En una de esas misiones se encontraba en ese momento. Había estado inspeccionando una fortaleza de tamaño mediano, situada al norte del antiguo reino de Sanlhoria, en zona fronteriza. Un lugar donde seguía habiendo un riesgo importante de incursiones. Le había alegrado comprobar que la guarnición estaba muy bien preparada, y el Barón al cargo, aunque quizás algo ambicioso, le había parecido un hombre muy capaz que tenía la situación bastante controlada. Tan sólo tenía problemas con una pequeña villa que se negaba a unirse al feudo y a pagar los impuestos para mantener la guardia. En ocasiones habían llegado a expulsar de malos modos a los agentes del Barón, aunque sin llegar a la violencia extrema. Si el mozo de las caballerizas estaba en lo cierto, el Barón había llegado a ofrecerle matrimonio a la líder de la aldea, una mujer tan bella como terca. La respuesta exacta que había remitido variaba según a quién le preguntase, pero todos coincidían en que no había sido especialmente diplomática.
Así que allí iba él, a tratar de convencer a los habitantes de aquel pueblo para que regresaran a la seguridad del sistema de feudos. Ciertamente, no era la primera vez que veía casos como aquel, y desde luego que pocos se habían atrevido a decirle que no cuando él había explicado la situación. A fin de cuentas, era famoso. Era un héroe, querido, respetado e incluso temido. Su aspecto resultaba totalmente imponente luciendo su coraza completa y a lomos de su enorme corcel celestial, regalo de Heironeoux y Shiva. A veces preferiría que la gente le tratara con algo más de naturalidad, pero el caso es que era intocable. Tenía la total certeza de que nadie iba a atacarle.
O eso pensaba hasta que súbitamente algo le impactó en la frente. El instinto forjado en incontables batallas se impuso, e inmediatamente se puso en guardia y localizó a sus agresores. Resultaron no ser más que unos pocos críos, el mayor no llegaría a los diez años, que le tiraban piedras y todo tipo de objetos con muy escasa puntería, parapetados tras una valla junto al camino. Parecían algo asustados por lo que estaban haciendo, y cuando viró a su montura para acercarse a ellos huyeron como si un dragón les pisara los talones. Tan sólo uno de ellos, tal vez el mayor, se atrevió a darse la vuelta para ver si alguno de sus compinches había quedado atrás. Gritó “Jani, corre, que te va a coger” Tras esto siguió corriendo todo lo rápido que le permitían sus piernas sin volver a mirar atrás. Kayrion se detuvo buscando al rezagado durante un par de segundos, hasta que un nuevo impacto en la mejilla, de una pequeña manzana, reveló la posición del pequeño pero hábil francotirador, que estaba subido en un manzano. Al contrario que los otros críos, no pareció amilanarse cuando se dirigió hacia él, e incluso le lanzó otro par de manzanas, con bastante puntería, aunque el paladín de Shiva logró que no le volvieran a alcanzar en el rostro descubierto, sino que se hicieron compota en su brillante armadura, que tendría que limpiar más tarde para que volviera a ser tal. Cuando finalmente estuvo al pié del árbol, el pequeño descarado trepó a ramas más altas con la agilidad de una ardilla, quedando fuera de su alcance. Se preparaba para tirar otra manzana cuando Kayrion hizo encabritarse a su corcel sobre sus patas posteriores, ganando la altura suficiente para agarrar firmemente a aquel mocoso desvergonzado del cuello de su chaqueta. Hasta ahí la historia de un enfrentamiento nada glorioso que jamás narraría ningún bardo.
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