Tanto sus fuerzas como sus
conjuros empezaban a flaquear. Pero ninguno se iba a rendir en ese momento.
Se adelantaron tres figuras con túnicas, que dejaron caer
para mostrar su verdadera naturaleza. Eran necrófagos, uno de ellos bastante
más alto y musculado que los otros. Mientras el clérigo salía por un enorme
portón, Maximilien comprobó horrorizado que le dejaban fuera. Sin esperar a ver
si los necrófagos podían con ellos, salió corriendo portando la llave de la
puerta. El cazarrecompensas salió en pos del prófugo. Dos flechas entre los
omoplatos bastaron para poner fin a sus conspiraciones de mierda.
Por fortuna Ellaria repitió el conjuro contra no-muertos que
tan bien había funcionado contra los esqueletos y el fantasma, con idénticos
resultados, y lo que prometía ser un agotador combate a cara de perro se
convirtió en un paseo, pudiendo exterminar a sus enemigos uno por uno como una
manada de lobos despedazando ovejas.
La siguiente estancia parecía una extraña zona donde la
cueva parecía tener su aspecto original, salvo por un par de grandes
afloramientos de cristales de Loto Rojo, que tuvieron un preocupante efecto
sobre Amae Karen. Al parecer la bruja del templo no andaba tan desencaminada en
que había algo dentro del pecho de la guerrera gengi.
Finalmente, llegaron a una habitación alargada, nuevamente
trabajada. Parecía ser muy antigua. Había afloramientos de Loto Rojo por todas
partes, pero lo más preocupante era un altar al fondo, sobre el que Arya estaba
atada. Con ella estaba Braiseagh, con una sonrisa sardónica, y en el centro, en
mitad de un círculo de invocación, Jasón, desnudo de cintura para arriba, con
símbolos arcanos grabados en el pecho. Le flanqueaba una tiefling, que parecía
sádicamente divertida por toda la situación. La mujer entonó un conjuro, y en
lo alto de dos columnas se materializaron sendos demonios alados cubiertos de
espinas que comenzaron a asaetearles. Dereck les ignoró y apuntó a Braieagh al
pecho, con la intención de interrumpir el ritual cuanto antes. Sin embargo,
algo le impidió disparar. Podría haber sido miedo de darle a Arya si fallaba,
pero era algo más. Apuntó entonces al pecho desnudo de Jasón, pero volvió a
sentir que su mano se paralizaba. En el último momento cambió de blanco y le
dio de lleno a uno de los demonios. Ninguno de los otros atacó a ninguno de los
tres implicados en el ritual, y se centraron en los demonios. Estaba claro que
había algún tipo de conjuro que les impedía siquiera pensar en atacarles.
Arya comenzó a gritar de dolor, mientras unos haces de luz
salían de su boca, nariz y ojos. Mientras tanto habían acabado con los
demonios, aunque estaban ya tan heridos que apenas se tenían en pie.
Jasón decidió terminar con todo eso en ese momento sin
esperar a que terminara un ritual que ellos eran incapaces de interrumpir. De
algún modo, al salir del círculo se rompió el conjuro que le protegía y
pudieron atacarle, aunque no pareció servir de mucho. Era rápido como una
mangosta, y no había forma de acertarle, mientras que él golpeaba con la
contundencia de un ariete con su cimitarra. Eric, Amae Karén, Ellaria… todos
cayeron ante él, recibiendo apenas un par de cortes a cambio. Sólo quedaba en
pie Dereck. Los zarcillos de energía que salían de Arya cada vez eran más
brillantes. Estaba claro que el ritual estaba a punto de finalizar el ritual,
tenía unos segundos. Y una flecha, que no parecía suficiente teniendo en cuenta
que Jasón estaba encima de él. Le propinó un taconazo en el pie, nada serio,
pero le dio una fracción de segundo de respiro para dar un paso atrás, apuntar
y disparar.
El jefe de la guardia debía de pensar que quedaba muy macho
con el pecho al descubierto, pero seguro que se arrepintió de no haber llevado
algún tipo de armadura cuando la flecha del cazarrecompensas se le hundió en el
corazón.
Durante un segundo Dereck suspiró aliviado, y cayó de
rodillas, absolutamente exhausto, creyendo que lo habían detenido. Pero
entonces el ritual se completó, Arya expiró y un portal a alguna dimensión
infernal se abrió sobre el círculo de invocación, como un desgarrón en el
tejido de la realidad. Unos relámpagos violetas salieron del mismo hacia el
cuerpo muerto de Jasón, que comenzó a convulsionarse y a cambiar. Su piel se
volvió parda rojiza, le brotaron dos cuernos en su frente. El traidor se
levantó, siendo un palmo más alto que antes. Se arrancó la flecha del pecho con
infinito desdén y se acercó al hombre al que durante una década había llamado
amigo. El cazador alzó su arco, pero el monstruo lo agarró con facilidad, y al
instante estalló en llamas.
Sabiendo que había fracasado completamente, Dereck se
preparó para reunirse con su esposa, pero Jasón tenía otros planes, y le
anunció que iba a dejarles vivir. Al menos el tiempo que tardara en estallar el
portal que le había cambiado, que arrasaría todo en unas cuantas millas a la
redonda, incluido Fallcliff. El sacerdote de Asmodeus masculló un hechizo y el
siniestro trío se desvaneció en el aire.
El cazador miró a su alrededor desesperado, sin saber qué
hacer hasta que vio que Amae Karen aún tenía una de sus pociones de sanación,
que le hizo beber a Ellaria. La elegida de Ishtar empleó sus últimas reservas
de magia para que los otros recuperaran la consciencia, pero seguían en un
estado lamentable. Dereck pensó en salir corriendo sin más. Sin importar en lo que
hubiera dicho Jasón, había más de trescientos pies de roca sólida entre aquel
lugar y Fallcliff, así que quizás tuvieran una oportunidad de sobrevivir si
lograban salir de la cueva antes de que aquella cosa estallara. Pero Eric y
Ellaria no tenían nada claro que aquello fuera a servir de algo. Amae Karen,
bueno, ella siguió tan inexpresiva como siempre, como si le fueran a quitar
rango ketán o algo así por reconocer que estaba tan aterrada como el resto.
Entonces escucharon un inconfundible sonido de cascabeles y
al volverse se encontraron de frente con el misterioso gnomo arlequín que ya
habían visto la noche que murió Argo. Algo comenzó a brillar débilmente dentro
de Amae Karén, como un ligero resplandor palpitando al mismo ritmo que el
portal. Debía de tratarse de la piedra que había mencionado aquella bruja. Para
entonces el misterioso arlequín había vuelto a desvanecerse, como si se lo
hubieran imaginado.
Eric pensó que lo que brillaba dentro de Amae que podría
tratarse de una piedra de ámbar, uno de los materiales arcanos más raros y
preciados, capaces de almacenar una cantidad increíble de energía mágica. Con
mucha suerte podría canalizar su poder para cerrar el portal, así que se puso
en pie frente a la guerrera y comenzó a mascullar en la jerigonza mágica
mientras que el portal crecía y pulsaba más deprisa a cada instante que pasaba.
De una forma u otra, aquello iba a acabar muy pronto. Una luz anaranjada
bastante más intensa comenzó a brillar en el pecho de Amae. El portal reaccionó
inmediatamente, como si fuera un ser vivo bajo ataque. La luz de la piedra de
la gengi incrementó su intensidad, y por unos momentos el portal hizo lo mismo,
hasta que para alivio de todos los presentes, el portal comenzó a encogerse
sobre sí mismo hasta colapsarse del todo como si nunca hubiera existido. Algo
más sucedió entonces, y los cristales de loto rojo que había por la habitación
empezaron a encogerse y a oscurecerse. Algunos desaparecían sin más, sin dejar
más rastro que unas grietas en la pared de piedra. Una extraña sensación de alivio les invadió,
como si se encontraran en un lugar con un ambiente muy cargado y de repente
alguien hubiera abierto una ventana que lo ventilara.
Sin embargo, Arya había muerto. Su cuerpo se había secado y
estaba irreconocible, de modo similar al pobre chico del poblado goblin. Dereck
cubrió el cadáver de su sobrina con su capa, la cogió en brazos y salieron de
aquel maldito lugar. A la puerta estaba el sacerdote del templo junto con
Achiles y lord Crabber, además de la parte de la guardia que no había seguido a
su líder en toda aquella locura. Ninguno tenía ni idea de lo cerca que habían
estado de la muerte, pero el barón comenzó a congestionarse visiblemente según
Ellaria comenzó a explicarle lo sucedido. El cazador se negó en todo momento a
que Eric se aproximara siquiera a los restos de la hija de Argo, como si fuera
un sacrilegio. Entregó el cuerpo al sacerdote para que le oficiara un funeral
digno y se dirigió a la taberna intentando buscar el consuelo del olvido en la
bebida.
Un día después de beber como un enano en una apuesta, no
había funcionado. Eric fue a buscarle. Iba a marcharse al día siguiente hacia
el norte, y pensaba pasar por la Biblioteca Hundida, probablemente el mayor
compendio de conocimiento humano del mundo, con la esperanza de encontrar algo
que arrojara luz sobe lo que había sucedido. Ellaria y Amae iban a acompañarle,
al menos durante algún tiempo. La vestal también quería consultar la
biblioteca, y además le pillaba de paso para su misteriosa peregrinación. Nada
de eso importó gran cosa al cazador, embotado por el licor como estaba. Echaría
de menos a Ellaria. Quizás… No le importaría no volver a ver a Eric jamás, eso
desde luego. Hasta que el mago le dijo que Achiles iba a acompañarles. Ese
malnacido no le había confesado al chico que no era su padre, así que iba a ir
con ellos. Dereck sintió una ira que ni la fenomenal borrachera que llevaba
encima logró apaciguar. Se levantó con dificultad y se dirigió haciendo eses
hacia la herrería. Habría sido improbable que hubiera logrado llegar sin caerse
si Eric no le hubiera ido sosteniendo por el camino, pese a que su “hermano”
intentaba de vez en cuando golpearle, con tal torpeza que hasta un ciego habría
podido esquivarlo. Adquirió un arco nuevo y
entregó al herrero la cimitarra de Jasón, que no se había dignado a
llevar con él al marcharse, y le ordenó fundirla y reforjarla después, dándole
la misma forma pero eliminando toda la ornamentación. Las protestas del herrero
de que aquello era una completa estupidez fueron acalladas con una generosa
bolsa de oro procedente de su parte del botín. Dedicó el resto del día a
serenarse, y tenía su nueva arma lista al anochecer. La hoja tenía un aspecto
mate, lo que no desagradó al cazador, pero conservaba su flexibilidad y su
filo.
Partieron al día siguiente en dirección a la taberna donde
el príncipe Galen se había comprometido a dejar a Huna. Llegaron a la hora de
comer. Ellaria estaba encantada de reencontrarse con su mentora. Aparte del
personal había un chico, de unos veinte años, que miraba suspicaz a todas
partes como un conejo asustado. Eric lo reconoció como un hechicero, o un
apóstata, como le llamaría la Inquisición que no se había dignado en aparecer
en Fallcliff mientras que se abría una comunicación directa con el infierno
pese a encontrarse a tiro de piedra, según les habían dicho. Ninguno tenía
demasiada prisa por denunciar al pobre chico, y eso que no hacerlo podía ser
considerado un delito de traición contra la corona castigado con la muerte.
Claro que la Inquisición no es que fuera demasiado popular en ninguna parte,
por eso de quemar a la gente primero y preguntar después, y teniendo en cuenta
de que en buena medida estaba controlada por la casa Garrosh, en territorio
Argelan era particularmente poco querida.
Apenas se habían acomodado y pedido algo de comer cuando
llegó corriendo un mozo de cuadras diciendo que una yegua de guerra había
llegado corriendo y sin jinete. Dereck pensó que el mundo podría seguir
adelante con un caballero menos, pero todos los demás se levantaron y fueron en
su ayuda, incluido Achiles. La verdad era que estaba muy preocupado por el
chico, que parecía empeñado en convertirse en un guerrero para vengar a su
hermana. Sabía por experiencia que la mayor parte de esas historias acababan con
el aspirante a vengador siendo pasto de
los buitres en alguna hondonada olvidada. Tampoco podía a dejar que los demás
se la jugaran sin él, así que fue con todos los demás.
Además, el posadero les dijo que la yegua pertenecía al
príncipe Galen Argelian, que había ido a comprobar que Huna estaba bien y que
había partido unos minutos antes de su llegada a buscar a otro mozo de cuadras
que no había regresado. Le debían una, así que ya no hubo nada que hablar, y
sólo Huna se quedó en la posada.
Cinco minutos a marchas forzadas más tarde encontraron al
mismísimo lord Galen en persona. Resultaba muy extraño que ninguno de sus
Garras de Plata le acompañaran. Le acosaban una pareja de mantícoras, que sin
ser algo inaudito, tampoco es que fueran tan comunes por esos pagos. La batalla
fue bastante bien. Casi sencilla, lo que no dejaba de ser sorprendente frente a
adversarios tan peligrosos. Estaba claro que se habían vuelto bastante más
fuertes en aquella semana de locura constante. Parecía que había pasado bastante
más tiempo desde que se habían conocido. El caso es que Dereck se pudo permitir
el lujo de mantenerse alejado de la refriega asaeteando impunemente a las
bestias mientras dirigía el tiro de su sobrino, que incluso llegó a alcanzar de
lleno a una de las mantícoras. No estaba mal para un novato. Nada mal.
Después de abatir a una de las bestias y ahuyentar a la
segunda, se quedaron charlando tranquilamente, durante un buen rato. Lord Galen
les comentó que había recibido un extraño mensaje anónimo, en el que le
advertían que debía buscar al “llegado con la tormenta”. Tras un silencio
incómodo, Eric le reveló su identidad. A fin de cuentas eran familia. Su
tatara-tatara-tatara tío o algo así. Las chicas, también parecían bastante
interesadas en lo que el soltero más codiciado de aquel lado del mundo tuviera
que decir. No era que le molestara. Mucho…
Entonces una humareda se divisó, al norte. Donde estaba la
posada. Todos intuyeron de inmediato que algo malo había pasado. Algo muy malo.
Corrieron tan rápido como pudieron hacia la posada, para
encontrarla en ruinas y envuelta en llamas. Entre ellas se erigía un emblema de
Athos, una cruz griega con punta en el brazo superior y semicírculos en el
resto, y crucificado en el mismo lo que parecían los restos del hechicero que
habían conocido unos minutos antes. Todos los ocupantes de la taberna habían
sido asesinados. Incluida Huna. O juzgados, declarados culpables y “sufrido la
justicia de Athos”, como a los inquisidores les gustaba decir. Todo ello en los
veinte minutos que habían estado fuera.
Los inquisidores estaban admirando su obra, aparentemente
encantados de haberse conocido. Entre ellos se encontraba la que parecía ser la
gran inquisidora lady Alexia Wynser en
persona, la mujer más temida de los reinos del ocaso junto a la líder de la
casa Tao. La rodeaban un séquito de ballesteros, con sus temidos virotes
alquímicos. Estaba claro que nada bueno podía salir de aquel encuentro, pero
todo empeoró cuando Ellaria lanzó un proyectil de luz contra aquella panda de monstruos
con armadura pesada. Ni qué decir tiene que no fue una gran idea. En segundos
les abatieron a todos excepto a Ellaria y Amae Karen, pese a que nadie más
había osado atacarles. La guerrera gengi noqueó a la vestal en un desesperado
intento de que no la ejecutaran allí mismo. Se quedaron mirando a Galen, como
valorando si matarlo como a los demás o no. Por muy caída en desgracia que
estuviera la casa Argelan, no dejaba de ser inconcebible que no pareciera
preocuparles en exceso asesinar sin más al heredero. Aquello demostraba un
descaro increíble. No parecía probable que la mayoría de las casas pasaran por
alto algo que resultaría un precedente muy alarmante para ellas mismas. Por
aquello de ver pelar las barbas del vecino…
La inquisidora pareció pensárselo mejor y con un gesto
desganado detuvo las ejecuciones, tras lo que se marchó con sus hombres como si
nada extraordinario hubiera pasado.
Los indultados se levantaron a duras penas, sin sentirse
nada agradecidos por la “gracia” recibida. Ellaria, muy avergonzada por
haberles puesto a todos en grave peligro, les sanó a todos. Lo cierto era que
nadie la culpaba, salvo ella misma. Enterraron a los muertos con sus propias
manos y oficiaron un funeral lo más dignamente que pudieron. Después siguieron
camino hacia el norte, hacia la Biblioteca Hundida. Estaban ocurriendo
demasiadas cosas demasiado extrañas, y necesitaban respuestas.
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