viernes, 14 de agosto de 2015

Crónicas del ocaso VI (A): La brújula de Penda'Gasht

Cercanías del bosque de Airysh 16 de noviembre del año 815
Hace ya unos días que abandonamos la ciudad minera de Hogrh’Dural, donde acontecieron hechos dignos de recordar, incluso gestas merecedoras de una canción. Tras nuestra reciente, digamos... "colaboración", con los Mandragoras, se nos asignó la misión de encontrar a un anciano dragón verde conocido como el Profeta Esmeralda. Para ello, según nos dijeron, sería esencial recuperar un antiguo artefacto de gran poder, la brújula de Penda'Gasht, que suponemos nos permitirá superar las distintas barreras mágicas con la que haya ocultado su cubículo el dragón. Esta brújula se encontraba en poder de Parche, un cabecilla local Hogrh’Dural, o mejor dicho, el cacique central de una subsociedad de ladrones, traficantes y demás criminales que, alojada en la antigua mina, conocida como la Fosa de los Diamantes, parasita la ciudad, gobierna en la sombra y absorbe las riquezas proporcionadas por las minas de cobre y plata de la ciudad.
Y con estas escuetas directrices entramos en Hogrh’Dural. Nada más entrar, en la misma taberna en la que nos hospedamos, nos enteramos del ataque sufrido el día anterior por una despiadada banda de mercenarios, los Aulladores de Fenris. Al parecer habían realizado un ataque relámpago en el que habían robado, matado y quemado todo lo que se cruzó en su camino, e incluso se atrevieron a expoliar los interiores de las mismísimas minas. También nos enteramos de una extraña enfermedad que estaba causando estragos entre los más débiles. Inmediatamente pensamos en la plaga de Bosque Brillo, pero en este caso los afectados se sumían en un intranquilo sueño del que no eran capaces de despertar. Tras descansar unas horas hicimos la debida visita a la autoridad local, el alcalde Gifin. Tras unos minutos de audiencia, en lo que nos presentamos como simples mercaderes, no nos quedó duda de su carácter: mezquino, conspirador, avaro y lo peor de todo para nuestra misión, una marioneta de parche para "legitimar" su control sobre la ciudad. Apenas habíamos tomado contacto con la ciudad y no conseguíamos ni esbozar cómo diantres podríamos conseguir la dichosa brújula. Parecía ser más fácil ir a Penacles y robarle la túnica al Sumo Inquisidor Sasarai.
Y mientras reflexionamos sobre nuestros próximos movimientos, nos abordó un enano embozado en una desgastada capa. Se presentó como Malner, un minero que había sido herido en el combate (o más bien masacre) producida por los mercenarios. Al contrario de lo que pensábamos,  nos dijo que algunos mercenarios seguían en las minas, y al parecer perseguían a una enana llamada Marbani, una autoridad entre sus compañeros enanos, de buen corazón y única opositora real al dominio del binomio Gifin-Parche. Aquello olía realmente mal, y pronto empezamos a pensar en un ataque urdido por el propio alcalde. En cualquier caso nos pusimos de camino. No sabíamos por dónde empezar nuestra búsqueda, no podíamos ignorar la petición de ayuda de Malner, y aunque Thrain y Aaron me odiasen por ello, si Parche la quería muerta sería interesante que nosotros llegásemos antes.
Y de esta forma tan heroica, todos menos Morrigan, que prefirió investigar la pista de la misteriosa enfermedad (que de nuevo demostró tener un origen sobrenatural, al no verse afectado por los poderes de nuestros divinos camaradas), nos adentramos en las peligrosas minas  Hogrh’Dural en busca de la damisela en apuros. En el camino conseguimos salvar algún minero, y nos enfrentamos a terribles criaturas del submundo, más propias de los territorios Drow que de una mina. Allá donde mirábamos veíamos los estragos causados por los Aulladores. En cada corredor y sala encontrábamos decenas de cadáveres, todos ellos de mineros enanos. Habían sido masacrados con saña por sus atacantes, y los pocos que habían sobrevivido habían sido pasto de las criaturas del submundo que nos acechaban en cada esquina. ¿Guardaría  alguna relación con la enfermedad, al igual que en Bosque Brillo la corrupción mutó y afectó a las mentes de las criaturas del bosque? Era muy probable, pero no estábamos allí para investigar. Tras acabar con algunas de estas criaturas aberrantes, la mayoría de las cuales no habríamos visto ni en pesadillas, por fin dimos con Marbani, acompañada por dos mineros. Lejos de ser la damisela que me imaginaba resultó ser una enana bien entrada en años,  de mirada dura pero inspiradora. Sin duda una líder.  Pero nada más encontrarla aparecieron dos mercenarios. Al parecer nos habían seguido y esperaban que diésemos con Marbani. Tras agradecernos gentilmente que hiciésemos salir a la enana, comenzó su transformación. Sus cuerpos se empezaron a hinchar y recubrirse de un oscuro pelaje, mientras sus cabezas desarrollaban hocicos y fauces con enormes y afilados dientes, sus manos se convertían y garras, sus espaldas se arqueaban  y su tamaño se doblaba. Por fin el nombre de su compañía cobraba sentido, eran licántropos. Con razón los pobres mineros no habían tenido ninguna posibilidad.
El combate fue duro. Nuestros golpes parecían no tener efecto, pues el ímpetu de sus ataques no disminuía pese a las serias heridas que les infringíamos. Thrain y Aaron, acompañado del poder de sus dioses parecían mantener su rival a raya, y el segundo acabó por caer en la danza de destrucción  que solemos provocar cuando peleo junto a Hadrian. Al final la premisa parece cierta, todo lo que sangra puede morir, y aquel maldito licántropo sangró como para llenar una bañera.
Ante las sospechas de conspiración, decidimos sacar a Marbani y sus acompañantes en la clandestinidad, para no llamar la atención de Gifin. Nos juntamos con ella y Morrigan en lugar seguro, fuera de miradas indiscretas, en la seguridad de un sótano encubierto. Informamos a Marbani sobre nuestro objetivo, pero apenas nos proporcionó información que no supiéramos. Sólo había tres formas de conseguir algo de Parche, con un ejército superior al suyo (cosa fuera de nuestro alcance), cambiándolo por algo de más valor (también improbable, salvo que el Rey Enano cague oro) o apostando algo lo suficientemente valioso, pero en este caso sólo accedería en caso de estar seguro de ganar. De nuevo el asunto tenía una pinta lamentable.
Aquella noche bajamos a los dominios de Parche, la vieja mina, ahora llena de casuchas y tugurios de arcilla y chapa, conectadas por callejones y  pasarelas entre los distintos niveles. Sólo sobresalían sobre el resto las casonas de los caciques, entre la que destacaba el palacete de Parche, y algún local de más entidad. Recorrí distintos antros, haciendo preguntas discretas, jugando a los dados (jugaban a una curiosa variante del Gysh) y condonando deudas por favores o información. Pero poco saqué aquella noche, salvo contemplar otro de los numeritos de Hadrian en el foso. Al menos algo parecía claro, sólo cinco cosas movían aquella ciudad, el sexo, el dinero (de estas dos Parche tenía cuanto quería, o al menos más de lo que pudiéramos o quisiéramos ofrecerle), las peleas de foso, el Gysh y las carreras de cuadrigas. Por eliminación rápidamente me decanté por las peleas de foso, donde Hadrian podría marcar la diferencia. Pero para apostar necesitábamos algo que Parche quisiera, y aquella noche no dimos con nada relevante. Fue al día siguiente cuando nuestro plan acabó por concretarse. Recorrimos tabernas y burdeles,  hablamos con comerciantes, prestamistas y amantes de lo ajeno. Incluso hicimos “favores” de los que no nos sentimos demasiado orgullosos, pero finalmente conseguimos un combate en un local importante, la Espada en la Sombra. Allí Hadrian se enfrentó con el “Titán de Azabeche”, al que no hace falta que describa, y tras deleitarnos con su particular visión del espectáculo en un combate, acabó por dejar a su adversario para guardar cama unos cuantos días. Poco antes del combate, me tocó interpretar el papel de adinerado y aburrido mercader de lo exótico y tuve unas cuantas negociaciones con el propietario del local. Acordamos las condiciones clásicas, el ganador se llevaría su parte de las apuestas, pero no pudo resistirse a un doble o nada, y se jugó una valiosa estatuilla, a la que Parche había puesto el ojo, contra cuatro gemas que habíamos reunido en nuestras andanzas anteriores.
Nada más abandonar el local, nos esperaba una figura, que nos pidió le acompañásemos al palacete de Parche. Tal y como habíamos previsto, la victoria de Hadrian no había pasado desapercibida. Ahora sólo quedaba lo más difícil, ganar a Parche en su propio juego. Nos adentramos en su ostentosa morada, llena de obras de arte, ricas telas y guardias en todas las puertas. Estaba seguro de que aquella ruta estaba estudiada para sobrecoger e intimidar a sus visitas. Y finalmente llegamos a su “sala de audiencias”, un enorme salón con salida al enorme palco exclusivo del circo central de la Fosa de los Diamantes. Y allí, en un intrincado trono se encontraba Parche, cual rey de aquellas infectas tierras, custodiado por su dos matones de confianza, un imponente enano llamado Yadgrog y una peligrosa drow conocida como Sátrapa.
Evidentemente conocía de nuestra llegada días atrás, así que no intentamos insultar su inteligencia (o lo que es peor, su red de informadores) siguiendo con el cuento de los comerciantes, así que fuimos directos al grano. Éramos aventureros y queríamos la brújula de Penda'Gasht, y sólo teníamos la bonita estatuilla para intercambiar. Ofrecimos jugárnoslo a todo o nada en una emocionante competición multidisciplinar de Gysh, combate de foso y carrera de cuádrigas, y de repente sus ojos centellearon ante una mezcla de codicia, emoción y sadismo. Descartó las cuadrigas, y nos propuso un duelo mixto de Gysh y lucha. Pero con sus reglas. En primer lugar, dado lo desbalanceado de los objetos apostados, deberíamos ganar ambas competiciones para llevarnos la apuesta. Además, sería yo quién luchase en foso, y el chico quien jugase a Gysh. Hubo un momento de duda, disfrutaba al ver como nuestra falsa seguridad se hacía añicos. Y tras unos segundos deleitándose con nuestras turbadas caras, añadió la guinda final. Si perdíamos, el chico, nuestro jodido Aaron, se quedaría como “invitado de honor” durante todo un año. Aquello era el colmo, estaba a punto de quejarme y romper el trato (que le jodan a los Mandragoras, no estaba dispuesto a sacrificar tanto), hasta que Aaron aceptó el trato. Maldito chalado, no duraría ni una semana como vasallo de aquel megalómano, y además haría que me partiese la cabeza un bruto tatuado, pues sin mis hojas apenas me podría escabullir y herir a mi contrincante a pullas. Hadrian, tan sorprendido como todos, al menos pudo reaccionar, y le pidió una semana a Parche para prepararnos, lo que quedó finalmente en cuatro días. Cuatro días para convertir a un inocente muchacho en un as del engaño y la estrategia, y a un escuálido elfo en una máquina de partir huesos en una lucha cuerpo a cuerpo.
A la mañana siguiente, temprano, comenzó nuestra carrera a lo imposible.  La gente de Marbani puso en contacto a Aaron con un viejo jugador de Gysh, el mejor de la zona, llamado Craster, que inculcó al chico los principios del juego, a base de paciencia y coscorrones. Tras sólo una jornada juraba que nunca había visto a nadie tan malo y con tanta suerte con los dados. Aquello era alentador, al menos teníamos la mitad del trabajo hecho, y con las enseñanzas de Craster no era una locura que llegase a hacer de Aaron incluso un buen jugador.
Mi camino, como era de esperar,  fue más cruento. Maratonianas jornadas  de lucha con Hadrian, que me golpeaba sin compasión, corregía mis errores con más golpes y mis efímeras victorias con más golpes aún. Sólo llevaba una jornada y ya pensaba en el abandono. El dolor físico se veía incrementado por la frustración. Pero Hadrian no daba pie ni a las dudas. Poco a poco, y aguantando gracias a los ánimos, y más valiosas sanaciones mágicas proporcionadas por Aaron y Thrain, fui interiorizando los preceptos inculcados. Aprovechar la fuerza del rival en su contra, golpear con precisión los puntos débiles del enemigo (aquello no me era del todo ajeno), y encajar los golpes (lección más practicada).
La tercera noche, como para celebrar la víspera de nuestra estrepitosa caída a los infiernos, hubo un incidente digno de mención. Un resplandor en el cielo me sacó de mi  meditación y Aaron me alertó de un ataque a Thrain. Rápidamente fuimos en su ayuda, pero la escena que contemplamos era realmente extraña. Un imponente Ángel, acompañado por sus esbirros alados amenazaba a Thrain, que parecía agotado y tenía la cara cubierta de sangre. Y se disponía a acabar el trabajo, al invocar cinco relucientes soldados de metal movidos por su voluntad, cuando la irrupción de una figura acaparó su atención. Se presentó como Gerard de Rivia, un cazador de demonios, y pareció intimidar al mismísimo ángel, del que parecía un viejo conocido, porque tras hacer una clásica declaración de intenciones, optó por retirarse junto a su séquito.
Pero lo que más recuerdo de aquella noche es la forma en la que me miraba Gerad, como si me conociese de toda la vida. Y más desconcertante aún fue cuando me ofreció algo, un fragmento de colgante que encajaba a la perfección con el mío, que había recibido de mi madre. Le pregunté si nos conocía, pero no obtuve respuesta, y tal y como había venido se fue.
A la mañana siguiente retomé el ritmo infernal de entrenamiento. Apuramos hasta pocas horas antes del combate, y tras recibir la necesaria recuperación mágica, bajamos a la Fosa.
La expectación popular era inmensa, nos habíamos convertido en la atracción de temporada de aquel nido de sabandijas. Nos presentaron a nuestros rivales. Sátrapa, la drow, competiría en Gysh con Aaron (estábamos jodidos) y un imponente humano, campeón de cien batallas de foso lucharía conmigo.
No quise ni mirar el duelo a los dados, concentrado en mi combate. De vez en cuando oía exclamaciones de sorpresa, risas y gritos de júbilo y maldiciones, y el resto del tiempo silencio. El duelo parecía estar igualado, lo que me metía más presión. Y tras unos minutos, una explosión de gritos y risas. El chico había humillado a la drow que maldecía profusamente. Ahora llegaba mi turno, y Parche parecía recuperarse de la pequeña derrota ante la visión de mi más absoluto fracaso. Nos llevaron a la arena de combate, se hicieron las presentaciones y esperé. Me aislé del mundo, cerré los ojos, concentrándome en mis músculos y ligamentos, visualizando a mi rival. Sonó la campana y me lancé como una exhalación. Mi rápida reacción le cogió por sorpresa, acostumbrado a los tanteos iniciales, y le propiné varios golpes en el costado y cuello que le noquearon por momentos. Pero hizo imponer su físico superior y rápidamente balanceó el combate. Sorprendentemente las enseñanzas de Hadrian habían tenido un gran efecto, lo que apenas se apreciaba cuando luchaba contra él. Pero ante este rival casi me extrañaba la lentitud de sus movimientos y suavidad de sus golpes.  El gong sonó cuando estaba cobrando una ventaja decisiva. Le estaba haciendo morder el polvo, y por primera vez pensé seriamente en la victoria. Incluso desestimé emplear un par de trucos sucios que tenía en la recámara (drogar el agua que bebería en el descanso y aprovechar una distracción de Hadrian) ante el temor a que me pillasen, pero había algo más. Orgullo, había sufrido mucho para llegar hasta aquí y quería demostrarme a mí mismo que podía con ese mastuerzo, limpiamente, al menos todo lo limpia que puede ser una lucha de foso.
El descanso tuvo un efecto muy favorable para mi otrora maltrecho rival. Se había recuperado bien de mis golpes, y salió al ring con energías renovadas. Me golpeó salvajemente con una energía inédita, y me pregunté con terror si no habría estado actuando como Hadrian en sus combates. Pero no me rendí, seguía golpeando rápido como el viento y encajando sus contras lo mejor posible, y al cabo de unos segundos los dos estábamos exhaustos, tambaleantes. Acababa de salir de una presa ganadora de mi rival a costa de dislocarme el brazo. El bruto se lanzó contra mí, seguro de que no me podría defender con un solo brazo, pero en lugar de intentar bloquear su embestida, e impulsándome con una de las esquinas del cuadrilátero, salté por encima de su cabeza y le propine una patada seca en la nuca. Pareció no tener efecto, pues siguió en su embestida, hasta que chocó, ciego e inconsciente contra el pilar de la esquina que un segundo antes ocupaba. Había vencido, y de repente, todo el dolor y sufrimiento del combate y los días pasados se volvieron insignificantes. Hadrian saltó a la arena para abrazarme y levantar mi brazo (el sano) y me regocijé al ver el enfado monumental de Parche desde el  palco. También me extrañó ver de nuevo a Gerard, que me miraba con gesto complacido, casi diría que orgulloso. Rápidamente nos retiramos al vestuario, donde tras vomitar al llegarme el bajón de adrenalina, recibí los cuidados de Aaron y me equipé  con mi conjunto de combate, mientras agradecía el suave tacto de las empuñaduras de metal de mis espadas. Salimos de nuevo al coliseo preparados para cualquier cosa, y alerta ante la ausencia de ruido. Habían desalojado al público, lo que podía significar desde que Parche no quería testigos en su derrota,  hasta que hubiese decidido matarnos para borrar su fracaso. Afortunadamente resultó ser lo primero, y tras unas protocolarias y escuetas palabras recibimos nuestra recompensa y salimos cagando leches de ese lugar.
Tras esta heroica gesta pasamos brevemente por la ciudad, donde nos despedimos de nuestros nuevos amigos y partimos rumbo al bosque de Airysh. Ahora que han pasado unos días, y con la perspectiva que da la distancia, me doy cuenta de lo que realmente hemos conseguido. Estoy rodeado de compañeros increíbles, y ni ellos mismos se dan cuenta de su verdadero potencial. Por separado quizá sólo seamos aventureros más o menos capaces, pero juntos, juntos somos capaces de hacer cosas extraordinarias. 

jueves, 13 de agosto de 2015

Dudas del emisario del equilibrio I

Todos los hombres tienen un destino que cumplir. Y en general los sirvientes de Ayailla buscan que la gente pueda estar en disposición de alcanzarlo si se esfuerzan. Los hermanos y hermanas grises buscan que la muerte no llegue antes de tiempo a la gente, que la enfermedad se convierta en una lección de la que aprender, y que la muerte de los seres queridos no aporte solo pesar.

Los elegidos tienen una misión más  complicada, destruir a los no-muertos que rompen el ciclo natural, luchar contra los desequilibrios, o contra aquellos que los causan, ayudar a aquellos con destinos gloriosos. Lo cual en ocasiones les obliga a caminar del lado de la luz, o de la oscuridad más extremas.

La diosa misma es la que permite que aquellos que mueren alcancen su destino en la muerte o en la otra vida. La que mantiene el delicado equilibrio del panteón, enfrentándose a todos, pero igualmente colaborando con todos.

Pero estoy yo, un simple mortal, liberado de las ataduras del destino. Sin un camino por delante que transitar, sin un lugar al que dirigirme, pero con una misión que me temo me queda grande. ¿Como puedo decidir el futuro de una guerra si no tengo claro cuales son los bandos o que representan?¿Si alguien no tiene un camino por delante, como puede llegar a su objetivo, como puede alcanzar cualquier destino?

Por el momento me estoy dejando llevar por lo que considero deudas personales, mucha gente me ha ayudado a sobrevivir, a llegar hasta donde estoy ahora mismo, y lo mínimo que les debo es gratitud. Thrain y Elodrin, Castor y Jonas, Hadrian y Morrigan, los mandragoras, incluso Sinniset y tantos otros cuyos caminos ahora están tan lejos del mío.

Seré sincero, no lo hago por obligación, me encanta la compañía de la gente, y ayudarles a cumplir sus objetivos, en muchas ocasiones nobles y elevados, ¿y a quien no le gusta algo asi?. Por el momento no he hecho nada que no quisiese, he seguido mi lucha personal por el equilibrio, pero mi misión me ha recordado que hay dos caras en toda moneda.

Por el momento estoy viendo luchas e injusticia, enfermedades antinaturales, y jueces que parecen inventar la ley según sus necesidades, seres corruptos alzarse, mientras los buenos de corazón son aplastados, muerte y esclavitud. Pero también he visto libertad, pureza, y alegría, lideres queridos que se preocupan por los suyos. Si he de decidir entre orden y caos, debo ver ambas caras de la moneda. Tengo que encontrar un camino para dejar de luchar indiscriminadamente contra ambos, e intentar conocerles. Debo decidir, pues la indecisión puede ser peor.

Tal vez debí haber aceptado la oferta del ángel y comenzar mi misión real en lugar de dedicarme a jugar a ser el héroe otra vez. A punto estuve de aceptar su oferta, si el ángel no hubiese estado tan seguro de que representa la única solución posible, tal vez lo hubiese hecho.

Pero ahí estaba Thrain. E Iyaira, Elodrin, y Hadrian. Y por un momento olvide mi misión, y pensé que el ángel se equivocaba, que no representan la alternativa al caos. Al menos no la alternativa que me parece deseable. Y recordé que las monedas no tienen solo dos caras.

Una moneda en equilibrio se puede mantener de canto...

Notas sobre mis compañeros de viaje:

Hadrian: Se comporta como un matón de barrio, y parece que le encanta ser así, pero en el fondo no le veo mala gente. Siempre está ahí para ayudar en cuanto estamos en un lío, como si fuésemos su responsabilidad, o al menos como si Elodrin lo fuese. Le encanta lanzar puyas (especialmente a Thrain que cae en todas), pero no he visto que sus actos compartan el punto de vista de esas palabras. Y los actos dicen mucho más que las palabras. Parece querer huir de su pasado, e incluso a veces parece que le gusta recibir castigo físico.

Morrigan: La intrigante Morrigan, guardiana y conocedora del futuro. Un futuro al cual parece querer arrastrar a mis compañeros. Nos deja entrever migajas de información, pero deja lo mejor secreto. Parece intentar manipular al resto del mundo, pero por algún extraño motivo no a mi. Puede ser porque no es capaz de ver mi futuro, o que sea su forma de intentar manipularme. Me preocupa que ella ya conociese el futuro que han visto Elodrin y Thrain, y esté intentando manipularme para cambiarlo de alguna forma.

Elodrin: Una personalidad apabullante, pero mientras que Morrigan es una tentadora, Elodrin es más como el amigo con el que siempre te gusta estar. Aunque en ocasiones se puede entrever la inocencia en su interior, temo que esta haya sido dañada. Conozco algo de su pasado reciente por Jonas, pero el que puede llevar a un elfo a iniciar el camino que Elodrin ha tomado como suyo es algo que escapa a mi comprensión. Actúa como si todo fuese según un plan elaborado del que él forma parte desde un principio, y no tiene ninguna duda en como llevarlo a cabo.

Thrain: Heredero del antiguo rey eterno, ¿que se puede decir de alguien con tal pedigri que no le haga palidecer frente a su antepasado? Noble, preocupado por los suyos, y por los que no lo son, a veces demasiado. Me temo que su excesiva atención al detalle, a hacer cualquier bien posible por su causa, su dedicación por luchar por cualquier pequeño avance le puedan suponer avanzar más lento, frenar el avance real de su misión. A veces parece tan cargado con el peso de todos los problemas, que da la impresión de no ser capaz de observar la situación desde lejos. Si el antiguo rey se comportaba de forma similar, no entiendo como los humanos pudieron desear su caída.

Aaron Darkcrow 4 de noviembre del año 815

viernes, 7 de agosto de 2015

Reflexiones de Elodrin I

Algún lugar en las cercanías de Karaya, 4 de noviembre del año 815

Tras varias semanas de auténtica locura, por fin cuento con unas horas para descansar, reflexionar y hacer balance de los acontecimientos que han convulsionado mi vida.
Tras mi expulsión Elhoria vagué sin rumbo, intentando contactar con mis amigos primero, y recabando pistas sobre los esclavistas tras mi encuentro con los saqueadores de las cercanías de Bellisport más tarde. Acostumbrado a las comodidades de la civilizada sociedad élfica y la privilegiada posición de mi familia, de repente me veía despojado y todo y recluido a las calles. Obligado a luchar por tener algo que llevarme a la boca, un sitio caliente en el que dormir o evitar una daga en la oscuridad.

Y pese a todo lo anterior, por primera vez en mi vida me sentía libre. Angustiado por mi futuro y el de mis amigos, pero libre de la carga de hacer siempre lo correcto, cumplir las exigentes expectativas familiares, libre para no medir siempre mis actos, libre de cometer mis propios errores.

Como decía, durante estas últimas semanas sólo me preocupaban dos cosas, sobrevivir y conseguir pistas sobre el paradero de Alaijah, Sarah y Jonas. Y para ello tuve que adentrarme en los más bajos estratos de la sociedad, convivir con los marginados, negociar con criminales, y en ocasiones convertirme en uno de ellos. Y para mi sorpresa, y la de los que me vieron aparecer en Bellisport con mis delicadas ropas de seda, no se me dio nada mal. Resulta curioso lo fácil que me resultó aplicar las décadas de continua formación en la historia, matemáticas, literatura, magia y esgrima a mi nueva situación. Sin saberlo, tantos años en la universidad, las continuas escapadas, el encuentro con mis amigos… me habían convertido en lo que hoy soy, un superviviente.

Ahora que he encontrado a Jonas, y que sé que Sarah está más o menos a salvo, me pregunto si su búsqueda no ha sido más que otro mecanismo de supervivencia. Tras toda una vida regida por metas a corto, medio y largo plazo, no creo que hubiese soportado establecerme en un pueblo y limitarme a no hacer nada. Pero, hay algo más. No consigo describirlo con palabras, pero en lo más profundo de mi ser sé que lo que me ha llevado a esta situación es una terrible injusticia. Y no una injusticia puntual, cometida por una persona aislada, una jugada del destino. Me refiero a una injusticia más profunda, arraigada en nuestro mundo como una penosa enfermedad. Apenas la apreciamos porque siempre ha estado ahí mismo, delante de nuestros ojos.

Entre las leyes, gobernantes, funcionarios e instituciones se esconde una maraña cuyo único objetivo es beneficiarse a sí misma, perdurar más allá de las personas, como un organismo con conciencia propia. Al ver morir a Mikah lo ví todo claro. La inquisición, las restricciones a la magia, el desprecio de la nobleza por la vida, el miedo al cambio, la decadencia de mi orgullosa raza, que pese a sus privilegios está tan sometida como los enanos. Todo eso pasó por mi cabeza como un rayo, y desde entonces no dejo darle vueltas.

Y ahora, no sé si por accidente o por los designios del destino (joder, empiezo a hablar como el chico) estoy en medio de un campamenos de Mandragoras. Un incipiente grupo de idealistas que quiere cambiar las cosas. Aún son pocos, y el camino que siguen seguramente sólo les lleve a la muerte. Pero después de todo, ¿no merece la pena morir por un fin que sabes justo? Sería una enorme hipocresía por mi parte, un engaño a mi propio ser, partir y dejarles en la estacada, cuando siento que están luchando mi propia guerra, la que no me he atrevido a afrontar, al menos hasta ahora.

Nota al pie
Estas últimas semanas he conocido a gente realmente sorprendente. He luchado con ellos en combates desesperados, he visto cosas que escapan a la razón, y todos parecen dejar atrás un pasado tan turbio como peligroso. A algunos los considero amigos, a otros compañeros, pero sin duda hay algo que nos une para bien o para mal, un vínculo forjado con sangre y lágrimas.

Hadrian
Lo encontré por primera vez en ese foso de lucha, recibiendo una brutal paliza hasta que consideró que el espectáculo había llegado a su punto álgido y podía empezar a pelear. Tiene un carácter directo, un humor tan afilado como de mal gusto, y es brutalmente coherente con su realidad. Sigue el camino recto entre dos puntos haya lo que haya en medio. Me cae bien, y creo yo también a él. De hecho creo que soy de las pocas personas que ha dejado que se le acerquen de verdad. Apostaría mi arco a que no ha hablado sobre él con ninguna de las innumerables relaciones carnales que ha tenido desde que le conozco.

Thrain
Nada más verlo encadenado en el barco percibí algo en él. Su porte, su mirada, no se correspondían con las de un maltratado esclavo. Destacaba entre el resto de esclavos como un lobo escondido entre corderos. Tiene la cabeza casi tan dura como sus brazos, incluso para ser enano, y pese a escudarse en su visión del resurgir de los enanos, tiene un buen corazón, y no duda en ayudar a otros, incluso aunque sean más altos que él. Pero es demasiado orgulloso, a pesar de los golpes y maltratos que le haya podido propinar la vida es demasiado idealista, y poco pragmático. Conseguirá una bonita muerte de no cambiar pronto, o de no estar yo para evitarlo, pues a pesar de todo le considero un amigo y simpatizo con su causa.

Aaron
El misterioso chico, elegido de Ayailla. Es sólo un chaval que apenas ha visto mundo, inocente y bondadoso. Pese a su aspecto simple e inofensivo, oculta una sorprendente habilidad para sobrevivir, lo que se ve reforzado con los poderes ofrecidos por su diosa. La verdad es que aún no le tengo calado, y no sé si está con nosotros por agradecimiento por su liberación, miedo a quedarse solo, conveniencia puntual, o nos está manipulando de una forma que escapa a mi entendimiento para que le llevemos en volandas a su mística misión. Recientemente se ha agenciado de una escalofriante máscara que ha empezado a llevar a todas partes, supongo que para romper con esa percepción inicial de chiquillo desvalido que todos tuvimos al verle por primera vez.

Morrigan
¿Qué decir de la bella Morrigan? Desde nuestro primer encuentro se ha presentado, sin ningún tipo de tapujos, como una manipuladora nata. Apenas conocemos nada sobre ella, más allá de que quiere detener la corrupción que asola el mundo, y que es muy, pero que muy guapa. Nos aborda con insinuaciones sin ningún disimulo, y aunque sé perfectamente que es su juego, incluso su fachada para que no consigamos ver a través de sus actos, he de confesar que disfruto tanto como me estremezco con sus contorneos, insinuaciones y acercamientos extremos.
Nota, si quiero tener una relación menos desbalanceada con ella tengo que aprender a no desmoronarme cada vez que se acerca a menos de 10 centímetros de distancia (distancia normal para ella para entablar una conversación) o cada vez que me roza con su mano o senos.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Reflexiones del Toro Negro

Mientras les veía marchar en la distancia, apenas ya unas diminutas figuras a punto de perderse en el horizonte de las colinas de Sotogris, el Toro Negro comenzó lentamente a darse cuenta de que lo que aún sentía removiéndose en su interior no era únicamente el poso que había dejado la excitación de la reciente batalla.

Tampoco era la pena y la amargura por los soldados caídos, sus compañeros de armas. Hacía ya muchos años que su corazón se había endurecido lo bastante como para aguantar férreo ante la pérdida de aquellos que caían en pos de una causa justa, por su señor y por su patria. No sabía si por convicción o simplemente por costumbre, porque las lágrimas se le habían secado ya tantas veces al lado del cadáver de un amigo, hermano, rey o príncipe durante la Guerra del mil veces maldito Escorpión, pero era cierto que su corazón se había vuelto lo suficientemente duro como para resistir ante la desgracia.

Ni siquiera era la furia que sentía por haber dejado de nuevo escaparse entre sus dedos a ese hobgoblin malnacido de Hagrosh el Rojo, al cual había jurado castigar ante su señora Lady Bralecia e, igualmente importante a sus ojos, ante aquella viuda desesperada de ojos marchitos por el dolor de haber perdido a sus hijos a manos de los miserables asesinos goblinoides del caudillo.

No, lo que se aferraba a su pecho y le causaba semejante inquietud ahora mismo era otra cosa. Seguramente mucho tenía que ver la pena por ver alejarse al muchacho que había sido para él como el hijo que nunca tuvo, si bien jamás admitiría este sentimiento por no querer mancillar de forma alguna el noble linaje del Tigre de Plata con los sentires delirantes de un viejo soldado como él. Sin esforzarse, y sin quererlo muchas veces, recordaba perfectamente, sintiendo casi el mismo dolor que sintió entonces, aquella tarde quince años antes, mientras la lluvia caía sobre la ciénaga y recortaba la silueta del otrora Gran Castillo de Malfer, cuando tomó de los hombros a aquel chiquillo berreante que se negaba a aceptar la ruina ancestral que se erguía ante él como su nuevo hogar, le alejó de los gritos histéricos de su madre, y tuvo que explicarle como su padre y su hermano mayor, al igual que había ocurrido unos meses antes con su hermano el Gran Hechicero Haydus, no iban a volver jamás de las Llanuras de Plata. El muchacho calló entonces de golpe y permaneció en silencio mirándole a los ojos mientras el herido soldado pronunciaba las únicas palabras que se le ocurrían para intentar consolarle: un discurso sobre la nobleza de su familia, el sacrificio, el deber… Al acabar, prácticamente era Galen quien le estaba consolando a él, cuyos ojos se habían humedecido al recordar la escena. - “No te preocupes tío Toro, Adrael no era feliz y ahora descansa al menos en los salones de la reina Cuervo, con Haydus y con padre. Pronto nos reuniremos con ellos Gwynna, madre y yo, cuando hayamos matado al grifo, y volveremos a estar todos reunidos. No estés triste.” – Aquellas palabras se clavaron en su pecho como mil puñales, y juró proteger a la familia de su señor, a su nuevo señor, con todas sus fuerzas por lo que le quedara de su maldita vida. Bajo su adiestramiento y tutela, así como la de su tío, el sabio Josef Argelan, Galen se convirtió con los años en un joven señor y caballero digno reflejo de su hermano, que le hizo sentirse orgulloso y esperanzado por el futuro de la familia Argelan. Que el mismísimo Padre Sol hubiera elegido a su vez a su hermana para otorgarle sus dones sagrados y que ésta pudiera ayudara su hermano con su sabiduría era otro presagio favorable. Una señal de los propios dioses de que la antigua casa no caería en el olvido y podría mantener su orgullo y su dignidad a pesar de las mentiras, los secretos y las traiciones.

No temía en realidad por la vida de su señor (jamás dejaría de verle como su señor, renunciase a lo que renunciase), pues era ya en efecto un auténtico caballero de cuerpo y de espíritu. Cientos de horas de entrenamiento sin descanso le habían convertido en el par con la espada de cualquiera de sus Garras de Plata, y su físico imponente le recordaba en gran medida al del propio Toro cuando era joven. Por si eso no fuera suficiente, viajaba con un envidiable grupo de acompañantes, incluido un auténtico veterano de guerra en la figura de Dereck Rodgers. Si bien la vida del mercenario había caído del lado errado de la moneda y las desgracias sufridas le habían llevado por una senda de vicios y corrupción como había visto antes en tantos otros soldados retirados convertidos en cazarrecompensas o espadas de alquiler, sí había podido intuir un atisbo de integridad y un espíritu noble que luchaba por volver a la superficie del hombre a pesar del dolor y el rencor. Quizá el estar acompañado de alguien honorable como Galen o la mismísima vestal de Ishtar le hicieran al final tanto bien a él y a su alma como podía hacer él por ellos con sus habilidades. Lo esperaba tanto por Rodgers como por el joven Achiles. El chaval ya a su edad había sufrido lo indecible, como había visto a tantos otros huérfanos de guerra antes, pero estos solían acabar en las peores de las compañías y convertirse en indeseables, rateros y asesinos si el servicio de la fe no los conseguía llamar antes a su lado. Achiles sin embargo tenía aún a su padre y a su tío a su lado y esperaba que fuera suficiente para aprovechar y orientar por el camino correcto semejante coraje y fuego.

Y por si su familia no fuera suficiente estaba además la exótica Amae Karen, que entrenaba al muchacho en las espectaculares y efectivas técnicas de lucha de los genji así como en el admirable código de honor por el que se guiaban estos, el ketán. Había conocido a varios mercenarios genji a lo largo de sus años de servicio y además de ser letales guerreros capaces de las más increíbles proezas en combate aun sin llevar ningún tipo de protección a la batalla más allá de una rapidez endiablada, en su interior eran todo lo contrario que el resto de guerreros de alquiler con los que había tratado. Su estricto régimen de entrenamiento, la disciplina que debía exigirles y los preceptos filosóficos que guiaban sus actos los convertían en soldados casi tan honorables como cualquier auténtico caballero de bien (en su vocabulario particular se había acostumbrado a llamar “caballeros de bien” a aquellos que no traicionaban a su señor para luchar por un usurpador). Bien era cierto que no conocía de ningún otro genji que se hubiera dejado llevar por sus pasiones y se hubiera olvidado de juramentos y consecuencias acostándose con un noble mientras este conocía a su auténtica prometida, pero tampoco es que estuviera al día de todos los chismorreos de los reinos. Lo que estaba más allá de toda duda es que la monje protegería con todas sus fuerzas tanto al joven Achiles como a su señor y a la vestal.

La vestal de Ishtar, Ellaria, una joven mujer que hacía palidecer todas las historias que había oído sobre las sirvientas de la Madre Errante. Con una bondad como sólo había visto antes en su difunto príncipe, la sacerdotisa era capaz de hacerse querer y respetar en tan sólo unos minutos. Jamás podría agradecerla lo bastante, al igual que las familias de sus hombres, lo que había hecho en tan sólo dos días por los soldados heridos en la batalla contra los Cráneos Llameantes. Realmente esperaba de toda corazón que el peregrinaje y la sagrada misión que fuera que Ishtar hubiera encomendado a su representante en la tierra finalizara con el mayor de los éxitos, y, si no estuviera atado por las responsabilidades propias de su puesto y por los juramentos a los que se había consagrado, habría considerado un final más que digno para su carrera el acompañar y guardar a la joven en su misión aún apenas conociéndola de unos días. Tal era la fuerza que irradiaba de sus ojos y la pureza de espíritu que se intuía de sus palabras. Oírla cantar debería de convertir en devoto creyente a cualquier hombre o mujer que tuviera algo latiendo bajo el pecho, por muy desalmado que fuera.

Dejaba para el final al mayor enigma de todos, el padre de Achiles. El autonombrado “Eric Invocador de Tormentas”. Quizá fuera eso lo que había ocurrido en el castillo en los últimos días, una tormenta traída por el mago. No sabía por qué, pero a pesar de su innegable poder, demostrado con creces durante la batalla, o quizá precisamente por éste, no confiaba por completo en el hechicero. Sir Frauhmann no apoyaba en modo alguno las brutales cazas de brujas llevadas a cabo por la Inquisición, y bien era sabido que habría dado una y mil veces la vida por salvar a su joven señor Haydus y haber podido interponerse entre aquella lanza que su magia no pudo detener y su cuerpo, pero aun así había algo en el brujo que le despertaba una cierta inquietud. No sabría precisar que era, y probablemente se debiera a su total y absoluto desconocimiento de las artes arcanas o a un resquicio de rencor por lo que la magia había hecho con la ancestral morada de sus señores, pero no podía evitarlo. Era innegable por otro lado que las artes de los magos eran de una incomparable utilidad en la batalla y que quizá con el tiempo el hechicero pudiera tornarse en un valioso aliado para los Argelan, más aún tras el Tratado del Silencio firmado al terminar la guerra. Además, si había criado a un zagal valiente y de buen corazón como Achiles, no podía ser tan malo, a pesar de haber usado un nombre falso. Porque o bien se llamaba Argo como se presentó el día en que les salvaron de aquella partida de caza goblin, o Eric, como anunció ante la corte. El Toro se percató de aquel detalle y a punto estuvo de tomar medidas para aclarar tal farsa, pero el propio Galen le suplicó que no le delatara y que confiara en él, así que eso haría mientras el mago no hiciera nada que mereciera lo contrario.

Así pues, si su señor estaba tan bien protegido, ¿qué era lo que sentía que le mantenía con la vista fija en el horizonte aun cuando ya no se vislumbraba nada más allá de los suaves contornos de las colinas?

Y entonces por fin se dio cuenta. Era miedo. Él, que no se amedrentaba ante ser vivo alguno, sentía ahora un miedo frío que amenazaba con superarle. Un miedo arraigado en el pasado. No podía reprochar sinceramente a Galen que hubiera seguido su corazón y sus pasiones, y era incuestionable que una belleza tan exótica y enigmática como la de Amae Karen era difícil de resistir para un joven inocente y sin experiencia real en el amor como él. Si ni siquiera había sido capaz en más de diez años de percatarse de los sentimientos de alguien tan cercano como la pobre Alethra. Era un hombre de corazón puro con la cabeza llena de historias románticas sobre amores sinceros y verdaderos, caballeros que huían furtivamente con su amada… No podía más que intentar comprenderle. Pero por más que trataba de evitarlo no dejaban de acudir a su cabeza los recuerdos sobre la última vez que la casa Argelan rompió un compromiso. Las consecuencias que trajo. El dolor que acarreó a su joven príncipe y a todos los reinos a la postre. La orden de la Reina. Los cascos de los caballos rompiendo el silencio de la noche mientras trataban de llegar a tiempo de evitar la masacre a manos de la serpiente. Aquella gigantesca explosión hace diecisiete años antes de que pudieran hacer nada. La devastación y la muerte que trajo a aquél pequeño pueblo olvidado que nada quería saber de los asuntos de los nobles. Los llantos del recién nacido, único ser vivo en medio de la destrucción. Los hermanos grises. Los secretos en nombre del así llamado amor verdadero que el tiempo había tratado de ocultar.