viernes, 22 de enero de 2010

Alas de Dragón III

III
Caía la tarde sobre los suburbios exteriores de la ciudad de Alexandria. En el interior de una pequeña casa, poco más que una cabaña, no muy diferente de todas las demás que la rodeaban, salvo por el emblema de una espada atravesando una luna helada pintado, sin demasiado arte, sobre el dintel de la puerta, un joven hechicero se echaba por fin a descansar. Estaba un poco aburrido, después de haber acabado sus tareas, más o menos, pero no podía salir de la casa porque le tocaba hacer de niñera del bárbaro que Garret y él, se habían encontrado dos días atrás, que seguía inconsciente. Qué demonios, pensó, estaba tremendamente aburrido.

Garret había comenzado a cuidar al bárbaro del norte, y pensaba que había sido víctima de algún conjuro bastante desagradable, porque no parecía tener ninguna herida física seria ni padecer ninguna enfermedad. Viendo que no le había matado y que no parecía empeorar con el tiempo, más bien lo contrario, Garret había deducido que lo que necesitaba aquel tipo no era más que unos días de reposo. El hechicero pensó que para eso tampoco hacía falta pasarse años estrujándose la cabeza estudiando magia y sanación, pero bueno, no era cosa suya. Ni siquiera se habían molestado en quitarle la ropa, sólo esa armadura herrumbrosa que llevaba. Eso era algo de lo que Daemigoth se sintió sinceramente agradecido. Bastante malo era de estar de niñera de un tío noqueado como para tener que andar lavándole con una esponjita. Además, el tío era un salvaje, igual al despertarse se tomaba a mal que le hubieran quitado sus pinturas espirituales de guerra, su costra ritual de roña o lo que fuera, quién sabía.

De todas formas, tampoco es que tuviera un aspecto demasiado impresionante. Se suponía que los hombres del norte eran muy altos y musculosos, pero ese no es que fuera un enano, pero era un poco más bajo que él, y, aunque de musculatura fibrosa, era bastante delgado, un poco tirillas. En cualquier caso, viendo lo que le había hecho a aquel zombi estando en las últimas, tampoco es que fuera para tomárselo a broma.

Voviendo a Garret, el caso era que al día siguiente de que aparecieran aquellos zombis le llamaron de palacio. Aquello no solía ser una buena noticia, no era ningún secreto que la presencia del clérigo era incómoda para algunos burócratas, que le permitían quedarse y le hacían míseras concesiones a cambio de que les hiciera algunos recados, como había sido acondicionar aquel cementerio dejado de la mano de todos los dioses habidos y por haber.

Lo malo era que Garret se había tomado la confidencialidad de la misión en serio, así que no le había dado detalles más allá de que tenían que ir a un antiguo monasterio abandonado al sureste, pero los rumores callejeros decían que le habían enviado a recuperar algo que alguien había robado, bien al templo de Heironeous, bien al propio palacio, según la versión que uno quisiera creer. Por lo visto no le habían mandado solo, sino con otros tipos, una halfling relacionada con un horfanato, que estaba básicamente en las misma tesitura que Garret, la de que o iba a hacer el trabajo sucio o le cerraban el chiringuito.

Lo único en lo que se ponían de acuerdo los rumores era que el tercero en discordia era un enano. Unos decían que era un enano defensor, el equivalente a un caballero enano de elite, que había llegado como embajador de las montañas del norte, y al que le habían pedido que ayudara a recuperar el misterioso tesoro perdido como muestra de buena voluntad. Según otros, era un clérigo del dios enano, Móradin, y que lo que buscaban era una reliquia perdida de su templo, no algo de Alexandria. Y otros decían que no era más que un mercenario y un mensajero, un pringado a sueldo, en definitiva. Con la suerte que estaban teniendo últimamente, Daemigoth imaginó que lo más probable era que la tercera teoría fuera la correcta.

Se suponía que no iban a tardar más que dos días, uno para ir y encontrar lo que fuera y otro para volver, pero el plazo había concluido y no había ni rastro de ellos, y Daemigoth empezaba a estar preocupado. Garret podría ser un plasta santurrón, pero le había acogido cuando el resto del mundo le había dado la espalda, mientras aprendía a controlar sus poderes, en un momento en el que el joven hechicero era un constante peligro para todos los que le rodeaban, ya que podía comenzar a arrojar llamas o relámpagos sin control en cuanto se enfadaba, asustaba o, sencillamente, se encontraba incómodo.

Ya había decidido que si al amanecer del día siguiente no habían regresado, partiría en su búsqueda, y ya había localizado cierta ayuda. A través del orfanato donde trabajaba la halfling que había acompañado a Garret se había enterado de que había una mercenaria elfa llamada Cora que podía estar interesada en acompañarle a cambio de una parte de la recompensa que fueran a recibir por la misión. Además, parecía que conocía a la halfling y al enano, y que habían colaborado en un combate contra unos bandidos. Esa elfa parecía un poco engreída, pero nada que coincidiera con la reputación de su pueblo. Sólo cabía esperar que también fuera tan buena arquera como solía decirse. Los elfos del norte llevaban años matándose entre sí en una sangrienta guerra civil, así que podía esperarse que cualquiera de ellos que hubiera logrado sobrevivir hasta aquellas fechas estuviera versado en combatir. No podía estar seguro de que fuera totalmente de fiar, pero el número de personas en el que alguien como él, criado en las calles, confiaba era realmente escaso. Al menos la elfa estaba bastante buena, así que no sería un gran sacrificio pasarse unos días con ella, pensó.

Después comenzó a hacer algunos preparativos, como reunir provisiones, buscarse un mapa de la zona y ese tipo de cosas. Se suponía que no estarían fuera más que un par de días, pero se suponía que eso era el tiempo que Garret iba a tardar en volver. Pensó entonces que tendría que pedir a alguna amiga que se encargara del tipo en coma.

Entonces Daemigoth comenzó a oír movimiento en la habitación de invitados. Parecía que el bárbaro finalmente se había despertado. Cuando el hechicero entró en la habitación, pareció sobresaltarse, pero recuperó la compostura rápidamente y un instante después ya se había puesto de pie y miraba fijamente al que había sido su cuidador a los ojos, con un cierto aire de desafío. Aunque algo desorientado, parecía estar de nuevo en forma, de modo que Daemigoth decidió pedirle ayuda para rescatar a Garret.

Afortunadamente para él, el bárbaro, que se presentó como Denay, de las tribus Kehay, recordaba al clérigo y que le había ayudado, de modo que aceptó sin hacer preguntas. Ni siquiera quiso saber dónde ni preguntó por una recompensa. Asuntos de honor o alguna chorrada semejante, pensó el hechicero, cualquiera habría pedido algo a cambio sin necesidad de ser un hijo de perra. Quizás simplemente estaba agradecido, o quizás no fuera muy listo, pero le vendría bien igualmente, suponiendo que la estocada que le había sacudido a aquel zombi no hubiera sido pura suerte.

Al día siguiente, una hora antes del amanecer, con sólo sus armas y víveres para tres días, Daemigoth, Denay y Cora salieron de Alexandria. Sólo unos perros callejeros les vieron partir a su primera misión.

jueves, 14 de enero de 2010

El sueño de Kayrion VIII

Kayrion se sintió algo conmovido ante aquello, pero la furia que sentía no se apagó del todo. Tras un breve instante de silencio replicó.- “¿Eso es lo que creías que eras para mí? ¿Que todo era un deber y nada más? No era mi deber amarte, nunca lo fue. Nadie me obligó, y quizás precisamente por eso fue lo mas autentico, lo más puro, que he sentido nunca. Fuiste tú quien no podía admitir que realmente te quería dar lo mejor de mi ser. Te lo di todo, pero siempre quisiste más. ¡Y después elegiste lo que creíste mejor para mí sin preguntarme! ¿Quién te creíste que eras para darte ese derecho? No me diste opción de decidir en mi propia vida. Me negaste la oportunidad de haber visto crecer a mi hija. No abandoné mi deber a los dioses ni renegué de mis votos, como no puedo hacerlo ahora. ¿No comprendiste que era una de las cosas que más me definían?”
-“Lo intenté. Lo intenté, te lo juro, pero creí que eso te estaba consumiendo…”- replicó Dannelle.
-“¿Qué lo intentaste? Pues no me dejaste otra opción que refugiarme aun más en ellos después de que me abandonaras, de que me apartaras de tu lado. ¿Y sabes qué?, en estos años puedo haber hecho buenas obras, pero por tu decisión también fueron de los peores de mi vida.”- la voz de Kayrion comenzó a bajar de intensidad. Comenzaba a sentir cómo la ira terminaba de desaparecer, dejando tan sólo una terrible sensación de vacío.- “Estos años han sido el invierno mas largo y frío que jamás ha vivido mi corazón... y aunque tú creas lo contrario no es hielo lo que quería guardar dentro de mí, ni tampoco es eso lo que Shiva me pediría... Me hiciste pensar que no me necesitabas, que no me querías a tu lado. Que decidiste que lo mejor para ti era estar lo más lejos posible de mí. Que me habías olvidado. No me dejaste otra salida que intentar aceptarlo. Y finalmente lo acepé. Lo acabé aceptando todo.”- Tras haber expresado todo lo que sentía él también comenzó a sentirse cansado. Se produjo entonces un prolongado silencio. Empezó a preguntarse si no habría sido demasiado duro con Dannelle, que parecía haberse quedado sin palabras. Después de todo, ella había tenido que criar a Janice sola, y era probable que eso hubiera sido una penitencia más que severa por cualquier falta que hubiera cometido.
Finalmente Dannelle volvió a tomar la palabra. –“Lo siento… no sé que más puedo decir… supongo que nada. ¿Tan mal te comprendí? No sé cómo te pude hacer tanto daño. Yo te amaba… Quería que estuviéramos siempre juntos, ¿sabes? Pero sobre todo quería que fueras feliz. Yo… Creí que te estaba dejando marchar. Para que pudieras ser libre. Para que eligieras cómo querías vivir. Pero te estaba echando de mi vida, ¿no es cierto? ¿Cómo pude estar tan equivocada?”
Con un gesto desvalido señaló la casa donde se encontraban.- “Estaba segura de que no querías esto, que nunca serías feliz en un lugar como este, en un hogar. Te rompí el corazón igual que a mí misma. Hice que nuestra hija creciera sin su padre. Si lo hubiera sabido… si te hubiera preguntado… si no hubiera sido tan estúpida…”- Apoyó su espalda en la pared, y se dejó deslizar hasta que quedó sentada en el suelo. Se hizo un ovillo abrazándose las rodillas.-“No pude hacerlo peor, ¿verdad?”
Nuevamente se quedaron en silencio. Dannelle seguía en el suelo, inmóvil, sin dejar de llorar pero sin emitir sonido alguno. Era la imagen de la tristeza y la derrota. Kayrion se sintió profundamente conmovido, pero era incapaz de articular palabra. Sentía que no había ninguna que pudiera expresar lo que sentía, como una mezcla de compasión, rencor, amargura y los restos del amor que habían compartido hacía tanto tiempo. Finalmente se acercó a ella, se quitó el guantelete y acarició suavemente los cabellos. Ella levantó un poco la cabeza, agradeciéndole el gesto con la mirada y una levísima sonrisa.
Súbitamente, Dannelle se incorporó tan rápido que Kayrion, sorprendido, retrocedió un par de pasos. Ella cogió un trapo, lo mojó en un balde con agua y se lo pasó por la cara, secándose después con la parte del trapo que seguía seca. Su expresión cambió totalmente, abandonando repentinamente el aspecto triste que tenía a favor de uno más tranquilo y decidido. Kayrion se preguntó por un instante si no se habría estado burlando de él, si sólo era una farsa, una actuación digna de un premio. Hasta que escucho unos alegres ladridos inconfundiblemente agudos. Janice y su pequeño chucho volvían a casa. Comprendió que la verdadera actuación empezaba ahora. Por la rapidez de la transformación, Kayrion intuyó que no era la primera vez que se tragaba su pesar para no hacer sufrir a su hija.
En voz baja, casi susurrando, Dannelle le dijo –“Jamás podré retroceder y evitar haber hecho lo que hice, ni compensaros por ello. Ni siquiera esperar que me perdones por lo que hice. Pero hay algo que sí que puedo hacer.”