V
A Cora no le gustaba ni un pelo el complejo de cuevas y túneles donde se habían metido. Se sentía como una rata en un laberinto. Aquel no era lugar para gente civilizada. Si es que quedaba algo de eso en el mundo. Con todo lo que había visto en la guerra civil de su tierra, tenía serias dudas al respecto.
La primera parte de su aventura había sido algo mejor. En un bosque, al aire libre. Eso no quería decir que hubiera sido fácil. Los cobardes y despreciables kobolds no habían cesado de acosarles con sus ruines pero peligrosas emboscadas. Suerte habían tenido de encontrarse con la señora del lugar, la druida Xhaena. Era una mujer impresionante, sabia, serena y de porte orgulloso. Lo que se supone que debía de ser un elfo. Era la primera de su raza que se había encontrado desde que huyera de su patria que no era otro triste refugiado descastado como ella. Xhaena no sólo les había ayudado y sanado sus heridas, sino que les había proporcionado otro compañero, su aprendiz, un explorador humano llamado Saiban.
Las noticias que les había dado no eran demasiado alentadoras. Una tribu de gnolls nómadas se había instalado en las ruinas del antiguo monasterio dos días atrás, pocas horas después de que hubieran pasado la halfling, el humano y el enano. Sus posibilidades de usar la misma entrada que los desaparecidos era por tanto nula, pero Xhaena les había hablado de una segunda entrada, una gruta natural que enlazaba con el complejo de cavernas que los antiguos monjes habían usado para construir sus catacumbas. También les advirtió que algo oscuro y antinatural moraba en aquel lugar desde hacía algún tiempo.
A la entrada de la cueva se encontraron con un grupo de kobolds. Una comadreja gigante que usaban de mascota había mordido a Denay, y el joven bárbaro había perdido mucha sangre y aún se encontraba débil. Un poco a regañadientes, Cora tuvo que admitir que se había preocupado un poco por la suerte del kehay. Aunque en batalla era agresivo y temerario, resultaba bastante agradable. Para ser humano, claro estaba.
Tras haberse enfrentado a unas extrañas criaturas que les habían emboscado desde el techo de la cueva, habían encontrado una puerta de madera con una especie de palanca a un lado. Al tirar de ella, la puerta se había abierto de golpe, dejando salir una auténtica riada. Al dispersarse las aguas, se encontraron con Gilian, la halfling y el enano, así como con el humano que era amigo de sus compañeros, que estaba inconsciente en el suelo. Los tres tenían un aspecto deplorable, pálido y arrugado. Por no hablar del enano, que con todo el pelo mojado corriéndole por la cara, le recordó a un chucho que alguien hubiera intentado ahogar en un río. A un perro bastante gordo y feo, añadió mentalmente, aunque, sensatamente, se abstuvo de decir nada.
Nadie estaba en condiciones de continuar, así que se atrincheraron lo mejor que pudieron en una habitación en ruinas llena de alambiques oxidados y polvorientos, y de tarros cuyos contenidos hacía tiempo que se habían convertido en polvo. Aquel lugar daba la impresión de llevar en ruinas desde la noche de los tiempos, aunque era probable que sólo llevara unas cuantas décadas en ese estado. Un siglo o dos como mucho. Pero las construcciones humanas no solían aguantar demasiado bien el paso del tiempo, al igual que aquellos que las habían edificado. Por alguna razón, ese pensamiento le resultó deprimente a la joven elfa.
Unas pocas horas más tarde, ya debía ser plena noche en el exterior, recibieron la inesperada visita de Timber, el lobo de Xhaena, que portaba unas bayas mágicas, regalo de su dueña, con las que lograron sanar al clérigo. Por desgracia, el estúpido humano había decidido salir al exterior para sus rezos matutinos en vez de realizarlos en la relativa seguridad de la sala donde se habían parapetado. Este ritual era necesario para restaurar sus poderes sanadores, de los que andaban desesperadamente necesitados. El clérigo fue emboscado por dos esqueletos animados, que volvieron a dejarlo inconsciente, y suerte tuvo de que el bárbaro, Denay, hubiera decidido acompañarlo. Cora se preguntó en qué clase de mundo enloquecido podía un salvaje superar en sentido común a un sacerdote instruido.
Además, la presencia de los esqueletos era más que perturbadora. Aunque no era ninguna experta, se suponía que los no muertos sólo podían subsistir en un puñado de lugares esparcidos por todo el mundo, aquellos malditos en los que las energías necróticas se derramaban por el mundo. Y se suponía que aquellas catacumbas no eran en absoluto uno de esos lugares. Presintió que algo estaba yendo terriblemente mal en aquel lugar. No se sintió muy optimista en ese momento, y su ánimo había decaído aún más cuando debieron permanecer dos días más en aquel espantoso lugar, sin nada que hacer salvo mirar las paredes. Se quedaron hasta que se recuperaron lo suficiente para estar en condiciones de continuar su misión con alguna mínima posibilidad.
Después de eso, habían sido emboscados por unas monstruosas arañas gigantes, que cerca estuvieron de acabar con ellos, y que dejaron a Saiban y Denay debilitados por su veneno. Aquello reforzó el presentimiento ominoso de la elfa. Las arañas, y en especial las gigantes, habían tenido un significado de mala premonición para los suyos desde la noche de los tiempos.
Siguieron avanzando hasta que poco después se encontraron cara acara con una docena de esqueletos, liderados por uno con una estatura que excedería los nueve pies, que probablemente habría pertenecido a un ogro tiempo atrás. Antes de que Garret pudiera reunir las energías luminosas, que harían retroceder a aquellas abominaciones, el gigantesco esqueleto se abalanzó sobre ellos. Saiban, el discípulo de Xhaena, había dado un paso al frente, pero no fue rival para el monstruoso no-muerto, que de un solo zarpazo le destrozó la garganta y le rompió el cuello, matándolo casi en el acto. Lo único que pudieron hacer por el infortunado muchacho fue vengarle, cuando Garret finalmente logró dispersar y paralizar a esas cosas con sus poderes sagrados.
Tras el combate, envolvieron respetuosamente a Saiban en su propia capa. Heridos y totalmente exhaustos, descansaron una pocas horas, contemplando unas enormes puertas bellamente labradas que se alzaban ante ellos. Fuera lo que fuese lo que había al otro lado, todos intuían que iba a ser el mayor desafío que se habían encontrado hasta el momento.
sábado, 27 de febrero de 2010
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Joe, ya me habia olvidado de lo larga en dias que habia sido la aventura...
ResponderEliminarCasi me extraña que no se nos escapasen antes, estuvimos una semana para registrar el templo...
Esto con la 4.0 no hubiera ocurrido...
ResponderEliminarPor cierto, una expresión tan poco común como "desde la noche de los tiempos" no debería repetirse en un relato tan corto.