Examinó entonces a su pequeño prisionero y descubrió que en realidad se trataba de una niña, de cinco o seis años, flaca y cubierta de polvo, que se debatía como una comadreja intentando liberarse, sin parar de gritar que la soltase con una voz bastante aguda. Tenía el pelo rubio oscuro, casi castaño, naricilla respingona, algunas pecase en la cara, rodillas peladas, multitud de pequeñas heridillas y hematomas en diverso estado de curación y un diente ligeramente mellado. Lo único que cabría destacar de ella eran sus ojos, de un extraño color azul con destellos amarillentos, como de ambar. Bueno, sus ojos y el hecho de que no parecía tener el menor miedo en pelearse con un adulto entrenado en la guerra, enfundado en una coraza y a lomos de un corcel celestial de combate. Sus ropas estaban algo sucias, remendadas con esmero una y otra vez, con coderas y rodilleras de cuero. El sello de una madre que finalmente había renunciado a toda esperanza de que su hija fuera bien arreglada, en favor del pragmatismo. Tenía todo el aspecto de una buscaproblemas profesional en la categoría junior de peso superligero. Le recordaba a alguien, pero en ese momento no supo decir a quién.
La pequeña siguió revolviéndose para intentar soltarse, golpeando, arañando y mordiendo a cualquier lugar estratégicamente doloroso de la anatomía del paladín sin dejar de proferir insultos y amenazas propias de los carreteros. Si no fuera por la armadura, y en especial por la coquilla, Kayrion podría haberse llevado unos dolorosos golpes. Inmovilizó a la niña con las dos manos, con cuidado de no hacerla daño apretando demasiado y la sentó sobre el caballo delante de él.
-“Bueno, estate quieta y deja de gritar de una vez. No voy a hacerte daño, pero te voy a llevar a tu casa.”-dijo intentando calmar a la cría-“Pórtate bien y no tendrás más problemas.”- La niña pareció calmarse un poco, ya que al menos dejó de patalear y se acabó callando. –“Mi nombre es Kayrion, y soy paladín de Heironeoux y Shiva”-se presentó. –“¿Y tú cómo te llamas?”
-“Yo me llamo Jani, y mi mamá te va a dar tal patada en el culo cuando te vea que no vas a sentarte en un mes. Y Jaron te va a hacer papilla. Y Pip terminará con lo que quede. Te vas a enterar en cuanto llegue a mi casa. Te crees muy duro pero te vas a enterar. Mi mamá se merienda media docena tipos como tú para desayunar. Bueno, se los desayuna para desayunar. O se los merienda para merendar, o como sea. Como sea, te vas a enterar…. Seguro…”
Con las reservas de paciencia bajando por momentos, Kayrion se decidió a atajar aquello. “Vale, tú le cuentas que te he cogido y yo le digo porqué lo he hecho. ¿De acuerdo? No la conozco, pero no creo que le haga mucha gracia que molestes a los viajeros.”- Aquello pareció funcionar. Jani se quedó finalmente quieta y se quedó callada unos segundos, con cara pensativa. Finalmente dijo muy seria:
-“Vale, yo no me chivo y tú no te chivas. Y bueno, en realidad me llamo Janice, pero todos me llaman Jani. A mi mamá no le gusta que le tiremos cosas a los enlatados. Sois los únicos que pasáis por aquí. A veces pasan otros enlatados, y hablan con mi mamá. Y si empiezan a decir tonterías mi mamá nos manda a los pequeños a la cocina y les dan una paliza entre todos. Bueno, eso sólo pasó una vez, pero lo vimos por la ventana. Le cubrieron de esa cosa negra pegajosa que le echan a los tejados, luego de plumas y lo echaron. Mamá estaba muy cabreada, pero no sé lo que dijo ese imbécil. Porque era un imbécil, seguro. Seguro que por eso enfadó a mi mamá. Mi mamá es muy buena y muy lista y muy guapa, pero cuando se cabrea da mucho miedo. Bueno, a mí no me da miedo, porque es mi mamá y nunca me hace nada, pero la gente se acojona mucho cuando ella se enfada. Pero es la mejor mamá del mundo y no me da nada de miedo. Aunque a veces se enfada conmigo cuando hago algunas cosas que dice que no debo hacer. Pero es que hay muchas cosas que no debo hacer que son muy divertidas.”
Aquella niña parecía no callarse ni debajo del agua, pensó Kayrion, aunque finalmente se detuvo durante un instante, quizás para respirar, pero al poco continuó su monólogo.
-“Oye, no le digas a mamá que yo he dicho que ella se cabreaba o que el enlatado era un imbécil o que te he llamado enlatado o que la gente se acojona. Eso no le gusta demasiado. Dice que son palabras muy feas que no debería decir. Pero todo el mundo las dice. Y no veas las palabrotas que suelta ella cuando se cabrea cuando se cree que no la estoy oyendo. Mi mamá sabe palabrotas en un montón de idiomas, pero intenta que no la oiga cuando las dice. Dice que aunque a ella se le escapen algunas veces eso no está bien. ¿Por qué sólo los mayores pueden hacer cosas divertidas como decir palabrotas y emplumar a los enlatados que dicen tonterías? ¡No es justo! ¿A que no?”
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