martes, 12 de mayo de 2015

Crónicas del Ocaso II: La luna de sangre

A la mañana siguiente, y escasamente descansados se dirigieron hacia Fallcliff. Se aproximaron a un desfiladero, el tipo de lugar donde uno acaba decepcionado si no sufre una buena emboscada, pero era más bien el único camino salvo dar otro rodeo de dos días, así que apretaron los dientes y siguieron adelante. Por supuesto, era una trampa, lo malo era que era peor de lo que se habían esperado. Bastante peor. Había arqueros goblins, jinetes de huargo y hobgoblins a decenas. Al frente había un obeso goblin que se presentó como Tomien que se daba mucha importancia mientras sus subordinados se lanzaron al asalto.
No quedaba salvo vender cara su vida.
En eso estaban cuando el inconfundible sonido de un cuerno de guerra y un grupo de caballeros irrumpió en la refriega. Dereck no había estado tan contento de ver un noble en su vida. La mitad se dispersaron para acosar a los tiradores, pero tres se dirigieron directamente a la melé. El primero era un caballero gigantesco, que blandía un mandoble igualmente enorme. Su blasón era una inconfundible cabeza de Gorgona. Era, Sir Phaumann, más conocido como el Toro Negro, un héroe de la guerra.
La segunda jinete era una arquera con una vistosa melena castaña, con una camisa ligera de mallas, con el emblema de las Garras de Plata, la guardia pretoriana de la casa Argelan. Bastante guapa, aunque no fuera el mejor momento para pensar en ello.
El tercero era un joven con media armadura de impecable factura, con el tigre plateado de la casa Argelan en un escudo. No era el tigre sin más, era el escudo heráldico completo. Y sólo los miembros de la antigua familia real tenían derecho a lucirlo.
Los tres estaban magníficamente equipados  sabían luchar, y junto con los cuatro emboscados pudieron deshacerse de los goblinoides con relativa facilidad, hasta tal punto que Eric se pudo abstener de utilizar su magia para evitar preguntas embarazosas. El único pero fue que el gordo de Tomien logró escapar, usando a sus últimos subordinados como escudos ante los dardos de los dos arqueros presentes.
Llegó el momento de las presentaciones. La arquera se llamaba Alethra y el joven caballero resultó ser nada menos que Lord Galen, el príncipe heredero de la casa y único varón vivo de la misma. Resultó ser también bastante afable, y cuando le contaron lo que estaba sucediendo en Fallcliff les entregó una carta que les podría resultar de gran ayuda a la hora de tratar con Lord Crabber. También aceptaron llevarse con ellos a Huna, hacia una posada al este, llamada el Molino de Piedra, donde podría estar a salvo pasara lo que pasara en Fallcliff, pero no pudieron acompañarles. Algo grave estaba ocurriendo más al sur, según dijeron.
Así que de nuevo solos se dirigieron hacia Fallciff. Llegaron cuando estaba oscureciendo, con la única seguridad de que no podían fiarse ni de su sombra. La carta de lord Galen podría parecer una baza segura, pero eso sólo sería en el caso de que Crabber no estuviera mezclado en el asunto, que podía ser demasiado suponer. La  luna de sangre comenzaba a asomar por el horizonte.
Decidieron tirar de discreción y dividirse para cubrir más terreno. Eric utilizó un conjuro para adoptar la apariencia de Huna, y pasó con Ellaria por la puerta principal, desde donde se dirigieron directos hacia el templo. Amae Karen y Dereck saltaron la cerca sin ser vistos. La guerrera gengi siguió de cerca a Ellaria y Eric, mientras que el cazarrecompensas se dirigió hacia la parte baja, buscando información sin atraer la atención de la guardia. Intentó colarse discretamente en el bar del puerto, que estaba atestado, pero fue inmediatamente reconocido y señalado por un parroquiano particularmente indiscreto, así que toda la  concurrencia se enteró de su presencia. Resultó que todo el mundo estaba bastante nervioso, porque las estatuas de Isthar que había por todas partes habían comenzado a llorar sangre. No le cabía duda de que en aquel lugar habría al menos media docena de confidentes de la guardia, y si a alguno le daba por irse de la lengua quien quiera que fuera quien estuviera detrás de todo aquello se iba a enterar. Su única esperanza era que ninguno de los soplones le diera importancia a su visita. Dereck apuró una cerveza y se marchó todo lo rápidamente que pudo tratando que no fuera evidente que tenía prisa.
Se coló en el templo con algo más de éxito, donde estaban todos los demás. Estaban discutiendo el mejor modo de proceder cuando lord Crabber entró en escena. Afortunadamente, y gracias al aviso del clérigo, Amae y Dereck tuvieron tiempo para esconderse antes de que entrara en la habitación. El noble interrogó a Ellaria, que le fue dando largas como pudo. Estaba claro que mentir no era el punto fuerte de la elegida de Ishtar, pero si el obeso gobernador notó algo, no osó decirlo. Quizás pensaba que bastante tenía con el desagradable tema de las estatuas como para arriesgarse a atraer aún peores augurios.
Después de que se hubiera marchado, decidieron hacer una visita en posición de fuerza a Jasón. Es decir, que no tenían la menor intención de aceptar un “vuelva mañana” como respuesta. La casa del jefe de la guardia estaba construida sobre la pared de roca que protegía el lado oriental del pueblo. En la puerta, tal y como habían mencionado en la posada, estaban dos de los guardias de confianza de Jasón. Ellaria y Eric, aún disfrazado de Huna, atrajeron su atención acercándose tranquilamente de frente. Como dos sombras, Amae Karen y Dereck escalaron al tejado de la vivienda y cayeron literalmente sobre los centinelas, noqueándolos antes de que tuvieran ocasión de dar la alarma.
Ataron y amordazaron a sus prisioneros como a dos fardos y entraron sin más ceremonia. Registraron la vivienda de arriba abajo y salvo algunos papeles algo extraños, que podrían tener alguna explicación inocente, no había nada raro aparte de que Jasón no estaba por ninguna parte, pese a que se suponía que estaría dentro. Finalmente registraron el dormitorio, que tampoco parecía tener nada interesante hasta que Ellaria activó un resorte detrás de una estantería, que se apartó revelando una habitación secreta. Y no había forma humana de interpretar de forma inocente lo que allí encontraron. Instrucciones para realizar  sacrificios humanos, correspondencias con los goblins del Cráneo Rojo y listas de personas que habían muerto de forma violenta en la región, durante los últimos diez años, al parecer con la esperanza de atraer el favor de algún demonio que le concediera la inmortalidad. Eran algo más de un centenar.
Dereck se quedó petrificado. Entre los primeros nombres estaba el de Naria, su difunta esposa, y el de su cuñada Cynthia, la esposa de Argo. Se suponía que ambas habían sido asesinadas por unos mercenarios de los Garrosh ocho años atrás. El propio Dereck había acabado con todos ellos en venganza. Uno por uno…
Y ahora resultaba que podían haber sido inocentes. Pero que el que creía que había sido uno de sus pocos amigos era culpable hasta el tuétano. Y según aquellos papeles, ya casi había completado el ritual. Sólo faltaba un sacrificio. El de un alma particularmente inocente.
Entre tanto, Amae Karén encontró otro pasadizo oculto. Había que ser paranoico para poner una puerta secreta dentro una habitación secreta…
Entraron en lo que parecía una red de cuevas naturales ampliadas a pico y pala. Tras pasar por una sala con unos hongos infernales que organizaron un escándalo que debió poner en guardia a todo el complejo, se abrieron paso a sangre y fuego entre un mar de goblins, un par de enanos de las profundidades y cultistas, reclutados en su mayoría de entre la más baja estofa de Fallcliff. Ladrones, contrabandistas, adictos a la medialuna y gentuza de similar calaña. Aunque había alguna excepción, como el sobrino de Jasón, Maximilien, que también era su segundo en la guardia. Cuando sus compinches empezaron a flaquear, huyó de la carnicería para dar la alarma.
Siguieron avanzando y entraron en una especie de perrera, donde había un par perros normales, unos molosos de aspecto fiero y mal alimentados, y otras dos cosas que quizás hubieran sido perros en el pasado, pero que ahora eran imposiblemente grandes, y musculados, por no decir que tenían dos cabezas. Todos estaban metidos en jaulas. Al fondo de la sala estaba Achiles, atado y apaleado, pero aún vivo. Cuando iban a rescatarlo apareció otro cultista en una pasarela que comenzó a activar las palancas que abrían las jaulas mientras se reía como un poseso. Los monstruosos y mutados fueron a por ellos, los perros no quisieron complicarse y fueron a por el chico. Ellaria atrajo la atención de los grandes, mientras que Amae Karén se escabulló entre ellos y acabó con uno de los normales que iban a por el chico. Dereck acabó con el segundo. El encargado de la perrera fue a por el chico con un cuchillo mellado. No dejaba de ser curioso que estuviera tan enajenado como para intentar acabar con el muchacho en lugar de escapar de la carnicería en la que se estaba convirtiendo el lugar. Apenas dio tres pasos hacia el chico cuando la flecha de un cazador cabreado le entró por la nuca y le salió por la garganta. Estaba muerto antes de caer al suelo.
Después de despejar la estancia soltaron a Achiles, al que condujeron a la puerta con instrucciones para que se dirigiera derecho al templo en busca de refugio.
Todos tenían la sensación de que el tiempo se les escapaba entre los dedos y cada instante podía ser decisivo, así que corrieron de vuelta a las profundidades de la cueva. Entraron en una zona claramente mejor trabajada, con paredes y suelos enlosados en lugar de simplemente excavados en la roca. Allí estaba esperándoles un hombre, enjuto como un cadáver y con la cabeza rapada y cubierta de cheurones tatuados. Casi escondido tras el anterior se encontraba Maximilien, con una absurda sonrisa de superioridad. Se presentó como Brayseagh, elegido de Asmodeus, y con toda naturalidad se disculpó por tener que marcharse a dirigir el sacrificio de Arya para completar la transformación de Jasón en demonio. Estaba claro que los consideraba la menor amenaza y eso los cabreaba, pero lo cierto es que todos los combates que habían luchado hasta el momento les habían pasado factura. Tanto sus fuerzas como sus conjuros empezaban a flaquear. Pero ninguno se iba a rendir en ese momento.
Se adelantaron tres figuras con túnicas, que dejaron caer para mostrar su verdadera naturaleza. Eran necrófagos, uno de ellos bastante más alto y musculado que los otros. Mientras el clérigo salía por un enorme portón, Maximilien comprobó horrorizado que le dejaban fuera. Sin esperar a ver si los necrófagos podían con ellos, salió corriendo portando la llave de la puerta. El cazarrecompensas salió en pos del prófugo. Dos flechas entre los omoplatos bastaron para poner fin a sus conspiraciones de mierda.
Por fortuna Ellaria repitió el conjuro contra no-muertos que tan bien había funcionado contra los esqueletos y el fantasma, con idénticos resultados, y lo que prometía ser un agotador combate a cara de perro se convirtió en un paseo, pudiendo exterminar a sus enemigos uno por uno como una manada de lobos despedazando ovejas.
La siguiente estancia parecía una extraña zona donde la cueva parecía tener su aspecto original, salvo por un par de grandes afloramientos de cristales de Loto Rojo, que tuvieron un preocupante efecto sobre Amae Karen. Al parecer la bruja del templo no andaba tan desencaminada en que había algo dentro del pecho de la guerrera gengi.
Finalmente, llegaron a una habitación alargada, nuevamente trabajada. Parecía ser muy antigua. Había afloramientos de Loto Rojo por todas partes, pero lo más preocupante era un altar al fondo, sobre el que Arya estaba atada. Con ella estaba Braiseagh, con una sonrisa sardónica, y en el centro, en mitad de un círculo de invocación, Jasón, desnudo de cintura para arriba, con símbolos arcanos grabados en el pecho. Le flanqueaba una tiefling, que parecía sádicamente divertida por toda la situación. La mujer entonó un conjuro, y en lo alto de dos columnas se materializaron sendos demonios alados cubiertos de espinas que comenzaron a asaetearles. Dereck les ignoró y apuntó a Braieagh al pecho, con la intención de interrumpir el ritual cuanto antes. Sin embargo, algo le impidió disparar. Podría haber sido miedo de darle a Arya si fallaba, pero era algo más. Apuntó entonces al pecho desnudo de Jasón, pero volvió a sentir que su mano se paralizaba. En el último momento cambió de blanco y le dio de lleno a uno de los demonios. Ninguno de los otros atacó a ninguno de los tres implicados en el ritual, y se centraron en los demonios. Estaba claro que había algún tipo de conjuro que les impedía siquiera pensar en atacarles.
Arya comenzó a gritar de dolor, mientras unos haces de luz salían de su boca, nariz y ojos. Mientras tanto habían acabado con los demonios, aunque estaban ya tan heridos que apenas se tenían en pie.
Jasón decidió terminar con todo eso en ese momento sin esperar a que terminara un ritual que ellos eran incapaces de interrumpir. De algún modo, al salir del círculo se rompió el conjuro que le protegía y pudieron atacarle, aunque no pareció servir de mucho. Era rápido como una mangosta, y no había forma de acertarle, mientras que él golpeaba con la contundencia de un ariete con su cimitarra. Eric, Amae Karén, Ellaria… todos cayeron ante él, recibiendo apenas un par de cortes a cambio. Sólo quedaba en pie Dereck. Los zarcillos de energía que salían de Arya cada vez eran más brillantes. Estaba claro que el ritual estaba a punto de finalizar el ritual, tenía unos segundos. Y una flecha, que no parecía suficiente teniendo en cuenta que Jasón estaba encima de él. Le propinó un taconazo en el pie, nada serio, pero le dio una fracción de segundo de respiro para dar un paso atrás, apuntar y disparar.
El jefe de la guardia debía de pensar que quedaba muy macho con el pecho al descubierto, pero seguro que se arrepintió de no haber llevado algún tipo de armadura cuando la flecha del cazarrecompensas se le hundió en el corazón.
Durante un segundo Dereck suspiró aliviado, y cayó de rodillas, absolutamente exhausto, creyendo que lo habían detenido. Pero entonces el ritual se completó, Arya expiró y un portal a alguna dimensión infernal se abrió sobre el círculo de invocación, como un desgarrón en el tejido de la realidad. Unos relámpagos violetas salieron del mismo hacia el cuerpo muerto de Jasón, que comenzó a convulsionarse y a cambiar. Su piel se volvió parda rojiza, le brotaron dos cuernos en su frente. El traidor se levantó, siendo un palmo más alto que antes. Se arrancó la flecha del pecho con infinito desdén y se acercó al hombre al que durante una década había llamado amigo. El cazador alzó su arco, pero el monstruo lo agarró con facilidad, y al instante estalló en llamas.
Sabiendo que había fracasado completamente, Dereck se preparó para reunirse con su esposa, pero Jasón tenía otros planes, y le anunció que iba a dejarles vivir. Al menos el tiempo que tardara en estallar el portal que le había cambiado, que arrasaría todo en unas cuantas millas a la redonda, incluido Fallcliff. El sacerdote de Asmodeus masculló un hechizo y el siniestro trío se desvaneció en el aire.
El cazador miró a su alrededor desesperado, sin saber qué hacer hasta que vio que Amae Karen aún tenía una de sus pociones de sanación, que le hizo beber a Ellaria. La elegida de Ishtar empleó sus últimas reservas de magia para que los otros recuperaran la consciencia, pero seguían en un estado lamentable. Dereck pensó en salir corriendo sin más. Sin importar en lo que hubiera dicho Jasón, había más de trescientos pies de roca sólida entre aquel lugar y Fallcliff, así que quizás tuvieran una oportunidad de sobrevivir si lograban salir de la cueva antes de que aquella cosa estallara. Pero Eric y Ellaria no tenían nada claro que aquello fuera a servir de algo. Amae Karen, bueno, ella siguió tan inexpresiva como siempre, como si le fueran a quitar rango ketán o algo así por reconocer que estaba tan aterrada como el resto.
Entonces escucharon un inconfundible sonido de cascabeles y al volverse se encontraron de frente con el misterioso gnomo arlequín que ya habían visto la noche que murió Argo. Algo comenzó a brillar débilmente dentro de Amae Karén, como un ligero resplandor palpitando al mismo ritmo que el portal. Debía de tratarse de la piedra que había mencionado aquella bruja. Para entonces el misterioso arlequín había vuelto a desvanecerse, como si se lo hubieran imaginado.
Eric pensó que lo que brillaba dentro de Amae que podría tratarse de una piedra de ámbar, uno de los materiales arcanos más raros y preciados, capaces de almacenar una cantidad increíble de energía mágica. Con mucha suerte podría canalizar su poder para cerrar el portal, así que se puso en pie frente a la guerrera y comenzó a mascullar en la jerigonza mágica mientras que el portal crecía y pulsaba más deprisa a cada instante que pasaba. De una forma u otra, aquello iba a acabar muy pronto. Una luz anaranjada bastante más intensa comenzó a brillar en el pecho de Amae. El portal reaccionó inmediatamente, como si fuera un ser vivo bajo ataque. La luz de la piedra de la gengi incrementó su intensidad, y por unos momentos el portal hizo lo mismo, hasta que para alivio de todos los presentes, el portal comenzó a encogerse sobre sí mismo hasta colapsarse del todo como si nunca hubiera existido. Algo más sucedió entonces, y los cristales de loto rojo que había por la habitación empezaron a encogerse y a oscurecerse. Algunos desaparecían sin más, sin dejar más rastro que unas grietas en la pared de piedra.  Una extraña sensación de alivio les invadió, como si se encontraran en un lugar con un ambiente muy cargado y de repente alguien hubiera abierto una ventana que lo ventilara.
Sin embargo, Arya había muerto. Su cuerpo se había secado y estaba irreconocible, de modo similar al pobre chico del poblado goblin. Dereck cubrió el cadáver de su sobrina con su capa, la cogió en brazos y salieron de aquel maldito lugar. A la puerta estaba el sacerdote del templo junto con Achiles y lord Crabber, además de la parte de la guardia que no había seguido a su líder en toda aquella locura. Ninguno tenía ni idea de lo cerca que habían estado de la muerte, pero el barón comenzó a congestionarse visiblemente según Ellaria comenzó a explicarle lo sucedido. El cazador se negó en todo momento a que Eric se aproximara siquiera a los restos de la hija de Argo, como si fuera un sacrilegio. Entregó el cuerpo al sacerdote para que le oficiara un funeral digno y se dirigió a la taberna intentando buscar el consuelo del olvido en la bebida.
Un día después de beber como un enano en una apuesta, no había funcionado. Eric fue a buscarle. Iba a marcharse al día siguiente hacia el norte, y pensaba pasar por la Biblioteca Hundida, probablemente el mayor compendio de conocimiento humano del mundo, con la esperanza de encontrar algo que arrojara luz sobe lo que había sucedido. Ellaria y Amae iban a acompañarle, al menos durante algún tiempo. La vestal también quería consultar la biblioteca, y además le pillaba de paso para su misteriosa peregrinación. Nada de eso importó gran cosa al cazador, embotado por el licor como estaba. Echaría de menos a Ellaria. Quizás… No le importaría no volver a ver a Eric jamás, eso desde luego. Hasta que el mago le dijo que Achiles iba a acompañarles. Ese malnacido no le había confesado al chico que no era su padre, así que iba a ir con ellos. Dereck sintió una ira que ni la fenomenal borrachera que llevaba encima logró apaciguar. Se levantó con dificultad y se dirigió haciendo eses hacia la herrería. Habría sido improbable que hubiera logrado llegar sin caerse si Eric no le hubiera ido sosteniendo por el camino, pese a que su “hermano” intentaba de vez en cuando golpearle, con tal torpeza que hasta un ciego habría podido esquivarlo. Adquirió un arco nuevo y  entregó al herrero la cimitarra de Jasón, que no se había dignado a llevar con él al marcharse, y le ordenó fundirla y reforjarla después, dándole la misma forma pero eliminando toda la ornamentación. Las protestas del herrero de que aquello era una completa estupidez fueron acalladas con una generosa bolsa de oro procedente de su parte del botín. Dedicó el resto del día a serenarse, y tenía su nueva arma lista al anochecer. La hoja tenía un aspecto mate, lo que no desagradó al cazador, pero conservaba su flexibilidad y su filo.
Partieron al día siguiente en dirección a la taberna donde el príncipe Galen se había comprometido a dejar a Huna. Llegaron a la hora de comer. Ellaria estaba encantada de reencontrarse con su mentora. Aparte del personal había un chico, de unos veinte años, que miraba suspicaz a todas partes como un conejo asustado. Eric lo reconoció como un hechicero, o un apóstata, como le llamaría la Inquisición que no se había dignado en aparecer en Fallcliff mientras que se abría una comunicación directa con el infierno pese a encontrarse a tiro de piedra, según les habían dicho. Ninguno tenía demasiada prisa por denunciar al pobre chico, y eso que no hacerlo podía ser considerado un delito de traición contra la corona castigado con la muerte. Claro que la Inquisición no es que fuera demasiado popular en ninguna parte, por eso de quemar a la gente primero y preguntar después, y teniendo en cuenta de que en buena medida estaba controlada por la casa Garrosh, en territorio Argelan era particularmente poco querida.
Apenas se habían acomodado y pedido algo de comer cuando llegó corriendo un mozo de cuadras diciendo que una yegua de guerra había llegado corriendo y sin jinete. Dereck pensó que el mundo podría seguir adelante con un caballero menos, pero todos los demás se levantaron y fueron en su ayuda, incluido Achiles. La verdad era que estaba muy preocupado por el chico, que parecía empeñado en convertirse en un guerrero para vengar a su hermana. Sabía por experiencia que la mayor parte de esas historias acababan con el aspirante a vengador  siendo pasto de los buitres en alguna hondonada olvidada. Tampoco podía a dejar que los demás se la jugaran sin él, así que fue con todos los demás.
Además, el posadero les dijo que la yegua pertenecía al príncipe Galen Argelian, que había ido a comprobar que Huna estaba bien y que había partido unos minutos antes de su llegada a buscar a otro mozo de cuadras que no había regresado. Le debían una, así que ya no hubo nada que hablar, y sólo Huna se quedó en la posada.
Cinco minutos a marchas forzadas más tarde encontraron al mismísimo lord Galen en persona. Resultaba muy extraño que ninguno de sus Garras de Plata le acompañaran. Le acosaban una pareja de mantícoras, que sin ser algo inaudito, tampoco es que fueran tan comunes por esos pagos. La batalla fue bastante bien. Casi sencilla, lo que no dejaba de ser sorprendente frente a adversarios tan peligrosos. Estaba claro que se habían vuelto bastante más fuertes en aquella semana de locura constante. Parecía que había pasado bastante más tiempo desde que se habían conocido. El caso es que Dereck se pudo permitir el lujo de mantenerse alejado de la refriega asaeteando impunemente a las bestias mientras dirigía el tiro de su sobrino, que incluso llegó a alcanzar de lleno a una de las mantícoras. No estaba mal para un novato. Nada mal.
Después de abatir a una de las bestias y ahuyentar a la segunda, se quedaron charlando tranquilamente, durante un buen rato. Lord Galen les comentó que había recibido un extraño mensaje anónimo, en el que le advertían que debía buscar al “llegado con la tormenta”. Tras un silencio incómodo, Eric le reveló su identidad. A fin de cuentas eran familia. Su tatara-tatara-tatara tío o algo así. Las chicas, también parecían bastante interesadas en lo que el soltero más codiciado de aquel lado del mundo tuviera que decir. No era que le molestara. Mucho…
Entonces una humareda se divisó, al norte. Donde estaba la posada. Todos intuyeron de inmediato que algo malo había pasado. Algo muy malo.
Corrieron tan rápido como pudieron hacia la posada, para encontrarla en ruinas y envuelta en llamas. Entre ellas se erigía un emblema de Athos, una cruz griega con punta en el brazo superior y semicírculos en el resto, y crucificado en el mismo lo que parecían los restos del hechicero que habían conocido unos minutos antes. Todos los ocupantes de la taberna habían sido asesinados. Incluida Huna. O juzgados, declarados culpables y “sufrido la justicia de Athos”, como a los inquisidores les gustaba decir. Todo ello en los veinte minutos que habían estado fuera.
Los inquisidores estaban admirando su obra, aparentemente encantados de haberse conocido. Entre ellos se encontraba la que parecía ser la gran  inquisidora lady Alexia Wynser en persona, la mujer más temida de los reinos del ocaso junto a la líder de la casa Tao. La rodeaban un séquito de ballesteros, con sus temidos virotes alquímicos. Estaba claro que nada bueno podía salir de aquel encuentro, pero todo empeoró cuando Ellaria lanzó un proyectil de luz contra aquella panda de monstruos con armadura pesada. Ni qué decir tiene que no fue una gran idea. En segundos les abatieron a todos excepto a Ellaria y Amae Karen, pese a que nadie más había osado atacarles. La guerrera gengi noqueó a la vestal en un desesperado intento de que no la ejecutaran allí mismo. Se quedaron mirando a Galen, como valorando si matarlo como a los demás o no. Por muy caída en desgracia que estuviera la casa Argelan, no dejaba de ser inconcebible que no pareciera preocuparles en exceso asesinar sin más al heredero. Aquello demostraba un descaro increíble. No parecía probable que la mayoría de las casas pasaran por alto algo que resultaría un precedente muy alarmante para ellas mismas. Por aquello de ver pelar las barbas del vecino…
La inquisidora pareció pensárselo mejor y con un gesto desganado detuvo las ejecuciones, tras lo que se marchó con sus hombres como si nada extraordinario hubiera pasado.
Los indultados se levantaron a duras penas, sin sentirse nada agradecidos por la “gracia” recibida. Ellaria, muy avergonzada por haberles puesto a todos en grave peligro, les sanó a todos. Lo cierto era que nadie la culpaba, salvo ella misma. Enterraron a los muertos con sus propias manos y oficiaron un funeral lo más dignamente que pudieron. Después siguieron camino hacia el norte, hacia la Biblioteca Hundida. Estaban ocurriendo demasiadas cosas demasiado extrañas, y necesitaban respuestas.


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