sábado, 27 de febrero de 2010

El sueño de Kayrion XI

El paladín entró finalmente en la habitación, que estaba en la penumbra. Allí estaba Janice, sentada sobre su cama, con su cachorrito al lado. El aspecto de la pequeña había cambiado bastante desde hacía unos pocos minutos. Su madre la había lavado y peinado con esmero, y se había cambiado la ropa. Ahora llevaba un sencillo vestido azul claro. Por primera vez pudo ver las orejas apuntadas que antes había ocultado su desordenada cabellera, que denotaban una parte de sangre élfica. Se alegró que la niña hubiese resultado ser semielfa, sobre todo por Dannelle. Sin importar todo lo malo que hubiese podido hacer, habría sido inhumano desearle a una madre ver envejecer y morir a su hija mientras ella permanecía joven. Janice tenía una expresión hosca en la cara, mitad desagrado por volverle a ver y mitad dolor contenido. Su pie derecho estaba vendado.

Ante el silencio del paladín, fue la niña la comenzó a hablar.
-“Mamá me ha dicho que tú eres bueno, y que no estabas aquí con nosotras porque estabas haciendo cosas muy importantes y por su culpa y que tú no eres malo y que me quieres mucho y que no te vas a ir. Dice que pasó una cosa muy complicada pero que no fue culpa tuya. ¿Eso es verdad?”

-“Sí, es verdad. Pero tranquila, que todo eso ya pasó. Te prometo que ahora me quedaré aquí contigo y con tu madre.”- aún se le hacía muy difícil pensar en Dannelle en esos términos.

-“Pues yo no me lo creo. Seguro que no es culpa de mamá. Seguro. Ella es muy buena conmigo y seguro que también era muy buena contigo. Seguro que es todo culpa tuya. Y que conste que yo no he pedido que te quedes. Y seguro que me lo ha dicho para que no me enfade contigo, porque me ha dicho que no tengo que enfadarme contigo porque eres mi papá y no tengo que enfadarme contigo. Pero mi mamá nunca dice mentiras.”- su furiosa expresión se difuminó un poco-“Bueno, menos cuando dice que las espinacas están muy ricas y que me sientan muy bien. Pero en lo demás siempre me dice la verdad. Menos cuando no me quiere decir las cosas. ¿No la habrás obligado a decirme eso, verdad?”

-“Te prometo que no le he obligado a decir nada. Y bueno, no fue sólo culpa suya, yo también tuve mi parte de responsabilidad en todo eso, pero todo lo demás es verdad. Sí, es cierto que es algo muy complicado.”- dudó que más decir durante un instante. Después decidió cambiar de tema.-“Bueno, creo que será mejor que veamos ese pie.”

-“Pues yo no necesito que me mires el pie, seguro que no. Mamá me lo puede curar, seguro, pero me ha dicho que te deje porque tú puedes curarlo mejor. Seguro que no, pero vale, porque mamá me lo ha dicho, que si no, no te dejo…”

Kayrion retiró con mucho cuidado la venda y examinó el piececito herido. Tres de los dedos se estaban amoratando, y dos de las uñas estaban rotas. Su madre le había puesto algún tipo de ungüento, algo élfico a juzgar por el olor a hojas frescas que desprendía. Palpó los deditos con mucho cuidado. Efectivamente, el dedo pulgar estaba roto, y era posible que el índice tuviese alguna fisura. Comprobó que la fractura estaba correctamente alineada, seguramente obra de Dannelle, que no había querido que la relación entre Janice y el paladín no empeorara aún más dejándole realizar esa sencilla pero dolorosa operación. Durante todo el proceso Jani intentó ocultar el dolor que sentía, pero no pudo reprimir una mueca y que un lagrimón se le escapara. Además apretó a Pip sobre su pecho con tanta fuerza que el animal soltó un gemido hasta que la niña volvió a aflojar. Kayrion puso la mano sobre el pie de su hija, cerró los ojos y susurró una breve plegaria. Aunque aquello no era demasiado para emplear su don de la curación, nunca estaba de más no dar por supuestos los dones otorgados por los dioses. Se concentró durante un instante y dejó que la energía positiva fluyera a través de él para que curara las heridas de Janice en medio de un leve resplandor. Cuando retiró las manos el pie estaba en perfectas condiciones, e incluso los raspones que Jani tenía en codos y rodillas habían desaparecido.

La niña abrió mucho los ojos-“Vaaaaayaaaaa… eso ha sido como magia. Pero no ha sido como la magia. Bueno, como la magia que hace el novio de mi tía Val. Bueno, mi tía Val tiene un novio, pero no habla mucho. Se llama Barret o algo así. No es que parezca muy listo y está siempre en las nubes, pero se porta bien conmigo y mi tía Val le quiere mucho. Igual hasta se casan algún día de estos. ¿Tú conoces a mi tía Val? Bueno, pues Garret también hace magia y también te cura, pero mola más que lo que has hecho tú. Bueno, a él no le salen lucecitas y no se nota ese calorcito. También te cura, pero no mola tanto…”

Alas de Dragón V

V
A Cora no le gustaba ni un pelo el complejo de cuevas y túneles donde se habían metido. Se sentía como una rata en un laberinto. Aquel no era lugar para gente civilizada. Si es que quedaba algo de eso en el mundo. Con todo lo que había visto en la guerra civil de su tierra, tenía serias dudas al respecto.

La primera parte de su aventura había sido algo mejor. En un bosque, al aire libre. Eso no quería decir que hubiera sido fácil. Los cobardes y despreciables kobolds no habían cesado de acosarles con sus ruines pero peligrosas emboscadas. Suerte habían tenido de encontrarse con la señora del lugar, la druida Xhaena. Era una mujer impresionante, sabia, serena y de porte orgulloso. Lo que se supone que debía de ser un elfo. Era la primera de su raza que se había encontrado desde que huyera de su patria que no era otro triste refugiado descastado como ella. Xhaena no sólo les había ayudado y sanado sus heridas, sino que les había proporcionado otro compañero, su aprendiz, un explorador humano llamado Saiban.

Las noticias que les había dado no eran demasiado alentadoras. Una tribu de gnolls nómadas se había instalado en las ruinas del antiguo monasterio dos días atrás, pocas horas después de que hubieran pasado la halfling, el humano y el enano. Sus posibilidades de usar la misma entrada que los desaparecidos era por tanto nula, pero Xhaena les había hablado de una segunda entrada, una gruta natural que enlazaba con el complejo de cavernas que los antiguos monjes habían usado para construir sus catacumbas. También les advirtió que algo oscuro y antinatural moraba en aquel lugar desde hacía algún tiempo.

A la entrada de la cueva se encontraron con un grupo de kobolds. Una comadreja gigante que usaban de mascota había mordido a Denay, y el joven bárbaro había perdido mucha sangre y aún se encontraba débil. Un poco a regañadientes, Cora tuvo que admitir que se había preocupado un poco por la suerte del kehay. Aunque en batalla era agresivo y temerario, resultaba bastante agradable. Para ser humano, claro estaba.

Tras haberse enfrentado a unas extrañas criaturas que les habían emboscado desde el techo de la cueva, habían encontrado una puerta de madera con una especie de palanca a un lado. Al tirar de ella, la puerta se había abierto de golpe, dejando salir una auténtica riada. Al dispersarse las aguas, se encontraron con Gilian, la halfling y el enano, así como con el humano que era amigo de sus compañeros, que estaba inconsciente en el suelo. Los tres tenían un aspecto deplorable, pálido y arrugado. Por no hablar del enano, que con todo el pelo mojado corriéndole por la cara, le recordó a un chucho que alguien hubiera intentado ahogar en un río. A un perro bastante gordo y feo, añadió mentalmente, aunque, sensatamente, se abstuvo de decir nada.

Nadie estaba en condiciones de continuar, así que se atrincheraron lo mejor que pudieron en una habitación en ruinas llena de alambiques oxidados y polvorientos, y de tarros cuyos contenidos hacía tiempo que se habían convertido en polvo. Aquel lugar daba la impresión de llevar en ruinas desde la noche de los tiempos, aunque era probable que sólo llevara unas cuantas décadas en ese estado. Un siglo o dos como mucho. Pero las construcciones humanas no solían aguantar demasiado bien el paso del tiempo, al igual que aquellos que las habían edificado. Por alguna razón, ese pensamiento le resultó deprimente a la joven elfa.

Unas pocas horas más tarde, ya debía ser plena noche en el exterior, recibieron la inesperada visita de Timber, el lobo de Xhaena, que portaba unas bayas mágicas, regalo de su dueña, con las que lograron sanar al clérigo. Por desgracia, el estúpido humano había decidido salir al exterior para sus rezos matutinos en vez de realizarlos en la relativa seguridad de la sala donde se habían parapetado. Este ritual era necesario para restaurar sus poderes sanadores, de los que andaban desesperadamente necesitados. El clérigo fue emboscado por dos esqueletos animados, que volvieron a dejarlo inconsciente, y suerte tuvo de que el bárbaro, Denay, hubiera decidido acompañarlo. Cora se preguntó en qué clase de mundo enloquecido podía un salvaje superar en sentido común a un sacerdote instruido.

Además, la presencia de los esqueletos era más que perturbadora. Aunque no era ninguna experta, se suponía que los no muertos sólo podían subsistir en un puñado de lugares esparcidos por todo el mundo, aquellos malditos en los que las energías necróticas se derramaban por el mundo. Y se suponía que aquellas catacumbas no eran en absoluto uno de esos lugares. Presintió que algo estaba yendo terriblemente mal en aquel lugar. No se sintió muy optimista en ese momento, y su ánimo había decaído aún más cuando debieron permanecer dos días más en aquel espantoso lugar, sin nada que hacer salvo mirar las paredes. Se quedaron hasta que se recuperaron lo suficiente para estar en condiciones de continuar su misión con alguna mínima posibilidad.

Después de eso, habían sido emboscados por unas monstruosas arañas gigantes, que cerca estuvieron de acabar con ellos, y que dejaron a Saiban y Denay debilitados por su veneno. Aquello reforzó el presentimiento ominoso de la elfa. Las arañas, y en especial las gigantes, habían tenido un significado de mala premonición para los suyos desde la noche de los tiempos.

Siguieron avanzando hasta que poco después se encontraron cara acara con una docena de esqueletos, liderados por uno con una estatura que excedería los nueve pies, que probablemente habría pertenecido a un ogro tiempo atrás. Antes de que Garret pudiera reunir las energías luminosas, que harían retroceder a aquellas abominaciones, el gigantesco esqueleto se abalanzó sobre ellos. Saiban, el discípulo de Xhaena, había dado un paso al frente, pero no fue rival para el monstruoso no-muerto, que de un solo zarpazo le destrozó la garganta y le rompió el cuello, matándolo casi en el acto. Lo único que pudieron hacer por el infortunado muchacho fue vengarle, cuando Garret finalmente logró dispersar y paralizar a esas cosas con sus poderes sagrados.
Tras el combate, envolvieron respetuosamente a Saiban en su propia capa. Heridos y totalmente exhaustos, descansaron una pocas horas, contemplando unas enormes puertas bellamente labradas que se alzaban ante ellos. Fuera lo que fuese lo que había al otro lado, todos intuían que iba a ser el mayor desafío que se habían encontrado hasta el momento.

martes, 23 de febrero de 2010

El sueño de Kayrion X

Al rato regresó Dannelle. En una voz muy baja, poco más que un susurro, le dijo.

-“Ya está más calmada. Creo que deberías hablar con ella a solas. Está un poco asustada por todo esto, pero es una chica valiente. Todo esto la supera. Es lista, lo acabará entendiendo, pero necesitará algo de tiempo. No te preocupes, sé que te acabará queriendo. Eres el hombre más bueno que he conocido y sabes hacerte querer, así que ten confianza en ti mismo. Además, creo que llevaba tiempo queriendo conocerte, es solo que le ha pillado demasiado de sorpresa. Le he dicho que vas a curarle el pie, ¿podrías?”

-“Sí, claro… Ya sabes que no hay ningún problema por eso”- asintió.
-“Creo que se ha roto un dedo.”
-“Podré arreglarlo, no te preocupes.”
-“Lo sé.”- dijo con tono y mirada de tener toda su confianza puesta en él.

Kayrion se maldijo mentalmente. Incluso después de todo ese tiempo y todo lo que le había hecho, ella seguía sabiendo cuando necesitaba calmarse un poco, y cómo hacerlo. Se preguntó en qué situación le dejaba el hecho de que una de las personas que mejor le conocía le hubiera podido juzgar tan mal. Llegó a plantearse si Dannelle no habría tenido algo de razón, después de todo. Finalmente hizo de tripas corazón y se dirigió a la habitación de Janice. Mientras tomaba aire antes de abrir la puerta, Dannelle le puso la mano en el hombro. Se volvió y sus miradas se encontraron.

-“Sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero hay algo que tengo que pedirte. Por favor, no le digas nada de lo que hacía antes.”

-“¿No se lo has contado? ¿Por qué? Debería saberlo, y estaría orgullosa de todo lo que hiciste. ¿Es que te avergüenzas de aquello?”

-“No, no es eso. Sé que sólo hice lo que tenía que hacer. Me puedo arrepentir de muchas cosas, pero no de eso. Sólo quiero que no se sienta rara. Ya sabes… Es muy probable que ella herede mi poder.”- Sus ojos crepitaron por un instante, cargados de energía psiónica.-“Aún es muy pequeña para que sepa que seguramente algún día tendrá que cargar con esto. Con esta mezcla de maldición y don.”- vaciló por unos instantes. –“Aunque no sé si en realidad no se lo he contado por eso… o porque me da miedo que sepa toda la sangre que he derramado… Creo que intuye algo, pero no quiero que sepa que su madre fue una de las guerreras más salvajes de la última generación. Por favor…”

-“La mayoría estaría orgulloso de haber luchado, ¿sabes? Fue algo digno de ser contado. Y estoy seguro de que cualquier niño se enorgullecería de que su madre hubiera combatido como tú lo hiciste. Pero está bien. Si no quieres no se lo diré.”- reflexionó sobre un instante y continuó –“¿Y le contaste algo sobre mí? ¿O sobre lo que hice yo?”

-“Sí. Se lo conté todo. Quería que estuviera orgullosa de ti, que te conociera todo lo posible, aunque nunca te hubiera visto.”

Kayrion se preguntó cómo podía estar orgullosa de lo que había hecho él y avergonzarse de lo que había hecho ella, teniendo en cuenta que siempre habían combatido codo con codo, pero Danelle le interrumpió empujándole suavemente hacia la puerta y diciéndole. –“Ya hablaremos luego. Será mejor que no la hagas esperar más. Suerte…”

Alas de Dragón IV

IV
Gilian pensó que el tiempo estaba acabándose. Que estaban jodidos. No tenía ni idea del tiempo que llevaba en aquella maldita sala. Varios días, seguro, pero quizás sólo dos, quizás cuatro. A la halfling se le habían hecho más largos que un mes. Bastante malo era estar en una habitación sellada que se llenaba de agua a un ritmo agónicamente lento, en unas catacumbas abandonadas largo tiempo atrás, pero desde unas horas atrás Thorcrim y ella habían tenido que empezar a hacer auténticas virguerías para lograr que Garret siguiera respirando. El clérigo seguía grogui después del último combate, y en todo el tiempo transcurrido aún no se había despertado, aunque para lo que había que ver, casi que mejor para él. Si no fuera por el costrón de sangre seca que tenía en un lado de la cabeza, parecería que sólo estaba dormido. Qué cara de paz que tenía el jodío, pensó con amargura. Sólo le faltaba el pijamita y el osito de peluche. Y mientras tanto, el enano y ella tratando de apilar todos los muebles de la habitación para que siguiera teniendo la cabeza fuera del agua, y llevaban ya cerca de dos días sin dormir.
Los bardos solían hablar bien sobre los valientes clérigos que apoyaban a sus compañeros valientemente desde la primera línea de batalla, pero lo que sus canciones no decían era qué demonios hacía el resto cuando el que necesitaba ser remendado era precisamente el sanador.
Recapituló cómo habían llegado a meterse en esa situación. La habían llamado de palacio. Bueno, casi que la habían llevado a rastras, pero en cualquier caso necesitaban dinero para el orfanato, y rápido. Para su sorpresa, la llevaron ante la Reina Zane en persona. Le pareció uno de los seres más desagradables que había conocido, y eso que se había pasado media vida en los bajos fondos de las ciudades más duras de Areos. Mil veces peor que su aspecto era su histriónica y autocomplaciente risa. El caso era que quería que recuperaran una joya que le habían robado, un rubí enorme, pero que tenían información de que podía estar en las catacumbas de un monasterio abandonado. Dijo que no iba a mandar a la Guardia Alexandrina o a los rastreadores de St Coubert para buscar a un vulgar raterillo del tres al cuarto, así que la mandaría a ella y a otro mercenario, junto con un clérigo de Shiva. Por lo que sabía sobre la profesión, Gilian tenía serias dudas de que un vulgar raterillo hubiera sido capaz de colarse sin más en un lugar tan vigilado como el palacio, pero, sensatamente, se abstuvo de comentarlo. Eso sí, pensó para sus adentros que enviar a tres novatos contra alguien capaz de robar el rubí distaba de ser sensato. El problema era que no podía negarse, y comprendía demasiado bien que el que no regresaran jamás no era algo que le fuera a quitar el sueño a la reina. Simplemente se limitaría a enviar a otro grupo, quizás algo más experimentado. Se sentía como el gusano en el anzuelo, pero no quedaba otra.
El camino hacia el monasterio no fue demasiado complicado. Tras cruzar el bosque y enfrentarse a un grupo de goblins de aspecto miserable, a los que machacaron sin muchas complicaciones, llegaron al monasterio. Allí fue donde las cosas empezaron a tocerse. Lo primero, porque no encontraron ni rastro de los ladrones, y segundo, porque lo que sí se encontraron fue con toda una serie de monstruos que se habían instalado en el lugar. Orcos y arañas gigantes campaban por todas partes. Hubo un par de combates en los que pensó que no lo conseguirían.
Por suerte, Thorcrim y ella habían congeniado bien, y el enano atraía la atención de sus adversarios mientras ella buscaba un hueco en sus defensas. El tipo era duro, y encajaba bien los golpes. No le gustaba mucho hablar, pero ella tampoco es que fuera muy parlanchina, así que se llevaban bien. Además, parecía que tenía una cierta fijación con proteger cualquier cosa que fuera más pequeña que él, lo que le venía muy bien. Parecía buen tipo.
Garret tampoco es que hablara mucho, pero tampoco parecía mala persona. Estaba bien eso de tener algo de magia de sanación, para variar. Pero por desgracia el clérigo parecía tener la extraña habilidad de estar ahí donde hubiera un golpe, así que se tenía que curar a sí mismo más que a ningún otro.
Finalmente, en el último combate, Garret había recibido un mazazo en un lado de la cabeza y había quedado inconsciente. Afortunadamente, o eso pensaron en ese momento, se habían encontrado con un una sala con paredes mucho mejor trabajadas que el resto, que parecía más una cueva que túneles construidos por el hombre. Parecía un buen lugar donde descansar un poco, y falta les hacía. Pero apenas habían entrado, las puertas se habían sellado con gruesas losas de piedra y había comenzado a entrar agua. Poco a poco. Tan poco a poco que Gilian se preguntó qué clase de enfermo retorcido habría diseñado esa trampa. Ahora, casi tres días después de haber entrado, se les había acabado la comida, pero eso iba a dejar de ser un problema en breve Al menos, pensó con ironía, no les faltaría agua. El líquido elemento estaba a punto de llegar al techo.
Finalmente, le fallaron las fuerzas para seguir nadando, y lentamente comenzó a hundirse, hasta que la manaza de Thorcrim la cogió por el pescuezo y la subió a la superficie. Iba a decirle que la soltara, que no merecía la pena seguir luchando, cuando o oyó un ruido de piedra moviéndose. Y de repente, toda el agua que se había estado acumulando durante todo aquel tiempo se precipitó de golpe por la puerta, que alguien o algo había vuelto a abrir. La riada que se formó los arrastró sin remedio, hasta que al cabo de unos instantes, Gilian se encontró tirada de bruces en un pasillo, calada hasta los huesos y escupiendo el agua que había tragado. A su lado, Thorcrim maldecía dolorido mientras trataba de quitarse de encima a Garret, que había caído sobre él. Parecía un enorme perro de lanas mojado.
Hasta unos instantes más tarde no se percataron de que encontraba ante tres perfectos desconocidos, acompañados de Cora, la elfa que la había ayudado unos días atrás.

jueves, 18 de febrero de 2010

El sueño de Kayrion IX

A los pocos segundos Janice entró como una exhalación en la casa, seguida de cerca por el cachorrito, y más de lejos por el perro grande, que se quedó en la puerta. En sus manos llevaba con cuidado una pequeña cesta con algunos huevos, que le mostró orgullosa a su madre, con carita de no haber roto un plato en su vida. Se los entregó y se dirigió a Kayrion.
“Hola, Kayrion. Era Kayrion, ¿no? ¿Ya habéis hablado? No me dijiste que tenías que hablar con mi mamá. ¿La conocías ya? No habrás dicho alguna tontería como el otro im… el caballero tonto ese que te conté, ¿verdad que no? ¿Te vas a ir ahora? ¿Vas a volver a llamar al caballo ese? Quiero verlo. Porque antes lo vi, claro, pero estaba encima y no es lo mismo. Y iba muy lento. Seguro que corre mucho. ¿A que sí?...”
Dannelle puso su mano sobre el hombro de su hija. Con voz suave le dijo. “No, cariño, no se va a ir. Y sí que nos conocíamos, desde hace mucho tiempo, antes de que tú nacieras. Porque él es…” – su voz le falló por un instante-“es tu padre.”
La pequeña abrió desmesuradamente los ojos mirando al caballero, que se agachó ante ella para estar más a la altura de la pequeña. En su cara se formó una mueca de incredulidad.
-“¿Que tú eres mi papá? Pero… ¿Seguro? Como…”- Por primera vez desde que Kayrion la conocía, la niña pareció quedarse sin palabras.
Kayrion se sintió desfallecer. Finalmente fue capaz de articular-“Sí Janice. Lo soy…”
La niña se acercó al paladín, que se agachó y abrió los brazos para recibir a su hija. Tenía una sensación extraña, una mezcla de alegría y de pánico, de emoción y de responsabilidad…
De repente la niña se puso roja de ira y le dio un puñetazo en la muejilla, seguido de una patada en la espinilla. Sólo gritó una cosa: “¡Cabrón!”
Kayrion jamás se habría imaginado que Janice pudiera golpear con tanta fuerza, y sobre todo con tanta rabia. Evidentemente, Kayrion había sufrido ataques mucho más contundentes a lo largo de su vida, pero pocas cosas le habían herido tan profundamente. A pesar de que la niña se tenía que haber hecho daño en el pié al golpear la coraza de su pierna, salió corriendo en dirección a la puerta. Kayrion se quedó paralizado, contemplando la escena como si de repente el tiempo se hubiera ralentizado. Lo vio todo notando cada mínimo detalle, pero sin oír nada, como si estuviera contemplando una pintura o una ilusión. No se percató de que Dannelle había comenzado a moverse hasta que vio que le había cortado el paso a su hija y la retenía entre los brazos. Le dijo algo que no comprendió a la pequeña, que había empezado a llorar. Después se la llevó escaleras arriba.
Kayrion se sintió enfermo, peor de lo que se había sentido en años, como un alma en pena. Poco a poco recuperaba el sentido del tiempo y la realidad. Si no fuera por el pequeño hilo de sangre que le manaba del labio, casi podría decir que lo que acababa de ocurrir no había sido real. Aquello no tenía ningún sentido. No tenía ni idea de qué debía hacer. Quizás lo mejor era abandonar esa casa e instalarse en cualquier otra del pueblo. Lo importante era estar cerca de Janice, y no estaba nada seguro de querer vivir bajo el techo de Dannelle.
Al poco Dannelle volvió a aparecer por las escaleras, con la expresión nuevamente triste y cansada. Kayrion pensó por un momento que iba a pedirle que se marchara, pero lo que hizo fue un gesto para que la siguiera. Asintió y sin pronunciar palabra la siguió por las escaleras y un pasillo hasta llegar a una espaciosa habitación, un dormitorio. Adivinó que no se trataba de la habitación de Dannelle, ni tampoco la de Janice. Estaba decorada con esmero, pero parecía poco usada, todo demasiado nuevo. Era una habitación de invitados, y Dannelle le hizo un gesto que se acomodara.
Kayrion dudó. –“Quizás no sea una buena idea. Igual debería…”
Ella le interrumpió poniendo el índice sobre sus labios, como solía hacer hacía tanto tiempo, y negó con la cabeza, adivinando lo que iba a decir. “Kayrion, Tienes que quedarte, te lo ruego. Siento lo que ha pasado, es todo culpa mía, pero tienes que quedarte. Nuestra hija te necesita, ahora lo sé más que nunca. Ahora sé que crecer sin padre le ha hecho mucho más daño del que imaginaba. Y yo… Por favor… Ponte cómodo, cámbiate y aséate un poco. Yo voy a hablar un poco con ella, pero después tiene que hablar contigo. Por favor…” Se quedó mirándole a los ojos con expresión suplicante hasta que el paladín asintió. Después le limpió la sangre del rostro con su pañuelo y se marchó a otra habitación.
Kayrion comenzó a quitarse la coraza lentamente, colocando las piezas sobre un maniquí portaarmaduras que había en un rincón, y después se sentó sobre el edredón azul de la cama. Vio una palangana con agua y diversos instrumentos de aseo, junto a un pequeño altarcillo de Shiva. Era posible que todo eso estuviera ahí acomodarse a los gustos de Garret y Valadia, para las visitas Dannelle que había mencionado, pero el paladín intuyó que no era ese el motivo de la peculiar decoración de la habitación.
Una vez libre de su armadura, se lavó la cara y las manos y se cambió el conjunto acolchado que llevaba por unos ropajes más ligeros que llevaba en las alforjas. Después se santiguó ante el altar y rezó para que Shiva le ayudase a tomar las decisiones correctas. Dejó de hacerlo en cuanto se dio cuenta de que tenía la mente demasiado dispersa y llena de dudas para rezar como era debido. Consideró que habría sido una falta de respeto continuar en ese estado.